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domingo, 1 de febrero de 2015

… Si no puedes ser Súperman ...

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... sé Batman.

Le dijeron alguna vez a un muchacho enclenque con un talento trabajado para el futbol americano a nivel colegial en Estados Unidos. Un tipo que apenas pudo ser titular en su último año de elegibilidad y que llegó de rebote a la NFL después de otros ciento noventa y ocho jóvenes cuyos nombres se han perdido de la memoria colectiva (incluyendo el infame Chad Pennington y el infravalorado Marc Bulger). Este joven maravilla, fue tomado también por los Expos de Montreal para jugar como catcher al béisbol profesional. ¡Suerte para todos que no lo hizo!

Suerte y no, porque si con algo ha malabareado Tom Brady -sí, obviamente hablo de Tom Brady, por mucho que me duela- es con la suerte. La buena y la mala. Para él y para mí. La mala suerte de Drew Bledsoe, el súper estrella quarterback de los Patriots que se enfilaba a su segundo Super Bowl y se lesiona en la antesala de su segunda oportunidad para conseguir el trofeo Vince Lombardi, dejándole el corazón roto a los fans de Boston y el camino libre a Tom Brady para que comenzara su leyenda.

Justo ese Super Bowl, en el que los Patriots enfrentarían a los ultra favoritos Rams (con el mágico Kurt Warner, cuya historia es aún más fascinante) fue el único en el que sentía cierta simpatía por los de New England, derivada como siempre de mi predilección por la Conferencia Americana por un tema de gamas cromáticas y transmisiones televisivas, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión. En fin que Patriots lo ganó en última instancia no gracias a él, que sin embargo fue designado como MVP (Most Valuable Player). Y siendo un novato encumbrado, pidió permiso a su coach para ir al viaje a Disneyland que el patrocinador regalaba siempre al jugador más valioso del Super Bowl. Tan humildito que era antes y tan gañán que se volvió.

Porque Tom Brady es el mejor quarterback de toda la historia del futbol americano, ni siquiera yo lo puedo negar. Pero yo lo odio con toda mi alma. Por todas las veces que ha roto mi corazón destrozando sin piedad a los Dolphins, ganando apretadamente en el soleado Miami y apaleándolos ferozmente en las nieves eternas de Foxboro. Por toda la presunción que sin duda merece. Por ser él, pues. Por ser el pupilo del tipo más despreciablemente bueno entrenando futbol americano también de la historia: Bill Bellichick, un nacazo y tramposazo impresionante que tuerce las reglas a conveniencia y que ha gozado de una impunidad lamentable, pero en fin.

La historia le pertenece a Brady y yo, aunque disfruto enormemente una derrota de los Patriots como si fuera una victoria de la humanidad, me siento afortunado de haber visto su carrera entera, siendo que me perdí los mejores momentos de Joe Montana y lo ví solamente repartiendo su magia allá en el Estadio Punta de Flecha, que aprendí a amar a Dan Marino aun con sus partes biónicas y su necesidad de ser armado después de cada jugada y su tristísimo adiós, que sufrí a Peyton Manning y su frigidez, que encontré un campeonato de fantasy gracias a -Dios me perdone- Mark Sánchez, que hice que Astrid se volviera fan de Drew Brees, que idolatro para siempre a Eli Manning por tener la onza para madrearse a los Patriots, y sobre todo que tuve todo este año un incalculable man-crush con Russell Wilson y con Marshawn Lynch.

El mejor de la historia regresará el próximo año para que todos lo podamos seguir odiando, mientras él solamente hace lo suyo, para lo que se ha preparado seguramente desde hace más de veinte años, termina ganándole a Miami, vuelve a su mansión millonaria y se coge a su esposa: Gisele Bundchen.

HDP.




¡¡¡ letem bi lait !!!




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lunes, 5 de enero de 2015

PELANDO LA BANANA. Los dominicos. Volumen VII.

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Durante mucho, mucho tiempo, supe que mi mejor destino en la vida era ser un padre. Jamás, ni en mis horas más oscuras, renegué de la posibilidad de reproducirme. Era un padre desde siempre. Mis daddy issues tienen todo que ver, pero no importa, no quería ser un padre para redimir al mío ni mucho menos. Lo quería y punto.

Y aquí estábamos Astrid y yo, llegando a la casa con compañía. Dos seres pequeñitos en cuerpo, pero muy grandes en cariño, muy grandes en corazón y muy grandes en deseo. Dos seres pequeñitos que habían robado el corazón de dos familias unidas en una, y que ahora ya estaban en casa para iniciar su viaje en esta vida petaca. Era el sábado dieciséis de julio de dos mil once, y salíamos los cuatro juntos del hospital sin secuelas ni problemas mayores. Con todo el miedo del mundo para meter a esos pequeños en los bambinetos y a su vez, los bambinetos en el coche, y todos en el coche y de ahí a la casa.

Ellos seguían dormidos y dormidos se la pasarían la mayor parte del tiempo en un par de meses por lo menos. Esa primera tarde la dedicamos a tomar fotos, cargarlos de diferentes maneras, abrazarlos, intentar sostener a los dos a la vez, pero sobre todo a mirarlos eternamente, mirarlos como eran, aprender como eran, quererlos como son. La primera noche en casa fue difícil. No dormimos nada; ellos, toda la noche. Con dos sillas del comedor de cada lado y sobre ellas los bambinetos y dentro de ellos los niños envueltos en mil cobijas y sábanas y almohaditas para sostenerlos y que no se voltearan. Sobra afirmar que cada cinco minutos nos levantábamos a verlos, poner la mano en el su pechito para sentir su respiración, cerciorarnos que no se hubieran dado vuelta, y demás cosas que se tienen que cuidar en recién nacido.

Y luego la fórmula cada tres horas, nos levantábamos los dos a preparar dos onzas de leche para cada uno, con agua hervida y medidas justas en unas mamilas diminutas. Luego, cada uno agarraba su asignación y empezaba el largo y complejo procedimiento de dar de comer a un recién nacido, revisar y cambiar el pañal, todo con el mayor cuidado de no despertarlo o incomodarlo de alguna manera, pues los grititos, aunque suaves, podían despertar al otro y seguir así por horas, o eso decían. Porque desde ese día se mostraron completamente ignorantes de la existencia de su respectivo hermano, o quizá no, tal vez sólo estaban tan acostumbrados a su presencia, que el llanto de uno no importunaba al otro en lo absoluto.

El día siguiente no sería diferente. Llegaron las primeras vistas, quienes por cierto, nos volvieron a aconsejar dormir cuando los bebés durmieran, que era básicamente todo el día, así que la sugerencia se volvió punto menos que imposible. Para la noche la estrategia cambió. Astrid y yo, repantingados cada uno en su lado de la cama, con el nido de bebés en el medio. Considero ocioso afirmar que tampoco dormimos nada, incluso fue peor, pues el miedo racional de aplastar bebés nos dejó contracturas dolorosas y a Astrid un dolor en el hombro que no desaparecería ya durante muchos, muchos meses, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.

Mi licencia raquítica de paternidad vencía hasta el siguiente miércoles, así que el lunes seguíamos instalados en el insomnio, cuidando bebés, cambiando pañales, preparando mamilas ínfimas e infinitas, y por la noche de nuevo un cambio de rumbo. El cuarto de los bebés estaba listo desde hacía meses, dos cunas/camas y un par de muebles para su ropa. Al ser ellos tan pequeñitos, decidimos colocarlos en la misma cuna, atravesados, cada uno en su cojín anti-reflujo y con sus respectivos topes para evitar el rodamiento. Bien armados con el transmisor con sensor de movimiento y no sé qué más, nos fuimos a dormir con la encomienda de despertar en tres horas para la mamila correspondiente. Ellos, como siempre, durmieron como los ángeles; nosotros, un poco mejor, pues ya sabíamos que sólo uno se levantaría y daría de comer a los dos, cambiaba el pañal de los dos, para al menos tener seis horas seguidas de sueño cada uno, si no de sueño, al menos si de reposo, acostados.

Así transcurrieron los días, hasta que pudieron salir por primera vez al sol. Cual vampiros, la luz natural les aterró. Jamás olvidaré sus caras arrugadas y sus manos intentando bloquear la luz que llegaba a sus ojos cerrados. Con la ropa enorme y las manos flacas, comenzaban su andar por la intemperie. La historia sigue y seguirá por mucho tiempo. Y cada vez hay más que contar, pero los primeros meses fueron de una preocupación infinita, incluso un par de sustos tremendos y la inevitable visita al hospital, para quedarse.










Parte de esta serie:







¡¡¡ letem bi lait !!!







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martes, 1 de febrero de 2011

... Eco, ¿dónde estás? ...

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No soy semiólogo ni semiótico yo, ni nada parecido. Suelo no entender o entender todo mal. Tampoco soy un perro que se pone de panza cuando va a llover y mucho menos entiendo el porqué las abuelitas juran y perjuran que eso sucede en la realidad. No entiendo mucho de simbolismo y en el pasado he cometido errores que no por no ser garrafales son menos graves, al malinterpretar ciertas señales o ciertos gestos o ciertas muecas o ciertas palabras.

Tampoco soy muy dado a pensarlo todo más de una vez, a menos que sea en verdad importante. Soy un convencido de que una acción siempre genera una acción, aunque también pienso que no necesariamente tiene que ser ni de la misma fuerza ni en sentido opuesto. Newton no se equivoca, pero el pensamiento científico, crítico y experimental se cierra siempre al conocimiento intrínseco del ser humano. Miles de sensaciones que no tienen un fin último ni un objetivo delimitado, cientos de millones de conexiones y reacciones químicas no pueden darse por descontado ni mucho menos pueden ignoraras.

Es por eso que uno de mis profesores favoritos de toda la vida fue uno del que ya no recuerdo su nombre, y sin embargo me enseñó más de lógica mediante la interpretación de mis sueños que valiéndose de los silogismos tan redundantes. Los sueños pueden o no ser proféticos y/o representativos de la realidad. Mis sueños recientes acaso revelan mis deseos más profundos, y sin embargo, conscientemente sé que desde donde esté, me mira, nos mira y nos cuida ...


¡¡¡ Letem bi lait !!!

sábado, 31 de julio de 2010

... Cachetotes de manzana ...

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(Nada que ver con Cachetitos de manzana)


únicamente para reivindicar los derechos de los rojos. ¿Los rojos? Sí, todos aquellos a quienes, como se dice vulgarmente, se nos suben los colores al rostro; todos aquellos que con la sola mención de cualquier cosa nos ponemos como tomate / manzana / camarón; todos aquellos que, como yo, nos sentimos más avergonzados de la repentina coloradez de nuestras mejillas que por el objeto mismo de la verguenza.

No es agradable sentir ese calor entre los pómulos avisando que el enrojecimiento se aproxima lenta pero inexorablemente; mucho menos cuando viene, de manera inevitable, del consabido sonsonete burlón: "Miiraaaaaa, se puso bien rojooooooo".

Los perpetradores de dicha malaondez parecen taurinos (a propósito). Disfrutan al ver correr sangre, sólo que en vez de verla correr por los ruedos, su placer es ver nuestra sangre recorriendo los vasos que atraviesan la cabeza. No, no, no, no. Escribo esto y me hierve el líquido hemático. No está padre.

Padres, no lo fomenten en sus hijos; hijos, no lo permitan de sus padres. Todos tenemos derecho a tener la cara del color que las circunstancias lo determinen. ¡No está padre! No es necesario restregarle en la roja carota al infortunado sujeto su subida coloración. Lo sabe, créanme que lo sabe. Lleva toda la vida sabiéndolo. Incluso, ese episodio lo sintió desde antes.

