martes, 7 de julio de 2009

PELANDO LA BANANA. La cáscara. Volumen VII.

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"Desde el principio hasta el final no hay una sola cosa recta, sólo es posible una pregunta. ¿Juegas?"
David Grossman



El olor a podrido que emana de las yemas de los dos pulgares de mis manos me marea pero sobre todo, hace que inexorablemente la recuerde. Cinco veces he votado en la vida. Dos para presidente, una para gobernador y con la de este domingo, dos elecciones intermedias de diputados (y para presidentes municipales y diputados locales que siempre vienen pegadas). He de decir que siempre voto por el mismo partido, aunque en las federales de 2006, caí en la tentación del seductor baile del hipopótamo y di uno de tres votos para Nueva Alianza. Total que siempre voto por el mismo color y tengo la dicha de estar invicto en las elecciones presidenciales. Dos votadas y dos ganadas. Pero por el contrario, dicho color no me ha hecho ganar ni maiz en elecciones locales, ni gobernador, ni presidente municipal, ni diputado federal, ni local, ni senador. Jamás. Pero en fin. Maldición de vivir en municipio amarillo.

Una de las relaciones más intensas que he tenido se dio dentro del contexto de la agitada campaña electoral de 2006. Ella, pobrecita, es hija de un politiquillo de rancho, que se ha dedicado toda la vida a chupar del presupuesto municipal, estatal o federal. Parte de la desbandada que abandonó el barco tricolor en 1987 para sumarse a la campaña de Cárdenas contra Salinas (primera elección de la que tengo vagas memorias). Después se juntó con los amarillos y así ha seguido, ha sido diputado local creo que dos veces, parte del ayuntamiento otras tantas y derrotado una vez que contendió para la alcaldía. Y su daltonismo (por no poder ver los colores correctos) se le pasó a su hija por herencia. Bueno, no tengo porqué defenderla, ella sabe lo que hace, pero en ese entonces (no sé ahora) era furibunda defensora lopejobradorijta.

La conocí en una fiesta. Mira si es grande el destino y esta ciudad es chica. Yo celebraba junto con los compañeros de la maestría el término de la misma. Me había salido antes que todos del examen de Estrategias de Distribución (ya lo había terminado) para pasar por Elizabeth. Iríamos todos al bar de mi hermano a festejar el término de dos años de materias poco aprovechables pero que se ven bien en el papelito. Había invitato a Elizabeth a acompañarme y sería nuestra primera cita.

Ese día fue el inicio de Elizabeth y Luis, y además había contactado a una excelente dealer de memorias usb. ¿Su nombre? Edith. Amiga de una amiga de un amigo de un amigo. O algo así. La historia siguió su curso, Elizabeth se iba y volvía, ella en toda su intermitencia y yo en toda mi permanencia funcionábamos de manera regular, o eso parecía. Por primera vez compré una monstruosa (en ese entonces) memoria de cinco gigabytes, carísima. Edith y yo charlábamos por msn también de manera regular, sin pretender nada, ni querer nada.

Un día, en noviembre, recibo un mensaje en el celular pidiendo por ayuda desesperada. Me encuentro con Edith en el centro, ella llorando como una magdalena porque su hombre la ha abandonado. ¡Oh cielos! Si hubiera leído correctamente las señales mucho se habría evitado, pero también mucho se habría perdido. Edith no tenía con quien hablar y me habló ya como último recurso, la hice reir y se tranquilizó. Una semana después, Elizabeth, su hijo y yo fuimos de vacaciones a Mazatlán. Casi me cuesta morir ahogado en la alberca asesinado por una novia celosa, una llamada de Edith a mi celular, de madrugada y de nuevo llorando por un nuevo abandono de su hombre. Dos en menos de un mes. Era de preocuparse, sin embargo no lo vi venir. No del todo, creo.

Con la llegada de diciembre, Elizabeth se fue a Los Angeles y yo no prometí esperarla, mis nalgas se cansaron de estar sentado decidí que todo había terminado y entonces entró Jimena por la puerta de mi oficina y pasó lo que pasó. Me sentí tan culpable, que hice lo mismo que Edith había hecho en alguna ocasión. Le llamé para contarle mis penas.

