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De cuando leí hace cinco o seis años "La Tepiteada", obra cumbre del alburismo tepitense mexinaco, (sí, mexiNACO) del nunca bien ponderado Armando Ramírez, aprendí que la literatura -en oposición a los hombres- no se debe de discriminar. Si en múltiples y anteriores ocasiones expuse que el ser naco es sólo una cuestión de actitud, hoy debo refrendarlo y llamar naco al más alto de mis compañeros (ñeros, ñeros) de trabajo. Pero vamos por puntos. Armando Ramírez puede ser el epítome de lo más naco y corriente que existe en el mundo, pero es un escritor genial y un magnífico comunicador. El vampiro teporocho y la misma Tepiteada pueden dar fe de tal talento. Tal cual, lo conocí bailando una sabrosa cumbia, al tiempo que editorializaba jocosamente las noticias del día, en el noticiero que el vilipendiado Carlos Loret de Mola tenía en lo que en ese entonces se llamaba simplemente 4tv. De ahí, mi amigo Carlos me prestó el libro del vampiro teporocho, del cual recuerdo más su grandilocuencia alburera que su contenido temporal. La Tepiteada fue solamente el siguiente paso en la decadencia naquérrima.
Cabe mencionar que es realmente hilarante el leer una historia que es conocida por todos, como La Ilíada, trasladada al barrio bravo y adaptada en sus diálogos al caló y folclor propios del entorno. Por otro lado, no olvido que después de eso, mis sentidos se descosieron hacia Diablo Guardián, El Necronomicón, El Loco, entre otros títulos que me alejaron -no tanto, especialmente el de Xavier Velasco- de lo naco falaz. Lo naco sutil era lo de entonces.
Por cierto, si no lo habían notado, el título de esta entrada es el albur más naco que he escuchado, leído o tenido el infortunio de conocer. Suban, léanlo, entiéndanlo o no, sigamos.
No me considero un ser de albures, por más que mi cochina mente esté involucrada en algo así como trescientos malos pensamientos por hora, aunque mis ojos me engañen y lea suciedades en lugares impropios para tal efecto, a pesar de que veo el TvNotas por las fotos centrales (casi siempre, lo cual no puede sino calificarse como la más baja de las raleas humanas), no creo ser un buen alburero. Tampoco me presto fácilmente a que otros lo hagan conmigo (¿ven?).
Me siento incómodo cuando estoy en medio de una plática di'ombres machos y rudos, y entre ellos comienzan a lanzarse apologías homo eróticas sumisas y pasivas. Por principio de cuentas, no creo en la ley del más fuerte ni en la ley del menos joto. No comulgo con la idea de que el someter a otro hombre y penetrarlo u obligarlo a hacer sexo oral, hagan a un individuo más hombre. Será más joto, pero más hombre. Pos' de eso se trata el alburear, ¿no?
Y resulta que uno de mis compañeros, de apellido Fierro (de por sí prestante al albur barato y gratuito) se fue de vacaciones porque en estos días se convertirá en padre de un niño que no tiene la culpa de nada, pero que crecerá rodeado de experiencias y bromas homosexuales de barrio. Creo. Pues cuando el citado compañero anunció que su novia estaba embarazada, simplemente sugirió: le dije que si me guardaba un fierrito. ¡Pero qué desfachatez! No me espanto, pero tampoco me es fácil aceptar que haya gente que se refiere así o con ese tipo de desdén u oprobiedad a sus mujeres.
En fin, sólo quería sacarlo de mi sistema, ya que, a pesar de que entiendo casi todas las clases de albures, nunca aprendí a sentirme suficientemente en confianza con un 'amigo' que no fuera mi amante homosexual, como para decirle que lo voy a forzar a mantener una relación sexual de penetración por la fuerza, pero que además lo va a disfrutar, yo no, porque soy muy macho. Ppppffffff.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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miércoles, 25 de julio de 2012
... Mamá es tacaña ...
Vainilla con:
abandono,
blasfemias,
fanatismo,
ficción,
fracaso,
hombres,
libertad de expresión,
libros,
machismo,
mamadas
sábado, 21 de julio de 2012
PELANDO LA BANANA. Los dominicos. Volumen II.
