domingo, 1 de febrero de 2015

… Si no puedes ser Súperman ...

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... sé Batman.

Le dijeron alguna vez a un muchacho enclenque con un talento trabajado para el futbol americano a nivel colegial en Estados Unidos. Un tipo que apenas pudo ser titular en su último año de elegibilidad y que llegó de rebote a la NFL después de otros ciento noventa y ocho jóvenes cuyos nombres se han perdido de la memoria colectiva (incluyendo el infame Chad Pennington y el infravalorado Marc Bulger). Este joven maravilla, fue tomado también por los Expos de Montreal para jugar como catcher al béisbol profesional. ¡Suerte para todos que no lo hizo!

Suerte y no, porque si con algo ha malabareado Tom Brady -sí, obviamente hablo de Tom Brady, por mucho que me duela- es con la suerte. La buena y la mala. Para él y para mí. La mala suerte de Drew Bledsoe, el súper estrella quarterback de los Patriots que se enfilaba a su segundo Super Bowl y se lesiona en la antesala de su segunda oportunidad para conseguir el trofeo Vince Lombardi, dejándole el corazón roto a los fans de Boston y el camino libre a Tom Brady para que comenzara su leyenda.

Justo ese Super Bowl, en el que los Patriots enfrentarían a los ultra favoritos Rams (con el mágico Kurt Warner, cuya historia es aún más fascinante) fue el único en el que sentía cierta simpatía por los de New England, derivada como siempre de mi predilección por la Conferencia Americana por un tema de gamas cromáticas y transmisiones televisivas, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión. En fin que Patriots lo ganó en última instancia no gracias a él, que sin embargo fue designado como MVP (Most Valuable Player). Y siendo un novato encumbrado, pidió permiso a su coach para ir al viaje a Disneyland que el patrocinador regalaba siempre al jugador más valioso del Super Bowl. Tan humildito que era antes y tan gañán que se volvió.

Porque Tom Brady es el mejor quarterback de toda la historia del futbol americano, ni siquiera yo lo puedo negar. Pero yo lo odio con toda mi alma. Por todas las veces que ha roto mi corazón destrozando sin piedad a los Dolphins, ganando apretadamente en el soleado Miami y apaleándolos ferozmente en las nieves eternas de Foxboro. Por toda la presunción que sin duda merece. Por ser él, pues. Por ser el pupilo del tipo más despreciablemente bueno entrenando futbol americano también de la historia: Bill Bellichick, un nacazo y tramposazo impresionante que tuerce las reglas a conveniencia y que ha gozado de una impunidad lamentable, pero en fin.

La historia le pertenece a Brady y yo, aunque disfruto enormemente una derrota de los Patriots como si fuera una victoria de la humanidad, me siento afortunado de haber visto su carrera entera, siendo que me perdí los mejores momentos de Joe Montana y lo ví solamente repartiendo su magia allá en el Estadio Punta de Flecha, que aprendí a amar a Dan Marino aun con sus partes biónicas y su necesidad de ser armado después de cada jugada y su tristísimo adiós, que sufrí a Peyton Manning y su frigidez, que encontré un campeonato de fantasy gracias a -Dios me perdone- Mark Sánchez, que hice que Astrid se volviera fan de Drew Brees, que idolatro para siempre a Eli Manning por tener la onza para madrearse a los Patriots, y sobre todo que tuve todo este año un incalculable man-crush con Russell Wilson y con Marshawn Lynch.

El mejor de la historia regresará el próximo año para que todos lo podamos seguir odiando, mientras él solamente hace lo suyo, para lo que se ha preparado seguramente desde hace más de veinte años, termina ganándole a Miami, vuelve a su mansión millonaria y se coge a su esposa: Gisele Bundchen.

HDP.




¡¡¡ letem bi lait !!!




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