jueves, 28 de mayo de 2009

... El último asidero auriazul ...

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o ‘... De cómo Hugo me salvó la vida ...’

o PELANDO LA BANANA. Crónicas Pueriles Vol. IV.
La cáscara Vol. VI.
El Licuado Vol. III.





Mis papás se separaron poco después del Mundial de Italia, en 1990. Ya tenía ocho años, pero no guardo recuerdo alguno, ni del proceso de separación ni de los partidos mundialistas. Quizá por no estar presente la selección mexicana gracias a los cachirules, en la televisión nacional no hicieron tanta alharaca. Curioso es que sí tenga algunas imágenes de dos años antes, clavados, esgrima y desfile, en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. Tenía seis años a la fecha y entremezcladas con los juegos, miles y miles de muñequitos G.I. Joe y Playmobile propiedad de mi primo-próximo-padrino Fer.

Como generalmente sucede, mi hermano y yo permanecimos con mi madre, y a ella no le gustaba para nada el futbol. Ni a mí, en la primaria prefería corretear a las niñas que jugar en el patio de tierra (que no era de tierra, era de piedras, literalmente); jugaba con Carlos ’el amigo’, con Selene y con Leticia, las recuerdo vívidamente. A Carlos y a Selene aún me los encuentro esporádicamente, a Leticia le perdí el rastro (tampoco que lo haya buscado mucho, la verdad). Pero bueno, como a mi mamá no le gusta el futbol, jamás en la casa se vio un partido por la televisión, ni siquiera cuando iba mi abuelo, aficionado de las Chivas de toda la vida. Yo fui a un estadio antes siquiera de ver el futbol en la tele, mi papá nos llevó a mi hermano y a mí a ‘La Bombonera’ a ver a los Diablos contra los Tigres y contra el Cruz Azul. No me encantó de primera intención, pero jamás lo olvidaré.

Tenía diez años y una noticia en el periódico de mi abuelo me causó curiosidad. César Luis Menotti dejaba la selección mexicana. Lo interesante para mí es que se llamaba como mi hermano y como yo, cosa extrañísima que jamás había escuchado. Después me enteré que era un campeón del mundo argentino que dejaba abandonado al tri, al equipo de todos, menos mío porque jamás me preocupé por su existencia. En los primeros días de 1993, fui con mi familia a Manzanillo, ahí, en el bar de la alberca, mi abuelo y yo vimos perder a México contra El Salvador 2-1, con un gol de Alberto García Aspe, pero lo que a mí me maravilló de manera especial fue el color del uniforme del portero. ¡Que chido! Nunca había visto algo así y en ese entonces no puedo negar que era un ridiculito que gustaba vestir ñoñamente (sí, ¡era! ¬¬). Me gustó el uniforme de Jorge Campos porque me rompió el esquema. Como pude, investigué en donde jugaba, mi madre dijo: ‘Tiene cara como de que juega en el Santos’. Pero no, no tenía idea. Ese fue el detonante para mi pasión azul y oro. No me avergüenza decir que una vestimenta de payaso naranja y amarillo me acercó definitivamente al que sería y es el equipo de mis amores y desvelos. Los PUMAS de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Esa era LA selección mexicana: Campos, Suárez, Perales, Patiño, Aspe, España, Nava, Luis García, Luis Flores, Hugo ... Todos PUMAS. Y Miguel Mejía Barón, para rematar lo auriazul disfrazado de verde.

Ya estaba en este mundo petaco cuando las finales contra el América, los robos arbitrales, el tercer partido en Querétaro y el ‘Tucazo’. Pero me los perdí. No me interesaba, pero haciendo uso útil por primera vez de mi espléndida memoria, me aprendí fechas, nombres, apellidos, goles, títulos y la alineación ideal de todos los tiempos: Campos; Vázquez Ayala, Suárez, Beltrán y Amador; Negrete, Ferreti y España; García, Cabinho y Sánchez. No puedo evitar, al escribir esto que el recuerdo de glorias ajenas me enchine la piel.

Muchas personas se preguntan del porqué mi afición a los PUMAS, si no estudié en la UNAM, pero ya lo he explicado, la huelga de finales/principios de siglo me impidió siquiera hacer el examen de admisión. Sin embargo, eso solamente hubiera reforzado mi fanatismo universitario. Técnicamente no es mi alma mater, pero la siento como si lo fuera, en Ciudad Universitaria pasé buenos tiempos de mi etapa colegial, aun como invitado, aun como ajeno, aunque con una sudadera azul y el puma gigante en oro al pecho no puedes ser un extraño en tu propia casa.

Pasaban y pasaban los años y lo más cerca que los PUMAS estuvieron de un título de campeones fue en las semifinales, una vez eliminados por el Cruz Azul, una vez por el Necaxa (¿quién?) y otra por el Morelia. Ni modo, en el deporte se pierde y se pierde y se re pierde, sólo uno puede ganar y no era el tiempo de mi equipo. Por otro lado, mi padre, que murió en 1994 habría sido tan feliz de ver a su Toluca súper campeón en la segunda mitad de los noventa y principios de los dosmiles. Yo compartía ese gusto, pero mi felicidad futbolística no podía estar completa.

Tampoco me gustaba mucho otro tipo de futbol que no fueran los juegos de PUMAS, pero siendo novio de Brisa no podría ser de otra manera, ella y su padre, fanáticos acérrimos del Santos de Torreón, me contagiaron el gusto por todos y cada uno de los juegos de futbol. Llegué a ver con ellos el partido Colibríes - Jaguares. ¡Dios!

Llegó el año 2004. Mi annus horribilis. Aunque había comenzado en la más feliz de las bonanzas. Yo estaba entrando al segundo semestre de la maestría, tenía un trabajo en el que no hacía mucho, la neta, pero ganaba en dólares, y suficiente, más que suficiente, mínimo mil quinientos al mes de base, más comisiones y primas por proyecto, lo más que llegué a ganar fueron tres mil doscientos en un mes. Me daba la gran vida, nos dábamos la gran vida, Brisa y yo. La confirmación de que ella estaba embarazada no hacía sino aumentar mi felicidad, idealmente nos casaríamos a mediados de año, ella vendría a mediados de marzo a buscar un departamento o casa en venta, para los dos, los tres. Apenas tenía veintiún años y ya sentía que todas las cosas estaban cayendo en su lugar y no podía pedirle nada más a la vida.

El domingo veintidós de febrero de ese año, PUMAS perdía en Ciudad Universitaria con Chiapas 1-0. Resultaría su única derrota de la temporada regular en casa. Por la noche, al llamar por teléfono a casa de mi novia, su hermana me recibe con la noticia de que sus padres se la habían llevado a Estados Unidos, a una clínica de ‘planificación familiar’. Me perdí, me volví loco en ese momento, como pude, llegué hasta allá pero ya era demasiado tarde, estaba hecho, estaba muerto, lo había perdido. A propósito. Lo había desechado como basura, como estorbo.

Jamás se lo pude ni se lo podré perdonar. Me dolió en el alma perderla, pero la mujer que yo amaba jamás hubiera hecho lo que hizo. Me partí en dos, una parte de mí quería desaparecer, y la otra mitad quería desaparecerla a ella. Dos semanas. Dos semanas más duramos siendo novios hasta que no lo pude soportar más. Nos dijimos adiós para siempre.

El domingo veintinuo de marzo, PUMAS empata 2-2 en su visita a ‘La Bombonera’, un penal controvertido y el gol más hermoso que he visto en mi vida (que si la vida y el futbol fueran justos, debió contar como dos), ambos de Bruno Marioni. La semana siguiente, la economía de mi familia es sacudida por una demanda laboral de dos de nuestros ex empleados del bar. Mucho desgaste y mucho dinero y tiempo y gritos y enojos y amenazas nos costó eso. Mi madre se deprime a grado tal que me asusté, jamás la había visto así, ni siquiera cuando murió mi papá; entonces ella fue un ejemplo de fortaleza, pero ahora se le veía disminuida, y yo temí tanto por su salud.

El sábado quince de mayo, PUMAS le gana 3-2 al Monterrey en el estadio Olímpico de C.U. Un gol de algo parecido a una chilena de Bruno Marioni y el debut, con el gol del triunfo incluido de Efraín ‘el Chispa’ Velarde, PUMAS calificaba a la liguilla como segundo lugar de la tabla general. El viernes anterior, me habían avisado que en la empresa en la que trabajaba había problemas de liquidez y que nuestro pago se retrasaría unos días. Tenía ahorros, pero también tenía deudas, no me preocupé demasiado. Obviamente, ya no existía la necesidad de comprar un departamento, podía sobrevivir en el que ya estaba, que me gustaba. Después de lo que pasó con Brisa, el embarazo, el aborto y la ruptura me convertí en un oscuro autómata que trabajaba por no tener nada mejor que hacer. Las únicas dos horas de relativa felicidad y sonrisas de mis semanas eran durante los partidos de la Universidad. Se hablaba ya de la posibilidad enorme que tenían de ser campeones, sólo los Jaguares de Chiapas se erguían frente a nosotros como máximos favoritos al título.

Para el lunes, nada quedaba ya de la empresa en donde trabajaba. Se habían ido llevándose todo, incluso pertenencias personales de muchos que ahí solíamos dejar. Casi veinte trabajadores nos quedamos con un palmo de narices. Yo con deudas, sin trabajo, sin novia, sin nada. Nada más que los PUMAS.

Esa semana Brisa me buscó. Yo no quise ni contestar, en ese momento, todo el peso de lo que me había pasado, de lo que aún me seguía pasando me cayó sobre los hombros. Acababa de cumplir veintidós años y lo que parecía que iba a ser la resolución de mi vida comenzaba a convertirse en un infierno. Yo toqué fondo y PUMAS venció fácilmente al Atlas en los dos partidos de cuartos de final, los Jaguares dieron pena contra el Cruz Azul y ahora enfrentaríamos a los cementeros como los número uno.

Mi abuelo guardaba desde que yo tengo memoria una pistola cargada, dentro de un libro hueco en su vasta, vasta biblioteca. Un día me quedé solo en la casa de mis abuelos. No busqué mucho, encontré el libro hueco, saqué la pistola, vi el cartucho perfectamente útil. La tomé entre mis manos, pesaba más de lo que me imaginaba, medí la distancia, comparé la medida de la circunferencia del cañón con la medida de mi boca abierta y pensé en mi abuela. Siempre le ha gustado limpiar la biblioteca, pero dudo mucho que le hubiera gustado limpiar quitando pedazos de Luis esparcidos por tantos y tantos libros. No era del todo desagradable la idea, terminar con el dolor de una vez por todas. Nadie me culparía, y si lo hacían, no importaría de cualquier manera. Podría ver a mi papá, quizá. Para términos prácticos, él también se había suicidado, muy lentamente, envenenándose el hígado y la sangre poco a poco hasta terminar con su lucidez y con su vida. Lo mío sería mucho más rápido.

