miércoles, 17 de julio de 2013

... Después de Matingo ...


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Difícil es comenzar buscando una epígrafe relacionada con la película "Después de Lucía", sobre todo porque aquella suele no hilar más de tres frases en cada escena, y el cine de autor contemplativo reflexivo -o lo que sea que lo defina- de Michel Franco es más dogmático que von Trier. O algo así. Un poco menos Reitman y un poco más Altman. Mucho chaneque y un poco de Heneke.

Es importante decir que la película ya lleva un rato de haber salido en el cine, de hecho, los morons de iTunes quieren cobrar cincuenta pesos para verla, cuando ya también lleva sendo tiempo en Netflix. ¡Ja, so lerdos! Pero yo, con mi extraño ritmo semilento para las películas que quiero ver, y el poco tiempo en horario de exhibición que me dejan este par de niños hermosos y traviesos, simplemente no la había visto, por ninguna razón, pero había escuchado y leído reseñas que la denostaban hasta la ignominia, y otras que la elevaban al olimpo del FONCA.

Hasta que entre el trabajo escaso pero monótono, me encontré con un par de horas solo con mi computadora, no tenía ganas de comenzar una nueva adicción a series de televisión ni de aburrirme con una película artosa y pretenciosa, así que le di una oportunidad a Después de Lucía (oh espera) ...

O no sé. No me pareció la panacea de la pretensión ni mucho menos, pero sí es cierto que lo primero que dije y pensé durante la primera escena fue un sonoro y sardónico ¡No mames, qué hueva! Para inmediatamente después pensar en que la niña está muy bonita pero que apenas tenía dieciséis años, y luego la escena esa en la que un imbécil le está agarrando las tetitas para después dejar todo a la imaginación. No pretendo escribir una reseña ni nada por el estilo, así que quien no la haya visto, pues siga leyendo para enterarse, ya que a casi dos años de que salió, difícilmente se puede considerar spoiler cualquier cosa.

Todos sabemos by far, que es una película que presenta el tema del bullying de una manera cruda y descarnada, básicamente como es en realidad. Lo que no sabemos antes de ver la película -obviamente-, es cómo se llega a ese punto. Rápido. Alejandra es una niña muy bonita y deportista, hace natación, que se tiene que cambiar de ciudad y por ende de escuela, después de que se muere su mamá en un accidente de auto. Al llegar, como es muy bonita, los alumnos la reciben muy bien y ese mismo día la invitan a pasar el fin de semana en Valle de Bravo en la casa del imbécil ese que le agarra las tetitas. Pues beben y se drogan hasta que ella y el imbécil se meten a un baño, el tipo prende su celular, lo coloca estratégicamente y luego procede a agarrarle las tetitas. No pasa nada que nos muestren y sí todo lo que nos imaginamos. Ya en la escuela, el sex tape rola por los iPhones de todos y entonces la carrilla comienza y va subiendo de tono hasta llegar a la violencia física, el abuso sexual, la violación y la presunción de un asesinato. Para ese momento, también atestiguamos la historia del papá de Alejandra, un ser grande, gordo y barbado, cuyo único defecto es ser el más gris del mundo. Entendible, nada lo apasiona desde la muerte de su esposa, ni siquiera las señales que su hija se empeñó tanto en ocultarle que al final resultaban tan transparentes; todo eso, hasta el momento en que se entera de la desaparición y probable muerte de su hija, y entonces sí, vemos como nace y gruñe el oso que lleva dentro, secuestra al imbécil que le agarró las tetitas, la grabó en video y comenzó con todo el abuso en su contra, lo sube a una lancha y lo arroja, esposado, en medio del mar. Ahí acaba la película.

Un final lacerante por sorpresivo pues después de la furia del papá, viene un momento de calma sobre las aguas, y luego la acometida fatal. Tttsss, volví a decir ¡No mames! Pero esa escena y la historia misma no dejaron de revolotearme en la cabezota todo el día y muchos días siguientes.

Porque el bullying es cosa seria. Es cierto que las generaciones se están haciendo más debiluchas y chillonas cada vez, y eso es en una mayor parte responsabilidad de los padres y maestros y tuiteros que se espantan de todo y de todo chillan los debiluchos. En realidad todo viene desde que existe esa naquez llamada correctez política; pero también es cierto que se le da una importancia mayor de la que en realidad tiene.

