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Suene a lo que suene, el título de este post no refiere a ningún tipo de macumba o hechizo caribeño, o sí. Pensándolo bien, algún día le contaré a mis hijos el delicioso arte de saltar las olas en compañía de unas blancas caderas brasileiras para recibir el año nuevo 2009, año que por cierto, fue un verdadero parteaguas en la historia de mi vidurria de porquería. Mi año cero, el génesis de mi real y orgullosamente altaneros escritura y estilo. En fin, el punto es que, contrario a lo que pudiera expresar con cada poro de mi piel, resulta que a las mujeres les gusta el ritmo.
Lo cual explica el porqué de tantos embarazos no deseados en las adolescentes, cuando leen en cualquier pasquín que ciertos días del mes son por completo infértiles y ... ¿Qué? ¿No estaba hablando de ese tipo de ritmo? Bueno ya. Desde tiempos inmemoriales se ha sabido que no hay peor ciego que el que no quiere ver, así mismo, no hay peor amante que el que no sabe bailar.
Aquí debo hacer el primer paréntesis del día y expiar mi más profundo rechazo a esa noción. Y a las pruebas me remito. Pruebas documentales, por supuesto. Si fuera necesario, habría que preguntar a una muestra representativa del total de la población de mujeres con las que he cogido y compararla con una de las mujeres con las que he bailado, para, en un ejercicio estadístico y probabilístico, entender la varianza y la dispersión para explicar el porqué yo prefiero a mis mujeres como mis gráficas: con desviaciones estándar. (*espera a que El Dib venga a corregir esta taradez que escribí en 3... 2...)
Porque desde que tengo memoria, mi mamá y mi tía Tere, cansadas de mi robotismo, trataron de enseñarme a mover un pie y luego otro y luego una mano y luego la otra al ritmo de muchos tipos de canciones impresentables. Mi tía Tere trabajaba en ello hasta que, de nuevo harta, decidió tener sus propios hijos para enseñarlos a bailar sin frustraciones, pues yo era punto menos que hojalata para esos menesteres. Mi madre santa también la sufrió. No literalmente, por supuesto, peor sería tener un hijo tullido o uno idiota. En el universo de posibles defectos congénitos, el ser arrítmico -y un poco autista- no sonaba tan mal.
No tengo oído musical. No puedo tocar màs de tres notas en una guitarra sin desgarrarme mis suaves, suaves deditos con las duras cuerdas de la misma. Jamás pude impresionar a mi maestro Modesto de música en la primaria. Soy por completo incapaz de identificar una canción tan solo escuchando sus primeros acordes. Carezco de las habilidades básicas que se necesitan para hilar los sonidos en una secuencia medianamente agradable. No puedo cantar sin que voces agudas salgan de mi garganta cuando no deben. Y por supuesto, soy malísimo para coordinar mi cuerpo con movimientos que seguramente me harían ver como un gran oso granoso.
Ya alguna vez escribí sobre la coordinación necesaria para ser uno con su propio cuerpo. No quiero decir que lo sea en la cama, pero creo que hasta el momento no he tenido queja. Y le echo ganas, oh sí... Por el contrario, mi ser sexual que grita y ronronea con ansias cada vez que un orgasmo se ve tan cerca, toma control sobre mi más grande órgano sexual que se desenvuelve como pez en el agua. Pero sólo ahí. No creo que bailar sea como hacer el amor. Mi ser vertical ha tendido desde siempre a la horizontalidad, y de ahí pa'l real.
En la secundaria, acaso mi momento escolar más feliz, tuve clases de baile desde primero hasta tercero. Mi espiritual maestra de danza, prefería tumbarnos en el suelo a meditar (y quedarnos dormidos riquísimo) a poner nuestras colas a moverse. Ahora que lo pienso, no sé si mi maestra hubiera estado preparada para tal despliegue de hormonas pre-adolescentes con cuerpos en completo estado de desarrollo y ebullición. Oh bueno, es que mis compañeritas moldearon sus cuerpos a diferentes ritmos, siendo, como siempre, las que más se tardaron, las que más buenas quedaron al final.