No se que hubiera pasado si no suena mi celular. Era un amigo con boletos para la semifinal en el Estadio de C.U. ‘No tengo dinero’, le dije. ‘No importa, ya los tengo, me pagas en la quincena’. ‘No tengo trabajo’, volví a repelar. ‘Ya los tengo, me los pagas cuando puedas, hombre, es la semifinal, ¡no te la puedes perder!’.

Tenía razón, no me la podía perder. Once años habían pasado de afición auriazul como para salirme por la fácil en la antesala del título. Pensé en mi mamá, en mi hermano, en mis abuelos, los únicos que en verdad me extrañarían, los que sufrirían lo indecible con mi falta. Guardé la pistola, el cargador y el cartucho en la misma posición en la que los había encontrado, puse el libro hueco en su sitio y salí.

El sol me dio en la cara y respiré vida. Una vida que apestaba sin duda, pero era mía, Dios me la había dado, mi madre me había traído aquí y yo no era nadie para irme sin despedirme.

PUMAS ganó espectacularmente la semifinal al Cruz Azul y en una final polémica y dramática, el domingo trece de junio derrotó en penales a las Chivas del Guadalajara. Por primera vez yo miraba a un capitán universitario levantar el trofeo de campeón. No tengo palabras para describir esa sensación. En agosto un nuevo título, Campeón de Campeones derrotando al Pachuca con una goliza impresionante. El trofeo Santiago Bernabeu venciendo en su casa al Real Madrid con una espectacular jugada de Israel Castro. Y de nuevo el campeonato el diecialgo de diciembre ganándole al Monterrey, allá. Bicampeones. Joaquín Beltrán se cansó de levantar trofeos y Hugo Sánchez elevado al rango de dios compartía su fortuna y su divinidad con toda la banda PUMA en el Ángel de la Independencia.

¿Yo? Me levanté, entré a trabajar a la radio la semana siguiente de la final contra Chivas y de ahí pa’l real. Tuve otras noviecillas y una de ellas me regaló prácticamente un ajuar de ropa de PUMAS, chamarras, playeras, gorras, sudaderas y demás. ¡Aaaaah, la amé!. Pero no tanto como a mis colores. Del naranja y amarillo de Jorge Campos al azul y oro de Fonseca, ‘Parejita’, Botero, Alonso, Pineda, Bernal, Lozano, Aílton, Leandro, Verón, Galindo, Iñiguez, Toledo, ‘Pikolín’, a ellos, a los que ya mencioné especialmente y a otros que se me escapan, y a Hugo, siempre a Hugo. Hugo Sánchez y a Hugo mi amigo que me invitó a la semifinal.

¡Gracias!

Pase lo que pase hoy y el domingo, por mi raza hablará el espíritu.

¡Cómo no te voy a querer!




Parte de esta serie:




¡¡¡ letem bi lait !!!

martes, 26 de mayo de 2009

... Una pulida colección de errores ...

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No me avergüenza especialmente el hecho de haberlo conocido tarde en mi vida. Mi padre, xenófilo como él solo siempre me dijo que no había mejores letras que las europeas. No sé si haya o no tenido razón, pero desde que tengo memoria, me grabó en la mente que no había mejor poesía que la de Jacques Prévert, que ninguna palabra existía con la intensidad de las de Dylan Thomas. Esos dos eran sus favoritos, y aunque no pudo heredarme el gusto y la afición por los Diablos Rojos del Toluca (aunque siguen y seguirán siendo mi segundo equipo), sí me predispuso casi genéticamente a la erudición (y no lo digo yo) y a la lectura. El hambre por conocer, por saber, por tener, por almacenar datos por más irrelevantes que pudieran parecer.

*****

Tenía ya casi diecinueve años cuando supe de su existencia. Y fue casi por accidente. Estaba en el tercer semestre de la universidad y la materia que más ansiaba, me esperaba con los brazos abiertos. Producción para televisión I. Al principio, tenía el mismo profesor que me había dado Teoría de la Comunicación I y II, pero por alguna extraña razón, renunció a la segunda semana y una nueva profesora llegó. Con sus faldas largas, con su cara blanca y sus pelos largos, chinos y grasientos. Dicen que era antigua porque valía mucho. Pero no era vieja, más bien era una de esas jipis coyoacanenses atrapadas en los sesentas del siglo pasado. Y sabía mucho, muchísimo de televisión, la mugre que se le salía cada vez que daba un paso estaba llena de sapiencia televisiva. Pero eso no es lo importante, claro que su materia fue la principal razón por la que decidí olvidar todos y cada uno de los conceptos mercadológicos que había aprendido y que aprendería en lo sucesivo y hacer de lo audiovisual mi vida. Pero eso no es lo importante, lo que en verdad me marcó fueron los bonches de fotocopias que solía llevar bajo el brazo. Miles y miles de hojas con textos de Mario Benedetti.

No quiero ni tengo que decir que me atraparon. Ella, y él. Horas y horas en El Péndulo escuchando a Mexicanto, a Fernando Delgadillo, y leyendo a Benedetti. Y a otros, pero en especial a Mario. Ahí descubrí que Brisa me había dedicado uno de los más famosos poemas de él, y yo sin saber, pensando en que quizá mi amor la había inspirado a escribir tamañas letras, ja, ingenuo de mí. Obviamente la había adaptado, del sudaca al norteño:

Mi táctica es mirarte, aprender como sos, quererte como sos ...
=
Mi táctica es verte, aprender como eres, quererte como eres ...


Lo mismo da. Ella fue la primera que me dedicó palabras de Benedetti, pero no sería la única. Pocos años más tarde, conocí a una mujer, que en mi historia es llamada: ‘La top de lo top’. Porque en su cuarto tenía una pared tapizada de recortes de revistas, de mujeres, guapas todas y una cartulina con su letra que ponía, efectivamente, ‘Lo top de lo top’. Una payasada, pero detrás de esa apariencia fútil y perogrullezca, se escondía la más grande fanática de Mario Benedetti que he conocido jamás. Sabía de memoria casi todos los poemas; para ella, Laura Avellaneda era una especie de rol a seguir y bueno, en general era adoradora del puntero izquierdo. Ella me dedicó ‘Hagamos un trato’. Curioso, también traducido del sudaca al ñero:

Vos sabés que podés contar conmigo ...
=
Tú sabes que puedes contar conmigo ...

Me fascinaba, pero lo malo de ser tan fiel y tener una novia de seis meses juntos y seis separados, es que te pierdes de muchas aventuras, no es que me arrepienta, pero al final no resultó ser tan buena idea. En fin.

La memoria está fresca, y hoy en el novenario de Benedetti hablo por primera vez de ella, bueno, no hablo, no estoy seguro de que un link a su blog y una remembranza del mío propio cuenten como hablar de ella. En ese entonces escribí esto:

... Por desgracia o por fortuna, todo cambia. Los años pasan y lo que empieza acaba. Ese es el trato. Por lo tanto quiero que hoy sepas que es maravilloso conocerte y amarte a cada instante. Y que, aunque en cualquier momento todo puede acabar, Benedetti siempre estará allí. Y con él nuestras letras favoritas, que siempre llevaré en la memoria.

Hoy, mañana y después ...

Y el tiempo pasó y la historia cambió y Benedetti se fue. En cuerpo, pero las letras siguen y los sentimientos, saen los que sean no se van jamás. Ahí queda la pequeña y dulce, el trato eterno, el hombre que mira a su hijo, y la voz grave, profunda y con marcado acento uruguasho, que mi maestra (he olvidado su nombre) tuvo el placer de presentarme, años ha ...



¡¡¡ letem bi lait !!!

domingo, 24 de mayo de 2009

... Aquella que me desibargüengoitiarice ...

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No me hagan mucho caso, pero he estado todo el fin de semana pensando en que escribir ahora. Tengo ganas de hacerlo, de escribir (y de todo, siempre, obvio), las ansias me recorren desde la sesera hasta las puntas de los dedos. Una nueva idea se agolpa en mis pensamientos y toma forma cada vez más palpable (si es que cabe el término). Ya han pasado seis meses desde la aventura noviembreril y muero, de verdad muero por intentarlo lograrlo de nuevo. El próximo viernes vence la convocatoria para Las Cuatro Esquinas del Universo, y el cuento con el que participaría se ha quedado en el mero marco conceptual, esa era la idea y siendo completamente realista, cinco días no me bastan para cumplir mis más altas expectativas. Este mes se lleva a cabo un evento mundial, que tiene el mismo objetivo que NaNoWriMo, pero que no participé por todo lo que pasó en la primera mitad de este año en mi vida petaca.

Bien, el punto es que quiero, ya lo necesito. No es lo mismo crear en la mente que plasmarlo de una manera tangible, obviamente la diferencia es abismal. Aunque no haya más que nubarrones de incertidumbre en los días venideros para mí, en lo profesional, y en lo de adentro también, sí estoy cien por ciento seguro de que algo que no quiero dejar de hacer jamás de los jamases es crear. Generar. Concebir. Y estar, sobrevivir, permanecer, observar. Quiero quedarme en el mundo el tiempo suficiente para vivir lo que me toque. Siempre llevado por el huracán.

En Dos crímenes, Jorge Ibargüengoitia, en la voz de Marcos 'el Negro' aporta a mi vida una frase que es la causante de mi completa y definitiva ibargüengoitiarización:

"¡Cómo cambia la visión de una mujer cuando uno ha hecho el amor con ella!".