Sí, la escuela es ojete con quien se deje, pero la vida es más ojete aún, incluso con quien no se deja y pelea y lucha. No hay manera de salir vivo de ella, así que por más manchado y gañán que te vaya en la escuela, siempre te puede ir peor en la vida. Porque si te esconden la mochila, te amarran las agujetas, te tiran a una zanja, te avientan a la alberca, te esconden en el baño, te dicen gordo mantecoso, se burlan de tus lentes, te embroman con besos de las más guapas, te ignoran en el intercambio de regalos de navidad, te roban tus ganancias de la quiniela del Mundial o siempre te toca hacer equipo con la maestra de química, nada de eso, en serio nada, te prepara para el jefe que te agarra la nalga, la empresa fantasma que te roba tus sueldos y tus cosas y tus sueños, el co worker ojete que habla mal de ti en la oficina, la lagartona que minimiza el tamaño de tu pene cuando ni siquiera ha tenido el honor, el superior jerárquico mala onda que lo único que quiere es fregarte porque el día de la entrevista lo viste feo, el que no tiene idea de nada pero que piensa que te manda y lo que mejor le sale es mandarte a la chingada en más de un sentido o simplemente las feroces prácticas corporativas a las que nadie llega preparado.

Lo digo con todo el conocimiento de causa, ya que los ejemplos mencionados no son tales, sino anécdotas reales que me pasaron, por decir lo menos. Pero esas son otras historias y deberán ser contadas en otra ocasión. Lo realmente importante es que no sabemos -nadie sabe- cómo lidiar con la gente, hasta que lo aprende, claro. Y eso, como la mayoría de las cosas que valen la pena, tienen que aprenderse a la mala. Cayendo en una zanja, siendo burlado por las bonitas, buscando tu mochila, renunciando con la frente en alto, aguantando hasta que todo caiga por su propio peso, ganándole a todos con la meritita verdad y con el inmenso placer de la justicia poética de manos limpias.

Tampoco quiero decir que la solución para todo es dejar que fluya, no. Porque hay que agarrar al toro por los cuernos. Hay que buscar al Ponto y rescatar a Christopher Robin. Y todo, sin dejar de lado lo más importante, que la esencia de un ser humano no cambia, se adapta y se mejora, aunque sea para bien o aunque sea para mal, pero la naturaleza misma de la especie es la adaptación y la evolución.

El llanto de Mateo porque no quiere ir a la escuela ciertamente significa algo más de lo que alcanzamos a ver o a adivinar. ¡Camán! Tiene dos años recién cumplidos y no le puedo dar responsabilidades de niño grande, aunque lo sea; no le puedo dejar todo el peso de su vida en sus hombros pequeñitos; no le puedo, de hecho, permitir que un incidente que desconocemos siquiera si hay tal, si es que no es lo suficientemente grave, afecte su infancia por demás normal y feliz.

Mateo es un niño feliz en todo el sentido del mundo. Canta, baila y ríe como el que más. Ama a sus papás y es el favorito de una de sus abuelas. Se emociona con sus personajes favoritos y todo el tiempo está descubriendo cosas, cosas nuevas y cosas viejas. Lo que me maravilla a mí es la manera en que él se maravilla de todo el entorno. Si los pájaros vuelan, si la luz se enciende o se apaga, si el trompo gira, si el coche avanza, si simplemente sale el sol, él es feliz porque puede ser testigo de las incontestables sorpresas que el universo nos depara a cada instante. Excepto los cinco minutos que dura el trayecto de la casa a la escuela, acaso menos, desde que le pongo la mochilita a la espalda hasta que se queda con su miss. Mi corazón se rompe con cada papá o mamá que sale en un grito de su trompota. Según sus maestras, el llanto acaba en cuanto salimos de la escuela, es decir, se queda contento y es alegre y cooperador en sus actividades.