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Astrid y yo queríamos tener un bebé. No por un afán egoista, pero sí era un sueño que compartimos durante poco tiempo. Digo poco porque en una visión global y etérea, nosotros hemos vivido mucho en poco tiempo. Generalmente soy muy discreto y tal vez sólo a mi mamá y a un par de amigos cercanísimos les compartí nuestro sueño parental. Uno de ellos, mi amigo, compañero y casi hermano recién había sido tío por segunda vez y atravesaba una etapa niñeril, no hizo sino emocionarse con la posibilidad de tener otro sobrino cachetón al cual consentir.
Resultó que el medicamento pro-concepción no fue tan eficaz como lo prometía el doctor ciego. Ni siquiera un poco. Compramos un termómetro extrañísimo que medía el momento ideal de la ovulación y decía cuando era adecuado tener relaciones sexuales para asegurar el embarazo. Tampoco funcionaba. Las dudas y los términos en los que quedábamos mes con mes no nos ayudaban a paliar el sentimiento de que algo estábamos haciendo mal, no sabíamos qué, pero algo, porque namás no pegaba.
Ni gemelos ni nada, y la desesperación propia de las ganas comenzaba a hacerse presente y a recabar fricciones que, sin embargo, no lograban separarnos. No esas fricciones. Pero tampoco podían ser ignoradas.
Pequeñas discusiones que derivaban siempre en la imposibilidad ignota de ser papás, que al final amenazaban con romper lo que era perfecto y preciso. Varias veces. Las mechas estaban cortas (aunque esa no era la razón de la infertilidad, puercos) y cual te-ene-te dinamitaban nuestros mismos cimientos. Broncas de trabajo y de sueños rotos, que sumados a la falta de embarazo hacían el ambiente muchísimo más pesado.
La mansión galleta aún no estaba entregada y nosotros, como adolescentes, buscábamos siempre un lugar privado y cómodo para poder hacer la tarea. Justamente el día marcado en el calendario ovulístico, por causas del destino, los dos estábamos cortos de efectivo, por lo que teníamos que buscar un hotel en donde se aceptara la poderosa MasterCard. Vueltas y vueltas dimos por la ciudad, y bueno, sobra decir que el panorama motelístico de la ciudad no es algo que pueda presumir de ser conocedor, que no lo soy ni lo fui. Así que, después de tantas vueltas, con los ánimos caldeados y sin ganas ya de amor, volvimos a la casa en silencio y en ruinas. ¿Qué no sabíamos que importante era esto para nosotros? Y más que nada, ¿de verdad queríamos que nuestro bebé fuera concebido en estas circunstancias?...
Una visita al reumatólogo, derivada de estudios previos, nos confirmó que el final parecía más cerca que el sueño. Nuestro departamento estaba recién entregado y amueblado y sin embargo, no vivíamos juntos aún. La probable y hereditaria artritis reumatoide que podría padecer Astrid y su consiguiente tratamiento, sólo podía frenar nuestros ímpetus y ansias reproductivas. El reumatólogo le prohibió embarazarse mientras se confirmaba el diagnóstico y por supuesto durante el tratamiento, ¡qué es de por vida!
Las lágrimas no se hicieron esperar, y lloramos juntos, e hicimos el amor de una manera tan triste... entre mares de llanto. No lo podía creer. Estábamos renunciando a lo que siempre habíamos soñado en aras de una enfermedad acuciosa e inevitable, y terrible. No lo podía creer. Quizá todo estaba planeado para que fuera una prueba de supervivencia. Nos quedamos dormidos desnudos, abrazados y llorosos. Simplemente para despertar a un nuevo comienzo. Mejor, pero no sin piedrotas en el camino ...
Parte de esta serie:
¡¡¡ letem bi lait !!!
.