Es como una llama súbita que crece en el pecho quitando temperatura del resto del cuerpo, únicamente para correr de inmediato al rostro, las manos y los pies enrojeciéndolos, haciéndolos sudar y voltear los ojos en todas direcciones buscando una mirada empática donde hallar cobijo. Obviamente jamás la encontrará. Si hay otros rojos presentes, evitarán su mirada pues al ser testigos, recordarán inevitablemente las situaciones en las que ellos mismos estuvieron siendo ridiculizados igual. La empatía llegará, pero serán incapaces de sostenerle la mirada.

Todo eso, mientras las risas de los no-rojos se escuchan en segundo plano. ¡Snif!




¡¡¡ letem bi lait !!!

martes, 1 de junio de 2010

... Words of wisdom ...

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Me he evitado por todos los medios leer o ver o escuchar o algo sobre el par de conciertos que Paul McCartney, reseñas, críticas, podcasts, programas de televisión, etc. Todo esto, claro, después de haber vivido una de las experiencias más sui generis de la vida. No es por nada, pero las sesenta mil personas menos una que vieron al músico bajo la lluvia (las personas, no el músico) me vienen valiendo reverenda sombrilla. Era un mundo subpluvial en el que sólo cabíamos dos. Una especie de burbuja parejera que nos aislaba, a ella y a mí y nos inundaba de melodiosos temas interpretado por el más grande de los Beatles vivientes.

El hombre que regrababa las canciones después de que sus felas escarabajos salían del estudio para cambiar un par de notas que no le parecían, tocando cada uno de los instrumentos con la misma o mayor maestría que los ejecutantes originales.

El pasado viernes, el concierto en el mejor escenario en el peor lugar (el caos a la salida lo demostró) distaba un par de horas de comenzar cuando mi amor de mi vida mía de mí y yo llegamos sin tráfico y con expectativa de lluvia. Parecía que llovería, aunque las nubes sobre el Foro Helios, traviesas, se contoneaban al ritmo de la música amenizadora de la espera; iban y venían asustando a más de un gremlin que se paseaba entre los pasillos de la sección platino. Nada más que sillas de fiesta cubiertas por una módica bolsa de plástico destinada a hacer las veces de impermeable cuando Tláloc hiciera su triunfal aparición para llorar a los caídos y emocionarse con las leyendas.

La luz natural se acababa y mientras la espera se volvía desespera, mi mente volaba dieciséis o diecisiete años en el pasado cuando mi madre quería que yo aprendiera a tocar la guitarra. Recuerdo perfectamente mi primera guitarra, café de atrás y amarilla de adelante, con cuerdas de metal que me lasrimaban mis dedecitos. Yo le decía a mi santa madre de todos los ángeles que no quería ir a clases de guitarra, que mis dedecitos regordetes sufrían, primero al cargar un pesado estuche negro de mafioso y segundo, al inmolarse con tan agresivas cuerdas de lámina filosa. "Voy porque tú quieres, no porque yo lo desee", siempre era mi respuesta. Mi madre solía callarme la trompa con una simple frase: "Tienes que aprender para que le cantes a tu papá Let it be". ¡Sopas!

Let it be era justamente la canción que me estaban enseñando. He de decir ahora que el profesor de guitarra no era para nada bueno, es decir, tocaba muy bien (la guitarra) pero no enseñaba muy bien a tocar (la guitarra). Todo lo que aprendí en el tiempo que fui a clases fue a pisar ciertas cuerdas en ciertos espacios con los dedos de la mano izquierda y a pellizcar con el dedo índice y el dedo mayor de la mano derecha la cuerda correspondiente en el agujero... y las notas se iban por el agujerooooo. Aprendí la melodía de Let it be, las mañanitas, Yesterday y ya. Las he olvidado ahora, así como olvidé el Himno a la alegría y Martinillo.

Mi padre, en ese entonces recién separado y divorciado de mi mamá, era demasiado joven como para haber sido fans de The Beatles en su apogeo, aprendió a escucharlos por sus hermanos mayyores, me imagino. Yo me acuerdo del disco blanco que nunca escuché en acetato, pero sobre todo de Sgt. Peppers con su portada multicolor y su reverso con las letras de las canciones y Paul de espaldas. Recuerdo sobre todo mi canción favorita de ese disco: She's leaving home... canción que a nadie le gusta, o al menos nadie le presta atención jamás, pero que tiene la letra más desgarradora que un padre pudiera escuchar. Entonces yo estaba lo más lejano que se pudiera a la posibilidad siquiera de ser papá. Ahora, el momento está cerca, y esa canción me parte el alma más que nunca.

Lo único que tenía claro es que desde siempre he sabido que la canción favorita de la vida de mi papá fue precisamente Let it be. Mis daddy issues volaban y se entregaban al maremoto de abrazos con Astrid y notas con Paul y palabras y luces tintileantes y agua cayéndome en el rostro y agua saliendo de mis ojos (verdes, hermosos).

Las luces se apagaron, Paul McCartney se sentó al piano y los acordes universales comenzaron. Tun tuntuntun "When i find myself in times of trouble...". El chillido de la muchedumbre (aaaaaaaah) se escuchaba a lo lejos, pero yo sólo miraba al hombre de casi setenta años, casi nada encorvado ante el majestuoso piano cantando, sintiendo. En ese momento, las palmas de mis manos se abrieron, mi mirada se dirigió al cielo desde donde caían las lágrimas de mi padre por saber que yo estaba ahí, quizá cumpliendo uno de sus sueños o quizá no, pero estaba escuchando su canción favorita de la propia voz del autor y siendo ejecutada por sus propias manos. Me rendí, mi garganta se abrió y las estrofas salieron como si no fuera yo quien las cantara. Y no era, o en parte.

Solamente me faltan siete años para tener la edad que tenía mi papá cuando se murió. No sé de qué manera medir mi vida comparada con la suya, acaso no lo quisiera tampoco; lo que sí sé es que aunque no sea ni la mitad del hombre que puedo llegar a ser, sí soy muchísimo más del doble del hombre que era hasta hace un año. No debo cargar el mundo sobre mis hombros y sin embargo no me pesa ni me pesará jamás hacerlo, por ella, por ellos. Las noches solitarias están a punto de acabar y toda la completez que siento en mi pecho se multiplicará exponencialmente.

Terminó Let it be y el silencio se rompió con un atronador aplauso que no pudo sacarme de mis pensamientos. Astrid estaba junto a mí, cómo desde siempre debió haber sido y como siempre será. Cerró los ojos, y entonces la besé ...








¡¡¡ letem bi lait !!!

lunes, 14 de diciembre de 2009

... Quince años, cero piedras, cuatro escenas ...

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It's not time to make a change,
Just relax, take it easy.
You're still young, that's your fault,
There's so much you have to know.
Find a girl, settle down,
If you want you can marry.
Look at me, I am old, but I'm happy.

I was once like you are now, and I know that it's not easy,
To be calm when you've found something going on.
But take your time, think a lot,
Why, think of everything you've got.
For you will still be here tomorrow, but your dreams may not.



No necesito gritar en donde ya las voces se han apagado. No tiene sentido. Estoy solo, sí, aunque suene egoísta. La luz de tu mirada se ha extinguido hace tiempo ya y yo ni siquiera recuerdo la última vez que te vi, que me abrazaste, que me dijiste campana, que comimos juntos, reíamos y me enseñaste de futbol.

INTERIOR DÍA.
21 de junio de 1994. Argentina contra Grecia. Mundial Estados Unidos '94. Golazo de Maradona. Restaurant Manuelito's. Mi papá, mi hermano y yo. El juego en la tele. Sonido ambiente. Sin diálogos.
Fade.

¿Por qué tu voz se ahogó? ¿Por qué te perdiste en la noche? ¿A dónde escapaste? ¿Y por qué no puedo seguirte? No tengo ni el recuerdo de un doctor de bata y cabellera blanca acercándose a la familia, que con la sonrisa demacrada escuchara decir que sólo quedaba esperar.

EXTERIOR DÍA.
Algún día de 1994 entre octubre y noviembre. Clínica de Especialidades Blablabla. Mi hermano y yo encerrados en el coche. Mi madre dentro de la clínica. Mi abuelo fumando afuera del auto. Corte a: Mi madre regresando al auto limpiándose los ojos. Todos regresando a casa. Silencio.
Fade.

Fue un golpe doloroso el creer que mi nombre se borró de tu memoria, que no quisiste verme para cuidarme, pero a cambio me quedó la incertidumbre. Tiempo después mi mamá nos confesó que prefería que te recordaramos sobre el escenario, bailando y cantando; o sentado en la casa, leyendo, con tu chaleco rojo y el vaso alto también rojo lleno de té de canela. No quería que vieramos en lo que te habías convertido: Un hombre postrado ante una cama, con el color perdido, manchas hepáticas por todos lados, y en agonía de muerte, así como mueren los enfermos de cirrosis. Ajá, té de canela y vodka.

EXTERIOR/INTERIOR DÍA.
15 de diciembre de 1994. Escuela secundaria. Mi madre hablando con la directora. Mi hermano y yo esperando, de nuevo en el coche. Corte a: Ambas saliendo, la directora nos abraza y derrama algunas lágrimas. No dice nada. Corte a: Mi madre, mi hermano y yo en la casa. Su papá murió hoy en la mañana.
Fade to black.

Si sólo te hubiera dicho adiós, si sólo hubieras sabido la admiración que te tenía, que te tengo a pesar de todo y a pesar de tanto y a pesar del tiempo. Pero callé y me arrepiento. Me arrepiento de en algún momento no haber querido verte y haberme guardado tanto. Tantas palabras que pudieron darte una sonrisa, quizá la última.

EXTERIOR DÍA.
Algún día antes de navidad de 1994. Cementerio. Mi madre, mi hermano y yo buscando. Búsqueda fallida. -Mi padre enterrado en una tumba sin nombre. La misma tumba de su padre, mi abuelo. Su madre, mi abuela, quiso para él una muerte anónima. Mi madre, ocupando su tiempo en ser fuerte para sus hijos, no tuvo la fuerza para luchar contra eso. No la culpo.- Nos abrazamos. Corte a: Flores en el piso.
Fade out.

Tú caminas los senderos de la redención purgando las culpas que pudiste o no haber tenido en vida. Y yo, yo ni siquiera tengo una piedra con tu nombre en donde llorarte ...


All the times that I cried, keeping all the things I knew inside,
It's hard, but it's harder to ignore it.



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¡¡¡ letem bi lait !!!

martes, 7 de julio de 2009

PELANDO LA BANANA. La cáscara. Volumen VII.

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"Desde el principio hasta el final no hay una sola cosa recta, sólo es posible una pregunta. ¿Juegas?"
David Grossman



El olor a podrido que emana de las yemas de los dos pulgares de mis manos me marea pero sobre todo, hace que inexorablemente la recuerde. Cinco veces he votado en la vida. Dos para presidente, una para gobernador y con la de este domingo, dos elecciones intermedias de diputados (y para presidentes municipales y diputados locales que siempre vienen pegadas). He de decir que siempre voto por el mismo partido, aunque en las federales de 2006, caí en la tentación del seductor baile del hipopótamo y di uno de tres votos para Nueva Alianza. Total que siempre voto por el mismo color y tengo la dicha de estar invicto en las elecciones presidenciales. Dos votadas y dos ganadas. Pero por el contrario, dicho color no me ha hecho ganar ni maiz en elecciones locales, ni gobernador, ni presidente municipal, ni diputado federal, ni local, ni senador. Jamás. Pero en fin. Maldición de vivir en municipio amarillo.

