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Me sentía tan mal en el trabajo que casi inmediatamente después de llegar me regresé a mi casa. Descansé la cabeza en la almohada y todos mis pensamientos se concentraban en ella, en su escote, en sus piernas, en la turbación que le había notado la noche anterior cuando le conté la historia de mi primera vez. Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos, el dolor que había sentido no estaba más, no sabía cuanto tiempo había pasado pero alguien tocaba el timbre con desesperación.
Me levanté rápidamente, tanto que sentí un ligero mareo y entonces me vi al espejo, aún estaba completamente vestido y la luz de sol que entraba por las ventanas me decía que no podía ser más tarde de las nueve de la mañana, había dormido poco más de una hora. Abrí la puerta sin ver la mirilla.
- Perdón si te desperté,pero no pude dejar de notar la forma en que me mirabas, tampoco pude evitar el darme cuenta de tu erección cuando te tomé del brazo. No quiero molestarte, yo solamente quería ...
Ella estaba de pie frente a mí. Yo le lanzaba una mirada de deseo, un deseo que había estado conteniendo desde la mañana, cuando me desperté descubriendo que mi mano estaba dentro de mis pantalones. No me preocupé por la erección matutina, era normal, pero pensaba en los seis meses que había pasado sin sexo; al principio, el recuerdo de la última y desastrosa vez me atormentaba, después de lo que había pasado, mi libido descendió hasta niveles ínfimos. Además de deprimirme me sentía poco atractivo, los brazos antes fuertes y marcados ahora colgaban con el músculo convertido en pellejo flácido, estaba delgado como nunca antes en mi vida, irónicamente mi abdomen había crecido hasta transformarse en una bolsa amorfa y mis mejillas siempre redondeadas estaban hundidas acentuando mis pronunciados pómulos. Entonces me deprimía con el solo hecho de verme desnudo al espejo, mi pene disminuido ya ni siquiera podía decirse que se balanceaba, sólo estaba ahí, empequeñecido y apuntando al suelo, a pesar de que jamás me vanaglorié de su tamaño me sentía poco hombre y poca cosa. Pero ahora estaba bien, había recuperado el tono muscular y tanto el cabello como la barba me gustaban, aún vestía el traje negro, la camisa y la corbata, ni siquiera me había quitado los zapatos al recostarme, me sentía bien, poderoso y atractivo y tenía frente a mí a una mujer deseable y lo que era aun mejor, totalmente excitada.
Ella comenzó a hablar pero la interrumpí al instante colocando mi dedo índice sobre sus labios y acercándome a ella, rocé la totalidad de su boca con los dedos de la mano derecha y por fin pude alcanzar su cintura con la izquierda. Clavé la mirada (verde, hermosa) en sus ojos pequeños y tal como lo imaginé, ella no fue capaz de soportarla durante mucho tiempo, bajó sus párpados para observar mi boca. Mordí despacio mi labio inferior y me los enjugué con la lengua, ella arqueó ligeramente a espalda revelando la turgencia de su pecho que se inflaba y crecía con cada respiración, que para entonces ya era muy rápida. Lentamente le acaricié el rostro con el dorso de la mano derecha rodando los dedos que aún permanecían en sus labios hasta la mejilla. Las manos de ella dejaron de estar inmóviles a sus costados y mientras la izquierda subía hasta tocar mi mano junto a su cabello, la otra se elevaba por el frente, con un ritmo tranquilo me rozaba la barba provocándome un espasmo que me recorrió desde el mentón hasta el último rincón de mi cuerpo, cerré los ojos y eché la cabeza suavemente hacia atrás, lo que provocó que ella recorriera mi cuello apenas tocándolo con las puntas de los dedos y llegando hasta el nudo de la corbata, metió las manos dentro de la parte superior de la camisa y con una habilidad que me sorprendió desabrochó el primer botón y jaló la corbata liberando un poco de la presión que me ejercía en la garganta y haciendo que volviera a mirarla, con otro movimiento rápido logró despojarme del saco que cayó sobre la alfombra sin hacer ruido. Iba adueñándome más y más cada vez de su cintura, sintiendo y palpando y acercándola a mí un poco con cada movimiento hasta que llegó el punto en que nuestros cuerpos estaban unidos y ella podía sentir la dureza que de entre mis pantalones se le clavaba en el vientre, mientras que sus senos se apretaban contra mi pecho haciendo que el escote bajara y quedara a la vista el encaje negro de su ropa interior. Soltó mi mano derecha que aún me acariciaba el rostro e intentó separarse un poco.