Astrid y yo queríamos tener un bebé. No por un afán egoista, pero sí era un sueño que compartimos durante poco tiempo. Digo poco porque en una visión global y etérea, nosotros hemos vivido mucho en poco tiempo. Generalmente soy muy discreto y tal vez sólo a mi mamá y a un par de amigos cercanísimos les compartí nuestro sueño parental. Uno de ellos, mi amigo, compañero y casi hermano recién había sido tío por segunda vez y atravesaba una etapa niñeril, no hizo sino emocionarse con la posibilidad de tener otro sobrino cachetón al cual consentir.
Resultó que el medicamento pro-concepción no fue tan eficaz como lo prometía el doctor ciego. Ni siquiera un poco. Compramos un termómetro extrañísimo que medía el momento ideal de la ovulación y decía cuando era adecuado tener relaciones sexuales para asegurar el embarazo. Tampoco funcionaba. Las dudas y los términos en los que quedábamos mes con mes no nos ayudaban a paliar el sentimiento de que algo estábamos haciendo mal, no sabíamos qué, pero algo, porque namás no pegaba.
Ni gemelos ni nada, y la desesperación propia de las ganas comenzaba a hacerse presente y a recabar fricciones que, sin embargo, no lograban separarnos. No esas fricciones. Pero tampoco podían ser ignoradas.
Pequeñas discusiones que derivaban siempre en la imposibilidad ignota de ser papás, que al final amenazaban con romper lo que era perfecto y preciso. Varias veces. Las mechas estaban cortas (aunque esa no era la razón de la infertilidad, puercos) y cual te-ene-te dinamitaban nuestros mismos cimientos. Broncas de trabajo y de sueños rotos, que sumados a la falta de embarazo hacían el ambiente muchísimo más pesado.
La mansión galleta aún no estaba entregada y nosotros, como adolescentes, buscábamos siempre un lugar privado y cómodo para poder hacer la tarea. Justamente el día marcado en el calendario ovulístico, por causas del destino, los dos estábamos cortos de efectivo, por lo que teníamos que buscar un hotel en donde se aceptara la poderosa MasterCard. Vueltas y vueltas dimos por la ciudad, y bueno, sobra decir que el panorama motelístico de la ciudad no es algo que pueda presumir de ser conocedor, que no lo soy ni lo fui. Así que, después de tantas vueltas, con los ánimos caldeados y sin ganas ya de amor, volvimos a la casa en silencio y en ruinas. ¿Qué no sabíamos que importante era esto para nosotros? Y más que nada, ¿de verdad queríamos que nuestro bebé fuera concebido en estas circunstancias?...
Una visita al reumatólogo, derivada de estudios previos, nos confirmó que el final parecía más cerca que el sueño. Nuestro departamento estaba recién entregado y amueblado y sin embargo, no vivíamos juntos aún. La probable y hereditaria artritis reumatoide que podría padecer Astrid y su consiguiente tratamiento, sólo podía frenar nuestros ímpetus y ansias reproductivas. El reumatólogo le prohibió embarazarse mientras se confirmaba el diagnóstico y por supuesto durante el tratamiento, ¡qué es de por vida!
Las lágrimas no se hicieron esperar, y lloramos juntos, e hicimos el amor de una manera tan triste... entre mares de llanto. No lo podía creer. Estábamos renunciando a lo que siempre habíamos soñado en aras de una enfermedad acuciosa e inevitable, y terrible. No lo podía creer. Quizá todo estaba planeado para que fuera una prueba de supervivencia. Nos quedamos dormidos desnudos, abrazados y llorosos. Simplemente para despertar a un nuevo comienzo. Mejor, pero no sin piedrotas en el camino ...
Parte de esta serie:
¡¡¡ letem bi lait !!!
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Vainilla con:
abandono,
amar,
bloqueo,
Fairy Goddess,
fracaso,
Galletas,
hotel,
Pelando la banana,
sueño
martes, 17 de julio de 2012
... Bragollach ...
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La cuarta de las batallas de Beleriand, según la mitología de Arda de J.R.R. Tolkien contenida en El Silmarillion, es denominada Dagor Bragollach. La Batalla de la Llama Súbita. Dagor - Batalla, Bragol - Llama y Lach - Súbito. Es así, ya que arrancó y terminó en un suspiro, cómo una flama que se alza majestuosa, simplemente para apagarse en un instante. El idioma de los Eldar es el Sindarin, y yo, ñoño como sólo podemos ser los que gustamos de la fastuosa sonoridad y cadencia del llamado élfico, deseo con toda el alma aprenderlo cabalmente.