Y es relativamente cierto, porque no se aplica a todas las mujeres. No me enorgullece el aceptarlo pero alguna vez sí lo comprobé. Antes yo la veía inalcanzable, tan hermosa como poderosa; tantos años de ver series de comedia de situaciones gringas hicieron mella en mí y llegué a decirme a mí mismo: 'She's in a way different league'. Frase cliché de las sitcom's, pero tan real que se palpa. Yo jamás creí tener una oportunidad con semejante mujerón que se presentaba ante mí con toda la altanería de que es capaz una persona. Solía mirarme por encima del hombro y eso provocaba que yo la viera no solamente inalcanzable, sino físicamente altísima, mucho más que yo a pesar de que no rebasaba los ciento sesenta y cinco centímetros. Trabajábamos juntos y aunque en nivel jerárquico estábamos a la par (si acaso un poco más arriba yo, pero ella no respondía ante mí, así que lo mismo da), yo me sometía a ella, a su personalidad arrebatadora y su cuerpo delgado pero marcado por la genética, pues era evidente que no hacía ejercicio alguno. Tenía un hijo, madre soltera además y trabajaba para mantenerse ambos, eso de entrada ya le daba una gran ventaja sobre mí. Sobre mí, que siempre me he parado el cuello y jactado de tener ese natural charm con la mayoría de las mujeres, pero no con ella. Simplemente nada de lo que hacía me funcionaba, por ningún motivo conseguía que volteara su mirada de ojos grandes hacia mí. Tenía tanto de todo, unas nalgas espectaculares enmarcadas siempre en mezclilla ajustada que no dejaba ver marca alguna de ropa interior; una cintura que (imaginaba) cabría perfectamente en mi brazo derecho; el cuello delgado y largo como me gusta para morder; un par de tetas pequeñas pero deliciosas y antojables que solía (des)vestir con escotes ligeros, algo que me mataba eran las sutiles marcas de bronceado (halter); pero lo mejor de todo era su sonrisa, contagiable aunque el sonido de su risa era como de payaso infantil baboso, sus dientes disparejos le daban ese toque de uniquez que me deslumbraba y que me hacían desear con todas mis fuerzas ser yo quien provocara su risa. Pero no podía, me intimidaba de tal manera que mi cara enrojecía notablemente cuando ella estaba cerca. Y por días y semanas fue así.

No sé en qué momento las cosas se acomodaron, los hados me hablaron al oído (o a ella) y mi fantasía recurrente de entonces se volvió realidad. Viaje de negocios, dentro de la misma ciudad pero que nos iba a forzar el estar juntos todo el día y toda la noche, si es que se requería. Yo feliz por un lado, pero extremadamente preocupado por el otro. ¿De qué íbamos a hablar en el trayecto? Era en lo absoluto improbable que ella no hubiera notado ya mi turbación, así que ¿cómo se comportaría? ¿Le molestaría pasar el día con alguien que claramente moría por ella? ¿Le divertiría? ¿Se burlaría de mí dejándome en calzoncillos en algún baño público? ¿Se aprovecharía de la situación para convertirme en su esclavo sexual?




La respuesta a éstas y otras interrogantes ...






... a continuación.




No hubo en realidad necesidad alguna de una conversación. Yo solamente asentía, soltaba monosílabos y expresiones hechas a la medida de sus relatos fantasiosos (decía yo) y de pronto hacía algún comentario corto pero gracioso que hacía que ella mostrara esa sonrisa que de tan cerca, ya no me parecía tan encantadora. Estaba más hipnotizado por el apenas insinuado rebote de sus tetas debido a lo accidentado del camino, mis gafas oscuras me permitían mirar su pequeño escote sin riesgo de sufrir las funestas consecuencias.

El trabajo fluyó sin naturalidad pero tampoco con complicaciones ni con demasiadas torpezas de mi parte. Cierto es que tiré un vaso de coca en la mesa, pero no había papeles importantes y no mojé a nadie, aunque si me apené en demasía. Cierto es que ella me miraba divertida, como si supiera exactamente que era lo que me estaba pasando y que era lo que estaba en mi mente a cada momento: Ella desnuda, sobre mí.

Terminamos temprano por mala suerte, tenía el tiempo suficiente para regresar a su casa en transporte público sin problemas. Mi oportunidad se me estaba escapando por entre las manos cual gel antibacterial, así que tímidamente propuse casi inaudiblemente: "¿Quieres ir a tomar algo? Yo invito". No me escuchó, pero se dio cuenta de que había intentado decirle algo. Al preguntarme que qué había dicho, se lo repetí un poco más fuerte y después de pensarlo por eternos segundos, respondió que sí, que si yo invitaba estaba bien. Ajá, el monstruo que habitaba en mí rugió de gusto aunque yo haya tratado (sin éxito, creo) mantener una actitud serena.

Los detalles son borrosos en mi mente, pero una frase de Sheldon explica lo que pudo haber pasado:

"There's always the possibility that alcohol and poor judgment on her part might lead to a nice romantic evening".

Acercamientos en el bar y unos cuantos besos, seguidos de la rápida demanda por la cuenta y el pago sin esperar el cambio. Huimos a mi departamento, la imagen de ella desnuda sobre mí subiendo y bajando rítmicamente es imborrable, su alborotada cabellera cubriéndole la mitad del rostro pero dejando ver sus dientes y su mueca de placer aún me visita en sueños.

El lunes siguiente, el ambiente en la oficina fue otro por completo. Ya no me parecía tan atractiva, ni tan deseable, sus dientes chuequitos me causaban extrañeza y su cabello enredado no me excitaba como antes. Sus nalgas seguían provocando en mí los pensamientos más puercos que se puedan imaginar. Pero fui capaz de hablar con ella de cualquier cosa, de evitar la rojez de mi cara cuando ella hablaba y de olvidar la tartamudez que solía atacarme en su presencia. No que haya sido el sexo más espectacular de la vida, al contrario, no fue la gran cosa, pero después de eso, sentí en verdad que el poder cambió de mano. Aunque para lo que importaba ya.

¡Lástima!

Era tan chido cuando todo era idílico. Después no fue sino una de treinta y tres.





¡¡¡ letem bi lait !!!

viernes, 22 de mayo de 2009

... Un día cualquiera ...

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Me sentía tan mal en el trabajo que casi inmediatamente después de llegar me regresé a mi casa. Descansé la cabeza en la almohada y todos mis pensamientos se concentraban en ella, en su escote, en sus piernas, en la turbación que le había notado la noche anterior cuando le conté la historia de mi primera vez. Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos, el dolor que había sentido no estaba más, no sabía cuanto tiempo había pasado pero alguien tocaba el timbre con desesperación.

Me levanté rápidamente, tanto que sentí un ligero mareo y entonces me vi al espejo, aún estaba completamente vestido y la luz de sol que entraba por las ventanas me decía que no podía ser más tarde de las nueve de la mañana, había dormido poco más de una hora. Abrí la puerta sin ver la mirilla.

- Perdón si te desperté,pero no pude dejar de notar la forma en que me mirabas, tampoco pude evitar el darme cuenta de tu erección cuando te tomé del brazo. No quiero molestarte, yo solamente quería ...

Ella estaba de pie frente a mí. Yo le lanzaba una mirada de deseo, un deseo que había estado conteniendo desde la mañana, cuando me desperté descubriendo que mi mano estaba dentro de mis pantalones. No me preocupé por la erección matutina, era normal, pero pensaba en los seis meses que había pasado sin sexo; al principio, el recuerdo de la última y desastrosa vez me atormentaba, después de lo que había pasado, mi libido descendió hasta niveles ínfimos. Además de deprimirme me sentía poco atractivo, los brazos antes fuertes y marcados ahora colgaban con el músculo convertido en pellejo flácido, estaba delgado como nunca antes en mi vida, irónicamente mi abdomen había crecido hasta transformarse en una bolsa amorfa y mis mejillas siempre redondeadas estaban hundidas acentuando mis pronunciados pómulos. Entonces me deprimía con el solo hecho de verme desnudo al espejo, mi pene disminuido ya ni siquiera podía decirse que se balanceaba, sólo estaba ahí, empequeñecido y apuntando al suelo, a pesar de que jamás me vanaglorié de su tamaño me sentía poco hombre y poca cosa. Pero ahora estaba bien, había recuperado el tono muscular y tanto el cabello como la barba me gustaban, aún vestía el traje negro, la camisa y la corbata, ni siquiera me había quitado los zapatos al recostarme, me sentía bien, poderoso y atractivo y tenía frente a mí a una mujer deseable y lo que era aun mejor, totalmente excitada.

Ella comenzó a hablar pero la interrumpí al instante colocando mi dedo índice sobre sus labios y acercándome a ella, rocé la totalidad de su boca con los dedos de la mano derecha y por fin pude alcanzar su cintura con la izquierda. Clavé la mirada (verde, hermosa) en sus ojos pequeños y tal como lo imaginé, ella no fue capaz de soportarla durante mucho tiempo, bajó sus párpados para observar mi boca. Mordí despacio mi labio inferior y me los enjugué con la lengua, ella arqueó ligeramente a espalda revelando la turgencia de su pecho que se inflaba y crecía con cada respiración, que para entonces ya era muy rápida. Lentamente le acaricié el rostro con el dorso de la mano derecha rodando los dedos que aún permanecían en sus labios hasta la mejilla. Las manos de ella dejaron de estar inmóviles a sus costados y mientras la izquierda subía hasta tocar mi mano junto a su cabello, la otra se elevaba por el frente, con un ritmo tranquilo me rozaba la barba provocándome un espasmo que me recorrió desde el mentón hasta el último rincón de mi cuerpo, cerré los ojos y eché la cabeza suavemente hacia atrás, lo que provocó que ella recorriera mi cuello apenas tocándolo con las puntas de los dedos y llegando hasta el nudo de la corbata, metió las manos dentro de la parte superior de la camisa y con una habilidad que me sorprendió desabrochó el primer botón y jaló la corbata liberando un poco de la presión que me ejercía en la garganta y haciendo que volviera a mirarla, con otro movimiento rápido logró despojarme del saco que cayó sobre la alfombra sin hacer ruido. Iba adueñándome más y más cada vez de su cintura, sintiendo y palpando y acercándola a mí un poco con cada movimiento hasta que llegó el punto en que nuestros cuerpos estaban unidos y ella podía sentir la dureza que de entre mis pantalones se le clavaba en el vientre, mientras que sus senos se apretaban contra mi pecho haciendo que el escote bajara y quedara a la vista el encaje negro de su ropa interior. Soltó mi mano derecha que aún me acariciaba el rostro e intentó separarse un poco.

- Yo solamente quería decirte algo, escúchame ... - Ella hablaba con dificultad y entre gemidos, pero por segunda ocasión en menos de cinco minutos, no pudo terminar su frase.

- Sh, no digas nada, por favor, no hables.

- Necesito decírtelo, no sé que me pasa, yo ...

- ¿No puede esperar? - La apretaba contra mi cuerpo aún con la mano y los dedos liberándose del estar enredados en el largo cabello castaño de destellos rubios y dando un fuerte empujón a la puerta para cerrarla, conduje a mi presa hacia adentro, hacia la sala. Ella se dejó llevar.