Al tiempo, las clases de teatro con el maestro Paco, me tendieron la trampa del teatro musical. Y yo, con mi diecisiete por ciento gay no me pude resistir. Sabiendo de antemano que no podía ni cantar ni bailar, me escogió para hacer el papel del profesor Carrillo en la farsa "El show de terror de Rocky". Un hombre tullido y confinado a una silla de ruedas. Papel perfecto para mí. Tal fue mi terquedad, que logré que me dieran el papel del Mango Petacón en "¡Qué plantón!". Necesité de toda mi disciplina y creo que ahí se forjó un poco de mi férrea voluntad. Los que necesitaban mis arrítmicas patas era un método, una coreografía y un diagrama específico de qué hacer y cuándo hacerlo. Fui un éxito. De ahí vino "Cats" y "El diluvio que viene". Aún no existía "Wicked", pero hubiera estado genialísimo. Fui un éxito, tanto que mi maestro Paco me robó mi vestuario cuando ya no nos presentamos más en ninguna feria ni exposición. Mi momento pasó y ya nadie después me creyó media palabra de lo que había sido mi experiencia en el teatro musical.
Cuando crecí, mi pseudo homofobia se hizo presente e hizo que renegara de alguna vez haber usado malitas de colores y haberme subido a un escenario a bailar y a cantar. ¡Si tan sólo me hubiera visto mi padre! Luego crecí más y dejó de importarme lo que la gente pensara o dijera, no sólo de mí, sino en general lo que la gente pensara... o dijera.
Hoy, que tengo a mi lado a quién me empuja a hacer cosas que siempre me han gustado, pero que por diferentes razones fisiológicas nunca había podido, he ido a una clase de salsa. En el Mama Rumba. Con un bonche de otros principiantes en este valle de lágrimas: godínez arrítmicos de traje y corbata acompañados de damitas godínez de lentes de pasta y pantalón de Suburbia, pretendidos reguetoneros con gorras estilo polecía, cubanos wannabe tratando de impresionar a sus -poco- esculturales acompañantes. En fin. ¡Fauna, fauna everywhere!
No es lo mismo aprender los pasos despacio y luego que llegue la música y hacerlos rápido. Lo que falta es el ritmo, eso es la falencia. Está muy divertido porque no falta el Galán Delón-chería que se cree Resortes Resortín de la Resortera y mueve el cinturón como queriendo desabrocharlo sin usar las manos, tampoco la pareja de dudoso género que simplemente no sabe en qué lado de la línea colocarse.
El chiste es el cotorreo y el destino infunesto que me hizo quedar de pareja con Astrid ¡ja, en tu cara, azar! Quiero volver porque disfruto el ejercicio, además de sudar como puerquito y poderme comer unas aceitunas al terminar. Ahora falta ver quien cuida a los hijos mientras ella y yo nos vamos a mover las caderas en su caso; el pantalón, en el mío.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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viernes, 13 de julio de 2012
... Rumba, samba, mambo ...
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2 comentarios:
Técnicamente, habría que comparar tu desempeño con el número de mujeres con las que le has entrado al fornicio, pero no al baile contra el número de mujeres con las que bailaste tanto horizontal como verticalemente, para saber si realmente hay o no una relación.
Y si quieres a una mujer con desviaciones estándar, entonces te gustaría que midiera o más de 1.90 o menos de 1.40 o que pesara más de 100 Kg o menos de 40 Kg o cosas así.
Pero bueno, yo no venía a corregir sino más bien a decir:
"Video o nunca pasó".
Secundo: "Video o nunca pasó".
Jajaja, si no pudimos verte como el mango petacón, por favor, que alguien te grabe en tus clases de salsa y me enseñe el video para poder morir (de la risa) en paz.
¡Carajo!, si yo pudiera te cuidaba a los niños pa que te fueras a bailar con mi cuñadaca U.U
Nos vemos prontísimo. =)
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