martes, 21 de octubre de 2014

... The blue that once did cover the sky ...

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Desde que el mundo es mundo, la vida de los hombres ha estado llena de altas y bajas. Como un latir sano reflejado rítmicamente en un electrocardiograma infantil. Como un subibaja feliz compartido por gemelos felices. Y es normal. Tan es normal que este blog -aquí viene una nueva apología del tedio- es una réplica clara. Siempre lo supe y siempre lo sostendré: la musa del dolor es mejor acompañante para las letras que la musa del amor. Porque es evidente, las letras dedicadas al amor tienen un límite atrofiante, es decir, se hacen más y más repetitivas hasta que forman parte de un mantra cuasi-sagrado que, los que estamos enamorados, no tenemos reparo en seguir repitiendo, ora porque no por ser cacofónico deja de ser cien por ciento cierto, ora para engatusar al diablillo de la oreja izquierda. Mientras tanto, del lado emo del espectro, las letras del dolor han inspirado cantidades inconmensurables de genialidad, tanta y tanta que sus autores, agobiados por la imposibilidad visible de acercarse a la grandeza de sus obras previas, se van del mundo.

Pues yo estoy enamorado hasta la médula y estoy lejos de haber creado algo de relevancia literaria que merezca la inmortalidad, aunque no por no querer.

Y heme aquí, postrado frente a la computadora, con la obligación del tiempo justo, con el cuchillo frío del septiembre que no se olvida y con noviembre pisándome los talones -o bueno, el talón-. Porque he de decir que el héroe ha caído. Resultó, como la profecía lo había predicho, que el héroe era sólo un hombre, yo. Y yo caí. Y me rompí. Buena cosa para NaNoWriMo. Mala cosa para mi salud. Buena cosa para seguir la búsqueda interminable. Mala cosa para mi movilidad.

Después de todo, es muy curioso cómo se acomodan -o desacomodan- las cosas, los huesos, claro, pero también los sucesos. ¡Jung, Mefisto os diefne! No hay manera de justificar la causa de los eventos, la naturaleza de los mismos es la eventualidad (daaahh), y una serie de disfortunas se han acarreado hasta juntarse en una implosión de rodilla que duele hasta el tuétano, literalmente, hasta el nervio.

Pues sí, me caí y me fracturé la rodilla. Culpas más o culpabilidades inócuas menos, lo hecho está hecho y lo roto, roto está. Una sonrisa de oquedad se asoma entre las radiografías de mi pierna izquierda, minando mi bienestar y demoliendo mi verticalidad. Ocioso sería decir que ésta no es la horizontalidad que desde siempre busco. Mis dedos se amoratan al estar erguido sobre muletas, mi talón hormiguea cuando debe soportar caso diez kilos de yeso encima, mi tobillo reclama atención con latigazos dolorosos de cuando en cuando, mis tendones hacen lo propio como si no comiera suficientes plátanos, mi muslo se desborda y se roza por el borde del yeso infrainguinal. En fin, estoy jodido y radiante. Radiante por la vida que no alcancé a ver completa pues mi caída fue muy corta. Jodido por la misma vida que no me dio ni un fin de semana de respiro.

Porque mi suegro fue también víctima de este mal hado o karma o jungitud. Dos días después. Dos. Los ojos hinchados de mi Astrid y el terror en su rostro cuando se lo dijeron son dos cosas que no quiero volver a ver en mi vida. Le fue peor a él, porque se rompió toda la mitad derecha del cuerpo. Yo soy más joven pero él es más fuerte, yo soy suavecito. La familia se divide cuidando al abuelo inmóvil, al padre tullido y a los niños hiperactivos, que son todo menos inmóviles o tullidos.

Para empezar, todos los planes han cambiado de la noche a la mañana. Ya no iremos a Nueva York al Monday Night Football de mis bienamados Dolphins. En una caída el azul del cielo se ciñó entre la bruma matutina y bajó a rodearnos. La melancolía de tiempos mejores se puede cortar con un cuchillo, y me odiaría para siempre si mis hijos recordaran a su padre como un hombre siempre triste.

Estoy aquí para ellos tres, para todos, para los cuatro siempre. Porque en la piedra que adorna su mano están grabadas con letras diminutas e irrompibles las palabras: "Siempre, los cuatro". Y ahí están, visibles para quien sea merecedor de verlas. En un azul, melancólico, sí, pero también vivo y vibrante, lleno y pleno, tanto que ni el cielo de las adversidades nos desmoronaría.

Al tiempo ...





… letem bi lait ...





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