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El karma se apiade de mí y de este blog de desconfianza, pues permítome iniciar con una airada mini-perorata contra la tecnología des daemonium pues ya llevaba un buen trecho de este post escrito, pero por cosas fuera de mi entendimiento (además que esto es un maldito cacharro de plástico) se trabó la página y la herramienta muy mona que dice "Guardando" cada dos minutos sirve para maldita la cosa. En fin.
Muchas veces he repetido, incluso hasta el hartazgo, mi jactancia de no mantener el apego hacia las personas, hacia los lugares y las cosas, es otro tema. Sin embargo, algo cambia una vez que uno logra escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. No sé si sea coincidencia, o es una de las cláusulas de letras chiquitas en el contrato ese de madurar. Tal vez sea todo lo contrario, pero cada vez que despierto por la mañana, me lavo las manos (con gel anti-bacterial) y voy a ver a Mateo que llora en su cuna pidiendo por papá o por mamá, dependiendo del humor del que haya amanecido.
Porque pocas opciones quedan para la rutina de dos bebés maravillosos que están por cumplir un año. Gracias al cielo, Rodrigo es más dormilón y se queda una hora o media hora remoloneando en su cuna antes de llamarnos para que vayamos por él. Todo esto pasará y eventualmente encontraremos una nueva rutina que disfrutaremos por igual. Porque yo me la estoy pasando de pelos. Incluso hay momentos, en los que el trabajo aburrido y monótono es tal, que me obliga a estar presente aunque mi mente divague y se pregunte: "¿y si...?" No hay tal "y si...". El héroe cotidiano realiza un acto, si no heroico, si muy comprometido con la causa común, a la vez. Un acto a la vez y un paso con cada pie. No existe la prisa de la turgencia pero tampoco el pasmoso letargo de lo acomodaticio. No para este héroe que resultó ser tan sólo un hombre.
Todo lo anterior, no es más que un pretexto para contar algo que desde hace días he pensado. La gente no cambia, eso lo tengo muy claro; pero nadie ha dicho nunca que no pueda crecer y evolucionar. Por supuesto que no me estoy saliendo por la tangente, ni estoy utilizando recursos retóricos para salir del paso o para defender mi punto de vista idiota. O sí, tal vez sí, pero no importa. No es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después, o no es lo mismo Luisz Galleta que Luisz papá Galleta tres años después. Claro que sí, el mismo pero diferente. Ustedes me entienden. Soy sólo un hombre sencillo que aprecia el silencio, pero también soy un hombre al que una palmada en la espalda o un abrazo sin razón, son suficientes para hacerlo feliz.
Hace un par de días descubrí que mis hijos me reconocen -aun con la barba muy larga- y me aman (o al menos me tienen cierto aprecio). Hace un par de días me di cuenta de que a Mateo le gusta embromarme al extenderme sus bracitos con una sonrisa, para que vaya por él, todo para que al estar a centímetros de tomarlo, se voltee y gatee como alma que lleva el diablo, luego de que está a la suficiente distancia, extender de nuevo sus bracitos hacia mí con una gran y traviesa sonrisa entre sus cachetotes. Hace un par de días morí de felicidad cuando Rodrigo me buscaba para rodear mi cuello y mis hombros (o lo que se podía) con sus bracitos fuertes, cuando pega su cachetote con el mío o cuando recarga su nuca en mis hombros. Desde hace un par de días me he sentido más cerca de ellos que nunca.
Lo cual me lleva a otra cuestión, el hecho de que mis hijos me hagan todo el bien del mundo, me hace pensar en si he logrado hacerles todo el bien del mundo a mi mamá, a mis hermanos, a mis abuelos. ¿Qué estaríamos haciendo si Mateo y Rodrigo hubieran sido Andrea y Valeria? ¿Dónde estaría si Astrid no fuera Astrid? ¿Dónde si no hubiera salido por piernas de Cancún? ¿Qué hubiera pasado si hubiera seguido alguna de las profesiones familiares? No lo sé y seguramente sería un ejercicio ocioso. No me gustaría imaginar mi vida desde otro punto. Mis hijos y mi mujer son felices, yo con eso ya estoy en el cielo.
Pero platicaba hace días con mi hermano (¿?) por facebook, que llega el momento en la vida de todo hombre, en que uno no puede darle gusto a todo el mundo. Muchas veces he sentido el llamado de la sangre y el chorizo (y las tortas de La vaquita negra) y he deseado con el alma ir a Toluca a ver a mi familia olvidada y perdida, ver y buscar incluso la piedra inexistente debajo de la cual pudiera o no estar mi papá. Pero se me van las ganas cuando en el horizonte aparece la posibilidad de un abrazo eterno de Rodrigo y una sonrisa eterna de Mateo, las cuales no quiero dejar de experimentar jamás, ni siquiera a través del espejo retrovisor, ni con el brazo contorsionado. El quedarme quieto mirándolos es todo el combustible que necesito en esos momentos. Hasta que el ansia vuelve a los orígenes. Mi mamá es feliz cuando está con sus nietos y yo soy feliz de verla feliz. Dios sabe cuanto amo a los míos y Dios sabe cuanto agradezco que otros nos amen, aun y cuando las razones no me parezcan suficientes.
Porque la necesidad de pertenencia, así como todas y cada una de las sensaciones humanas, no decrece, por el contrario, nunca es suficiente. Si soy muy guapo (y tengo los ojos verdes, hermosos), ahora quiero ser delgado y fuerte como Ronaldo pero varonil como Casillas; si tengo cien pesos en la cartera, quiero tener doscientos en el bolsillo del pantalón. Si no quiero despegarme nunca de mi maravillosa mujer y mis perfectos hijos, ahora quiero alargar el tiempo para pasarlo con todos los míos. No quiero perderme nada y quiero vivirlo todo. Quiero leer todos los libros y ver todas las películas. Quiero saber todas las palabras y quiero saber cómo usarlas y combinarlas. No quiero dejar de vivir lo que tengo ni de anhelar lo siguiente. Quiero cuidar mi corazón al tiempo que los míos crecen en cariños.
No hay razones que valgan para dejar de vivir lo que se vive día a día, nada me impide seguir creciendo y evolucionando, sin dejar de ser jamás Luisz Galleta, siendo además un buen hombre, padre, esposo, hijo, hermano, nieto, yerno, tío, etc.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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miércoles, 4 de julio de 2012
... Contrafactuales del apego ...
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