Entonces no sé lo que le pasa. Ya son casi dos semanas de dramas matutinos que, por bendición, no tienen repercusión en su día ni en su comportamiento posterior. ¡Cómo quisiera meterme en su cabeza güereja para poder saber qué le pasa, qué le preocupa y qué puedo hacer por él! Mientras no exista esa tecnología, todo lo que está en mis manos es observar, mirarlo detenidamente y no perderlo de vista -sin que él lo sepa, incluso-. Esperar si es que se trata de un periodo de apego y rezar porque no le esté ocurriendo algo horriblemente imaginario. Creer en su palabra y creer en su carita cuando sale brincando de la escuela y cantando que es feliz. Confiar una vez más y doblemente en las personas a quienes les hemos encargado su cuidado y seguirlo mirando, realmente mirando para ver si alguna luz me responde desde sus ojos. De cualquier manera, me sigue coqueteando la idea de comprarme una lancha ...






¡¡¡ letem bi lait !!!



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jueves, 11 de julio de 2013

... Shut the light, shut the shade ...

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Well, that mockingbird’s gonna sail away
We’re gonna forget it
That big, fat moon is gonna shine like a spoon
But we’re gonna let it
You won’t regret it

Bob Dylan


Cuando te das cuenta de que el amor es simplemente una letra de cuatro letras. Cuando la conciencia se pierde por un instante para dar paso a la ensoñación más lívida. Cuando el deseo se agolpa en el pecho y explota en las palmas de las manos. Cuando los botones no ceden como deberían. Cuando la luna se pone regrandota como una pelotota y alumbra el callejón. Cuando los respiros y suspiros se dan a una distancia alarmante por su cercanía. Cuando te das cuenta de que cuatro letras son muy poca cosa para describir lo que se siente desde adentro, ahí, solo entonces ahí, es cuando sabes que estás enamorado.

Y me pasó justamente hoy hace cuatro años. Tanto que las luces fueron nimias y sus sombras fueron mías desde ese día y hasta ahora y para siempre. No hay suficientes palabras para decirlo como es, y sin embargo, lo exhalo con cada latido y lo inhalo con cada soplo de mi ser. ¡Estoy enamorado! Y no me da pena decirlo. He estado enamorado los últimos cuatro años de mi vida y sí, lo siento por aquellas paseantes que escucharon lo mismo de mi boca en el pasado, no tenía idea de lo que hablaba. Es tan cierto ese dicho de que no tienes idea de lo que es el amor hasta que te enamoras del amor de tu vida. Pues sí.

Mil veces pronuncié teamos, mil labios había besado yo, mil manos se unieron a las mías y ni así, ni así se podría llegar a acercar todo eso a lo que sentí cuando la miré. Tan altiva y hermosa, con el cabello en punta hacia abajo y esa sonrisa plena, con el suéter rosa de agujeritos y las botitas grises, con las manos en el volante y la situación bajo control. Yo, por dentro, me moría y me derretía con cada mirada y con cada insinuación de cercanía que, tarado como es uno, no alcanzaba a cachar.

Le vi el trasero cuando se levantó al baño, eso sí, no lo pude evitar. Y aunque hubiera podido, no quise, no me avergüenza pues se lo he dicho desde siempre. No es posible imaginar esa dicha, no es posible imaginar la dicha actual remontándonos cuatro años en el pasado. Estamos aquí y ahora, sintiéndonos como dos almas en una sola, es más, como cuatro almas en una sola, con la felicidad inmensa de sabernos expandidos en dos güeritos flaquitos que mantienen nuestras mentes y nuestros corazones ocupados y preocupados.

No hay manera de ser más feliz, se los juro. No cuando al despertar, en lugar de ver un rayo de luz cegándote desde la ventana, miras con toda la atención del mundo un par de ojos castaños que contienen la vida misma. No cuando pase lo que pase, el hogar estará caliente y la cama estará hirviendo. No cuando existe el complemento perfecto para cada pasaje de tus sueños.

Sí, también soy idealista y suelo no pensar más de lo necesario, es como siento. Las vueltas en la cabeza las utilizo para darle mucho más sentido a esto que se llama la vida petaca, que está envuelta en una coraza hecha del amor más puro que pueda existir.

Sé que las letras, aún las más bellas de la historia, no son comparables con lo que quiero decir en la realidad.

Sé y sabes que todo lo que hago es por y para ti. Para ti, lo más maravilloso que me ha podido pasar en la vida, para ti es lo que hago mejor. Y todos los días son un regalo, todos los días son para mí un regalo de Dios por estar contigo y con ellos. Desde hace cuatro años, vivo con el mejor regalo de todos.

Te amo, simplemente, Astrid.









¡¡¡ letem bi lait !!!





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