miércoles, 31 de marzo de 2010

... Hipertiroidismo ...

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"Si doliera crecer, Sergio Goyri viviría en un grito eterno"
Sergio Zurita.


Hace un par de horas, al regresar a mi casa de mi cita de los martes con un montón de fenómenos de circo, escuchaba en la hora trasnochada de la radio hablada metropolitana, a un tercio de individuos que regalaban boletos para Diana Krall a cambio de historias de la gente real. Historias sobre situaciones de la vida en que los protagonistas hayan decidido (o tenido que) hacer un alto en sus vidas.

Interesante propuesta, digo, si yo trabajara en cualquier lugar como un esclavo, por supuesto que haría un alto por ir a ver a Diana Krall, bueno, y a oírla también.

Pero es interesante la reflexión, pues la gran mayoría de los comentarios de la gente real, no ponderaba el concepto de dar una vuelta de timón, de hacer un alto en el camino y mirar hacia atrás, hacia lo que se ha conseguido y luego hacia el frente y pensar hacia dónde se va. Particularmente, uno de ellos decía: "He trabajado sin parar durante cuarenta y cuatro años de mi vida, a estas alturas, un alto en el camino significaría el alto final". ¡Sopas!

No es que esté mal, pero es triste. Me imagino a un hámster corriendo interminablemente en una rueda generadora de energía suficiente para mantener caliente su prisión en el invierno y fresca en el verano. Duerme sin sueño, despierta y corre, come y vuelve a correr, duerme y vuelve a correr, oscurece y vuelve a dormir sin sueño. Para ese hámster, un alto en el camino significaría la muerte por golpe de calor o por congelamiento (o por inanición, ya que el dueño, al ver que ya no corre, simplemente deja de alimentarlo).

Repito, no es que esté mal pasarse la vida sin parar, pero cuando se ha andado tanto sin avanzar, las huellas en el camino son apenas perceptibles.

Crecer es la palabra. No crecer como idiota con hipertiroidismo ni crecer hacia los lados como humano de Wall-e. Crecer por dentro, espiritualmente o lo que sea que eso signifique para cada uno.

Ciertos tipos de crecimiento se notan en las arrugas de los ojos o en el fruncir del ceño. Hay preocupaciones y ocupaciones que dejan marcas indelebles y evidentes para el que quiera verlas. Los ojos de un niño reflejan inocencia y los de un anciano sabiduría y experiencia.

Mi abuelo, mi papá E ha llegado al punto en el que un alto en el camino le salvaría la vida pero lo condenaría a la irrelevancia. O eso cree él. Cuando un hombre de su ralea ha trabajado cada uno de los días de su vida durante más de sesenta años, la espalda no es tan aguantadora como entonces y las manos no asen con facilidad los barandales. Y sin embargo se mueve. La diabetes y la hipertensión tendrían a cualquiera postrado desde hace mucho, pero él, con una ejemplar y férrea disciplina de vida, ha logrado sobreponerse a las enfermedades que por herencia y hábitos lo atacaron en los últimos años. Yo no soy quién para juzgar si mi papá E es feliz o no. La esperanza del 2028 es lo que le mantiene la mente clara y las ideas frescas, aunque Cronos le vaya borrando recuerdos y habilidades. Sé que no disfruta la comida sin sal, pero sé también que él prefiere ganarse un día más que comer un trozo de cecina.

Me parte el alma verlo así, débil, delgado y con los ojos llorosos. Me quiebra el temple escuchale la voz titubeante. Mas la fuerza que le imprime al abrazo de buenas noches me da la seguridad de que va a seguir conmigo mucho tiempo más. Él no es del tipo de hombres que se dejan vencer, no es del tipo de hombres que renuncia a sus sueños, no es del tipo de hombres que se retirarían a cuidarse; él es del tipo de hombres que prefiere morir de pie que vivir de rodillas.

¡Caray! Tengo tanto que aprender de él. En esta futil y petaca existencia, los contextos me han dado razones suficientes para dar algunas vueltas de timón y para hacer numerosos altos en mi vida. Sin embargo allá, en lo alto está mi sueño, y aunque el camino es largo yo ya no quiero parar.

Mañana por la mañana iré a poner mi mano en el hombro de mi papá E para que me imbuya de su fuerza. Quiero ser grande sin inyectarme hormonas del crecimiento.




¡¡¡ letem bi lait !!!

miércoles, 24 de marzo de 2010

... Todos los huevos en la misma canasta ...

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Una interesante filosofía (whatever that means) es andar por la vida suponiendo y presuponiendo que todos los demás son bien pendejos hasta que demuestren lo contrario. Sí funciona, y funciona muy bien de hecho.

Y no es difícil, en realidad basta con ver más que las caras, los gestos de la gente que camina por la calle, o que entra al metro cual sanguijuela en busca de un incómodo espacio donde posar sus almorranas; las profundas muecas de miserabilidad que pone la gente cuando espera el autobús, cuando hace fila en un starbucks o cuando sale del cajero automático volteando para todos lados.