Yo era un desconocido. Un desconocido que le estaba robando el aliento, un desconocido que la tenía recostada en el sofá de su departamento, un desconocido que le besaba el cuello y la cara con tanta vehemencia como no estaba segura de que alguien se lo haya hecho antes, un desconocido cuya barba cerrada le raspaba provocándole estremecimientos en todo el cuerpo, un desconocido que la tenía fuertemente sujeta por la cintura sin posibilidad ni deseos de escapar, un desconocido que le acariciaba las pantorrillas con la combinación exacta de presión y suavidad que le hacían querer gritarle que se apresurara y se moviera hacia sus muslos, hacia el interior de ellos, que se deshiciera de su ropa interior y la tocara entre las piernas con esos dedos que la hacían volar, que la despojara por completo de su ropa y la dejara a ella hacer lo mismo con la suya, que la sometiera y que hiciera de su cuerpo lo que quisiera. Y ella se abandonó, dejó de pensar.

Yo me abocaba a besar cada milímetro cuadrado de su piel visible, pero me resistía a besarla en la boca, eso la volvía loca, podía notarlo perfectamente; posaba mis labios y hacía presión con ellos sobre sus párpados, en su nariz, con la punta de la lengua intentaba dar pequeños toquecitos en todas y cada una de las pecas que le atravesaban las mejillas, abría la boca grande y mordía muy suavemente pero procurando abarcar la mayor superficie posible, cerraba los dientes despacio hasta escuchar el gemido de dolor y seguía, raspaba el cuello con los pelitos de mi propio mentón, me aventuraba con sigilo a seguir mordiendo por los hombros, bajaba ahora velozmente con la lengua hasta tocar la parte superior de sus senos, con los dientes intentaba separar el sostén negro de encaje y luego lo regresaba a su lugar para seguir besando la clavícula, seguir recorriendo el largo del brazo y al llegar a la mano, uno por uno chupar delicadamente todos los dedos terminados en largas uñas pintadas de negro. Ella se había abandonado al placer y ya no oponía ningún tipo de resistencia, por el contrario, respondía a cada uno de mis movimientos con el complemento ideal, parecíamos dos amantes experimentados y doctorados cada uno en el cuerpo del otro. Mis manos habían alcanzado ya sus muslos, gruesos, largos, duros, prácticamente lisos y por completo libres de vello que reaccionaban ante mis caricias erizándole la piel. Yo quería escucharla gritar, clavé las puntas de los dedos de ambas manos en la correspondiente pierna, no tenía las uñas crecidas, pero la presión de las yemas sobre los muslos fue suficiente para hacerla proferir un gemido mayúsculo. Aproveché la momentánea convulsión para subir las manos hasta su cadera y hábilmente deslizar cada uno de mis dedos medios debajo de la cinta lateral de sus bragas, hice una ligera torción y despacio jalaba hacia mí liberando el pubis de su húmedo encierro. Al hacer esto, sus piernas se juntaron y se elevaron, tuve ante mis ojos su sexo completamente depilado y no pude apartar la mirada de ahí mientras mis manos continuaban recorriendo sus extremidades para remover la ropa interior, también negra y con el encaje haciendo juego con el sostén. Una vez que las bragas llegaron a los tobillos, me di tiempo para desabrochar las cintas de los zapatos de tacón alto que ella no había tenido tiempo de quitarse, la alfombra apagó el sonido de los tacones al caer; volví a recostarme sobre ella y al tiempo que jugueteaba con la ropa interior en la mano izquierda, la derecha la deslizaba con la palma completamente abierta y los dedos tamborileando a veces lento y a veces un poco más rápido sobre su muslo y subiendo hasta levantar el vestido negro dejando expuesto su vientre. Aunque seguía evitando juntar mi boca con la suya, no resistí y con un movimiento violento mordí su labio inferior haciéndola gemir y sin que ella se diera cuenta, me guardé las bragas en la bolsa izquierda del pantalón.

- Vamos adentro, ¡quiero estar en tu cama ahora! - Ella tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para lograr articular esa frase.

La obedecí, sin decir palabra alguna la tomé por los muslos, ella me rodeó con sus brazos el cuello y le planté con un par de golpes ligeros las palmas de las manos completamente abiertas en las nalgas. La levanté en vilo y después me erguí. Así, cargándola caminé por el pasillo con dirección a mi cuarto. Ella recargó su cabeza en mi hombro aspirando mi olor y al mismo tiempo empujaba discretamente su cadera para rozar su pubis con mi cuerpo. Yo besaba los lóbulos de su oreja.

Al llegar a la habitación la recosté en la cama, acaricié su pecho y con un hábil movimiento de manos desabroché por el frente su sostén, todavía sin quitárselo del todo bajé los brazos para levantar completamente el vestido negro, ella hizo lo propio despojándose del sujetador de encaje negro y finalmente quedó completamente desnuda, acostada y definitivamente lista. Jalé mi corbata y me abrí la camisa sin importarme que los botones se arrancaran, ella me desabrochaba el pantalón, hacía descender el cierre y bajaba sus manos para dejarme al descubierto. Terminé de quitarme el pantalón junto con el bóxer y me tumbé suavemente sobre ella sintiendo mi piel en la suya, sus ya duros pezones rosados apuntando a mi cuerpo apretándose contra mi pecho. Me preparé, con la mano izquierda llegué hasta el centro de su entrepierna sintiendo su humedad, con la mano derecha tomé delicadamente su rostro y por fin, mis labios se entreabrieron y se posaron lento sobre los de ella que me respondían con ansias. Sin embargo me retiré abruptamente del beso y le dije:

- Duerme conmigo, por favor.

Al terminar la frase me acurruqué entre los brazos de esta confundida mujer. Su cuerpo estaba húmedo y caliente y tan rebosante de adrenalina que sabía que le sería imposible dormir, pero sabía también que tampoco podía evitar quedarse mirándome y velando mi sueño. Sin que ella me viera, yo sonreía maliciosamente.





¡¡¡ letem bi lait !!!

miércoles, 20 de mayo de 2009

... Disculpe usted señor licenciado Tlahuica ...

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¡Maldita sea! No digo que sea malo, pero no está tan chido el ser tan fácilmente influenciable. Por escritores, guionistas, poetas, editorialistas, merolicos, charlatanes y hasta gordos amarillos de caricatura. Sería absurdo y jamás lo haría (y me darían ganas de patearme mis propias bolas si lo llegara a hacer), el autoproclamarme como el hombre más auténtico del mundo, no, no. De verdad que me castra las pelotas cuando escucho o leo que alguien se vanagloria de la más original autenticidad, claro, a sus veintipocos años han construido por sí mismos toda su personalidad, sin copiarle a nadie, analizando cada una de las situaciones del universo con sus propios pensamientos. ¡Mecachis! Yo no, mi modo de hablar, las frases que utilizo al escribir, mis opiniones generales y la forma en que mis ojos (ajáaaa) ven el mundo son movidas por los autores que admiro.

Tolkien, Amparán, Pollock, Xoconostle, Camus, Castañeda, Lovecraft, Cervantes Saavedra, Groening, Velasco, Coen, Zapata, Roth, Alvarado, McCarthy, Saramago, Grass, Bucay (ajá, ¿y qué?), Wenders, Páramo, Jackson. Y Mario ...

Pero no, esta entrada no trata sobre lo que todos saben y si no, no existen. Esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión* (*¿Ven? ¡Michael Ende!).

Hace un par de semanas comencé o más bien recomencé Diablo Guardián. Y me ha costado trabajo seguirle el ritmo pues no dejo de ver a Violetta con un rostro, un cuerpo y una actitud que antes no veía, que antes no reconocía porque no había conocido a nadie que encarnara tan a la perfección la esencia con la que -yo pienso- Xavier Velasco dotó a su tramposa. A Pig siempre lo he visto y lo veré como un reflejo superlativo de mí mismo. Tanta barbaridad dicen esos dos que me reducen. Todas las palabrerías con las que Violetta se refiere a los nacos me hacen cagar de la risa (aparte de que casi siempre leo en el baño, convenientemente). Zuz seguramente sabrá a qué se refiere el título.

¿Quién chingados define lo que es naco y lo que no? ¿Quién lo que es nice o fashion? Y sobre todo, ¿por qué tanto pinche drama para definirlo? Sí, la verdad es absoluta e indivisible, de eso yo no tengo duda alguna. Lo que no me queda claro es el porqué la diferencia de opiniones entre la gente, es curioso.

Aquí una reproducción libre de una conversación con Cris-cris-cristina la semana pasada:


C-c-c (curiosa): ¿Y qué pasó con la naca aquella que te acosaba?

Luis: ¡No le digas naca! Ella no se asume como tal así que
creo que debemos respetar su percepción.

C-c-c (haciéndose la indignada): ¡Pues es una naca y me vale lo que digan tú y ella!

Luis: Además, ella dice que tú eres naca.

C-c-c (hirviéndole la sangre): ¡¿Pero cómo se atreve?!

Luis: Pues de la misma manera en la que tú te atreves a llamarla naca a ella.

C-c-c: Ella es naca y fea y no sé ni por qué te gustaba.

Luis: Porque es linda y la quiero, o bueno, la quería (ups, resbalón). Lo dices sólo porque te cae mal, y ¿qué crees? Tú también le caes mal a ella.

C-c-c (muriendo): ¡Déjame en paz! Y no me hables de esa mujer jamás, jamás.


Tomando como ejemplo sin conceder, si Cristina fuera una naca, ¿qué credibilidad tendría en tildar a otras como tales? ¿Acaso entre iguales se reconocen? ¡Claro, tiene todo el sentido! Y también viceversa* (*¡Oh, de nuevo!). No sé si sea química, reciprocidad o simple mamonez. Ante los ojos de un pastor, sin duda todas las ovejas les parecerán iguales, pero cierto es que para las mismas ovejas, cada una es única* (*Tolkien).

Pero con qué autoridad uno define como naco o corriente a un idiota con playera del américa. Ya lo sé, con la autoridad que da (en este caso) la más definitiva de las obviedades. Porque además lo naco es cuestión de actitud. Nada que ver con el nivel de estudios, de ingresos o de lo que sea (aunque sí de gustos futbolísticos eh), pero eso ya se ha discutido hasta la saciedad en otros lares, no aquí. Aquí todo es pacíficamente ñero.

Una tipa que se considera a sí misma como mi amiga no duda en llamar indias y nacaldrafas a todas mis mujeres sólo con ver su fotografía. Claro, lo dice con todo el derecho que le da el portar uñas postizas de dos centímetros de largo, decoradas con cuanta colorida fruta exótica y tropical existe de este lado del ecuador, o del otro para el caso es lo mismo. De verdad que sus uñas parecen contagiadas por el peor de los herpes venéreos (no simplex). No hay tos. Por la sencilla razón de decirse mi amiga, se cree con la obligación, no, el deber de criticar a cuanta mujer se me acerca. Ya ni mi madre hace eso (bueno, sí).