- Yo solamente quería decirte algo, escúchame ... - Ella hablaba con dificultad y entre gemidos, pero por segunda ocasión en menos de cinco minutos, no pudo terminar su frase.
- Sh, no digas nada, por favor, no hables.
- Necesito decírtelo, no sé que me pasa, yo ...
- ¿No puede esperar? - La apretaba contra mi cuerpo aún con la mano y los dedos liberándose del estar enredados en el largo cabello castaño de destellos rubios y dando un fuerte empujón a la puerta para cerrarla, conduje a mi presa hacia adentro, hacia la sala. Ella se dejó llevar.
Yo era un desconocido. Un desconocido que le estaba robando el aliento, un desconocido que la tenía recostada en el sofá de su departamento, un desconocido que le besaba el cuello y la cara con tanta vehemencia como no estaba segura de que alguien se lo haya hecho antes, un desconocido cuya barba cerrada le raspaba provocándole estremecimientos en todo el cuerpo, un desconocido que la tenía fuertemente sujeta por la cintura sin posibilidad ni deseos de escapar, un desconocido que le acariciaba las pantorrillas con la combinación exacta de presión y suavidad que le hacían querer gritarle que se apresurara y se moviera hacia sus muslos, hacia el interior de ellos, que se deshiciera de su ropa interior y la tocara entre las piernas con esos dedos que la hacían volar, que la despojara por completo de su ropa y la dejara a ella hacer lo mismo con la suya, que la sometiera y que hiciera de su cuerpo lo que quisiera. Y ella se abandonó, dejó de pensar.
Yo me abocaba a besar cada milímetro cuadrado de su piel visible, pero me resistía a besarla en la boca, eso la volvía loca, podía notarlo perfectamente; posaba mis labios y hacía presión con ellos sobre sus párpados, en su nariz, con la punta de la lengua intentaba dar pequeños toquecitos en todas y cada una de las pecas que le atravesaban las mejillas, abría la boca grande y mordía muy suavemente pero procurando abarcar la mayor superficie posible, cerraba los dientes despacio hasta escuchar el gemido de dolor y seguía, raspaba el cuello con los pelitos de mi propio mentón, me aventuraba con sigilo a seguir mordiendo por los hombros, bajaba ahora velozmente con la lengua hasta tocar la parte superior de sus senos, con los dientes intentaba separar el sostén negro de encaje y luego lo regresaba a su lugar para seguir besando la clavícula, seguir recorriendo el largo del brazo y al llegar a la mano, uno por uno chupar delicadamente todos los dedos terminados en largas uñas pintadas de negro. Ella se había abandonado al placer y ya no oponía ningún tipo de resistencia, por el contrario, respondía a cada uno de mis movimientos con el complemento ideal, parecíamos dos amantes experimentados y doctorados cada uno en el cuerpo del otro. Mis manos habían alcanzado ya sus muslos, gruesos, largos, duros, prácticamente lisos y por completo libres de vello que reaccionaban ante mis caricias erizándole la piel. Yo quería escucharla gritar, clavé las puntas de los dedos de ambas manos en la correspondiente pierna, no tenía las uñas crecidas, pero la presión de las yemas sobre los muslos fue suficiente para hacerla proferir un gemido mayúsculo. Aproveché la momentánea convulsión para subir las manos hasta su cadera y hábilmente deslizar cada uno de mis dedos medios debajo de la cinta lateral de sus bragas, hice una ligera torción y despacio jalaba hacia mí liberando el pubis de su húmedo encierro. Al hacer esto, sus piernas se juntaron y se elevaron, tuve ante mis ojos su sexo completamente depilado y no pude apartar la mirada de ahí mientras mis manos continuaban recorriendo sus extremidades para remover la ropa interior, también negra y con el encaje haciendo juego con el sostén. Una vez que las bragas llegaron a los tobillos, me di tiempo para desabrochar las cintas de los zapatos de tacón alto que ella no había tenido tiempo de quitarse, la alfombra apagó el sonido de los tacones al caer; volví a recostarme sobre ella y al tiempo que jugueteaba con la ropa interior en la mano izquierda, la derecha la deslizaba con la palma completamente abierta y los dedos tamborileando a veces lento y a veces un poco más rápido sobre su muslo y subiendo hasta levantar el vestido negro dejando expuesto su vientre. Aunque seguía evitando juntar mi boca con la suya, no resistí y con un movimiento violento mordí su labio inferior haciéndola gemir y sin que ella se diera cuenta, me guardé las bragas en la bolsa izquierda del pantalón.
