lunes, 14 de enero de 2013

... Solo, di sol a los ídolos ...

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Yo soy, para todos los efectos prácticos, un fanático de los palíndromos. Para mi fortuna o desfortuna, también soy un procastinador crónico. Yo soy, buenísimo para hacer palíndromos, y sin embargo, debido a esta características tan funesta, siempre los dejo a la mitad.

Después del mal chiste y las malas referencias que esto le puede traer a mi persona, quiero contar una historia sencilla acerca de un hombre extraordinario. De un hombre extraordinario o de un ídolo simple. Depende cuál historia te guste más.

Mi capacidad temporal de ir al cine se ha visto disminuida de manera drástica desde que mis bebés están con nosotros. Incluso antes, su tamaño inconmensurable dentro de la panza de Astrid nos hacía difícil el aguantar una película en los incómodos asientos de Cinemex, a menos que fuera una sala VIP, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.

Por cierto, la semana pasada se anunciaron las nominaciones al oscar, y entre algunos comentarios escritos y dislatados al respecto, la película "Una aventura extraordinaria" (Mefisto diefne a los distribuidores y sus cerebros inexistentes), -que mentes más elucubradas osan llamar "la vida de Pi"-, no lograba captar mi atención más allá de lo que lo haría un trasero plano frente a mi vista en el metro. Hablaban del virtuosismo del creador del tigre en CGI, del libro en el que se basa la historia, del libro en el que se inspira el libro en el que se basa la película, del curioso caso del doblaje en español con acentos indios cual Kwik-E-Mart, etc. Sin embargo, la premisa de un niño a la deriva en el Océano Pacífico, flotando en una balsa con un tigre de bengala, no era especialmente mi idea de una película divertida.

Hablando del poco tiempo para ir al cine, he de decir que debemos seleccionar con mucho cuidado qué películas se merecen en verdad el privilegio de ser vistas por mí y mis ojos miopes. Tal fue la circunstancia, que el sábado se alinearon los planetas y Astrid y yo pudimos escaparnos por la noche. Entre el arrastre que El Hobbit (que merecería otro post, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión), y las semanas previas a que se estrene todo lo nominado al oscar que no se ha estrenado, no quedaban muchas opciones, así que decidí darle una oportunidad al mentado Pi.

Debo reconocer que yo pensé que Pi era el tigre, for some reason. Fue una buena noche de sorpresas, ya que desde que el cine se encargó de antojarme una -iukkk- Pepsi en su nueva botella (que sí está bien bonita), hasta la falta de tráileres al inicio, me hizo pensar que esta vez se venía algo bueno. Y resultó una película y una aventura y una vida que me tuvo atento todo el tiempo. ¿Por donde empezar? Cierto es que me valen madre los spoilers o no spoilers, así que aquí va:

Richard Parker es la onda, el tigre se llama Richard Parker. Por un error en los formularios del zoológico o algo así, el punto es que, el que conservara ese nombre por error, y que Pi lo siga llamando así todo el tiempo, es sencillamente un detalle delicioso. Ya encarrerado, Pi, obviamente es el niño, que no es ardilla, es muchacho, digo, no es niño, es muchacho; y su nombre completo es Piscine Molitor Patel. Traten de decir Piscine en un inglés con acento indio y verán que también es demasiado gracioso, de-ma-sia-do, hilarante, a un pelín de llegar al nivel bully. Un guiño deslumbrador a los idiotas que ponen nombres idiotas a los niños, arruinándoles la vida. Además, Pi lee "El extranjero" de Albert Camus.

La manera en que Pi se libra del bully y se vuelve leyenda es genial. Conociendo millones de dígitos de Pi (3.14157...), se gana la admiración de los compañeros de escuela y, ya lo demás de esa etapa es confuso, porque en cuanto aparece en escena Richard Parker, todo cambia. Claramente, autoasignado como espejo de Pi, Richard Parker es letal pero a la vez protector, temerario pero temeroso. Al final, no sabemos qué es realmente lo que mantiene con vida y ¿sanidad? a Pi, si el miedo que tiene de que Richard Parker se lo coma, o las ganas que tiene de ganarle la batalla por el terreno.

A media película, las frases estremecedoras caen como cascada:

- "Sé que es un tigre, pero aún así esperaba un cierre".

- "¿Quiere entonces una historia en donde no salga nada que nunca se ha visto?".

- "En ambas historias hay un naufragio, yo pierdo a mi familia y sufro, ¿cuál de las dos prefiere?" ... "Lo mismo sucede con Dios".

- "Sobre todas las cosas, nunca pierda la esperanza".

- "Me rindo, ¿qué más quieres de mí?".

- "Amma, Appa, Ravi, estoy contento porque pronto los veré de nuevo".

- "Gracias Dios por la vida que me has dado. Estoy listo".

La vida de Pi es una historia de Dios, de fe, de fe perdida y de esperanza sin ídem. Desoladora es la escena de Pi lanzando una lata con un mensaje de auxilio al agua quieta, y ver por eternos, eternísimos segundos cómo la lata se queda a dos metros de él, flotando simplemente ahí, inexorable. Increíble y eye-opener la isla fantástica (copia descarada, por cierto, de Perelin y Goab de Michael Ende), el reino de las suricatas, la gran ballena saltadora. Aterradoras hasta el hueso las aletas de tiburón esperando un error, el más mínimo e insignificante por parte de Pi.

En fin, un placer verdadero significó el ver esta película. Mis daddy-issues se dispararon a su máxima expresión y dos pares de gotas salieron de mis ojos (verdes, hermosos), al mismo tiempo que el escritor en ciernes, buscando la historia que lo inmortalizaría, se convence de la existencia de Dios. ¿Cómo dudarlo cuando la respuesta tiene que venir desde adentro? ¿Cómo dudarlo cuando se nos ha dado todo el poder de entender el exterior? ¿Cómo dudarlo cuando se el orden de los factores no altera el producto? En todos los casos, estamos aquí, ahora, y somos felices.

Por Ende ...




¡¡¡ letem bi lait !!!




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