Entonces, ¿son o no son? Chale, ¿dónde están los hombres cuando los necesita uno? Que en la oficina siento que los estrógenos se me clavan cual ponzoña en los sentidos. De pronto solamente escucho el continuo graznar de las aves de rapiña, aunque la realidad es que todas las mujeres de la oficina están hablando al mismo tiempo, algunas quizá conmigo. Pero yo no hago caso, no entiendo, me abstraigo, dejo de pensar en el entorno y me concentro en la pantalla de la blanquita (mi lap); o si no, básicamente en los grandes ojos, los marcados brazos, la suave piel, la inenarrable espalda baja, el insinuado escote y la dulce, dulce voz de ... Ajá, sí, tal vez, de pronto, a lo lejos llegue a escuchar mi nombre en medio de un mínimo pujido, entonces mis sentidos se alertan y de nuevo el sonido de la jungla. ¡Reinas!

Y ayer me preguntaron que con qué título quería aparecer en los créditos del proyecto en el que estoy inmerso. “¡Pos’ ninguno!” Contesté yo. “Luis de Pablo na’más, ¿pos’ qué más?” “No, pero, ¿licenciado, o qué?”.

Chale de nuevo. Pos’ sí soy licenciado, eso dicen mi cédula profesional (una tarjetita en la que salgo con cara de narco de Reynosa) y un papelote con una foto de saco, camisa y corbata (que se me rompió de una orilla por güey, pero sh, no le digan a nadie). Algunos hasta dicen que soy Maestro y eso. Pos’ sí, estudié una maestría ¿y eso qué? No me hace mejor ni peor. Para mí no funcionan los modernos títulos nobiliarios. Como si el nombre de un tipete no fuera suficiente, y haya que endilgarle el prefijo lic. o ing. o dr. o arq. para hacerlo siquiera un poquitito respetable.

Digo, está chido que a aquellos a los que estudiar les costó tanto trabajo presuman de sus logros ante el mundo. A mí no. Me bastó ir puntual a cada una de mis clases de la universidad para tener un excelente promedio, y si no obtuve mención honorífica fue por titularme con la maestría, no por tesis (otro drama). Y la maestría tampoco fue la gran caca, cierto que estuve en el patíbulo con el profe de Investigación de Operaciones (que por cierto, también se parecía a Jaimito el cartero), pero salí del paso indemne. De cualquier manera, todo lo que sé (o no) lo he aprendido en la calle, en el trabajo, creo o donde sea. Suelo decir, medio en broma y tres cuartos en serio cuando me preguntan qué estudié: "Ajá, pues, Mercadotecnia, durante cuatro años y desde entonces me he dedicado a olvidarlo". Cierto es que hace muchísimo tiempo que no he trabajado específicamente en lo que estudié, cinco o seis años tal vez (espero que no lean esto mis futuros empleadores). Pero bueno, el punto es que -lo siento si se lastiman frágiles egos y pequeñas susceptibilidades- las personitas que en serio les costó noches de desvelos y de quebraduras de cabeza el lograr un seis en Computación I, tienen todo mi respeto y admiración y nada me haría más feliz que ver sus rostros radiantes cuando les entreguen por fin sus tarjetas de presentación con marquito dorado y el logotipo de su alma mater en ídem. ¡Oh sí!

La neta me enerva ese tipo de gente. Conocí alguna desdichada ocasión a un tocayo que en sus tarjetitas ponía: “L. Enrique Blablabla”. Toda la gente le decía “Licenciado”, pero obviamente su nombre era Luis Enrique, y él feliz de la vida porque la gente le llamaba así. Bueh, creo que sobra decir que con trabajos terminó la secundaria el imbécil ese.

En fin, yo sigo pensando en qué leer cuando termine Diablo Guardián. Me gustaría algo reciclado, es decir, algo que ya haya leído hace algún tiempo. Igual y me chuto (literal) nuevamente el ‘Cuentos de Fútbol(sic) 2’. Namás por el puro pinchi recuerdo del ‘Puntero izquierdo’.



¡¡¡ letem bi lait ¡!!

lunes, 18 de mayo de 2009

... Crónica anunciada ...

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¿Qué decir cuando lo obvio lo es en efecto demasiado? Demasiado. Caray, que la palabra demasiado como superlativo feliz de mucho me causa conflicto; no puedo dejar de pensar en amasiato o amasío. Palabras que no me escandalizan por sí mismas. Pero demasiado ya es demasiado, es sobrante, desbordante, escurriente, en más palabras, mucho, pero mucho más de lo que alguien es capaz de soportar. No es bueno decir, te quiero demasiado, aunque sea verdad. Bueno, de facto lo que no es bueno es querer demasiado.

Y cuando yo creía que ya me había salido con la mía, todo se me voltea. El viernes regresaba feliz y deseoso a la tierra que me vio nacer. Unos minutos antes mi madre me avisó vía msn (oh tecnología des dæmonium) que mi largamente esperado sobre había llegado desde Las Vegas. 'Se sienten como papeles doblados, o algo así', me dijo. 'Ojalá que sean dólares', pensé. Pero lo que me tenía emocionado no era eso, ni cerca, sino la inquieta expectativa de lo que sucedería por la noche. Cris-cris-cristina me había invitado al cine y a cenar. La verdad, prefería sólo cine, el cenar significa hablar, aunque después de una semana de pensar, razonar y ser regañado por las tropelías cometidas en su contra, no tuve la cara para negarme a hablar con ella. No entonces.

El jueves había salido con una chica. Amiga y conocida de hace años, no tantos ja. De las primeras ciber-amigas que tuve (oh tecnología des dæmonium), hace mucho mucho. Y en ese entonces quisimos algo, juntos, o más bien algo estaba naciendo, poco a poco, de sentimientos y querencia, pero lo detuve. Estaba comenzando el camino con Brisa y no quería obstáculos. Me dolió pero me dolió más su respuesta:

... la verdad nunca pensé que te incomodara que alguien te hiciera sentir "eso", x que equivocadamente pensé que a todos nos gustaba saber que otras personas sentían algo bello x nosotros y que en nuestro interior creciera un sentimiento bueno, ja!. olvidé que hay personas que se ponen barreras para no dejar fluir sus sentimirntos y.. ES VÁLIDO porque te estás cuidando para que no te lastimen. bien!

me despido deseándote lo mejor y... cuídate.

Porque era cierto. En parte. Tiempo después volvimos a hablar y todo tranquilo, relax. Y el jueves salimos, a cenar y por unas algunas cervezas (¡Dios, en qué me estoy convirtiendo!), y hablando y contándonos nuestras realidades, el tema de Cris-cris-cristina salió. Y todo lo que ella me dijo me hizo pensar. No cambia mi opinión pero sí sé que hice mal. No somos tan diferentes después de todo, ¿no?

El viernes llegué diez minutos antes de las siete y llovía. Le llamé a Cristina y me dijo que estaba nosédonde y que pasaba a las ocho por mi a casa de mi abuela. Fueron las ocho, las ocho y media, las nueve, las nueve y media (y yo viendo Héroes) y llega. Dos cosas, odio que me interrumpan cuando veo Héroes y odio que me dejen plantado. creo que sí me explicó porqué se había tardado, pero no le estaba haciendo caso, le dije que mejor nos veíamos el sábado a medio día. Sin reclamar y aceptando su culpa se fue. Y a mí me quedó el cargo de consciencia.

Hasta antes del sábado, sólo dos veces en la vida me había dormido en el cine. La primera con Stargate y la segunda con (sí, mátenme) Un paseo por las nubes. Pero a causa de la lluvia tempranera, llegamos tarde al cine y la única película que había a la hora era Héroes, irónicamente. No la vean, jamás. Mujeres que no sean fans de Chris Evans (La antorcha humana) abstenerse, y hombres amantes de Camilla Belle, mejor bajen fotos de internet, y pedófilos, mejor esperen a que Dakota Fanning cumpla 18, que por lo que se ve, pinta para ser una chica mala, muuuuy maalaaa.

Cristina desistió a los diez minutos de película, salió dos veces a la dulcería, por palomitas y por icee de uva, después se la pasó jugando alternadamente con su celular y con el mío. Yo quise darle un poco más de oportunidad a la película, pero era imposible, mientras más atención le ponía más pesados sentía los párpados. Besuquearme con ella no era opción, dadas las características de la película, la sala estaba rebosante de pubertos nerdosos calenturientos que bajaron sus gafas para ver a Cristina en el pasillo (claro, no había muchas mujeres en esa sala, en esa película), ni siquieran vieron la mirada de odio que les regalé. Bah.

Horrible película, y más horrible la reacción de Cris-cris-cristina cuando se me cayeron las palomitas. Incoherente, irascible, irreconocible. No sé que le pasó, pero poco faltó para que comenzara a gritar dentro de la sala. Como pude la calmé, la abracé y cuando acabó el bodrio ese salimos. Ahora era tiempo de hablar, pero no se encontraba bien así que la llevé a su casa. Después, un mensaje me pedía ir por ella a la una de la mañana. 'Extraño', pensé.

Ganaron los PUMAS y la ilusión crece. Pero la preocupación por lo que pasaría en la madrugada no se desvanecía y ni las palabras venidas del norte ni los m&m's minis ni las sonrisas enormes pintadas entre mis cachetes podían disminuirla.

No quiero explicar lo que no entiendo. Pero la sensación que tuve desde siempre, de que todo se había roto, no era gratuita. Ahora no tenemos que trabajar en construir una relación nueva. Tenemos que trabajar para resarcir los daños que le hemos causado a la que teníamos ya. No vamos a perdernos, eso es seguro, pero quizá pasará un tiempo antes de volver a ...

... no sé.

Algo.




¡¡¡ letem bi lait !!!

sábado, 16 de mayo de 2009

... UNO DE DOS ...

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El cada vez más desértico METATEXTOS ha publicado mi más reciente colaboración.



Para nadie es noticia ya que los habitantes de la Ciudad de México acaban de vivir dos semanas muy extrañas, se vieron forzados a permanecer el mayor tiempo posible dentro de sus casas. La ciudad más grande del mundo se paralizó durante casi dos semanas.

Si bien el asunto de la Influenza puede ayudar a crear varios ejercicios interesantes creo que es preferíble darle una pequeña vuelta al asunto den encierro.