Contadas son las excepciones a la regla. Ese tipo de personas, sin importar el sexo, la edad o la cara de pendejos que seguramente tienen, te impactan. Dejan una huella profunda en el subconsciente al verlos por primera vez. La primera impresión jamás se olvida, dicen. Es el tipo de persona que no necesita demostrar que de pendejo sólo tiene la cara, pues en realidad es un gran anti-pendejo. O algo así. Química, puede ser.

Se nos dice desde pequeños que no juzguemos un libro por su portada, pero no se nos explica cómo es que vamos a elegirlo sin ver su presentación. Aquí es donde todo el contexto pierde su congruencia y comienzo a decir disparates. No está padre la teoría de la hiper-pendejibilidad; su única ventaja es que si no mantienes expectativas sobre la gente, éstos no te decepcionan, eso es un hecho.

Las personas, gracias a su falible condición humana, son pendejos por naturaleza. Repito, yo tiendo a pensar que todos lo son hasta que demuestren lo contrario. Es sencillo, el que nada debe, nada teme; el que nada sabe, nada demuestra. El que nada sabe, sirve para reirse un rato de él, pero eventualmente será desechado. Uno que ha demostrado a fuerza de grandeza su falta relativa de pendejez, será acreedor a un sitio en el Olimpo de mis admiraciones. No tengo que decir que admiro a tan pocos...

Integralmente hablando, digo. Tengo un amigo que es el mejor en lo que hace, bueno, no, aún no, pero es joven y talentoso y no tengo duda de que será grande entre los grandes. No soy un melómano aferrado yo, pero mi amigo es el mejor músico que he conocido. Lo admiro por eso. Sin embargo, por otro lado, es un ñoño inenarrable que siente un miedo atroz de hablarle a cualquier mujer que se le ponga enfrente. No es feo, es alto y delgado como el papá de Stuart Little Gregory House hace veinte años. Ahora que comienza a ser famosón y conocidín, no le faltan fanses y groupies, sin embargo, él permanece impávido.

Suelo pelearme con mi madre porque ella es una feroz defensora de Daniel Coleman y su payasada esa de "Inteligencia emocional". Yo clamo y reclamo que es una reverenda invención para vender libros y adiestrar mentecillas. Aunque a veces, casos extremos como el de mi amigo me hacen dudar. Pero no.

El conocer a las personas por sus letras es distinto. pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión ...

No hay manera, no hay conclusión y no hay forma de librarse de la pendejez humana. Dios es listillo y sabe que no puede poner todos sus huevos en la misma canasta, sobre todo una canasta que pasa demasiado tiempo colgada del brazo de ese gran pendejo que es el hombre ...



¡¡¡ letem bi lait !!!

sábado, 6 de marzo de 2010

... Siempre me ha gustado tu sombrero (guiño, guiño) ...

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A principios del siglo pasado, en Huaquechula, Puebla nació el patriarca de esta familia. Jesús Pablo. Mejor nombre no podía tener para ser el fundador de una dinastía sombrerera de cabeza grande. Poblano, no yucateco, pero cabezón de condición hereditaria (¬¬).

Treinta años después, mi abuelo, mi papá E nació entre alas y copas y barbiquejos. Rebelde y rezongón como siempre ha sido, durante toda su educación encaminada a continuar el negocio familiar, renegó y volvió a renegar otra vez de nuevo de la 'sombrereada'. Ja, más rápido cae un hablador que un cojo, dicen.

Por lo tanto, después de que la vida dio sus vueltas, mi abuelo se vio atrapado en su propio destino y el negocio cubretatemas lo enredó en sus prolíficas redes de seducción. Vaya la de historias que mi papá E tiene de sus aventuras llevando sombreros a los ingenios, a los ranchos y vendiéndolos como pan caliente por días. El sol imperante en Tierra Caliente le daba el mercado perfecto para su vendimia. No había de otra, el hado lo atrajo y la vida le cambió, aunque siempre le quedaron las cosquillas en los dedos.

"¿Habré perdido la cabeza?" Quizá se preguntaba cuando, por las noches, lo invadía el deseo de escribir en su vieja Remington despertando a su mujer y a sus cachorros. Seguramente en una de esas ocasiones se dio cuenta de que en verdad había perdido la cabeza, pero también comprendió que los mejores son los que están locos. Aunque yo siempre he dicho que el que está loco, jamás lo reconoce, en eso radica su insanidad.

Y sí, mi abuelo perdió la cabeza, estuvo completamente chiflado, zafado, deschavetado. Dejó el negocio en manos de mi abuela y se dedicó al periodismo, a las letras, a escribir. En ese momento cambió el destino de la familia y las letras estuvieron presentes. Hasta ahora.

Es curioso cómo el mismo destino se ha encargado de poner las cosas en su sitio, juntar a las personas que pertenecen juntas y lograr que dos pares de ojos se encuentren.