Porque -y miéntenmela si nunca lo han pensado- hay momentos en la vida en los que, la frase propicia y adecuada para tal o cual circunstancia, suena mucho mejor en otro idioma que no es el español. No es una cuestión malinchista ni mucho menos, es simplemente una onda sonora que nada tiene que ver con el gusto personal. ¿O qué no toda la gente es multilingüe?
Y justamente la palabra Bragollach, es la que me ha estado rondando la sesera desde hace unos cuantos meses cuando me enteré de la noticia. Y no es que uno se espante ni se de golpes de pecho, pero vamos por partes.
Él, 25 años, economista, con una novia-exnovia un tanto psicópata y que no le quedaba para nada. Ella, 28 años, comunicóloga, con un novio-prometido un tanto psicópata y que no le quedaba para nada. Parecía que no tendrían mucho en común, pero el destino es grande y esta ciudad es chica, en cierto evento, el azar los llevó a estar sentados uno junto al otro y a intercambiar dos o tres palabras para no volver a verse.
Hasta cuatro o cinco meses después, en que una serie de eventos afortunados los hizo coincidir en la misma oficina, silla junto a silla y destino junto a destino. Astrid, que los conoció tiempo después, lo supo desde siempre. Se veían bien juntos y se notaba la química. Pero nada pasaba, pues ambos se peleaban por sus propios remedos de vida con los otros con los que estaban. La boda de ella estaba cada vez más cerca, para septiembre de dos mi once, si no mal recuerdo. Si creo en los fuegos fatuos (o en Jung), debería decir que las cosas siempre pasan por algo; la boda se pospuso y él aprovechó para quedar libre de una vez por todas.
Cuando la boda fue cancelada definitivamente, yo hice la broma de: ¡qué lástima, me caía mejor él que ella! No era cierto, pero lo que sí es verdad, es que le dije: ¡Yo no sé, tú me prometiste una boda y me la repones! Obviamente tampoco lo dije en serio, pero el curso de las cosas resultaron de manera tal, que quizá sí vaya a cobrar esa deuda.
Un día, él simplemente dijo: "¡Me gusta ella!" No fue un shock, pero sí fue sorprendente el que lo dijera así, sin más. Cuando supimos que a ella también le gustaba él, todo se dio de forma natural.
Para no contar una historia que no es mía, y sabiendo como lo sé, que las cosas se sincronizan de una manera esencial, sólo diré que las suyas se acomodaron en el momento en el que tenían que hacerlo. Él se quedó sin casa, justo en el momento en el que ella ansiaba por sobre todas las cosas estar con él, juntos. El vivir juntos a menos de medio año de relación no es nada descabellado, pero no es lo común.
Repito, yo no tengo ninguna autoridad moral, ni de ninguna otra para calificar y/o juzgar la rapidez con la que avanza una relación de pareja. Vamos, todos los que saben cómo se desarrolló a pasos agigantados lo mío con Astrid, saben que tengo razón. ¿Quién dice que no se puede ser feliz sin importar el tiempo? Él dice y con toda cabalidad, que no hay ninguna razón por la cual no hacerlo.
Porque ellos se van a casar este sábado. Antier, durante la fiesta de mis galletitas, lo anunciaron a los amigos más cercanos. Una pequeña recepción para el matrimonio civil. Nada es gratuito en la vida. Si digo que temo por su estabilidad no es sin conocimiento de causa. Tampoco me contradigo si asevero que las cosas pequeñitas son goteras que hacen pozos, pero también forman estalactitas, y las estalactitas son algo de lo más hermoso que la naturaleza puede crear.