Una de las relaciones más intensas que he tenido se dio dentro del contexto de la agitada campaña electoral de 2006. Ella, pobrecita, es hija de un politiquillo de rancho, que se ha dedicado toda la vida a chupar del presupuesto municipal, estatal o federal. Parte de la desbandada que abandonó el barco tricolor en 1987 para sumarse a la campaña de Cárdenas contra Salinas (primera elección de la que tengo vagas memorias). Después se juntó con los amarillos y así ha seguido, ha sido diputado local creo que dos veces, parte del ayuntamiento otras tantas y derrotado una vez que contendió para la alcaldía. Y su daltonismo (por no poder ver los colores correctos) se le pasó a su hija por herencia. Bueno, no tengo porqué defenderla, ella sabe lo que hace, pero en ese entonces (no sé ahora) era furibunda defensora lopejobradorijta.

La conocí en una fiesta. Mira si es grande el destino y esta ciudad es chica. Yo celebraba junto con los compañeros de la maestría el término de la misma. Me había salido antes que todos del examen de Estrategias de Distribución (ya lo había terminado) para pasar por Elizabeth. Iríamos todos al bar de mi hermano a festejar el término de dos años de materias poco aprovechables pero que se ven bien en el papelito. Había invitato a Elizabeth a acompañarme y sería nuestra primera cita.

Ese día fue el inicio de Elizabeth y Luis, y además había contactado a una excelente dealer de memorias usb. ¿Su nombre? Edith. Amiga de una amiga de un amigo de un amigo. O algo así. La historia siguió su curso, Elizabeth se iba y volvía, ella en toda su intermitencia y yo en toda mi permanencia funcionábamos de manera regular, o eso parecía. Por primera vez compré una monstruosa (en ese entonces) memoria de cinco gigabytes, carísima. Edith y yo charlábamos por msn también de manera regular, sin pretender nada, ni querer nada.

Un día, en noviembre, recibo un mensaje en el celular pidiendo por ayuda desesperada. Me encuentro con Edith en el centro, ella llorando como una magdalena porque su hombre la ha abandonado. ¡Oh cielos! Si hubiera leído correctamente las señales mucho se habría evitado, pero también mucho se habría perdido. Edith no tenía con quien hablar y me habló ya como último recurso, la hice reir y se tranquilizó. Una semana después, Elizabeth, su hijo y yo fuimos de vacaciones a Mazatlán. Casi me cuesta morir ahogado en la alberca asesinado por una novia celosa, una llamada de Edith a mi celular, de madrugada y de nuevo llorando por un nuevo abandono de su hombre. Dos en menos de un mes. Era de preocuparse, sin embargo no lo vi venir. No del todo, creo.

Con la llegada de diciembre, Elizabeth se fue a Los Angeles y yo no prometí esperarla, mis nalgas se cansaron de estar sentado decidí que todo había terminado y entonces entró Jimena por la puerta de mi oficina y pasó lo que pasó. Me sentí tan culpable, que hice lo mismo que Edith había hecho en alguna ocasión. Le llamé para contarle mis penas.

El año nuevo trajo consigo una inesperada amistad, complicidad y camaradería entre Edith y yo, iba a visitarme a la oficina al menos dos días a la semana saliendo de la escuela. Estudiaba ingeniería en electrónica y telecomunicaciones, creo. Nos fuimos haciendo más y más unidos y aunque en el fondo yo seguía extrañando a Elizabeth, salía con Edith como amigos aún pretendiendo nada, y salía también con Jimena, también pretendiendo nada pero lográndolo todo.

La convivencia con Edith llegó hasta donde tenía que llegar, comenzamos a sentir cosas, conocí la historia de los abandonos patológicos de su hombre, terminaban y volvían, terminaban y volvían y todo de nuevo, interminablemente. Yo no tenía autoridad alguna para juzgar, lo mismo tenía yo con Elizabeth, lejos, pero nos extrañábamos, lejos, pero juntos. Juntos, pero eso no me impidió encandilarme con los sensuales labios de Edith, tipo Angelina Jolie región cuatro bananero. Nada había pasado entre nosotros, pero era evidente, nos quemábamos por dentro. Un día, en febrero, después del cumpleaños de Elizabeth, decidí dejar de pensarla y esperarla tácitamente, un día después salí con Edith y juro por los cielos más sagrados, que jamás en la vida he sentido tantas ganas de besar a alguien como esa tarde/noche. Pero diablos, ella había vuelto con su hombre, también un día antes.

Irónicamente y como si todo fuera una mala película, Elizabeth volvió de Los Angeles ese lunes y como resulta obvio, corrí a su encuentro, todo era dichoso de nuevo, pero entonces sucedió el enroque. Edith llegó a buscarme a la oficina el martes por la mañana, mi socio, ignoto de la situación tan enredada solamente le dijo que me había tomado la mañana libre para ir a ver a mi novia. ¡Demonios! Por supuesto, me buscaba porque había vuelto a romper definitivamente con su hombre. Hablamos en la noche, le conté todo y ella a mí. Le confesé mis dudas y ella prometió no dejar de verme. Lo cumplió.

No pasó ni una semana cuando Elizabeth volvió a irse, a Mérida esta vez, de ahí saltaría a Cancún para quedarse una buena temporada. Y Edith seguía ahí. El día más genial fue cuando fuimos al cine a ver 'Una película de huevos' y después a la feria. Era domingo y ella tenía clases el lunes, por lo que debía estar en su casa a más tardar a las doce (reglas estrictas de su padre, según); pero era la clausura de la feria y el tiempo nos pasó volando, como pasa el tiempo cuando la pasas perfecto. Con el pequeño, pequeñísimo inconveniente de que al salir, a lo lejos vimos al ex hombre patológico con una rubia y ella se quedó pensando en eso todo el camino de regreso. Decidí no besarla (otra vez) debido a ello, no quería que fuera por una revancha de su parte ni nada parecido. No hubo la oportunidad. Cuando estacioné el auto a la entrada de su casa, oigo toquidos desesperados en mi ventanilla y me asusto horrible. Era su padre, en ropa de dormir y con una jeta de que se lo llevaba el diablo. Cierto que eran las tres de la mañana y cierto también que su hija llegaba con un desconocido y con cierto aliento alcohólico (ni tanto). Me gritó, o eso creo y arrastrándola la llevó adentro, ni tiempo tuvo de despedirse de mí. Rechinando llantas me fui de ahí enojadísimo.

No volvimos a vernos hasta mi cumpleaños. Por primera y única vez en mi adultez hice una fiesta enorme, casi cien invitados de los cuales llegaron sólo sesenta, aún así muchísimos. Todos reclamándome porque estuve todo el tiempo con Edith. Fue genial, se llevó de pelos con mi abuelo y con mi mamá. Pero en algún momento, algo se rompió dentro de ella o la cerveza le hizo efecto gacho o se le cruzaron los cables. El chiste es que se disculpó, y cual picadora de cebolla se encerró en el baño a llorar a mares. No sabía que hacer. Mi mamá le dio café y la llevó a dormir. Yo le llamé a una de sus amigas para que fuera por ella, no podía llevarla yo a su casa en ese estado, de por sí su padre me odiaba, piorrr.

La siguiente semana fue a la oficina a verme muy apenada. Me dijo que estaba enamorada de mí, y que sabía que yo lo estaba de ella, que por eso no podíamos vernos más (¿?). -De esos argumentos femeninos tan absurdos pero tan comunes que seguramente pronto abarcaré con más amplitud-. No había nadie en la oficina. Cerré la puerta, preparé una cámara en el set de chroma y la senté frente a ella con un monitor para que pudiera verse. Y a mí. Nos lo dijimos todo. Lo que sentíamos, lo que queríamos, lo que pensábamos y lo que estábamos dispuestos a hacer. Nos besamos por primera vez y fue, fue, fue mágico, hasta que el calor nos quemó lo suficiente como para querer más. Desnudos en mi oficina, sin condones, me rehusé a hacerlo. Simplemente sin condón no puedo, no quise. Se vistió enojadísima y se fue sin dirigirme palabra alguna.

Esa sensación de abandono y pesadumbre no me dejó hasta que volvió. El día de la inauguración del mundial de futbol Alemania. Sabía que no me iba a perder los partidos así que fue directo a mi casa. Sin hablar nos dijimos todo, nos perdonamos lo que había que perdonarse, y ahí sí, con los condones suficientes y necesarios, cogimos como si hubiéramos cogido toda la vida. Como dos amantes experimentados y doctorados en el cuerpo del otro, o así lo sentí. No se si hayan sido las ganas o en verdad algo más trascendente, pero pasó. Como pasaría casi diario a partir de entonces.

Las campañas presidenciales agarraban vuelo para entonces y los debates entre ella y yo eran monumentales, que López, que Calderón, que el compló, que el mesías tropical. Disputas que invariablemente terminaban en acostones de antología. Intenso, intenso todo, y por lo tanto fundamentalmente corpóreo. De esas veces cuando la piel siente tanto que trastoca el corazón y los sentimientos, y los confunde, creo.

El dos de julio había que ir a votar. Sabía que el domingo con ella estaría arruinado pues sería representante de su partiducho en una casilla. Fui, voté, compré refrescos, café y chucherías para llevarle. La vi extraña, sin ganas, como triste. Hablaríamos en la noche, lo prometió. Pero esa llamada nunca llegó. Yo marqué y no obtuve respuesta. Tampoco el lunes, ni el martes, ni el miércoles.

Hasta el jueves, el hombre patológico contestó mi llamada. Ocioso es decir lo que pasó, resulta obvio. La patología le ganó a la piel, o al corazón, o a lo que sea que hayamos tenido. Me destrozó, pero sólo por unos días. Lo dicho, como de película, Elizabeth volvió a curarme las heridas para volverlas a abrir de inmediato regresando a Cancún.

Esa semana, mi hermano se muda del departamento, Jimena viene a vivir conmigo y Valeria llegó a mi vida.

Mucho pasó en poco tiempo. Mucho, tanto que no me dejó tener un duelo especial por la pérdida de Edith. Ni con el tiempo. No le guardo rencor. Conmigo se quedaron los poemas que escribí para sus dibujos (aunque estos se hayan perdido). Al menos me regresó Diablo Guardián antes del fin. Fiuf.




Parte de esta serie:





¡¡¡ letem bi lait !!!

sábado, 20 de junio de 2009

... Y despertar tan cerca de tu tibio aliento ...

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¡Traigo noticias frescas!


Son las siete con cuarenta y ocho minutos de la mañana del sábado veinte de junio de dos mil nueve y acabo de llegar a mi casa. Pero no se dejen llevar por el título de la entrada. No he despertado. Lo bueno de la ñerez inherente en mí, es que puedo poner como títulos, frases de canciones gruperas o de banda o de salsa (Me encantaría - Banda Pequeños Musical) y el refinado gusto de ustedes les impide saber de donde viene, así que queda como algo profundo e interesante que se me ha ocurrido.

No he despertado porque no he dormido, sin embargo, no hay una sola gota de alcohol en mi torrente sanguíneo, pero sí mucho gas de coca-cola en mi panza y café de calcetín en mis riñones. Reuniones de trabajo que degeneran en bacanal. Pfff.

Encontrábame yo en el Sanborn's más cercano, alrededor de las ocho y media de la noche de ayer viernes, platicando con Gabriel 'la Ardilla' y su webmaster sobre el posible proyectodenuestrasvidas generadorderiquezainmediata. Que al parecer está bien sustentado, bien definido y con los objetivos muy bien trazados. Todo esto de palabra, pero ya saben que papelito habla y el papel moneda me hace bailar. Muchas veces han intentado tomarme el pelo tratando de hacerme trabajar de gratis, pero ya no estoy para esos trotes, ¡no señor! Mi experiencia, habilidades y conocimientos se cotizan, si no alto, al menos si lo suficiente para sobrevivir de la manera en que estoy acostumbrado y me gusta. Ya sé que en época de crisis y desempleo cualquier cosa es buena, pero tampoco pienso regalarme. El lunes tengo una entrevista de trabajo por la mañana y por la tarde haré la contraoferta a 'la Ardilla' y sus secuaces. A ver que pasa.