Los participantes de Metatextos deberán, en 300 palabras o menos describir la experiencia de un personaje que, como THX 1138 en la película homónima o Neo en Matrix, ha salido de una prisión a la que consideraba su mundo. Con la variante de que el personaje no se ha dado cuenta que está “afuera”.

Si su protagonista descubre o no que ha “salido” está sujeto al criterio de los autores.





Uno de dos.






Quiere abrir los ojos pero siente como si tuviera los párpados cosidos. No se le puede culpar, después de pasar toda su existencia en un medio bastante más amigable, con su piel permeada y acariciada por la delicada sensación de frescura que lo había acompañado desde siempre.

Pesadamente distingue una voz familiar, una que lo ha llamado por su nombre desde que tiene memoria, aunque no tiene recuerdos visuales, sabe perfecto de quien se trata. Vuelve a llamarlo y él hace un nuevo esfuerzo por vencer el duro latigazo del haz de luz que le entra por las rendijas de los ojos semiabiertos. No es para menos, lo más luminoso que había percibido era un destello detrás de la flexible pared que lo protegía. No entiende mucho que ha pasado. Su memoria parece borrada.

El cuerpo le punza como agujas clavándosele por toda la piel, fuertes ráfagas de viento amenazan con hundirse en cada uno de sus poros, pero en un instante ese miedo se acaba. Siente la suavidad de una tela almidonada y caliente.

Deja de intentar el abrir los ojos, es agradable y se deja llevar por el movimiento oscilante mientras su pensamiento lucha contra las sombras del olvido en aras del recuerdo. Su compañero ha desaparecido, se encuentra solo y no percibe su cercanía como solía hacerlo hasta hace horas. Sus dedos asen el aire sin encontrar los de él.

La voz cantarina continua nombrándolo rítmicamente hasta que es interrumpida por otra, gruesa y con un toque autoritario:

-Hicimos lo posible señora Darmand. Pero el segundo no logró sobrevivir.

En brazos de su madre, Pedro sigue sin comprender, pero al escuchar esto, no puede evitar sentir un violento temblor en sus extremidades, y la sequedad de su rostro profanada por una gota cayendo desde sus ojos.








¡¡¡ letem bi lait !!!

jueves, 14 de mayo de 2009

... Mil monos ...

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Dice la leyenda urbana, teoría, hipótesis, dicho popular o sabiduría de Juan Pueblo que 'mil monos con mil máquinas de escribir llegarían a escribir Hamlet por mero azar'.



Poca gente lo sabe. Uno de mis grandes sueños de la vida es tener un programa de televisión cultural. Caray, que me tengo que morder los dedos para no contar aquí pelos y señales de mis grandiosas ideas. En términos generales, tendría que ser un programa tipo mesa redonda pero carente de mesa. En cómodos sillones mullidos, un conductor (idealmente, yo) llevaría el tema del día (o de la semana) acompañado por especialistas en, ejem, el tema en cuestión.

¿Los temas? Cualquiera. Depende de la fecha. hablaríamos de hechos históricos y básicamente el mismo planteamiento de este blog:

Un viaje a través de las ideas, las personas y las obras de nuestra época, supuestos ayeres e inciertos futuros.

En 'La Historia Interminable', Michael Ende insinúa de refilón la misma teoría de los monos. Dentro de uno de los capítulos finales, Bastián es arrastrado por su olvido hasta un lugar cuyo nombre no recuerdo ahora, que es habitado (si a eso se le puede llamar habitar) por todos y cada uno de los seres humanos que han llegado a Fantasía sin poder encontrar el camino de regreso. Todos, sin excepción, se declararon a sí mismos Emperadores o Emperatrices. Todos, sin excepción completamente despojados de sus recuerdos a causa del enorme poder que se les ha otorgado, con su consecuente maldición. Todo cuanto deseen se les es concedido a cambio de un recuerdo. Lamentablemente el trato no incluye posibilidad alguna de escoger de cual recuerdo desprenderse. Así que mientras más desean, más obtienen y más olvidan. Al llegar a ese lugar indeterminado, cerca de las fronteras de Fantasía, no tienen mucho que hacer. Carentes ya de memoria pues han olvidado todas las palabras, incluso su propio nombre, han olvidado que son seres humanos y que tienen la capacidad de pensar y de desear, de querer cosas. De sentir. Muchos de ellos simplemente deambulan por ahí y por allá sin mayor propósito que el de transitar del día a la noche, de la noche al día y luego todo de nuevo. Otros se golpean entre ellos pues han olvidado como se siente el dolor. Pocos son los que utilizan las herramientas que se les han dispuesto. Un grupo de dados con letras grabadas en las caras. Por repetición o por instinto, estos seres aprendieron a lanzar varios de ellos a la vez. Siendo una actividad realizada por entes poco menos que autistas, será repetida una y otra vez sin fin. Si los dados se lanzan interminablemente, alguna vez una sílaba se reconocerá, si se sigue haciendo, algún día una palabra existente saldrá a la luz. En años, una línea o una frase será vista. En siglos, un poema. En milenios, una historia. Jugando ese juego insulso por toda la eternidad, todas las historias del mundo pueden ser contadas.

La teoría de los mil monos define todas las historias que existen y que están por hacerlo.

Y todas las historias del universo es mi meta. Mi meta inalcanzable, obviamente, pero aun y cuando estoy plenamente consciente de la imposibilidad de lograr conocerlo todo, no quisiera cesar en la tarea.

Estoy por completo seguro de que un recuerdo es invaluable, pero no tanto como un deseo. Y es cierto, uno elige con quien construir recuerdos, pero los deseos no siempre se escogen, nacen desde dentro, en algún sitio entre el corazón y el esternón, entre el estómago y los riñones. Y sale, aunque ese deseo contravenga todo estándar moral que uno pueda tener, aunque toda el alma se resista a hacerlo realidad. No hay mucho chance posible, cuando un deseo se malogra, la frustración es enorme.

Yo lo sé.


Bah.




¡¡¡ letem bi lait !!!

martes, 12 de mayo de 2009

... ¡Escuchad, Sancho! ...

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Para celebrar la entrada de camote, es decir, la entrada número ciento cincuenta de este nada humilde blog estaba decidido a la eutanasia. Lo que quería básicamente* era cambiarle la URL, haciendo de plano inservibles todos los links que trajeran aquí. Los links en otros blogs, en el facebook, y en donde sea que los hubiera. De lejos parecía una buena idea. Desaparecer así de la faz de los blogs sin dejar rastro.

Pero sí, obviamente el blog permanecería con el mismo perfil y ahí habría valido madres cualquier intento de desaparecer, a menos que lo ocultara, pero no es el caso ni es mi deseo el ser tan ermitaño.

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Después de ir a comer y a despejar la mente:

¡Lo hice!

He cambiado de URL el blog, y perdí todo mi blogroll. maldita maldición, y como no me acordaba de muchos, quedó más corto de lo usual, en fin, ya los iré recuperando poco a poco. Seguramente todo este desmadre implicará comenzar todo de nuevo y quienes me visitaban deberán pasar muchos trabajos para encontrarme, o no tantos, de todos modos, no es tan difícil encontrar algo en el google, como lo dijo Asgard. Yo me conformo con haber desaparecido de pronto, dejando tras de mí un link invaluable.

No hay mucho que contar (bueno, sí,pero no es el momento ni el lugar), pero prometo, prometo, prometo regresar con algo chido para la siguiente entrada.





*Básicamente: Mis ojos (verdes, hermosos) están tan llenos de ella ... (Damn y recontra damn, que me caga que me pase eso con una mujer. Más me encapricho y más me sucede, más se me lengua la traba y prefiero callar. ¡Maldita maldición!)





¡¡¡ letem bi lait !!!

domingo, 10 de mayo de 2009

... It's, Oh, so quiet...

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De verdad que la psicrisis (psicosis + crisis = psicrisis daahh) ha pegado con un tubo. Si me asomo por la ventana en este momento, lo único que veré será un panorama desolador, un mini boulevard rodeado casi por completo de cocheras abiertas, la excepción es la única que no podría ver pues se encuentra debajo de la ventana por la que me asomaría.

No me sorprende que el empleadillo de la recepción se haya sobresaltado al recibir mi llamada preguntando por la clave del internet inalámbrico, seguramente dormía plácidamente. Ya sé, soy un ñoño y un nerd que no puede vivir sin red. ¿Y qué? Sí puedo, pero ahorita no quiero. Sé que debería dormir, mañana aún hay mucho por hacer antes de abandonar esta encerrona este encierro voluntario y sometido. Pero no tengo sueño. Además, la vista es privilegiada. A media luz, ella duerme como un ángel, con un esbozo de sonrisa en los labios, el cabello negro, negrísimo cubriéndole media cara, las pequitas estratégicamente reluciendo sobre sus mejillas y su nariz, la más perfecta que he visto en mi vida. Estoy dejando constancia en vivo y en tiempo real, de que este es un instante que no quiero olvidar jamás (ja, como si pudiera). El espejo en la pared me regala la visión de su espalda desnuda y enrojecida, y si la sábana cayera un centímetro más, podría ver el inicio de la curva superior de sus nalgas, pero no tengo prisa. No hoy. No aquí.

La verdad es que quisiera retrasar el tiempo un poco más, quizá un poco más. Sólo un poco más. No volver al pasado, obvio (pasó, se acabó, continuemos), pero sí el hacer que el segundero amainara su marcha haciéndola cinco, diez veces más lenta. Pero la realidad es que el tic tac corre, ora rápido, ora lento, pero acercándose inexorablemente al momento de las definiciones. Caray, que tengo antojo de pastelitos marinela.

Mi abuela hizo comida. No es novedad, todos los días hace, pero hoy/ayer, el día de mi cumpleaños pues, hizo algo que sólo hace en los días especiales. Y toda mi familia estuvo ahí. Mis planes perversos se retrasaron un par de horas, pero no importó, me divertí burlándome de las anchas narices de todos, herencia de la familia de mi abuelo (gracias ¬¬). Cuando por fin pude escaparme, ella ya me estaba esperando afuera de su casa, acaso con la urgencia (quiero pensar) de verme, o de (no quiero pensar) acabar con la incertidumbre que ella misma provocó de una vez por todas.

Acá los hechos:

La semana pasada, el fin de semana pasado, en esta misma habitación, fui víctima, testigo y protagonista de un suceso por demás bizarro. Cristina, la leal, leal, me planteó una posibilidad tan atractiva como perturbadora.