La llama súbita crece rápidamente, de eso no tengo ninguna duda. Como la mía propia, mi corazón llameante se inflamó al momento mismo de conocer a Astrid, aunque no lo supiera de inmediato, o aunque ninguno de mis sentidos me engañara, ya éramos uno. Y cómo lo dije antes, mis deseos para el mundo, es que cada uno encuentre aunque sea la milésima parte de la felicidad que nosotros tenemos. Sé que se puede, lo sé, lo sé. Sé que si ellos lo logran, escribirán una historia de amor maravillosa, y quién sabe. Ta vez el que la escriba sea yo y me haga rico con una novela sobre ellos, o no.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, súbito significa: improviso, repentino, precipitado, impetuoso o violento en las obras o palabras.
Sean o no buenas acepciones, en ningún lado dice que lo súbito debe terminar igual de rápido como comenzó. Por mi parte, mi llama súbita ha crecido de manera ininterrumpida, su impetuosidad no la predispuso al fracaso violento ni mucho menos. La clave, como siempre, está en el trabajo. A ellos, a mis amigos, les deseo lo mismo, siempre y como siempre, no voy a fallar y les voy a desear sólo y únicamente lo que se merezcan.
¡¡¡ letem bi lait !!!
De ahora en adelante mi vida
Es mi regalo para ti
Sólo lleva mi destino a la victoria...
Blind Guardian - Nightfall in Middle Earth
Es mi regalo para ti
Sólo lleva mi destino a la victoria...
Blind Guardian - Nightfall in Middle Earth
La cuarta de las batallas de Beleriand, según la mitología de Arda de J.R.R. Tolkien contenida en El Silmarillion, es denominada Dagor Bragollach. La Batalla de la Llama Súbita. Dagor - Batalla, Bragol - Llama y Lach - Súbito. Es así, ya que arrancó y terminó en un suspiro, cómo una flama que se alza majestuosa, simplemente para apagarse en un instante. El idioma de los Eldar es el Sindarin, y yo, ñoño como sólo podemos ser los que gustamos de la fastuosa sonoridad y cadencia del llamado élfico, deseo con toda el alma aprenderlo cabalmente.
Porque -y miéntenmela si nunca lo han pensado- hay momentos en la vida en los que, la frase propicia y adecuada para tal o cual circunstancia, suena mucho mejor en otro idioma que no es el español. No es una cuestión malinchista ni mucho menos, es simplemente una onda sonora que nada tiene que ver con el gusto personal. ¿O qué no toda la gente es multilingüe?
Y justamente la palabra Bragollach, es la que me ha estado rondando la sesera desde hace unos cuantos meses cuando me enteré de la noticia. Y no es que uno se espante ni se de golpes de pecho, pero vamos por partes.
Él, 25 años, economista, con una novia-exnovia un tanto psicópata y que no le quedaba para nada. Ella, 28 años, comunicóloga, con un novio-prometido un tanto psicópata y que no le quedaba para nada. Parecía que no tendrían mucho en común, pero el destino es grande y esta ciudad es chica, en cierto evento, el azar los llevó a estar sentados uno junto al otro y a intercambiar dos o tres palabras para no volver a verse.
Hasta cuatro o cinco meses después, en que una serie de eventos afortunados los hizo coincidir en la misma oficina, silla junto a silla y destino junto a destino. Astrid, que los conoció tiempo después, lo supo desde siempre. Se veían bien juntos y se notaba la química. Pero nada pasaba, pues ambos se peleaban por sus propios remedos de vida con los otros con los que estaban. La boda de ella estaba cada vez más cerca, para septiembre de dos mi once, si no mal recuerdo. Si creo en los fuegos fatuos (o en Jung), debería decir que las cosas siempre pasan por algo; la boda se pospuso y él aprovechó para quedar libre de una vez por todas.
Cuando la boda fue cancelada definitivamente, yo hice la broma de: ¡qué lástima, me caía mejor él que ella! No era cierto, pero lo que sí es verdad, es que le dije: ¡Yo no sé, tú me prometiste una boda y me la repones! Obviamente tampoco lo dije en serio, pero el curso de las cosas resultaron de manera tal, que quizá sí vaya a cobrar esa deuda.