Después de cinco tazas de café de calcetín y de desahogar las ganas enormes de hacer pis, un mensaje de 'Niña de Fuego' sacudió mi cadera: "'On 'tas, 'amos porai'?" (O algo así). Le pregunté dónde nos veíamos y llegué. Dos cocas de lata (yo, ella dos cervezas ¬¬) después nos salimos de ese antro de depravación y vicio y llegamos al bar de mi hermano, que presentaba un show cómico, mágico, musical. Me reí como un loco desquiciado ja, de verdad que hacía un buen tiempo que no me reía de estupideces como lo hice esta noche; 'Niña de Fuego' se reía a veces, pero la mayoría del tiempo sólo me miraba con curiosidad, cómo si no tuviera idea de lo que estaban hablando los comediantillos y pensara que me hacía falta alguna tuerca (y sí).

Terminando el show, salimos de nuevo, yo con toda la intención de llevarla a su casa, ella con toda la intención de seguir la fiesta. Para entonces el nivel de gas cocacolero en mi sistema era por decir lo menos, abundante. No tenía sueño y ella estaba un poco happy. Volvimos al primer antro de depravación y vicio y ¡oh sorpresa! Ahí estaba, con sus amigos, Carlos 'el Amigo'. Mi mejor amigo de la primaria, y vecino de entonces. Nos saludamos afectuosamente y comenzamos a platicar. 'Niña de Fuego' no sabía que hacer, al principio intentó entrar en la conversación (tan linda ella), pero poco tiempo pasó para que se diera cuenta que simplemente no podía seguir el paso de los recuerdos. Recuerdos que ocurrieron (algunos) cuando ella aún no había nacido. ¡Ouch!

Imagino, ahora que lo pienso fríamente, que todo el peso de la diferencia de edades entre nosotros le cayó encima en ese momento. Mi carga de memorias antiguas es enorme, cuasi-ilimitada (aunque falible, como bien lo demostraron ciertas anécdotas que serán narradas más adelante) y acaso dolorosa. La de ella no, no tanto, al menos. Y eso fue un golpe brutal para 'Niña de Fuego'. Me pidió que la llevara a su casa. Lo hice. Se despidió de mí con un beso en la mejilla. Ahí supe que se había acabado. No me pidió que la llamara como siempre lo había hecho. Se metió a su casa sin verme. Yo di media vuelta y regresé al cotorreo.

Conozco a 'el Amigo' desde que tenía cinco años y fuimos mejores amigos toda la primaria y parte de la secundaria, después cada quien tomó su camino y hoy, aunque nuestras realidades no tienen ya nada en común, lo que nos hace platicar por horas son los recuerdos, poco hablamos del presente, sólo lo básico, como marco referencial. Diferente a mi amistad con mi amigo, compañero casi hermano Anónimo (en este blog), pero ese es otro nivel.

Recordé como Cuéllar maltrataba a Ray. Como Eduardo decía tener los ojos más bonitos, tanto que hasta pupilentes azules se puso un día (iluso, ja). Éramos los defensores del universo: Carlos era Lotario, Israel el Fantasma que camina, Ray Mandrake y yo, obvio, Roldán el temerario.

Me enteré que había la opción de no bailar el vals cuando salimos de sexto. ¡Maldición, de haberlo sabido me habría evitado tamaña vergüenza! Mira que bailar con una niña con tetas incipientes, maquillaje con chapas pirujiles y tacones de diez centímetros no era tan agradable; menos tomando en cuenta que en ese entonces yo era más ancho que alto.

Supe quienes de nuestras compañeras ya eran señoras, quienes eran madres solteras, quienes se habían puesto buenísimas y al contrario, quienes habían engordado -para convertirse en- enormidades. Yo le conté quienes ya no vivían en la ciudad, o en el país, y también lo enteré del horrible y trágico traslado de Gerardo Rodríguez al inevitable valle de las calacas, hecho que sucedió en la esquina de la casa de mis abuelos.

Cuando íbamos en cuarto grado, a Carlos y a mí nos gustaban dos niñas de quinto. A él Giovanna y a mí 'la Covadonga' (nunca supimos su nombre, o quizá ese era -ja-). Tan buenos ligadores de nueve años que éramos, un dia nos tardamos en que notaran nuestra existencia. Al día siguientenos mandaron decir con sus hermanos que dejáramos de espiarlas en el recreo. Y ese fue el fin del idilio. 'La Covadonga' está ahora guapísima, buenísima y solterísima, pero ya no me gusta, se parece demasiado a su hermano amenazante y creo que un día de estos se nos queda calva.

Me acordé de Rebeca a quien ya había olvidado. Llegamos a la conclusión de que el mejor año fue tercero, cuando nos tocó a los cuatro en el mismo salón y además estaba Selene, Rebeca, Mónica e Isis. No, si nada más nos faltaba cantar como en Código Fama. A Ray, la maestra Alejandra lo castigó poniendo pegamento en su butaca y sentándolo ahí toda la hora del recreo; sobra decir que llegó a su casa con el pantalón puerquísimo. En otra ocasión, mandó traer una falda y un moño de la tienda de la escuela para ponérselos. Visto en retrospectiva, esa maestra debió ser consignada por abuso. Pero como era Ray, y todos maltrataban a Ray, a nadie le importaba.

Carlos es auditor de calidad en Panasonic. Rebeca se perdió en algún momento después de la prepa. Ray es misionero en Italia. Selene se casó el año pasado en Oaxaca, aunque ni ella ni su ahora esposo son de allá, nadie fue a su boda. Israel es chef y tiene su propio negocio de comida para llevar. Mónica también está perdida. Yo tengo un blog. Isis es bióloga marina, está soltera, sin trabajo y sin compromiso.

¡Aaaah, Isis! ¡Cómo me gustaba! De esas gustaciones a los siete años cuando todo es irrelevante, menos la vista de su cabello castaño claro muy claro ensortijado y sus pequitas hermosas sobre su cara. ¡Por supuesto! Ella tiene la culpa de mi fetiche por las pecas. El dulce amor de mi niñez temprana vive en Tijuana.

La pregunta es: ¿Correré a sus brazos? ¿O a los de Ella?


Son las nueve con trece minutos del sábado veinte de junio de dos mil nueve. ¿Cuánto me tardé escribiendo?

Dormiré ...




¡¡¡ letem bi lait !!!

jueves, 28 de mayo de 2009

... El último asidero auriazul ...

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o ‘... De cómo Hugo me salvó la vida ...’

o PELANDO LA BANANA. Crónicas Pueriles Vol. IV.
La cáscara Vol. VI.
El Licuado Vol. III.





Mis papás se separaron poco después del Mundial de Italia, en 1990. Ya tenía ocho años, pero no guardo recuerdo alguno, ni del proceso de separación ni de los partidos mundialistas. Quizá por no estar presente la selección mexicana gracias a los cachirules, en la televisión nacional no hicieron tanta alharaca. Curioso es que sí tenga algunas imágenes de dos años antes, clavados, esgrima y desfile, en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. Tenía seis años a la fecha y entremezcladas con los juegos, miles y miles de muñequitos G.I. Joe y Playmobile propiedad de mi primo-próximo-padrino Fer.

Como generalmente sucede, mi hermano y yo permanecimos con mi madre, y a ella no le gustaba para nada el futbol. Ni a mí, en la primaria prefería corretear a las niñas que jugar en el patio de tierra (que no era de tierra, era de piedras, literalmente); jugaba con Carlos ’el amigo’, con Selene y con Leticia, las recuerdo vívidamente. A Carlos y a Selene aún me los encuentro esporádicamente, a Leticia le perdí el rastro (tampoco que lo haya buscado mucho, la verdad). Pero bueno, como a mi mamá no le gusta el futbol, jamás en la casa se vio un partido por la televisión, ni siquiera cuando iba mi abuelo, aficionado de las Chivas de toda la vida. Yo fui a un estadio antes siquiera de ver el futbol en la tele, mi papá nos llevó a mi hermano y a mí a ‘La Bombonera’ a ver a los Diablos contra los Tigres y contra el Cruz Azul. No me encantó de primera intención, pero jamás lo olvidaré.

Tenía diez años y una noticia en el periódico de mi abuelo me causó curiosidad. César Luis Menotti dejaba la selección mexicana. Lo interesante para mí es que se llamaba como mi hermano y como yo, cosa extrañísima que jamás había escuchado. Después me enteré que era un campeón del mundo argentino que dejaba abandonado al tri, al equipo de todos, menos mío porque jamás me preocupé por su existencia. En los primeros días de 1993, fui con mi familia a Manzanillo, ahí, en el bar de la alberca, mi abuelo y yo vimos perder a México contra El Salvador 2-1, con un gol de Alberto García Aspe, pero lo que a mí me maravilló de manera especial fue el color del uniforme del portero. ¡Que chido! Nunca había visto algo así y en ese entonces no puedo negar que era un ridiculito que gustaba vestir ñoñamente (sí, ¡era! ¬¬). Me gustó el uniforme de Jorge Campos porque me rompió el esquema. Como pude, investigué en donde jugaba, mi madre dijo: ‘Tiene cara como de que juega en el Santos’. Pero no, no tenía idea. Ese fue el detonante para mi pasión azul y oro. No me avergüenza decir que una vestimenta de payaso naranja y amarillo me acercó definitivamente al que sería y es el equipo de mis amores y desvelos. Los PUMAS de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Esa era LA selección mexicana: Campos, Suárez, Perales, Patiño, Aspe, España, Nava, Luis García, Luis Flores, Hugo ... Todos PUMAS. Y Miguel Mejía Barón, para rematar lo auriazul disfrazado de verde.

Ya estaba en este mundo petaco cuando las finales contra el América, los robos arbitrales, el tercer partido en Querétaro y el ‘Tucazo’. Pero me los perdí. No me interesaba, pero haciendo uso útil por primera vez de mi espléndida memoria, me aprendí fechas, nombres, apellidos, goles, títulos y la alineación ideal de todos los tiempos: Campos; Vázquez Ayala, Suárez, Beltrán y Amador; Negrete, Ferreti y España; García, Cabinho y Sánchez. No puedo evitar, al escribir esto que el recuerdo de glorias ajenas me enchine la piel.

Muchas personas se preguntan del porqué mi afición a los PUMAS, si no estudié en la UNAM, pero ya lo he explicado, la huelga de finales/principios de siglo me impidió siquiera hacer el examen de admisión. Sin embargo, eso solamente hubiera reforzado mi fanatismo universitario. Técnicamente no es mi alma mater, pero la siento como si lo fuera, en Ciudad Universitaria pasé buenos tiempos de mi etapa colegial, aun como invitado, aun como ajeno, aunque con una sudadera azul y el puma gigante en oro al pecho no puedes ser un extraño en tu propia casa.

Pasaban y pasaban los años y lo más cerca que los PUMAS estuvieron de un título de campeones fue en las semifinales, una vez eliminados por el Cruz Azul, una vez por el Necaxa (¿quién?) y otra por el Morelia. Ni modo, en el deporte se pierde y se pierde y se re pierde, sólo uno puede ganar y no era el tiempo de mi equipo. Por otro lado, mi padre, que murió en 1994 habría sido tan feliz de ver a su Toluca súper campeón en la segunda mitad de los noventa y principios de los dosmiles. Yo compartía ese gusto, pero mi felicidad futbolística no podía estar completa.