Yo ya sabía que estaba soltera y sin compromiso, libre como el viento pero feliz como lombriz, de otra manera no nos hubiéramos visto, o sí, a lo mejor sí, pero no en una habitación de hotel y ciertamente no hubiéramos hecho todo lo que hicimos. Entonces, el que lo mencionara y lo recalcara tres veces en un lapso de dos horas fue por demás sospechoso. No hice mucho caso de eso pues no quería arruinar(me) su compañía, que para ser completamente honesto, me hace todo el bien del mundo, en muchos, muchos sentidos.

El punto era ese: Ella sola, yo solo, nos conocemos desde siempre (sí, quince años a esta edad petaca es desde siempre), nos amamos (de alguna manera), nos gustamos, nos deseamos, cogemos rico, más que rico diría yo, nuestras familias son amigas (aunque nadie sabe de lo nuestro), entre otras cosas. Visto desde este lado parece ideal.

Carajo, entonces ¿por qué me cuesta tanto trabajo el decirle que sí? ¿Por qué la idea de que todo se rompió no abandona mi cabeza?

Su frase exacta fue: '¡Deberíamos intentarlo nuevamente!' ¡Deberíamos! Como si fuera una obligación. E intentar, ¿intentar qué? Bueno, no hay que ser un genio para saber a lo que se refería. Nuevamente. Porque hace algo más de diez años fuimos novios, durante siete meses, que no es poco, en realidad es muchísimo para las cuentas preparatorianas en las que uno cambia de novia después de cada periodo de exámenes.

Quince años de conocernos y diez años de compartir cama y sudor. No debería ser difícil la decisión, pero lo es. Aún en este momento no sé que voy a decirle. No estamos en la misma ciudad, ni siquiera en el mismo estado, ni siquiera tengo teléfono para llamarla todos los días, ni internet para platicar por las noches. Es tan extraño y tan, tan no-sé-como-explicarlo. Me rebasa.

No quiero volver a lo mismo de hace unos meses. Los celos, el estrés y la indiferencia. Sé que jamás podrá igualarse pero la situación se perfila para ser la misma. Y suficiente tuve de eso.

Por otra parte, mis tripas, junto con todo mi ser me dicen que lo haga. Mi corazón defectuoso late con fuerza en este instante preciso, en que la miro respirar con delicadeza mientras sueña, sin saber (o tal vez sí) lo que pasa por mi mente. Sin despertar a pesar del ruido incesante de mis pesados dedos sobre las teclas de la laptop. Pensando en que cuando abandone los dominios de Morfeo, cuando éste la suelte de su abrazo, uno mío la estará esperando para ya no soltarla más. La sola idea hace que me arda el pecho.

Además, tengo un rasguño enorme, quizá es por eso.

En toda la historia de este blog, jamás un post ha sido borrado, ni siquiera aquellos horriblemente escritos o vergonzosamente reales. Y me da miedo, en serio tengo miedo de querer borrar éste mañana.

Todo depende de si sí, o si no.

Son las cinco de la mañana con cuatro minutos, y es la hora en la que aún no se la respuesta.

Creo que dormiré un poco, hay que madrugar ...

... y hablar.




¡¡¡ letem bi lait !!!

viernes, 8 de mayo de 2009

... Las recochinas dudas ...

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Cuando estaba en la secundaria, me pasaba de huevos mi cumpleaños. Todo el día en la calle. Iba a la escuela y los profesores se hacían de la vista gorda si se me daba la gana no entrar a sus clases y retozar en el pasto, lejos, con Mayté, o con Cecilia o con Ivone. Obvio, éramos tan pocos en toda la escuela que si uno faltaba era más que notorio, sin embargo había un pizarrón enorme que la directora se encargaba de mantener actualizado con las fechas de los cumpleañeros de la semana. Y el del día que correspondía subrayado y con marquito rojo pa’ que resaltara. Entonces no había pretexto para que nadie olvidara el cumpleaños de nadie. So rude y apestado quien no felicitara a otro, aunque fuera hipócritamente. Y es como lógico pensar que un día antes del día de las madres nadie me pelaría, pero para eso estaba el as bajo la manga. Por la noche del nueve, salir todos en bola, con el pretexto de celebrar mi cumpleaños y pasadas las doce de la noche, ir a despertar a las madres de todos con una grabadora de sonido potente y canciones típicas del día de las madres (o no tanto). Las mañanitas (obvio), Señora, señora, Madrecita, La incondicional, y hasta Querida de Juanga ya avanzada la madrugada. ¡Qué divertido que era!

Mañana por fin es mi cumpleaños número veintisiete y en términos generales no se siente distinto de los veintiséis anteriores (o al menos de los que recuerdo). No soy fan de las felicitaciones sin sentido, nacer no es un gran logro, es más, ni siquiera es uno, y menos por cesárea, pero eso ya es manía mía; felicítenme cuando cumpla años mi blog (otra vez), o cuando gane un Ariel, o de perdis una Pantalla de Cristal. No creo que el aniversario de mi venida al mundo sea un momento de reflexión y de hacer un recuento de lo que ha sido mi vida, al menos no más de lo que sería cualquier día normal. No creo en los análisis de consciencia, de pocas cosas me arrepiento a lo largo de toda la vida petaca. De no haber aceptado la beca de tocho por cuestiones de salud, que igual y ni hubiera pasado nada y ya estaría retirado ja; de no haberme quedado hasta el final del recorrido en la UAM e inscribirme ahí; de no haber querido esperar un año para entrar a la UNAM; de haberme inscrito a la maestría del nabo; de no haber sido lo suficientemente fuerte para imponer mi decisión cierto día de 2004; de no haberme ido a Cancún cuando debí y de haberlo hecho cuando no.

Veintisiete años tenían al morir Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Brian Jones, Kurt Cobain, y un largo etcétera de desconocidos que decidieron (o no les quedó de otra) terminar con su existencia a esa edad cuyo número, en sí mismo no tiene mayor chiste más que el ser un nueve. Veintisiete, dos más siete igual a nueve. Y me gusta el nueve. Aunque numerológicamente, el nueve no es más que cero. Si fuera algo místico, todos ellos hubieran muerto a los treinta y tres años, la edad en la que murió Cristo y la edad a la que Frodo heredó el anillo, o a los cincuenta, la mitad de un siglo, la mitad del camino. Pero no, coincidió a los veintisiete y no tiene sentido alguno. De cualquier manera, yo no voy a morir a esa edad, y si lo hago, no voy a ser famoso y célebre por ello. Todos esos ilustres personajes ya eran conocidos y reconocidos antes de colgar los tenis (o las sandalias jipis), y yo nel, aún tengo cosas que hacer y que ver y que sentir y que tocar. Y que probar.

Hace diez años, mis planes para los veintisiete eran otros, completamente. Brisa y yo comenzábamos nuestro idilio y de nuevo, cuando se es joven, imberbe y enamorado uno piensa que las cosas pueden durar para siempre. No hay palabras para definir la decepción que nuestros futuros nosotros les causarían a los optimistas de entonces. Idealmente, en el transcurso de mis veintisiete años estaría naciendo nuestro segundo hijo, hombre, por cierto, la primera sería niña y yo la llamaría Idril, Brisa la llamaría Georgina, pero no importa, para mí sería Idril para siempre y estaría por cumplir dos años, o ya lo hubiera hecho. Eric se llamaría el niño, Santiago por parte de su madre. Nada muy extravagante, hasta clásico diría yo, pero esos sueños de juventud son invaluables mientras tienen posibilidades de hacerse realidad. Después ya son solamente nostalgia. Tres decisiones y dos accidentes en consecuencia tienen la culpa de que ese sea un presente paralelo que otro yo esté viviendo en otra dimensión, en la que una tangente se creó para ir a una línea de tiempo que corre al mismo tiempo que esta. Y la debe estar pasando bomba. Yo lo haría.

El sábado nueve de mayo de dos mil nueve cumplo veintisiete años. Mis planes para ese día son simples, pero no puedo negar (no aquí) que la semana pasada tenía el extraño presentimiento de que recibiría una invitación a viajar cuatro horas y media de ida y otras tantas de regreso. Nueve horas de mi cumpleaños trepado en un autobús. Y aunque no hubiera sido del todo desagradable, me alegro que no haya sucedido. En cambio, el sábado nueve de mayo de dos mil nueve resultará definitivo (de acuerdo, exagero) para el porvenir. Ese día habré de responder a una pregunta que jamás fue hecha, pero que fue insinuada hasta la saciedad el fin de semana pasado.

¿Recuerdan? Entre la algarabía de sabernos de vuelta, los recuerdos y los sentimientos fluyeron naturalmente, mis ojos (verdes, hermosos) debieron tomar esa forma borreguil al mirarla tan frágil, tan sola, tan satisfecha, tan dormida, tan desnuda aun estando cubierta con una sábana y un par de cobijas. Carajo, que no puedo creer que de verdad esté considerando seriamente la posibilidad. Ya lo dijo mi consciencia: ‘Si lo estás pensando es por algo’. Obviamente, pasará lo que tenga que pasar y si dentro de un estado alterado decido que es lo que quiero para el siguiente tramo de mi vida, seguramente lo haré. Aunque sea por despecho, aunque sea por no querer hacerle frente a la perra soledad, aunque sea por tener alguien de quien recibir mensajitos cursis que me arranquen una sonrisa a mitad del día, aunque sea por pensar con las patas, aunque sea por calientes, aunque sea por infieles pero leales. Aunque en el horizonte haya más dudas que certezas. Aunque no sea prioridad. Aunque sea el camino más rápido al final. Aunque sea por las razones equivocadas, ¿a quien le interesa?

Hoy hace doce años, más bien, mañana hace doce años fue la primera y única vez (hasta ahora) que le pedí a alguien que fuera mi novia el día de mi cumpleaños. ¡Ah, Laurita! ¿Qué habrá sido de ti? La primera vez que me enfermé de amores, que perdí la cabeza por una mujer. Ahí fue cuando todo se fue al carajo. En ese momento estuve perdido de por vida. Ahí decidí (aunque no es que me quedara mucha opción, la verdad) que todas mis acciones y palabras estarían dedicadas, y acaso motivadas por las mujeres de mi vida.

Mañana no habrá necesidad de hacer la pregunta, pero sí de responderla aunque nunca haya sido hecha. Ya está en el aire. El saldo de mi celular se agota y si todo se da como se vislumbra, eso será una constante: llamadas interminables, mensajes llenos de miel y cosas por el estilo, ella es así, y yo también, para qué negarlo. A ver si el domingo o el lunes les cuento que tal me fue.

Ya lo sé. Ya sé. Más rápido cae un hablador que un cojo …

… ¿ Y ?