El año nuevo trajo consigo una inesperada amistad, complicidad y camaradería entre Edith y yo, iba a visitarme a la oficina al menos dos días a la semana saliendo de la escuela. Estudiaba ingeniería en electrónica y telecomunicaciones, creo. Nos fuimos haciendo más y más unidos y aunque en el fondo yo seguía extrañando a Elizabeth, salía con Edith como amigos aún pretendiendo nada, y salía también con Jimena, también pretendiendo nada pero lográndolo todo.

La convivencia con Edith llegó hasta donde tenía que llegar, comenzamos a sentir cosas, conocí la historia de los abandonos patológicos de su hombre, terminaban y volvían, terminaban y volvían y todo de nuevo, interminablemente. Yo no tenía autoridad alguna para juzgar, lo mismo tenía yo con Elizabeth, lejos, pero nos extrañábamos, lejos, pero juntos. Juntos, pero eso no me impidió encandilarme con los sensuales labios de Edith, tipo Angelina Jolie región cuatro bananero. Nada había pasado entre nosotros, pero era evidente, nos quemábamos por dentro. Un día, en febrero, después del cumpleaños de Elizabeth, decidí dejar de pensarla y esperarla tácitamente, un día después salí con Edith y juro por los cielos más sagrados, que jamás en la vida he sentido tantas ganas de besar a alguien como esa tarde/noche. Pero diablos, ella había vuelto con su hombre, también un día antes.

Irónicamente y como si todo fuera una mala película, Elizabeth volvió de Los Angeles ese lunes y como resulta obvio, corrí a su encuentro, todo era dichoso de nuevo, pero entonces sucedió el enroque. Edith llegó a buscarme a la oficina el martes por la mañana, mi socio, ignoto de la situación tan enredada solamente le dijo que me había tomado la mañana libre para ir a ver a mi novia. ¡Demonios! Por supuesto, me buscaba porque había vuelto a romper definitivamente con su hombre. Hablamos en la noche, le conté todo y ella a mí. Le confesé mis dudas y ella prometió no dejar de verme. Lo cumplió.

No pasó ni una semana cuando Elizabeth volvió a irse, a Mérida esta vez, de ahí saltaría a Cancún para quedarse una buena temporada. Y Edith seguía ahí. El día más genial fue cuando fuimos al cine a ver 'Una película de huevos' y después a la feria. Era domingo y ella tenía clases el lunes, por lo que debía estar en su casa a más tardar a las doce (reglas estrictas de su padre, según); pero era la clausura de la feria y el tiempo nos pasó volando, como pasa el tiempo cuando la pasas perfecto. Con el pequeño, pequeñísimo inconveniente de que al salir, a lo lejos vimos al ex hombre patológico con una rubia y ella se quedó pensando en eso todo el camino de regreso. Decidí no besarla (otra vez) debido a ello, no quería que fuera por una revancha de su parte ni nada parecido. No hubo la oportunidad. Cuando estacioné el auto a la entrada de su casa, oigo toquidos desesperados en mi ventanilla y me asusto horrible. Era su padre, en ropa de dormir y con una jeta de que se lo llevaba el diablo. Cierto que eran las tres de la mañana y cierto también que su hija llegaba con un desconocido y con cierto aliento alcohólico (ni tanto). Me gritó, o eso creo y arrastrándola la llevó adentro, ni tiempo tuvo de despedirse de mí. Rechinando llantas me fui de ahí enojadísimo.

No volvimos a vernos hasta mi cumpleaños. Por primera y única vez en mi adultez hice una fiesta enorme, casi cien invitados de los cuales llegaron sólo sesenta, aún así muchísimos. Todos reclamándome porque estuve todo el tiempo con Edith. Fue genial, se llevó de pelos con mi abuelo y con mi mamá. Pero en algún momento, algo se rompió dentro de ella o la cerveza le hizo efecto gacho o se le cruzaron los cables. El chiste es que se disculpó, y cual picadora de cebolla se encerró en el baño a llorar a mares. No sabía que hacer. Mi mamá le dio café y la llevó a dormir. Yo le llamé a una de sus amigas para que fuera por ella, no podía llevarla yo a su casa en ese estado, de por sí su padre me odiaba, piorrr.