Tampoco me gustaba mucho otro tipo de futbol que no fueran los juegos de PUMAS, pero siendo novio de Brisa no podría ser de otra manera, ella y su padre, fanáticos acérrimos del Santos de Torreón, me contagiaron el gusto por todos y cada uno de los juegos de futbol. Llegué a ver con ellos el partido Colibríes - Jaguares. ¡Dios!

Llegó el año 2004. Mi annus horribilis. Aunque había comenzado en la más feliz de las bonanzas. Yo estaba entrando al segundo semestre de la maestría, tenía un trabajo en el que no hacía mucho, la neta, pero ganaba en dólares, y suficiente, más que suficiente, mínimo mil quinientos al mes de base, más comisiones y primas por proyecto, lo más que llegué a ganar fueron tres mil doscientos en un mes. Me daba la gran vida, nos dábamos la gran vida, Brisa y yo. La confirmación de que ella estaba embarazada no hacía sino aumentar mi felicidad, idealmente nos casaríamos a mediados de año, ella vendría a mediados de marzo a buscar un departamento o casa en venta, para los dos, los tres. Apenas tenía veintiún años y ya sentía que todas las cosas estaban cayendo en su lugar y no podía pedirle nada más a la vida.

El domingo veintidós de febrero de ese año, PUMAS perdía en Ciudad Universitaria con Chiapas 1-0. Resultaría su única derrota de la temporada regular en casa. Por la noche, al llamar por teléfono a casa de mi novia, su hermana me recibe con la noticia de que sus padres se la habían llevado a Estados Unidos, a una clínica de ‘planificación familiar’. Me perdí, me volví loco en ese momento, como pude, llegué hasta allá pero ya era demasiado tarde, estaba hecho, estaba muerto, lo había perdido. A propósito. Lo había desechado como basura, como estorbo.

Jamás se lo pude ni se lo podré perdonar. Me dolió en el alma perderla, pero la mujer que yo amaba jamás hubiera hecho lo que hizo. Me partí en dos, una parte de mí quería desaparecer, y la otra mitad quería desaparecerla a ella. Dos semanas. Dos semanas más duramos siendo novios hasta que no lo pude soportar más. Nos dijimos adiós para siempre.

El domingo veintinuo de marzo, PUMAS empata 2-2 en su visita a ‘La Bombonera’, un penal controvertido y el gol más hermoso que he visto en mi vida (que si la vida y el futbol fueran justos, debió contar como dos), ambos de Bruno Marioni. La semana siguiente, la economía de mi familia es sacudida por una demanda laboral de dos de nuestros ex empleados del bar. Mucho desgaste y mucho dinero y tiempo y gritos y enojos y amenazas nos costó eso. Mi madre se deprime a grado tal que me asusté, jamás la había visto así, ni siquiera cuando murió mi papá; entonces ella fue un ejemplo de fortaleza, pero ahora se le veía disminuida, y yo temí tanto por su salud.

El sábado quince de mayo, PUMAS le gana 3-2 al Monterrey en el estadio Olímpico de C.U. Un gol de algo parecido a una chilena de Bruno Marioni y el debut, con el gol del triunfo incluido de Efraín ‘el Chispa’ Velarde, PUMAS calificaba a la liguilla como segundo lugar de la tabla general. El viernes anterior, me habían avisado que en la empresa en la que trabajaba había problemas de liquidez y que nuestro pago se retrasaría unos días. Tenía ahorros, pero también tenía deudas, no me preocupé demasiado. Obviamente, ya no existía la necesidad de comprar un departamento, podía sobrevivir en el que ya estaba, que me gustaba. Después de lo que pasó con Brisa, el embarazo, el aborto y la ruptura me convertí en un oscuro autómata que trabajaba por no tener nada mejor que hacer. Las únicas dos horas de relativa felicidad y sonrisas de mis semanas eran durante los partidos de la Universidad. Se hablaba ya de la posibilidad enorme que tenían de ser campeones, sólo los Jaguares de Chiapas se erguían frente a nosotros como máximos favoritos al título.

Para el lunes, nada quedaba ya de la empresa en donde trabajaba. Se habían ido llevándose todo, incluso pertenencias personales de muchos que ahí solíamos dejar. Casi veinte trabajadores nos quedamos con un palmo de narices. Yo con deudas, sin trabajo, sin novia, sin nada. Nada más que los PUMAS.

Esa semana Brisa me buscó. Yo no quise ni contestar, en ese momento, todo el peso de lo que me había pasado, de lo que aún me seguía pasando me cayó sobre los hombros. Acababa de cumplir veintidós años y lo que parecía que iba a ser la resolución de mi vida comenzaba a convertirse en un infierno. Yo toqué fondo y PUMAS venció fácilmente al Atlas en los dos partidos de cuartos de final, los Jaguares dieron pena contra el Cruz Azul y ahora enfrentaríamos a los cementeros como los número uno.

Mi abuelo guardaba desde que yo tengo memoria una pistola cargada, dentro de un libro hueco en su vasta, vasta biblioteca. Un día me quedé solo en la casa de mis abuelos. No busqué mucho, encontré el libro hueco, saqué la pistola, vi el cartucho perfectamente útil. La tomé entre mis manos, pesaba más de lo que me imaginaba, medí la distancia, comparé la medida de la circunferencia del cañón con la medida de mi boca abierta y pensé en mi abuela. Siempre le ha gustado limpiar la biblioteca, pero dudo mucho que le hubiera gustado limpiar quitando pedazos de Luis esparcidos por tantos y tantos libros. No era del todo desagradable la idea, terminar con el dolor de una vez por todas. Nadie me culparía, y si lo hacían, no importaría de cualquier manera. Podría ver a mi papá, quizá. Para términos prácticos, él también se había suicidado, muy lentamente, envenenándose el hígado y la sangre poco a poco hasta terminar con su lucidez y con su vida. Lo mío sería mucho más rápido.

No se que hubiera pasado si no suena mi celular. Era un amigo con boletos para la semifinal en el Estadio de C.U. ‘No tengo dinero’, le dije. ‘No importa, ya los tengo, me pagas en la quincena’. ‘No tengo trabajo’, volví a repelar. ‘Ya los tengo, me los pagas cuando puedas, hombre, es la semifinal, ¡no te la puedes perder!’.

Tenía razón, no me la podía perder. Once años habían pasado de afición auriazul como para salirme por la fácil en la antesala del título. Pensé en mi mamá, en mi hermano, en mis abuelos, los únicos que en verdad me extrañarían, los que sufrirían lo indecible con mi falta. Guardé la pistola, el cargador y el cartucho en la misma posición en la que los había encontrado, puse el libro hueco en su sitio y salí.

El sol me dio en la cara y respiré vida. Una vida que apestaba sin duda, pero era mía, Dios me la había dado, mi madre me había traído aquí y yo no era nadie para irme sin despedirme.

PUMAS ganó espectacularmente la semifinal al Cruz Azul y en una final polémica y dramática, el domingo trece de junio derrotó en penales a las Chivas del Guadalajara. Por primera vez yo miraba a un capitán universitario levantar el trofeo de campeón. No tengo palabras para describir esa sensación. En agosto un nuevo título, Campeón de Campeones derrotando al Pachuca con una goliza impresionante. El trofeo Santiago Bernabeu venciendo en su casa al Real Madrid con una espectacular jugada de Israel Castro. Y de nuevo el campeonato el diecialgo de diciembre ganándole al Monterrey, allá. Bicampeones. Joaquín Beltrán se cansó de levantar trofeos y Hugo Sánchez elevado al rango de dios compartía su fortuna y su divinidad con toda la banda PUMA en el Ángel de la Independencia.

¿Yo? Me levanté, entré a trabajar a la radio la semana siguiente de la final contra Chivas y de ahí pa’l real. Tuve otras noviecillas y una de ellas me regaló prácticamente un ajuar de ropa de PUMAS, chamarras, playeras, gorras, sudaderas y demás. ¡Aaaaah, la amé!. Pero no tanto como a mis colores. Del naranja y amarillo de Jorge Campos al azul y oro de Fonseca, ‘Parejita’, Botero, Alonso, Pineda, Bernal, Lozano, Aílton, Leandro, Verón, Galindo, Iñiguez, Toledo, ‘Pikolín’, a ellos, a los que ya mencioné especialmente y a otros que se me escapan, y a Hugo, siempre a Hugo. Hugo Sánchez y a Hugo mi amigo que me invitó a la semifinal.

¡Gracias!

Pase lo que pase hoy y el domingo, por mi raza hablará el espíritu.

¡Cómo no te voy a querer!




Parte de esta serie:




¡¡¡ letem bi lait !!!

martes, 26 de mayo de 2009

... Una pulida colección de errores ...

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No me avergüenza especialmente el hecho de haberlo conocido tarde en mi vida. Mi padre, xenófilo como él solo siempre me dijo que no había mejores letras que las europeas. No sé si haya o no tenido razón, pero desde que tengo memoria, me grabó en la mente que no había mejor poesía que la de Jacques Prévert, que ninguna palabra existía con la intensidad de las de Dylan Thomas. Esos dos eran sus favoritos, y aunque no pudo heredarme el gusto y la afición por los Diablos Rojos del Toluca (aunque siguen y seguirán siendo mi segundo equipo), sí me predispuso casi genéticamente a la erudición (y no lo digo yo) y a la lectura. El hambre por conocer, por saber, por tener, por almacenar datos por más irrelevantes que pudieran parecer.

*****

Tenía ya casi diecinueve años cuando supe de su existencia. Y fue casi por accidente. Estaba en el tercer semestre de la universidad y la materia que más ansiaba, me esperaba con los brazos abiertos. Producción para televisión I. Al principio, tenía el mismo profesor que me había dado Teoría de la Comunicación I y II, pero por alguna extraña razón, renunció a la segunda semana y una nueva profesora llegó. Con sus faldas largas, con su cara blanca y sus pelos largos, chinos y grasientos. Dicen que era antigua porque valía mucho. Pero no era vieja, más bien era una de esas jipis coyoacanenses atrapadas en los sesentas del siglo pasado. Y sabía mucho, muchísimo de televisión, la mugre que se le salía cada vez que daba un paso estaba llena de sapiencia televisiva. Pero eso no es lo importante, claro que su materia fue la principal razón por la que decidí olvidar todos y cada uno de los conceptos mercadológicos que había aprendido y que aprendería en lo sucesivo y hacer de lo audiovisual mi vida. Pero eso no es lo importante, lo que en verdad me marcó fueron los bonches de fotocopias que solía llevar bajo el brazo. Miles y miles de hojas con textos de Mario Benedetti.

No quiero ni tengo que decir que me atraparon. Ella, y él. Horas y horas en El Péndulo escuchando a Mexicanto, a Fernando Delgadillo, y leyendo a Benedetti. Y a otros, pero en especial a Mario. Ahí descubrí que Brisa me había dedicado uno de los más famosos poemas de él, y yo sin saber, pensando en que quizá mi amor la había inspirado a escribir tamañas letras, ja, ingenuo de mí. Obviamente la había adaptado, del sudaca al norteño:

Mi táctica es mirarte, aprender como sos, quererte como sos ...
=
Mi táctica es verte, aprender como eres, quererte como eres ...