Un día, él simplemente dijo: "¡Me gusta ella!" No fue un shock, pero sí fue sorprendente el que lo dijera así, sin más. Cuando supimos que a ella también le gustaba él, todo se dio de forma natural.
Para no contar una historia que no es mía, y sabiendo como lo sé, que las cosas se sincronizan de una manera esencial, sólo diré que las suyas se acomodaron en el momento en el que tenían que hacerlo. Él se quedó sin casa, justo en el momento en el que ella ansiaba por sobre todas las cosas estar con él, juntos. El vivir juntos a menos de medio año de relación no es nada descabellado, pero no es lo común.
Repito, yo no tengo ninguna autoridad moral, ni de ninguna otra para calificar y/o juzgar la rapidez con la que avanza una relación de pareja. Vamos, todos los que saben cómo se desarrolló a pasos agigantados lo mío con Astrid, saben que tengo razón. ¿Quién dice que no se puede ser feliz sin importar el tiempo? Él dice y con toda cabalidad, que no hay ninguna razón por la cual no hacerlo.
Porque ellos se van a casar este sábado. Antier, durante la fiesta de mis galletitas, lo anunciaron a los amigos más cercanos. Una pequeña recepción para el matrimonio civil. Nada es gratuito en la vida. Si digo que temo por su estabilidad no es sin conocimiento de causa. Tampoco me contradigo si asevero que las cosas pequeñitas son goteras que hacen pozos, pero también forman estalactitas, y las estalactitas son algo de lo más hermoso que la naturaleza puede crear.
La llama súbita crece rápidamente, de eso no tengo ninguna duda. Como la mía propia, mi corazón llameante se inflamó al momento mismo de conocer a Astrid, aunque no lo supiera de inmediato, o aunque ninguno de mis sentidos me engañara, ya éramos uno. Y cómo lo dije antes, mis deseos para el mundo, es que cada uno encuentre aunque sea la milésima parte de la felicidad que nosotros tenemos. Sé que se puede, lo sé, lo sé. Sé que si ellos lo logran, escribirán una historia de amor maravillosa, y quién sabe. Ta vez el que la escriba sea yo y me haga rico con una novela sobre ellos, o no.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, súbito significa: improviso, repentino, precipitado, impetuoso o violento en las obras o palabras.
Sean o no buenas acepciones, en ningún lado dice que lo súbito debe terminar igual de rápido como comenzó. Por mi parte, mi llama súbita ha crecido de manera ininterrumpida, su impetuosidad no la predispuso al fracaso violento ni mucho menos. La clave, como siempre, está en el trabajo. A ellos, a mis amigos, les deseo lo mismo, siempre y como siempre, no voy a fallar y les voy a desear sólo y únicamente lo que se merezcan.
¡¡¡ letem bi lait !!!
Vainilla con:
amar,
amigos,
contrafactuales,
destino,
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Fairy Goddess,
fracaso,
hermano,
historias,
hombres,
no debería,
pero sí
viernes, 13 de julio de 2012
... Rumba, samba, mambo ...
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Suene a lo que suene, el título de este post no refiere a ningún tipo de macumba o hechizo caribeño, o sí. Pensándolo bien, algún día le contaré a mis hijos el delicioso arte de saltar las olas en compañía de unas blancas caderas brasileiras para recibir el año nuevo 2009, año que por cierto, fue un verdadero parteaguas en la historia de mi vidurria de porquería. Mi año cero, el génesis de mi real y orgullosamente altaneros escritura y estilo. En fin, el punto es que, contrario a lo que pudiera expresar con cada poro de mi piel, resulta que a las mujeres les gusta el ritmo.
Lo cual explica el porqué de tantos embarazos no deseados en las adolescentes, cuando leen en cualquier pasquín que ciertos días del mes son por completo infértiles y ... ¿Qué? ¿No estaba hablando de ese tipo de ritmo? Bueno ya. Desde tiempos inmemoriales se ha sabido que no hay peor ciego que el que no quiere ver, así mismo, no hay peor amante que el que no sabe bailar.
