Ser de la izquierda es, como ser de la derecha,
una de las infinitas maneras que el hombre
puede elegir para ser un imbécil:
ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral.
José Ortega Y Gasset
A veces recuerdo las primeras tertulias de politiquerías de la prepa. Yo nunca tuve una formación militante, de ningún lado por dónde se le busque. Sabía que mis tíos paternos trabajaban todos en el gobierno priísta, así que siempre le fueron al tricolor y al Toluca. Sabía también, por la cercanía, que mi abuelo aborrecía todos los partidos y a todos los políticos por igual. La primera ez que tuve conciencia de que algo choncho estaba pasando, fue en las elecciones presidenciales de 1988. Yo tenía seis años, pero recuerdo a mi papá enojadísimo por el fraude a Cárdenas. He de decir que mi padre sí era medio rojillo, no sé si por oposición a sus hermanos o por verdadera conciencia izquierdosa, de todos modos, no importa ya.
Luego, cuando estaba en secundaria, entre el grupo de amigos había un fósil que recién había cumplido dieciocho años, y que por lo tanto, tendría oportunidad de votar en las elecciones de 1994. Por supuesto que se ufanaba y se pavoneaba de que su voto iría -y fue- a parar a las urnas con la cruz marcando la insignia del ingeniero Cárdenas y el recién formado Partido de la Revolución Democrática. Un galimatías al que todo el círculo rojo (wannabe) le tenía fe más allá de la realidad. La historia constata que el PRD comenzaría su cadena de derrotas llegando apenas al tercer lugar, detrás de Diego Fernández de Cevallos, el candidato del PAN, y el ganador Ernesto Zedillo del PRI. No hubo, en esta ocasión, gritos ni sombrerazos, mucho menos insinuaciones de fraude ni actos contestatarios ni bloqueos ni nada. La transición se dio natural y ordenadamente.
A menos que se tome en cuenta el levantamiento zapatista, que a todos nos llenó de miedo como si estuviéramos viendo un cometa que se acerca con toda lentitud al planeta. Como si estuviéramos siendo perseguidos por una momia recién reanimada que camina como entumecida de cinco mil años de inmovilidad. En fin, que pasado el susto, y después de que nada pasó realmente, mi hipsterismo temprano me hizo rechazar cabalmente todas las elegías y odas al zapatismo, movimiento que desde el nombre lleva la derrota, al ser llamado en 'honor' a un cacique que sólo vio por sus propios intereses, que es responsable directo de la crisis actual del campo al impulsar esa forma anacrónica que es el ejido y que perdió todas y cada una de las batallas a las que guió a sus secuaces.
En fin, que en la prepa tenía un mejor amigo rojizo, con el que peleaba todos los días con argumentos adolescentes de uno y otro lado. Porque éramos unos idiotas tratando de entender el mundo sobre bases teóricas sin sustento en la realidad. Él, creció para convertirse en un teórico estudiado, pues es historiador de los muy clavados. Lo sabe todo, creo, pues un día perdió la cabeza por una mujer peligrosa y jamás volví a saber de él. No existe para Google.
Llegué a la universidad y a la mayoría de edad, y mi primera elección presidencial fue arrasada por el fenómeno Fox, a cuyo tren me subí. Hice mi tesis sobre las estrategias políticas y mercadológicas de su campaña, entré a las juventudes panistas sólo para salir corriendo a los pocos días, quise ser presidente municipal, diputado local o lo que fuera. Después terminé la universidad y empezando a trabajar todo se esfumó. Tiene razón la frase coloquial que dice que a uno se le acaba lo socialista cuando deja de subirse al metro. Y bueno, yo sigo subiéndome al metro y sigo sin ser socialista, pero en mí aplicó el desinterés en participar de la política en lo absoluto.
Al menos hasta hace cinco años, cuando por azares de la vida y el trajín de las vocaciones, entré a trabajar en una dependencia de gobierno, cuya misión y visión son de sentido social, al menos en teoría. Como todas, tiene sus vicios ocultos que no es lugar éste para develarlos.
Desde hace unos días, y después de estar casi tres meses incapacitado por riesgo de trabajo, recibiendo dinero y prácticamente sin gastos variables, mi cabezota redonda comenzó a rondar ideas rojillas. No digo que quiera lanzarme a las calles a exigir que vivos los queremos, pero una conciencia social se ha despertado en mí, pues no olvido mi responsabilidad para conmigo mismo, con mi familia y con mi entorno.
Creo que eso es lo que pasa cuando a uno lo mantiene el gobierno.
¡¡¡ letem bi lait !!!
1 comentario:
¡CHAIRO!
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