Lo mismo da. Ella fue la primera que me dedicó palabras de Benedetti, pero no sería la única. Pocos años más tarde, conocí a una mujer, que en mi historia es llamada: ‘La top de lo top’. Porque en su cuarto tenía una pared tapizada de recortes de revistas, de mujeres, guapas todas y una cartulina con su letra que ponía, efectivamente, ‘Lo top de lo top’. Una payasada, pero detrás de esa apariencia fútil y perogrullezca, se escondía la más grande fanática de Mario Benedetti que he conocido jamás. Sabía de memoria casi todos los poemas; para ella, Laura Avellaneda era una especie de rol a seguir y bueno, en general era adoradora del puntero izquierdo. Ella me dedicó ‘Hagamos un trato’. Curioso, también traducido del sudaca al ñero:

Vos sabés que podés contar conmigo ...
=
Tú sabes que puedes contar conmigo ...

Me fascinaba, pero lo malo de ser tan fiel y tener una novia de seis meses juntos y seis separados, es que te pierdes de muchas aventuras, no es que me arrepienta, pero al final no resultó ser tan buena idea. En fin.

La memoria está fresca, y hoy en el novenario de Benedetti hablo por primera vez de ella, bueno, no hablo, no estoy seguro de que un link a su blog y una remembranza del mío propio cuenten como hablar de ella. En ese entonces escribí esto:

... Por desgracia o por fortuna, todo cambia. Los años pasan y lo que empieza acaba. Ese es el trato. Por lo tanto quiero que hoy sepas que es maravilloso conocerte y amarte a cada instante. Y que, aunque en cualquier momento todo puede acabar, Benedetti siempre estará allí. Y con él nuestras letras favoritas, que siempre llevaré en la memoria.

Hoy, mañana y después ...

Y el tiempo pasó y la historia cambió y Benedetti se fue. En cuerpo, pero las letras siguen y los sentimientos, saen los que sean no se van jamás. Ahí queda la pequeña y dulce, el trato eterno, el hombre que mira a su hijo, y la voz grave, profunda y con marcado acento uruguasho, que mi maestra (he olvidado su nombre) tuvo el placer de presentarme, años ha ...



¡¡¡ letem bi lait !!!

domingo, 24 de mayo de 2009

... Aquella que me desibargüengoitiarice ...

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No me hagan mucho caso, pero he estado todo el fin de semana pensando en que escribir ahora. Tengo ganas de hacerlo, de escribir (y de todo, siempre, obvio), las ansias me recorren desde la sesera hasta las puntas de los dedos. Una nueva idea se agolpa en mis pensamientos y toma forma cada vez más palpable (si es que cabe el término). Ya han pasado seis meses desde la aventura noviembreril y muero, de verdad muero por intentarlo lograrlo de nuevo. El próximo viernes vence la convocatoria para Las Cuatro Esquinas del Universo, y el cuento con el que participaría se ha quedado en el mero marco conceptual, esa era la idea y siendo completamente realista, cinco días no me bastan para cumplir mis más altas expectativas. Este mes se lleva a cabo un evento mundial, que tiene el mismo objetivo que NaNoWriMo, pero que no participé por todo lo que pasó en la primera mitad de este año en mi vida petaca.

Bien, el punto es que quiero, ya lo necesito. No es lo mismo crear en la mente que plasmarlo de una manera tangible, obviamente la diferencia es abismal. Aunque no haya más que nubarrones de incertidumbre en los días venideros para mí, en lo profesional, y en lo de adentro también, sí estoy cien por ciento seguro de que algo que no quiero dejar de hacer jamás de los jamases es crear. Generar. Concebir. Y estar, sobrevivir, permanecer, observar. Quiero quedarme en el mundo el tiempo suficiente para vivir lo que me toque. Siempre llevado por el huracán.

En Dos crímenes, Jorge Ibargüengoitia, en la voz de Marcos 'el Negro' aporta a mi vida una frase que es la causante de mi completa y definitiva ibargüengoitiarización:

"¡Cómo cambia la visión de una mujer cuando uno ha hecho el amor con ella!".

Y es relativamente cierto, porque no se aplica a todas las mujeres. No me enorgullece el aceptarlo pero alguna vez sí lo comprobé. Antes yo la veía inalcanzable, tan hermosa como poderosa; tantos años de ver series de comedia de situaciones gringas hicieron mella en mí y llegué a decirme a mí mismo: 'She's in a way different league'. Frase cliché de las sitcom's, pero tan real que se palpa. Yo jamás creí tener una oportunidad con semejante mujerón que se presentaba ante mí con toda la altanería de que es capaz una persona. Solía mirarme por encima del hombro y eso provocaba que yo la viera no solamente inalcanzable, sino físicamente altísima, mucho más que yo a pesar de que no rebasaba los ciento sesenta y cinco centímetros. Trabajábamos juntos y aunque en nivel jerárquico estábamos a la par (si acaso un poco más arriba yo, pero ella no respondía ante mí, así que lo mismo da), yo me sometía a ella, a su personalidad arrebatadora y su cuerpo delgado pero marcado por la genética, pues era evidente que no hacía ejercicio alguno. Tenía un hijo, madre soltera además y trabajaba para mantenerse ambos, eso de entrada ya le daba una gran ventaja sobre mí. Sobre mí, que siempre me he parado el cuello y jactado de tener ese natural charm con la mayoría de las mujeres, pero no con ella. Simplemente nada de lo que hacía me funcionaba, por ningún motivo conseguía que volteara su mirada de ojos grandes hacia mí. Tenía tanto de todo, unas nalgas espectaculares enmarcadas siempre en mezclilla ajustada que no dejaba ver marca alguna de ropa interior; una cintura que (imaginaba) cabría perfectamente en mi brazo derecho; el cuello delgado y largo como me gusta para morder; un par de tetas pequeñas pero deliciosas y antojables que solía (des)vestir con escotes ligeros, algo que me mataba eran las sutiles marcas de bronceado (halter); pero lo mejor de todo era su sonrisa, contagiable aunque el sonido de su risa era como de payaso infantil baboso, sus dientes disparejos le daban ese toque de uniquez que me deslumbraba y que me hacían desear con todas mis fuerzas ser yo quien provocara su risa. Pero no podía, me intimidaba de tal manera que mi cara enrojecía notablemente cuando ella estaba cerca. Y por días y semanas fue así.

No sé en qué momento las cosas se acomodaron, los hados me hablaron al oído (o a ella) y mi fantasía recurrente de entonces se volvió realidad. Viaje de negocios, dentro de la misma ciudad pero que nos iba a forzar el estar juntos todo el día y toda la noche, si es que se requería. Yo feliz por un lado, pero extremadamente preocupado por el otro. ¿De qué íbamos a hablar en el trayecto? Era en lo absoluto improbable que ella no hubiera notado ya mi turbación, así que ¿cómo se comportaría? ¿Le molestaría pasar el día con alguien que claramente moría por ella? ¿Le divertiría? ¿Se burlaría de mí dejándome en calzoncillos en algún baño público? ¿Se aprovecharía de la situación para convertirme en su esclavo sexual?




La respuesta a éstas y otras interrogantes ...






... a continuación.




No hubo en realidad necesidad alguna de una conversación. Yo solamente asentía, soltaba monosílabos y expresiones hechas a la medida de sus relatos fantasiosos (decía yo) y de pronto hacía algún comentario corto pero gracioso que hacía que ella mostrara esa sonrisa que de tan cerca, ya no me parecía tan encantadora. Estaba más hipnotizado por el apenas insinuado rebote de sus tetas debido a lo accidentado del camino, mis gafas oscuras me permitían mirar su pequeño escote sin riesgo de sufrir las funestas consecuencias.

El trabajo fluyó sin naturalidad pero tampoco con complicaciones ni con demasiadas torpezas de mi parte. Cierto es que tiré un vaso de coca en la mesa, pero no había papeles importantes y no mojé a nadie, aunque si me apené en demasía. Cierto es que ella me miraba divertida, como si supiera exactamente que era lo que me estaba pasando y que era lo que estaba en mi mente a cada momento: Ella desnuda, sobre mí.

Terminamos temprano por mala suerte, tenía el tiempo suficiente para regresar a su casa en transporte público sin problemas. Mi oportunidad se me estaba escapando por entre las manos cual gel antibacterial, así que tímidamente propuse casi inaudiblemente: "¿Quieres ir a tomar algo? Yo invito". No me escuchó, pero se dio cuenta de que había intentado decirle algo. Al preguntarme que qué había dicho, se lo repetí un poco más fuerte y después de pensarlo por eternos segundos, respondió que sí, que si yo invitaba estaba bien. Ajá, el monstruo que habitaba en mí rugió de gusto aunque yo haya tratado (sin éxito, creo) mantener una actitud serena.

Los detalles son borrosos en mi mente, pero una frase de Sheldon explica lo que pudo haber pasado:

"There's always the possibility that alcohol and poor judgment on her part might lead to a nice romantic evening".

Acercamientos en el bar y unos cuantos besos, seguidos de la rápida demanda por la cuenta y el pago sin esperar el cambio. Huimos a mi departamento, la imagen de ella desnuda sobre mí subiendo y bajando rítmicamente es imborrable, su alborotada cabellera cubriéndole la mitad del rostro pero dejando ver sus dientes y su mueca de placer aún me visita en sueños.

El lunes siguiente, el ambiente en la oficina fue otro por completo. Ya no me parecía tan atractiva, ni tan deseable, sus dientes chuequitos me causaban extrañeza y su cabello enredado no me excitaba como antes. Sus nalgas seguían provocando en mí los pensamientos más puercos que se puedan imaginar. Pero fui capaz de hablar con ella de cualquier cosa, de evitar la rojez de mi cara cuando ella hablaba y de olvidar la tartamudez que solía atacarme en su presencia. No que haya sido el sexo más espectacular de la vida, al contrario, no fue la gran cosa, pero después de eso, sentí en verdad que el poder cambió de mano. Aunque para lo que importaba ya.

¡Lástima!

Era tan chido cuando todo era idílico. Después no fue sino una de treinta y tres.





¡¡¡ letem bi lait !!!

viernes, 22 de mayo de 2009

... Un día cualquiera ...

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Me sentía tan mal en el trabajo que casi inmediatamente después de llegar me regresé a mi casa. Descansé la cabeza en la almohada y todos mis pensamientos se concentraban en ella, en su escote, en sus piernas, en la turbación que le había notado la noche anterior cuando le conté la historia de mi primera vez. Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos, el dolor que había sentido no estaba más, no sabía cuanto tiempo había pasado pero alguien tocaba el timbre con desesperación.

Me levanté rápidamente, tanto que sentí un ligero mareo y entonces me vi al espejo, aún estaba completamente vestido y la luz de sol que entraba por las ventanas me decía que no podía ser más tarde de las nueve de la mañana, había dormido poco más de una hora. Abrí la puerta sin ver la mirilla.

- Perdón si te desperté,pero no pude dejar de notar la forma en que me mirabas, tampoco pude evitar el darme cuenta de tu erección cuando te tomé del brazo. No quiero molestarte, yo solamente quería ...

Ella estaba de pie frente a mí. Yo le lanzaba una mirada de deseo, un deseo que había estado conteniendo desde la mañana, cuando me desperté descubriendo que mi mano estaba dentro de mis pantalones. No me preocupé por la erección matutina, era normal, pero pensaba en los seis meses que había pasado sin sexo; al principio, el recuerdo de la última y desastrosa vez me atormentaba, después de lo que había pasado, mi libido descendió hasta niveles ínfimos. Además de deprimirme me sentía poco atractivo, los brazos antes fuertes y marcados ahora colgaban con el músculo convertido en pellejo flácido, estaba delgado como nunca antes en mi vida, irónicamente mi abdomen había crecido hasta transformarse en una bolsa amorfa y mis mejillas siempre redondeadas estaban hundidas acentuando mis pronunciados pómulos. Entonces me deprimía con el solo hecho de verme desnudo al espejo, mi pene disminuido ya ni siquiera podía decirse que se balanceaba, sólo estaba ahí, empequeñecido y apuntando al suelo, a pesar de que jamás me vanaglorié de su tamaño me sentía poco hombre y poca cosa. Pero ahora estaba bien, había recuperado el tono muscular y tanto el cabello como la barba me gustaban, aún vestía el traje negro, la camisa y la corbata, ni siquiera me había quitado los zapatos al recostarme, me sentía bien, poderoso y atractivo y tenía frente a mí a una mujer deseable y lo que era aun mejor, totalmente excitada.