Aquí debo hacer el primer paréntesis del día y expiar mi más profundo rechazo a esa noción. Y a las pruebas me remito. Pruebas documentales, por supuesto. Si fuera necesario, habría que preguntar a una muestra representativa del total de la población de mujeres con las que he cogido y compararla con una de las mujeres con las que he bailado, para, en un ejercicio estadístico y probabilístico, entender la varianza y la dispersión para explicar el porqué yo prefiero a mis mujeres como mis gráficas: con desviaciones estándar. (*espera a que El Dib venga a corregir esta taradez que escribí en 3... 2...)
Porque desde que tengo memoria, mi mamá y mi tía Tere, cansadas de mi robotismo, trataron de enseñarme a mover un pie y luego otro y luego una mano y luego la otra al ritmo de muchos tipos de canciones impresentables. Mi tía Tere trabajaba en ello hasta que, de nuevo harta, decidió tener sus propios hijos para enseñarlos a bailar sin frustraciones, pues yo era punto menos que hojalata para esos menesteres. Mi madre santa también la sufrió. No literalmente, por supuesto, peor sería tener un hijo tullido o uno idiota. En el universo de posibles defectos congénitos, el ser arrítmico -y un poco autista- no sonaba tan mal.
No tengo oído musical. No puedo tocar màs de tres notas en una guitarra sin desgarrarme mis suaves, suaves deditos con las duras cuerdas de la misma. Jamás pude impresionar a mi maestro Modesto de música en la primaria. Soy por completo incapaz de identificar una canción tan solo escuchando sus primeros acordes. Carezco de las habilidades básicas que se necesitan para hilar los sonidos en una secuencia medianamente agradable. No puedo cantar sin que voces agudas salgan de mi garganta cuando no deben. Y por supuesto, soy malísimo para coordinar mi cuerpo con movimientos que seguramente me harían ver como un gran oso granoso.
Ya alguna vez escribí sobre la coordinación necesaria para ser uno con su propio cuerpo. No quiero decir que lo sea en la cama, pero creo que hasta el momento no he tenido queja. Y le echo ganas, oh sí... Por el contrario, mi ser sexual que grita y ronronea con ansias cada vez que un orgasmo se ve tan cerca, toma control sobre mi más grande órgano sexual que se desenvuelve como pez en el agua. Pero sólo ahí. No creo que bailar sea como hacer el amor. Mi ser vertical ha tendido desde siempre a la horizontalidad, y de ahí pa'l real.
En la secundaria, acaso mi momento escolar más feliz, tuve clases de baile desde primero hasta tercero. Mi espiritual maestra de danza, prefería tumbarnos en el suelo a meditar (y quedarnos dormidos riquísimo) a poner nuestras colas a moverse. Ahora que lo pienso, no sé si mi maestra hubiera estado preparada para tal despliegue de hormonas pre-adolescentes con cuerpos en completo estado de desarrollo y ebullición. Oh bueno, es que mis compañeritas moldearon sus cuerpos a diferentes ritmos, siendo, como siempre, las que más se tardaron, las que más buenas quedaron al final.
Al tiempo, las clases de teatro con el maestro Paco, me tendieron la trampa del teatro musical. Y yo, con mi diecisiete por ciento gay no me pude resistir. Sabiendo de antemano que no podía ni cantar ni bailar, me escogió para hacer el papel del profesor Carrillo en la farsa "El show de terror de Rocky". Un hombre tullido y confinado a una silla de ruedas. Papel perfecto para mí. Tal fue mi terquedad, que logré que me dieran el papel del Mango Petacón en "¡Qué plantón!". Necesité de toda mi disciplina y creo que ahí se forjó un poco de mi férrea voluntad. Los que necesitaban mis arrítmicas patas era un método, una coreografía y un diagrama específico de qué hacer y cuándo hacerlo. Fui un éxito. De ahí vino "Cats" y "El diluvio que viene". Aún no existía "Wicked", pero hubiera estado genialísimo. Fui un éxito, tanto que mi maestro Paco me robó mi vestuario cuando ya no nos presentamos más en ninguna feria ni exposición. Mi momento pasó y ya nadie después me creyó media palabra de lo que había sido mi experiencia en el teatro musical.