En algún instante, una mujer en toda la extensión de la palabra, vino a mí sin buscarme, simplemente llegó sin saber que ya la estaba esperando desde el principio. Ella lo auguró desde que nombró su mundo: Entre Oz y la tierra del Sombrerero. Su nombre evocaba a la malvada bruja del oeste, a la derecha en los mapas de Oz. Desde siempre estuvo apuntando su mira un poco hacia el oriente, buscando en Önderland la casita del no-cumpleaños, la tetera mágica y las cartas en el sombrero. Y ahí estaba yo, no perdido pero sí incompleto. Es de verdad maravilloso cómo las coincidencias se amoldan a la perfección a nuestras vidas, o no; no creo en el destino pero me rindo ante él cuando fue capaz de dirigirla a mí.

Por cierto, ayer, después de meses de espera (y a punto de cumplir ocho meses de completez) por fin se estrenó Tim Burton's Alice in Wonderland. O lo que es lo mismo -ya que yo soy fans del morfema castellano-, la versión de Tim Burton de Alicia en el País de las Maravillas. Estética timburtoniana y narrativa tolkeniana. ¡Oh sí!

Debo confesar que no soy fans from hells de Burton. Por un momento, pensé que estaba viendo El gran pez. Así que no adoro cualquier cosa que hace, sin embargo esta película amerita un par de vistas más.

Al principio, con el crane shot de Londres y la musiquita y las letras en zoom in, pensé que mi máquina del tiempo había funcionado y estaba seis meses en el futuro viendo la séptima película de Harry Potter, incluso canté en el cine: "Something wicked this way comes". Después, lo primero en romperme el esquema fue ese "Trece años después". ¿'Tons?

Oh sí. Tengo que aceptar que el convertir a esta película en Hook no estuvo del todo mal. Aunque Robin Williams como Peter Pan no puede ser sino ridículo, La rusita adolescente que amaga quedarse desnuda (y mostrárnoslo) a cada rato es una idea que piénsese lo que se piense, mantiene la atención del cromosoma Y en la sala del cine.

Ahora, la épica impensable de una batalla entre la Reina blanca y la Reina roja cabezona en un gigantesco tablero de ajedrez es completamente alucinante. Aunque lo que terminó por encantarme fue la profunda voz de Saruman Christopher Lee en el amenazante pero poco mostrado Jabberwocky. ¡Odio a Alicia por cortarle la lengua! Yo necesitaba más líneas irónicas y llenas de esa muchosidad que tiene mi voz favorita del mundo mundial.


La vi, me gustó, volveré.


(This is me)




Parte de esta serie:



¡¡¡ letem bi lait !!!

martes, 2 de marzo de 2010

... Tema recurrente ...

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Últimamente todo lo que he tenido ganas de escribir tiene que ver con el trabajo.

Entre Blog me do, la distribución, la publicidad, la comunidad, la impresión, el diseño y demás factores; amén de los inherentes berrinches propios de cada naturaleza humana, me he dado el poco tiempo de conseguir un nuevo empleo.

A partir del 16 de marzo usaré parches en los codos.

Oh sí. Mi oportunidad de influir en pequeñas mentes vírgenes y por una vez en la vida decir lo que pienso sin que se me censure. No sé si tenga que usar corbata pero es lo de menos. Hay razones más que poderosas para ponerme frente a un grupo de pubertos o no tanto.

No soy psicólogo pero daré la materia 'Comportamiento del consumidor'. No soy psicólogo pero vaya que soy consumidor, y vaya que sé comportarme.

Recuerdo que cuando conseguí el empleo en el corporativo fraudulento (saludos Singapur), celebré metiéndome a un Cinépolis VIP, comer sushii y tomar litros de refresco y kilos de palomitas. NO recuerdo qué película vi, pero eso no era lo importante. Sabía que podía gastarme 400 pesos en el cine porque la perspectiva de un buen sueldo y exorbitadas comisiones se palpaba y se notaba a simple vista.

Cuando comenzó a irnos muy bien en la productora me compré miles y miles de películas en DVD. Cuando entré a la radio me compré unos audífonos geniales (que ya no sirven). Cuando conseguí trabajo en Cancún me compré una tele y una hamburguesa Exxtreme de Burger King. Vaya que los estándares han bajado.

La semana pasada, cuando me dijeron que sí me daban esa materia, no es que no me haya emocionado, pero en plena crisis económica del mundo mundial, no pude ir al cine a celebrar, ni siquiera comprarme una hamburguesa del carrito en la esquina de la casa. Lo único que hice fue apartar de mi presupuesto 3 pesos para poder comerme un par de mazapanes de la rosa. Fui tan feliz, pero al darme cuenta y mirar el asunto en retrospectiva, sentí la punzada en el orgullo.

Yo sé que todo va a ir bien. A veces me desespero, pero sigo en el camino.

Amor, ¿me abrazas?



¡¡¡ letem bi lait !!!

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