.
He de decir que, aunque yo no fui un niño rudo, tampoco fui un escuincle enclenque que quisiera pasarse la vida sentado frente a la televisión. Lo que me sucedió fue accidental. Me gustaba salir a jugar a la calle, en triciclo primero y en bicicleta después hasta el poste y de regreso, pero también disfrutaba estar en el sillón frente a la vieja telesota de bulbos y mirar con calidad espantosa las caricaturas o el futbol o las películas de Cantinflas que tanto amaba mi abuelo.
No recuerdo haber sufrido la ausencia de cable o por que no me gustaba lo que había en la tele a alguna hora. Se veía lo que había y punto. Un poco más tarde, con la adolescencia entrando y los granos saliendo, me recluía a veces para mirar de corridito "Sliders", "Ciencia loca", "Salvados por la campana", "La niñera", "El príncipe del rap" y la joya de la corona: "Los Simpson".
Después caí en la cuenta de que la televisión fue para mí mucho más que un entretenimiento, se convertiría en algún momento en mi modo de vida, en mi manera de entender el mundo en el que vivo y al mismo tiempo, en la mejor forma de olvidarlo, por un rato. Nunca creí que tanta televisión me volvería turulato, por el contrario. Todo depende del mirador y la comunicación se da hasta que hace su aparición el receptor. Soy como soy por los valores que me inculcaron y por lo que aprendí mirando la tele. Es así. En una conversación, jamás permito que nadie hable mal de la televisión, ¡ella me educó! Espeto. Y respeto es lo que siento para los que hacen y viven de la tele.
Por eso me es tan difícil prohibirles o limitarles a mis hijos el horario de la tele. Me sé de memoria sus programas favoritos y a qué hora pasa cada uno y en qué canal. Tampoco es difícil, y sé que cuando están cansados pero aún llenos de energía, un rato de tele los apacigua, como música a las bestias. Además, no es que se sienten como tarados con la baba cayendo frente a una televisión que ya no lastima la vista como las de antes; la miran un rato, van por una hoja y una crayola y dibujan lo que sucede en la historia, o van por sus juguetes de lo que corresponda y cuentan la trama a la par de lo que se transmite. ¡Son geniales! (Por no decir que son unos tetazos).
Cuando me referí a que no fui un niño rudo, quise poner en contexto que siempre preferí los programas y juguetes que eran etiquetados específicamente para niños, no para niñas. Y eso era lo normal, lo natural en aquellos tiempos. Ahora, a mis hijos les chifla "La princesita Sofía", y está bien. Aman los muñecos y los peluches así como aman sus zapatos y balones y camisetas de futbol. Aman los globos como aman los coches. Aman besar mi boca como besar a quien se deje. Siempre quieren que yo sea el Rey Roland y ellos ser el príncipe James o el príncipe Xandar o el mago Cedric o el mayordomo Baileywick o el caballo que ahora no me acuerdo como se llama o los trolls de las cavernas. Y yo los dejo ser y los dejamos hacer lo que les plazca. Ya vivirán en un mundo estereotipado donde no se puedan salir de un esquema establecido, o quizá sí, y entonces habremos triunfado un poco más.
Pero quisiera retomar el tema de "La princesita Sofía". Es un programa espectacular aunque fallido. La historia es sencilla: el Rey de Encantia se enamora de una vivandera o pastelera, como sea, que tiene una hija llamada Sofía. El Rey ya tiene un par de hijos, el príncipe James y la princesa Amber, ambos mayores que Sofía -aunque no por mucho-. Jamás se nos explica el funesto destino de la reina anterior, aunque por lo que discutiremos a continuación, me puedo dar una idea muy clara y torcida de cómo sucedieron las cosas. Viven en una realidad propia de su linaje y ralea, pero el Rey Roland es bondadoso y justo. Miranda (la madre de Sofía) se siente como pez en el agua casada con el Rey, como si hubiera sido el propósito de su vida, su título es el de Reina y al parecer sus súbditos/excompas la a-do-ran. Para Sofía es mucho más difícil acostumbrarse a ser una princesa, básicamente porque es una peladita de arrabal venida a más.