¡¡¡ letem bi lait !!!

miércoles, 6 de mayo de 2009

PELANDO LA BANANA. La cáscara. Volumen V.

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Hubo un momento, cuando las cosas terminaron definitivamente con Elizabeth, que no estaba seguro de mi lugar en el mundo. Ciertamente, y quienes me siguen (o me conocen) podrían fácilmente afirmarlo, mi vida está regida por las mujeres a mi alrededor. Acaso definida por las mismas. Y es un hecho comprobado y comprobable que siempre que me hablan de una fecha pasada, me pregunto a mí mismo con quien andaba en ese momento, y lo recuerdo todo. ¿Lo peor? Soy incapaz de olvidarlo, incapaz al nivel de a veces necesitar un taladro (o unas tijerillas) para sacar pensamientos de mi cabeza.. En alguna otra ocasión pondré una cronología precisa, pero hoy quiero hablar de Marisel.

Ya dije que había terminado todo con Elizabeth, hubieron lágrimas y abrazos, un adiós, un te quiero y ningún porqué, y nada. Se fue, se perdió en la noche y para siempre. La única y real fuente de pertenencia que me quedaba en esta vida petaca se me escurría como agua por las manos. Después de todo fui yo a decirle que no ... Y sí, la familia, los amigos, el trabajo y los PUMAS (que una vez ya me habían salvado del derrumbe [futuro post, prometido]) seguían ahí. Pero después de dos años de intermitencia, de ser un par de meses y de perdernos por tres y todo de nuevo, cada vez más espaciado, yo sabía que eventualmente las cosas se arreglarían, no sabía cómo ni con qué pretexto. 'She was my lobster', Si Brisa, era mi Rachel y yo era su Ross, Elizabeth era mi Chandler y yo era su Monica. Y nos perdimos, inevitablemente y sin posibilidad alguna de dar marcha atrás. De pronto me sentí vacío, desnudo, destruido en general. Tenía que encontrar un asidero del cual sostenerme para no caer al inexorable abismo.

Y entonces llegó ella a sacarme del fango. Días después del adiós, un amigo de mi familia llegó a la oficina. Su sobrino preferido, predilecto ahijado casi hijo se casaba y confiaba en mi talento que haría un buen trabajo con el tratamiento audiovisual de la recepción. Lo básico, fotografías, video de pre y post boda. Las cosas no andaban bien en el negocio y aunque hacía meses que no hacía ningún evento de ese tipo (bodas, bautizos, cumpleaños ...), no era el momento para negar ningún trabajo, además, el tipo era, es buen amigo de mi madre desde hacía años. Acepté, en realidad necesitaba algo en qué distraerme. Reuní a mi equipo, trazamos el plan de acción, ja, suena más ñoño cuando lo pienso, pero en fin.

Exactamente diez días después de que mirara por última vez la camioneta de Elizabeth alejarse de mi casa, la hice de chofer. Llevé a una chica que trabajaba conmigo, con cámara, tripié y demás aditamentos necesarios a la casa de la novia (horrible). Confiaba en su trabajo y la dejé, regresé a la oficina y llevé a otro tipo a la casa del novio. La idea (y que salió muy bien) era tener constancia de todo el proceso del ‘día de’. Entrevistas con ellos, con su familia y hasta con la señora que peinó a la tipilla. Mientras ellos trabajaban, yo platicaba con el padrino, el amigo de mi madre que a partir de ahora se llama Federico (aunque no creo que aparezca más en la historia, pero equis). Resultó que cual indígena conquistado, se había convertido al cristianismo hacía un par de años, él y toda su familia. Su sobrino incluido y por ende, su novia, así que sin saberlo ni esperarlo, me vi en la inminencia de una boda cristiana. ‘De todos modos es lo misma gata pero revolcada’ -pensé-, ‘y seguramente será interesante’.

Y lo fue. Y me gustó. Y no puedo negar que sentí cierta envidia por la manera en que la camaradería fluía entre los miembros de la congregación. Y entonces la noté y sin poder evitarlo me acerqué a ella en plena ceremonia religiosa, aunque no le hablé en ese momento. Claro, estaba trabajando y yo soy muy profesional. Pero ella también me había notado.

No era muy bonita, su piel blanquísima resplandecía bajo una falda vaporosa a la rodilla color blanco, una blusa con escote discreto del mismo color y un largo abrigo negro (era noviembre). El cabello de negros rulos brillantes le caía despreocupadamente sobre los hombros y enmarcaba su rostro sereno, sin gota de maquillaje. El abrigo no dejaba ver con claridad su cuerpo, pero gorda no era, de eso estaba seguro. No era muy bonita pero me llamó la atención de inmediato. No sé si haya sido la falta de sexo en días, la simple extrañación de un cuerpo de mujer en mis brazos o algo más profundo. Me gusta pensar que me sentí atraído desde el principio por algo indefinible como el aura, que me atrapó y no pude pensar más que en ella durante toda la tarde/noche.

Sólo le dije a mi socio: ’Mía’, señalándola con la cabeza y lo entendió. Bailé con ella, salsa, lo hacía muy bien y yo me sentía como un oso de circo. Pero ella sonreía. Ah, que linda se miraba bajo las luces del salón de fiestas. ¿Ritos cristianos? Solamente en la ceremonia religiosa, pero nada del otro mundo, nada excéntrico pero sí muy emotivo, me gustó. Y la fiesta fue como todas las fiestas de casamiento. Vals, bailar con la familia, liga, ramo, víbora de la mar, etc. Y ella iba sola y estuvo conmigo en los momentos en que podía relajarme un poco de la grabación. Al despedirnos, se me hizo muy extraño que no tuviera celular, eso me dijo, pensé que no quería dármelo porque no tenía intención de verme de nuevo, pero entonces me dio el número telefónico de su casa. Me sentía eufórico pero aún con la consciencia pesada, nada espectacular, como una más la pensaba. No era muy bonita y eso me hacía no pensar en nada serio con ella. Sí, ya sé, malditos ojos míos (verdes, hermosos) acostumbrados a la belleza femenina. No era muy bonita, si la hubiera topado en la calle no hubiera pasado más que de un rápido vistazo a su escote, su rostro y de pasada a sus nalgas, y ya, pero el destino quiso que la conociera en su estado más espiritual.

Marisel era, es su nombre. Con toda la vergüenza del mundo llamé a su casa la semana siguiente, estarán de acuerdo que no es lo mismo llamar a un celular en donde casi casi sabes con seguridad quien va a contestarte, que a una casa, sobre todo a la de una mujer con la que apenas hablaste. Yo sentía que mi performance con ella no había sido suficientemente contundente para que me recordara a la primera. Pero pasó, lo peor había pasado ya y quedé de salir con ella el jueves siguiente.

Había encontrado de donde sostenerme, por un tiempo al menos. Aunque estuvo a punto de caérseme a pedazos cuando en la primera ida a comer me dijo que ella también era cristiana. No juzgo a la gente por la religión que profesan porque no me gusta que lo hagan conmigo, pero ya saben la fama que tienen los cristianos. Santurrones y moscas muertas (dicen). Con mis reservas, seguí adelante. Para mí no tiene importancia la religión de la gente, pero para ella sí, por eso lo mencionó, quería estar segura que yo estaba bien con la situación. Y sí. O no mal al menos. ¿Qué más podría perder?

No me enseñó nada que no supiera ya. Historias de La Biblia, parábolas, metáforas, interpretaciones personales y particulares, y generales. Hablamos de dogmas, de lo absoluto y lo verdadero. Me sorprendió pues nunca había conocido a nadie que supiera tanto de religión, de la religión cristiana y de otras. El conocimiento me excita, pero ella me dejaba sin palabras, y pocas veces me han dejado sin argumentos. Temía parecer estúpido. Y entonces hablábamos de otras cosas.

Me llevó a su templo, me invitó a sus reuniones y acudí con gusto. Nunca intentó que me convirtiera al cristianismo, ni siquiera lo sugirió, yo estaba sólo de oyente. De todos modos, nada tenía yo, nada le pedí y así todo me lo dio. No fue de ella de quien me agarré en esos momentos de vacío del alma. Fue de Dios. No el dios de los cristianos, no el dios de los católicos, sino la idea de un ser superior al que le vale soberana sombrilla lo que haga con mi vida, que si me dejo arrastrar al desastre es muy mi pedo, pero que siempre va a tener una mano para tenderme si es que quiero salir. De la idea que comparado con el absoluto, soy nada, aunque aquí lo sea todo, aunque para alguien lo sea todo, aunque yo tenga la completa seguridad que lo soy todo. Así cómo Él, ego sum qui sum ...

Y Marisel me enseñó que por la carne también se llega al cielo. Siempre había creído que los cristianos eran muy recatados, nada de alcohol, de cigarro, mucho menos de drogas, el sexo necesario para reproducirse (estando casados, claro); al menos eso es lo que pregonan a voz en cuello la mayoría de ellos, aunque en privado se desdigan de todas sus afirmaciones. No Marisel. Ella no tomaba ni fumaba, eso me pudo encantar, pero detrás de la puerta de la habitación, no había dogma ni mandamiento que valiera más que el del deseo. ¡Dios! Sabía tantas cosas y se movía de una manera, me tocaba como nadie jamás me había tocado ni nadie nunca lo ha hecho de nuevo y me besaba con un hambre y una entrega que no he vuelto a ver en la vida. Si hablando de religión me dejaba bien estúpido, haciendo el amor, peor. O mejor para tal efecto. 'Lo que la carne une no lo separa ni Dios, ni el diablo, ni la muerte, ni el olvido'.

Infelizmente, una de mis dos neuronas hizo corto circuito cuando la inevitable pregunta llegó. 'Y tú y yo, ¿qué somos?'. No supe responder, no quise. Me apendejé y solamente la miré marchar. No volvimos a saber de nosotros. Ocasionalmente la he topado en la calle, en camino a su templo o con su mamá del brazo, pero nunca con un hombre. No nos saludamos. Es raro. Pero era obvio, yo lo sentía obvio. No estaba listo para una relación comprometida. Así como no lo estoy ahora, me gustaría que así como me entendió mejor que muchas, lo hubiera entendido en ese momento. Mucho drama se hubiera evitado y acaso un tiempo más de completez hubiera existido, y ya sabemos lo que el tiempo es capaz de lograr.

Pero las cosas pasan por algo. Y esta vez no me dejó cuando las cosas parecían ir mejor. Ja.

Doh.




Parte de esta serie:






¡¡¡ letem bi lait !!!

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... Gracias Dios por los dones que voy a recibir ...