- Vamos adentro, ¡quiero estar en tu cama ahora! - Ella tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para lograr articular esa frase.
La obedecí, sin decir palabra alguna la tomé por los muslos, ella me rodeó con sus brazos el cuello y le planté con un par de golpes ligeros las palmas de las manos completamente abiertas en las nalgas. La levanté en vilo y después me erguí. Así, cargándola caminé por el pasillo con dirección a mi cuarto. Ella recargó su cabeza en mi hombro aspirando mi olor y al mismo tiempo empujaba discretamente su cadera para rozar su pubis con mi cuerpo. Yo besaba los lóbulos de su oreja.
Al llegar a la habitación la recosté en la cama, acaricié su pecho y con un hábil movimiento de manos desabroché por el frente su sostén, todavía sin quitárselo del todo bajé los brazos para levantar completamente el vestido negro, ella hizo lo propio despojándose del sujetador de encaje negro y finalmente quedó completamente desnuda, acostada y definitivamente lista. Jalé mi corbata y me abrí la camisa sin importarme que los botones se arrancaran, ella me desabrochaba el pantalón, hacía descender el cierre y bajaba sus manos para dejarme al descubierto. Terminé de quitarme el pantalón junto con el bóxer y me tumbé suavemente sobre ella sintiendo mi piel en la suya, sus ya duros pezones rosados apuntando a mi cuerpo apretándose contra mi pecho. Me preparé, con la mano izquierda llegué hasta el centro de su entrepierna sintiendo su humedad, con la mano derecha tomé delicadamente su rostro y por fin, mis labios se entreabrieron y se posaron lento sobre los de ella que me respondían con ansias. Sin embargo me retiré abruptamente del beso y le dije:
- Duerme conmigo, por favor.
Al terminar la frase me acurruqué entre los brazos de esta confundida mujer. Su cuerpo estaba húmedo y caliente y tan rebosante de adrenalina que sabía que le sería imposible dormir, pero sabía también que tampoco podía evitar quedarse mirándome y velando mi sueño. Sin que ella me viera, yo sonreía maliciosamente.
¡¡¡ letem bi lait !!!
viernes, 22 de mayo de 2009
... Un día cualquiera ...
Vainilla con:
blasfemias,
cachetes,
la extraño,
Luis,
mi historia,
no debería,
nostalgia,
pero sí,
que plantón,
recuerdos
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5 comentarios:
Post harto subido de tono y temperatura para leerlo en la oficina, je.
ahhhhhhhhhhhh
Nota mental para mi:
"NO LEAS EL BLOG DE LUIS EN EL TRABAJO"
Que bueno que no soy hombre,
si no hubiera pasado por un momento bastante bochornoso, ahora nada más iré a lavarme la cara, por que si estuvo muy fuerte...
Saludos.
P.D.Intenso, muy intenso.
P.D.2 Me encantó.
juar juar!!!
jaja no ps yo te leo desde mi casa pero ¿en verdad pasó eso?
Qué cruel!! yo no me quedaba así, ahora terminas lo que empiezas jajaja... genial, yo soy fan de las barbas crecidas, so sexy ;)
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