El tema musical de entrada del show la llama claramente "Sofía Primera". Lo cual constituye no solamente una aberración en términos monárquicos, sino un acto de la más vil de las traiciones que se pudieran llevar a cabo dentro de una corte. Me explico. Los príncipes no tienen numeral en un reino, sí en un principado pero no en un reino como claramente se señala, ya que "El Reino de Encantia" tiene un Rey. Además, a los primeros de su nombre no se les otorga un numeral en vida, sí en los registros históricos, pero sólo hasta que existe un segundo del mismo nombre. Es el caso del Papa Francisco, que será el Papa Francisco hasta que haya un Papa Francisco II, cuando pasará a llamarse para la historia como Francisco I.
En fin, que para poder ser llamada Sofía Primera (o Sofía I), habría que esperar a que fuera reina y que posteriormente hubiera otra reina Sofía. Pero tendría que ser reina con R mayúscula, Reina que detente el trono, no consorte. Para eso, Sofía tiene varias posibilidades, primero que nada, el Rey Roland debería legitimarla, es decir, el Rey tiene el derecho y la facultad de legitimar a sus bastardos ya sean de noble cuna o de plebeyas; claro, suponiendo sin conceder que el Rey Roland fuera el padre biológico de Sofía, ya que como dije, su madre más que pastelera se me figura una vivandera trepadora, además que como Roland dice en algún capítulo: "CONSUMO PLACER", podemos darnos cuenta de la afición del Rey por visitar burdeles y casas felices desde la misteriosa desaparición de su esposa.
Digamos que Sofía fuera legitimada como hija del Rey. Antes que ella en la línea de sucesión está el heredero legítimo, el príncipe James. Y dado que desconocemos si el Rey Roland tiene hermanos, después de James, la siguiente en la línea es la princesa Amber. Ninguno de los dos parece del tipo capaz de abdicar, y menos en favor de una media hermana bastarda legitimada. Ahora viene el giro interesante, cuando Sofía llega al castillo por primera vez, el Rey Roland le regala un amuleto púrpura, que además de atarla para siempre a usar ropa morada, constituye una reliquia ancestral de la casa regente de Encantia, así que el portar tal joya, haría de Sofía una pretendiente poderosa a la que los más agitadores y violentos del pueblo pudieran seguir en caso de una sucesión complicada. Total que sabemos que siempre que un Rey pierde la corona, lo siguiente que pierde es la cabeza. Cuando muera el Rey Roland, el trono pasará al príncipe James de inmediato y a sus hijos tras su muerte, a menos que ésta ocurra antes de tener herederos propios, en cuyo caso, pasaría al primer hijo varón de la princesa Amber, o a una hija, o a ella misma en caso de no tener tampoco herederos. Todos ellos deben morir para que Sofía pueda convertirse en Reina. No es una proyección que uno quiera que sus hijos vean. Aunque yo sí se los expliqué aunque no me hicieron caso más allá de cinco segundos.
Un día le conté esta teoría y las fallas en el diseño de este programa a Astrid, quien muy segura de sí misma me respondió: "No importa porque 'La princesita Sofía' está hecha para niños y para papás de niños. Además, generalmente, la gente que sabe ese tipo de cosas que sabes tú, jamás se reproduce".
¡Toing!
¡¡¡ letem bi lait !!!
.
miércoles, 21 de enero de 2015
... Con sumo placer ...
Vainilla con:
abuelos,
accidentes,
apego,
arte,
cabronas,
ficción,
Galletas,
televisión,
vacuidad
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
JAJAJAJAJAJA… ¡Astrid es la onda!
Yo me reproduje pense que era la unica en el mundo que escucho "consumo placer", creo que Sofía es hija biologica de Roland, y existe una extraña cercanía entre James y Sofia...
Publicar un comentario