Ella comenzó a hablar pero la interrumpí al instante colocando mi dedo índice sobre sus labios y acercándome a ella, rocé la totalidad de su boca con los dedos de la mano derecha y por fin pude alcanzar su cintura con la izquierda. Clavé la mirada (verde, hermosa) en sus ojos pequeños y tal como lo imaginé, ella no fue capaz de soportarla durante mucho tiempo, bajó sus párpados para observar mi boca. Mordí despacio mi labio inferior y me los enjugué con la lengua, ella arqueó ligeramente a espalda revelando la turgencia de su pecho que se inflaba y crecía con cada respiración, que para entonces ya era muy rápida. Lentamente le acaricié el rostro con el dorso de la mano derecha rodando los dedos que aún permanecían en sus labios hasta la mejilla. Las manos de ella dejaron de estar inmóviles a sus costados y mientras la izquierda subía hasta tocar mi mano junto a su cabello, la otra se elevaba por el frente, con un ritmo tranquilo me rozaba la barba provocándome un espasmo que me recorrió desde el mentón hasta el último rincón de mi cuerpo, cerré los ojos y eché la cabeza suavemente hacia atrás, lo que provocó que ella recorriera mi cuello apenas tocándolo con las puntas de los dedos y llegando hasta el nudo de la corbata, metió las manos dentro de la parte superior de la camisa y con una habilidad que me sorprendió desabrochó el primer botón y jaló la corbata liberando un poco de la presión que me ejercía en la garganta y haciendo que volviera a mirarla, con otro movimiento rápido logró despojarme del saco que cayó sobre la alfombra sin hacer ruido. Iba adueñándome más y más cada vez de su cintura, sintiendo y palpando y acercándola a mí un poco con cada movimiento hasta que llegó el punto en que nuestros cuerpos estaban unidos y ella podía sentir la dureza que de entre mis pantalones se le clavaba en el vientre, mientras que sus senos se apretaban contra mi pecho haciendo que el escote bajara y quedara a la vista el encaje negro de su ropa interior. Soltó mi mano derecha que aún me acariciaba el rostro e intentó separarse un poco.

- Yo solamente quería decirte algo, escúchame ... - Ella hablaba con dificultad y entre gemidos, pero por segunda ocasión en menos de cinco minutos, no pudo terminar su frase.

- Sh, no digas nada, por favor, no hables.

- Necesito decírtelo, no sé que me pasa, yo ...

- ¿No puede esperar? - La apretaba contra mi cuerpo aún con la mano y los dedos liberándose del estar enredados en el largo cabello castaño de destellos rubios y dando un fuerte empujón a la puerta para cerrarla, conduje a mi presa hacia adentro, hacia la sala. Ella se dejó llevar.

Yo era un desconocido. Un desconocido que le estaba robando el aliento, un desconocido que la tenía recostada en el sofá de su departamento, un desconocido que le besaba el cuello y la cara con tanta vehemencia como no estaba segura de que alguien se lo haya hecho antes, un desconocido cuya barba cerrada le raspaba provocándole estremecimientos en todo el cuerpo, un desconocido que la tenía fuertemente sujeta por la cintura sin posibilidad ni deseos de escapar, un desconocido que le acariciaba las pantorrillas con la combinación exacta de presión y suavidad que le hacían querer gritarle que se apresurara y se moviera hacia sus muslos, hacia el interior de ellos, que se deshiciera de su ropa interior y la tocara entre las piernas con esos dedos que la hacían volar, que la despojara por completo de su ropa y la dejara a ella hacer lo mismo con la suya, que la sometiera y que hiciera de su cuerpo lo que quisiera. Y ella se abandonó, dejó de pensar.

Yo me abocaba a besar cada milímetro cuadrado de su piel visible, pero me resistía a besarla en la boca, eso la volvía loca, podía notarlo perfectamente; posaba mis labios y hacía presión con ellos sobre sus párpados, en su nariz, con la punta de la lengua intentaba dar pequeños toquecitos en todas y cada una de las pecas que le atravesaban las mejillas, abría la boca grande y mordía muy suavemente pero procurando abarcar la mayor superficie posible, cerraba los dientes despacio hasta escuchar el gemido de dolor y seguía, raspaba el cuello con los pelitos de mi propio mentón, me aventuraba con sigilo a seguir mordiendo por los hombros, bajaba ahora velozmente con la lengua hasta tocar la parte superior de sus senos, con los dientes intentaba separar el sostén negro de encaje y luego lo regresaba a su lugar para seguir besando la clavícula, seguir recorriendo el largo del brazo y al llegar a la mano, uno por uno chupar delicadamente todos los dedos terminados en largas uñas pintadas de negro. Ella se había abandonado al placer y ya no oponía ningún tipo de resistencia, por el contrario, respondía a cada uno de mis movimientos con el complemento ideal, parecíamos dos amantes experimentados y doctorados cada uno en el cuerpo del otro. Mis manos habían alcanzado ya sus muslos, gruesos, largos, duros, prácticamente lisos y por completo libres de vello que reaccionaban ante mis caricias erizándole la piel. Yo quería escucharla gritar, clavé las puntas de los dedos de ambas manos en la correspondiente pierna, no tenía las uñas crecidas, pero la presión de las yemas sobre los muslos fue suficiente para hacerla proferir un gemido mayúsculo. Aproveché la momentánea convulsión para subir las manos hasta su cadera y hábilmente deslizar cada uno de mis dedos medios debajo de la cinta lateral de sus bragas, hice una ligera torción y despacio jalaba hacia mí liberando el pubis de su húmedo encierro. Al hacer esto, sus piernas se juntaron y se elevaron, tuve ante mis ojos su sexo completamente depilado y no pude apartar la mirada de ahí mientras mis manos continuaban recorriendo sus extremidades para remover la ropa interior, también negra y con el encaje haciendo juego con el sostén. Una vez que las bragas llegaron a los tobillos, me di tiempo para desabrochar las cintas de los zapatos de tacón alto que ella no había tenido tiempo de quitarse, la alfombra apagó el sonido de los tacones al caer; volví a recostarme sobre ella y al tiempo que jugueteaba con la ropa interior en la mano izquierda, la derecha la deslizaba con la palma completamente abierta y los dedos tamborileando a veces lento y a veces un poco más rápido sobre su muslo y subiendo hasta levantar el vestido negro dejando expuesto su vientre. Aunque seguía evitando juntar mi boca con la suya, no resistí y con un movimiento violento mordí su labio inferior haciéndola gemir y sin que ella se diera cuenta, me guardé las bragas en la bolsa izquierda del pantalón.

- Vamos adentro, ¡quiero estar en tu cama ahora! - Ella tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para lograr articular esa frase.

La obedecí, sin decir palabra alguna la tomé por los muslos, ella me rodeó con sus brazos el cuello y le planté con un par de golpes ligeros las palmas de las manos completamente abiertas en las nalgas. La levanté en vilo y después me erguí. Así, cargándola caminé por el pasillo con dirección a mi cuarto. Ella recargó su cabeza en mi hombro aspirando mi olor y al mismo tiempo empujaba discretamente su cadera para rozar su pubis con mi cuerpo. Yo besaba los lóbulos de su oreja.

Al llegar a la habitación la recosté en la cama, acaricié su pecho y con un hábil movimiento de manos desabroché por el frente su sostén, todavía sin quitárselo del todo bajé los brazos para levantar completamente el vestido negro, ella hizo lo propio despojándose del sujetador de encaje negro y finalmente quedó completamente desnuda, acostada y definitivamente lista. Jalé mi corbata y me abrí la camisa sin importarme que los botones se arrancaran, ella me desabrochaba el pantalón, hacía descender el cierre y bajaba sus manos para dejarme al descubierto. Terminé de quitarme el pantalón junto con el bóxer y me tumbé suavemente sobre ella sintiendo mi piel en la suya, sus ya duros pezones rosados apuntando a mi cuerpo apretándose contra mi pecho. Me preparé, con la mano izquierda llegué hasta el centro de su entrepierna sintiendo su humedad, con la mano derecha tomé delicadamente su rostro y por fin, mis labios se entreabrieron y se posaron lento sobre los de ella que me respondían con ansias. Sin embargo me retiré abruptamente del beso y le dije:

- Duerme conmigo, por favor.

Al terminar la frase me acurruqué entre los brazos de esta confundida mujer. Su cuerpo estaba húmedo y caliente y tan rebosante de adrenalina que sabía que le sería imposible dormir, pero sabía también que tampoco podía evitar quedarse mirándome y velando mi sueño. Sin que ella me viera, yo sonreía maliciosamente.





¡¡¡ letem bi lait !!!

jueves, 14 de mayo de 2009

... Mil monos ...

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Dice la leyenda urbana, teoría, hipótesis, dicho popular o sabiduría de Juan Pueblo que 'mil monos con mil máquinas de escribir llegarían a escribir Hamlet por mero azar'.



Poca gente lo sabe. Uno de mis grandes sueños de la vida es tener un programa de televisión cultural. Caray, que me tengo que morder los dedos para no contar aquí pelos y señales de mis grandiosas ideas. En términos generales, tendría que ser un programa tipo mesa redonda pero carente de mesa. En cómodos sillones mullidos, un conductor (idealmente, yo) llevaría el tema del día (o de la semana) acompañado por especialistas en, ejem, el tema en cuestión.

¿Los temas? Cualquiera. Depende de la fecha. hablaríamos de hechos históricos y básicamente el mismo planteamiento de este blog:

Un viaje a través de las ideas, las personas y las obras de nuestra época, supuestos ayeres e inciertos futuros.

En 'La Historia Interminable', Michael Ende insinúa de refilón la misma teoría de los monos. Dentro de uno de los capítulos finales, Bastián es arrastrado por su olvido hasta un lugar cuyo nombre no recuerdo ahora, que es habitado (si a eso se le puede llamar habitar) por todos y cada uno de los seres humanos que han llegado a Fantasía sin poder encontrar el camino de regreso. Todos, sin excepción, se declararon a sí mismos Emperadores o Emperatrices. Todos, sin excepción completamente despojados de sus recuerdos a causa del enorme poder que se les ha otorgado, con su consecuente maldición. Todo cuanto deseen se les es concedido a cambio de un recuerdo. Lamentablemente el trato no incluye posibilidad alguna de escoger de cual recuerdo desprenderse. Así que mientras más desean, más obtienen y más olvidan. Al llegar a ese lugar indeterminado, cerca de las fronteras de Fantasía, no tienen mucho que hacer. Carentes ya de memoria pues han olvidado todas las palabras, incluso su propio nombre, han olvidado que son seres humanos y que tienen la capacidad de pensar y de desear, de querer cosas. De sentir. Muchos de ellos simplemente deambulan por ahí y por allá sin mayor propósito que el de transitar del día a la noche, de la noche al día y luego todo de nuevo. Otros se golpean entre ellos pues han olvidado como se siente el dolor. Pocos son los que utilizan las herramientas que se les han dispuesto. Un grupo de dados con letras grabadas en las caras. Por repetición o por instinto, estos seres aprendieron a lanzar varios de ellos a la vez. Siendo una actividad realizada por entes poco menos que autistas, será repetida una y otra vez sin fin. Si los dados se lanzan interminablemente, alguna vez una sílaba se reconocerá, si se sigue haciendo, algún día una palabra existente saldrá a la luz. En años, una línea o una frase será vista. En siglos, un poema. En milenios, una historia. Jugando ese juego insulso por toda la eternidad, todas las historias del mundo pueden ser contadas.