La siguiente semana fue a la oficina a verme muy apenada. Me dijo que estaba enamorada de mí, y que sabía que yo lo estaba de ella, que por eso no podíamos vernos más (¿?). -De esos argumentos femeninos tan absurdos pero tan comunes que seguramente pronto abarcaré con más amplitud-. No había nadie en la oficina. Cerré la puerta, preparé una cámara en el set de chroma y la senté frente a ella con un monitor para que pudiera verse. Y a mí. Nos lo dijimos todo. Lo que sentíamos, lo que queríamos, lo que pensábamos y lo que estábamos dispuestos a hacer. Nos besamos por primera vez y fue, fue, fue mágico, hasta que el calor nos quemó lo suficiente como para querer más. Desnudos en mi oficina, sin condones, me rehusé a hacerlo. Simplemente sin condón no puedo, no quise. Se vistió enojadísima y se fue sin dirigirme palabra alguna.

Esa sensación de abandono y pesadumbre no me dejó hasta que volvió. El día de la inauguración del mundial de futbol Alemania. Sabía que no me iba a perder los partidos así que fue directo a mi casa. Sin hablar nos dijimos todo, nos perdonamos lo que había que perdonarse, y ahí sí, con los condones suficientes y necesarios, cogimos como si hubiéramos cogido toda la vida. Como dos amantes experimentados y doctorados en el cuerpo del otro, o así lo sentí. No se si hayan sido las ganas o en verdad algo más trascendente, pero pasó. Como pasaría casi diario a partir de entonces.

Las campañas presidenciales agarraban vuelo para entonces y los debates entre ella y yo eran monumentales, que López, que Calderón, que el compló, que el mesías tropical. Disputas que invariablemente terminaban en acostones de antología. Intenso, intenso todo, y por lo tanto fundamentalmente corpóreo. De esas veces cuando la piel siente tanto que trastoca el corazón y los sentimientos, y los confunde, creo.

El dos de julio había que ir a votar. Sabía que el domingo con ella estaría arruinado pues sería representante de su partiducho en una casilla. Fui, voté, compré refrescos, café y chucherías para llevarle. La vi extraña, sin ganas, como triste. Hablaríamos en la noche, lo prometió. Pero esa llamada nunca llegó. Yo marqué y no obtuve respuesta. Tampoco el lunes, ni el martes, ni el miércoles.

Hasta el jueves, el hombre patológico contestó mi llamada. Ocioso es decir lo que pasó, resulta obvio. La patología le ganó a la piel, o al corazón, o a lo que sea que hayamos tenido. Me destrozó, pero sólo por unos días. Lo dicho, como de película, Elizabeth volvió a curarme las heridas para volverlas a abrir de inmediato regresando a Cancún.

Esa semana, mi hermano se muda del departamento, Jimena viene a vivir conmigo y Valeria llegó a mi vida.

Mucho pasó en poco tiempo. Mucho, tanto que no me dejó tener un duelo especial por la pérdida de Edith. Ni con el tiempo. No le guardo rencor. Conmigo se quedaron los poemas que escribí para sus dibujos (aunque estos se hayan perdido). Al menos me regresó Diablo Guardián antes del fin. Fiuf.




Parte de esta serie:





¡¡¡ letem bi lait !!!

6 comentarios:

la chida de la historia dijo...

'patológico'

Me resulta un tanto cuanto familiar... y qué coraje!

Argh!

Dib dijo...

Chale, me cae que tu vida sí es interesante. ¡Tengo envidia!

Vanessa C. dijo...

Oh my gash!

Al menos ati no te dura el luto, el luto corazonil es duro, siento envidia por tu capacidad.


Haz de ser un Ken porque te llueven las mujeres ;)

bambú y lluvia =) dijo...

Leido de corrido y (por suerte) sin interrupciones. Digno de ti.

Ya se te extraña infeliz. Besitos vacatigre!

Jo dijo...

amores patologicos... podridos

... me suena conocido

o huelen!?

argh! la chida de la historia me robo por adelantado la expresion

pero es buena vecina :P je

Sachery Guevara dijo...

genial genial genial, te odio, porque me encanta como escribes :P

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