domingo, 4 de enero de 2015

… La gota que vence la sequía ...

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He sido un romántico incorregible. Este blog es una prueba innegable de ello, es mi naturaleza, soy besucón y agarrón. Por supuesto que mi lado sociópata también es lamentable, así que mis arrumacos siempre han sido selectivos. No cualquiera merece un abrazo de mi parte, mucho menos me gusta saludar de beso a todo mundo. Pero cuando siente mi cuerpo, mis manos y mi boca tiemblan por tocar y besar todo el tiempo, no lo puedo evitar, claro, a menos que tenga peligro de ser condenado por acoso. Particularmente, la mujer que hace vibrar mi sangre es la sencilla receptora de mis cariños.

Tal condición se ha trasladado a mis hijos. Muero por abrazarlos todo el tiempo, llegando incluso a empalagarlos y hacer que no quieran saber nada más de mí, pero es que es inevitable. Son tan listos, tan grandes, tan cachetones, que provocan el más grande amor del que soy capaz de sentir.

Justo ahora, que escribo estas letras, con ellos jugando a mi alrededor, Rodrigo me enseña un taller de juguete que trajo y me dice: "Te presento mi último invento, ¡El gran despachador de historias!", para, acto seguido, aporrear los botones como si fuera una máquina de escribir y cantar "¡Una gran historia yo contaré!". Cabe mencionar que en este momento, me encuentro sentado junto a él, con mi computadora en las piernas, aporreando las teclas escribiendo esto. El corazón me creció mil por ciento. Sobre todo después de que Mateo llegó con un tren de juguete y dice: "¡Yo también quiero hacer historias como tú, papá!". Juro que yo jamás les he dicho nada sobre eso, de alguna manera debieron haberlo visto, sentido o escuchado. Ya lo hacen, sólo que aún no saben que lo hacen. Ellos todo el tiempo están creando historias de la nada, y es prácticamente de la nada.

Los escritores no creamos. Simplemente escogemos palabras que cuentan una sucesión de hechos conocidos, ya que todo está inventado, todo está vivido, por alguien. Por todos. Las historias continúan siempre, aunque los protagonistas cambien o aunque los contextos se empalmen, lo necesario es al fin recíproco entre la vida y el escritor. Sin vida, el escritor no tiene de qué hablar, y sin escritores, la vida está condenada a ser vivida sin ser recordada.

Todos podemos ser escritores, todos conocemos las palabras. Algunos las utilizan de una manera y otros de mala manera. Unos ponemos extra cuidado -y aún así muchas cosas se pasan- en cada letra escrita y otros escriben como si tuvieran dedos de salchicha, una palabra por otra sin un eficiente auto corrector. Pero la idea está, aunque hay quienes ni siquiera pueden hilar la idea en su cabeza, son los menos (quiero pensar y así lo deseo).

Cuando mis hijos me entreguen su primera frase salida de su cabeza seré el hombre más feliz del mundo, y aunque no escriban una obra de teatro a los seis años o aunque compongan una sinfonía magistral a los ocho, siempre serán mi más grande orgullo, la razón primordial por la que hago las cosas. Ellos y ella.

No hay sequía que se apague con un torrente. Gota a gota, la vida sigue y siempre hay que dar un paso a la vez. Enamorarse siempre es fácil, es repentino y es veloz, súbito. Volver a enamorarse es un camino sinuoso, pero el amor es fácil, las decisiones son las complicadas, los vericuetos de la senda son falaces y la quilla debe estar siempre bien apuntada. Yo voy a luchar hasta más allá del límite de mis fuerzas. Los paradigmas no funcionan cuando prueban su ineficacia, por eso es difícil la vuelta, aunque no es imposible, definitivamente no.

Las historias maravillosas las escriben hombres sencillos empujando sus límites. Yo amo las historias.



¡¡¡ letem bi lait !!!





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1 comentario:

la chida de la historia dijo...

Nunca dejes de escribir historias… :)

Todavía no soy un robot.

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