La teoría de los mil monos define todas las historias que existen y que están por hacerlo.

Y todas las historias del universo es mi meta. Mi meta inalcanzable, obviamente, pero aun y cuando estoy plenamente consciente de la imposibilidad de lograr conocerlo todo, no quisiera cesar en la tarea.

Estoy por completo seguro de que un recuerdo es invaluable, pero no tanto como un deseo. Y es cierto, uno elige con quien construir recuerdos, pero los deseos no siempre se escogen, nacen desde dentro, en algún sitio entre el corazón y el esternón, entre el estómago y los riñones. Y sale, aunque ese deseo contravenga todo estándar moral que uno pueda tener, aunque toda el alma se resista a hacerlo realidad. No hay mucho chance posible, cuando un deseo se malogra, la frustración es enorme.

Yo lo sé.


Bah.




¡¡¡ letem bi lait !!!

miércoles, 6 de mayo de 2009

PELANDO LA BANANA. La cáscara. Volumen V.

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Hubo un momento, cuando las cosas terminaron definitivamente con Elizabeth, que no estaba seguro de mi lugar en el mundo. Ciertamente, y quienes me siguen (o me conocen) podrían fácilmente afirmarlo, mi vida está regida por las mujeres a mi alrededor. Acaso definida por las mismas. Y es un hecho comprobado y comprobable que siempre que me hablan de una fecha pasada, me pregunto a mí mismo con quien andaba en ese momento, y lo recuerdo todo. ¿Lo peor? Soy incapaz de olvidarlo, incapaz al nivel de a veces necesitar un taladro (o unas tijerillas) para sacar pensamientos de mi cabeza.. En alguna otra ocasión pondré una cronología precisa, pero hoy quiero hablar de Marisel.

Ya dije que había terminado todo con Elizabeth, hubieron lágrimas y abrazos, un adiós, un te quiero y ningún porqué, y nada. Se fue, se perdió en la noche y para siempre. La única y real fuente de pertenencia que me quedaba en esta vida petaca se me escurría como agua por las manos. Después de todo fui yo a decirle que no ... Y sí, la familia, los amigos, el trabajo y los PUMAS (que una vez ya me habían salvado del derrumbe [futuro post, prometido]) seguían ahí. Pero después de dos años de intermitencia, de ser un par de meses y de perdernos por tres y todo de nuevo, cada vez más espaciado, yo sabía que eventualmente las cosas se arreglarían, no sabía cómo ni con qué pretexto. 'She was my lobster', Si Brisa, era mi Rachel y yo era su Ross, Elizabeth era mi Chandler y yo era su Monica. Y nos perdimos, inevitablemente y sin posibilidad alguna de dar marcha atrás. De pronto me sentí vacío, desnudo, destruido en general. Tenía que encontrar un asidero del cual sostenerme para no caer al inexorable abismo.

Y entonces llegó ella a sacarme del fango. Días después del adiós, un amigo de mi familia llegó a la oficina. Su sobrino preferido, predilecto ahijado casi hijo se casaba y confiaba en mi talento que haría un buen trabajo con el tratamiento audiovisual de la recepción. Lo básico, fotografías, video de pre y post boda. Las cosas no andaban bien en el negocio y aunque hacía meses que no hacía ningún evento de ese tipo (bodas, bautizos, cumpleaños ...), no era el momento para negar ningún trabajo, además, el tipo era, es buen amigo de mi madre desde hacía años. Acepté, en realidad necesitaba algo en qué distraerme. Reuní a mi equipo, trazamos el plan de acción, ja, suena más ñoño cuando lo pienso, pero en fin.

Exactamente diez días después de que mirara por última vez la camioneta de Elizabeth alejarse de mi casa, la hice de chofer. Llevé a una chica que trabajaba conmigo, con cámara, tripié y demás aditamentos necesarios a la casa de la novia (horrible). Confiaba en su trabajo y la dejé, regresé a la oficina y llevé a otro tipo a la casa del novio. La idea (y que salió muy bien) era tener constancia de todo el proceso del ‘día de’. Entrevistas con ellos, con su familia y hasta con la señora que peinó a la tipilla. Mientras ellos trabajaban, yo platicaba con el padrino, el amigo de mi madre que a partir de ahora se llama Federico (aunque no creo que aparezca más en la historia, pero equis). Resultó que cual indígena conquistado, se había convertido al cristianismo hacía un par de años, él y toda su familia. Su sobrino incluido y por ende, su novia, así que sin saberlo ni esperarlo, me vi en la inminencia de una boda cristiana. ‘De todos modos es lo misma gata pero revolcada’ -pensé-, ‘y seguramente será interesante’.

Y lo fue. Y me gustó. Y no puedo negar que sentí cierta envidia por la manera en que la camaradería fluía entre los miembros de la congregación. Y entonces la noté y sin poder evitarlo me acerqué a ella en plena ceremonia religiosa, aunque no le hablé en ese momento. Claro, estaba trabajando y yo soy muy profesional. Pero ella también me había notado.

No era muy bonita, su piel blanquísima resplandecía bajo una falda vaporosa a la rodilla color blanco, una blusa con escote discreto del mismo color y un largo abrigo negro (era noviembre). El cabello de negros rulos brillantes le caía despreocupadamente sobre los hombros y enmarcaba su rostro sereno, sin gota de maquillaje. El abrigo no dejaba ver con claridad su cuerpo, pero gorda no era, de eso estaba seguro. No era muy bonita pero me llamó la atención de inmediato. No sé si haya sido la falta de sexo en días, la simple extrañación de un cuerpo de mujer en mis brazos o algo más profundo. Me gusta pensar que me sentí atraído desde el principio por algo indefinible como el aura, que me atrapó y no pude pensar más que en ella durante toda la tarde/noche.

Sólo le dije a mi socio: ’Mía’, señalándola con la cabeza y lo entendió. Bailé con ella, salsa, lo hacía muy bien y yo me sentía como un oso de circo. Pero ella sonreía. Ah, que linda se miraba bajo las luces del salón de fiestas. ¿Ritos cristianos? Solamente en la ceremonia religiosa, pero nada del otro mundo, nada excéntrico pero sí muy emotivo, me gustó. Y la fiesta fue como todas las fiestas de casamiento. Vals, bailar con la familia, liga, ramo, víbora de la mar, etc. Y ella iba sola y estuvo conmigo en los momentos en que podía relajarme un poco de la grabación. Al despedirnos, se me hizo muy extraño que no tuviera celular, eso me dijo, pensé que no quería dármelo porque no tenía intención de verme de nuevo, pero entonces me dio el número telefónico de su casa. Me sentía eufórico pero aún con la consciencia pesada, nada espectacular, como una más la pensaba. No era muy bonita y eso me hacía no pensar en nada serio con ella. Sí, ya sé, malditos ojos míos (verdes, hermosos) acostumbrados a la belleza femenina. No era muy bonita, si la hubiera topado en la calle no hubiera pasado más que de un rápido vistazo a su escote, su rostro y de pasada a sus nalgas, y ya, pero el destino quiso que la conociera en su estado más espiritual.

Marisel era, es su nombre. Con toda la vergüenza del mundo llamé a su casa la semana siguiente, estarán de acuerdo que no es lo mismo llamar a un celular en donde casi casi sabes con seguridad quien va a contestarte, que a una casa, sobre todo a la de una mujer con la que apenas hablaste. Yo sentía que mi performance con ella no había sido suficientemente contundente para que me recordara a la primera. Pero pasó, lo peor había pasado ya y quedé de salir con ella el jueves siguiente.

Había encontrado de donde sostenerme, por un tiempo al menos. Aunque estuvo a punto de caérseme a pedazos cuando en la primera ida a comer me dijo que ella también era cristiana. No juzgo a la gente por la religión que profesan porque no me gusta que lo hagan conmigo, pero ya saben la fama que tienen los cristianos. Santurrones y moscas muertas (dicen). Con mis reservas, seguí adelante. Para mí no tiene importancia la religión de la gente, pero para ella sí, por eso lo mencionó, quería estar segura que yo estaba bien con la situación. Y sí. O no mal al menos. ¿Qué más podría perder?

No me enseñó nada que no supiera ya. Historias de La Biblia, parábolas, metáforas, interpretaciones personales y particulares, y generales. Hablamos de dogmas, de lo absoluto y lo verdadero. Me sorprendió pues nunca había conocido a nadie que supiera tanto de religión, de la religión cristiana y de otras. El conocimiento me excita, pero ella me dejaba sin palabras, y pocas veces me han dejado sin argumentos. Temía parecer estúpido. Y entonces hablábamos de otras cosas.

Me llevó a su templo, me invitó a sus reuniones y acudí con gusto. Nunca intentó que me convirtiera al cristianismo, ni siquiera lo sugirió, yo estaba sólo de oyente. De todos modos, nada tenía yo, nada le pedí y así todo me lo dio. No fue de ella de quien me agarré en esos momentos de vacío del alma. Fue de Dios. No el dios de los cristianos, no el dios de los católicos, sino la idea de un ser superior al que le vale soberana sombrilla lo que haga con mi vida, que si me dejo arrastrar al desastre es muy mi pedo, pero que siempre va a tener una mano para tenderme si es que quiero salir. De la idea que comparado con el absoluto, soy nada, aunque aquí lo sea todo, aunque para alguien lo sea todo, aunque yo tenga la completa seguridad que lo soy todo. Así cómo Él, ego sum qui sum ...

Y Marisel me enseñó que por la carne también se llega al cielo. Siempre había creído que los cristianos eran muy recatados, nada de alcohol, de cigarro, mucho menos de drogas, el sexo necesario para reproducirse (estando casados, claro); al menos eso es lo que pregonan a voz en cuello la mayoría de ellos, aunque en privado se desdigan de todas sus afirmaciones. No Marisel. Ella no tomaba ni fumaba, eso me pudo encantar, pero detrás de la puerta de la habitación, no había dogma ni mandamiento que valiera más que el del deseo. ¡Dios! Sabía tantas cosas y se movía de una manera, me tocaba como nadie jamás me había tocado ni nadie nunca lo ha hecho de nuevo y me besaba con un hambre y una entrega que no he vuelto a ver en la vida. Si hablando de religión me dejaba bien estúpido, haciendo el amor, peor. O mejor para tal efecto. 'Lo que la carne une no lo separa ni Dios, ni el diablo, ni la muerte, ni el olvido'.

Infelizmente, una de mis dos neuronas hizo corto circuito cuando la inevitable pregunta llegó. 'Y tú y yo, ¿qué somos?'. No supe responder, no quise. Me apendejé y solamente la miré marchar. No volvimos a saber de nosotros. Ocasionalmente la he topado en la calle, en camino a su templo o con su mamá del brazo, pero nunca con un hombre. No nos saludamos. Es raro. Pero era obvio, yo lo sentía obvio. No estaba listo para una relación comprometida. Así como no lo estoy ahora, me gustaría que así como me entendió mejor que muchas, lo hubiera entendido en ese momento. Mucho drama se hubiera evitado y acaso un tiempo más de completez hubiera existido, y ya sabemos lo que el tiempo es capaz de lograr.

Pero las cosas pasan por algo. Y esta vez no me dejó cuando las cosas parecían ir mejor. Ja.

Doh.




Parte de esta serie:






¡¡¡ letem bi lait !!!

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... Gracias Dios por los dones que voy a recibir ...