Cuando crecí, mi pseudo homofobia se hizo presente e hizo que renegara de alguna vez haber usado malitas de colores y haberme subido a un escenario a bailar y a cantar. ¡Si tan sólo me hubiera visto mi padre! Luego crecí más y dejó de importarme lo que la gente pensara o dijera, no sólo de mí, sino en general lo que la gente pensara... o dijera.
Hoy, que tengo a mi lado a quién me empuja a hacer cosas que siempre me han gustado, pero que por diferentes razones fisiológicas nunca había podido, he ido a una clase de salsa. En el Mama Rumba. Con un bonche de otros principiantes en este valle de lágrimas: godínez arrítmicos de traje y corbata acompañados de damitas godínez de lentes de pasta y pantalón de Suburbia, pretendidos reguetoneros con gorras estilo polecía, cubanos wannabe tratando de impresionar a sus -poco- esculturales acompañantes. En fin. ¡Fauna, fauna everywhere!
No es lo mismo aprender los pasos despacio y luego que llegue la música y hacerlos rápido. Lo que falta es el ritmo, eso es la falencia. Está muy divertido porque no falta el Galán Delón-chería que se cree Resortes Resortín de la Resortera y mueve el cinturón como queriendo desabrocharlo sin usar las manos, tampoco la pareja de dudoso género que simplemente no sabe en qué lado de la línea colocarse.
El chiste es el cotorreo y el destino infunesto que me hizo quedar de pareja con Astrid ¡ja, en tu cara, azar! Quiero volver porque disfruto el ejercicio, además de sudar como puerquito y poderme comer unas aceitunas al terminar. Ahora falta ver quien cuida a los hijos mientras ella y yo nos vamos a mover las caderas en su caso; el pantalón, en el mío.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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Suene a lo que suene, el título de este post no refiere a ningún tipo de macumba o hechizo caribeño, o sí. Pensándolo bien, algún día le contaré a mis hijos el delicioso arte de saltar las olas en compañía de unas blancas caderas brasileiras para recibir el año nuevo 2009, año que por cierto, fue un verdadero parteaguas en la historia de mi vidurria de porquería. Mi año cero, el génesis de mi real y orgullosamente altaneros escritura y estilo. En fin, el punto es que, contrario a lo que pudiera expresar con cada poro de mi piel, resulta que a las mujeres les gusta el ritmo.
Lo cual explica el porqué de tantos embarazos no deseados en las adolescentes, cuando leen en cualquier pasquín que ciertos días del mes son por completo infértiles y ... ¿Qué? ¿No estaba hablando de ese tipo de ritmo? Bueno ya. Desde tiempos inmemoriales se ha sabido que no hay peor ciego que el que no quiere ver, así mismo, no hay peor amante que el que no sabe bailar.
Aquí debo hacer el primer paréntesis del día y expiar mi más profundo rechazo a esa noción. Y a las pruebas me remito. Pruebas documentales, por supuesto. Si fuera necesario, habría que preguntar a una muestra representativa del total de la población de mujeres con las que he cogido y compararla con una de las mujeres con las que he bailado, para, en un ejercicio estadístico y probabilístico, entender la varianza y la dispersión para explicar el porqué yo prefiero a mis mujeres como mis gráficas: con desviaciones estándar. (*espera a que El Dib venga a corregir esta taradez que escribí en 3... 2...)
Porque desde que tengo memoria, mi mamá y mi tía Tere, cansadas de mi robotismo, trataron de enseñarme a mover un pie y luego otro y luego una mano y luego la otra al ritmo de muchos tipos de canciones impresentables. Mi tía Tere trabajaba en ello hasta que, de nuevo harta, decidió tener sus propios hijos para enseñarlos a bailar sin frustraciones, pues yo era punto menos que hojalata para esos menesteres. Mi madre santa también la sufrió. No literalmente, por supuesto, peor sería tener un hijo tullido o uno idiota. En el universo de posibles defectos congénitos, el ser arrítmico -y un poco autista- no sonaba tan mal.
No tengo oído musical. No puedo tocar màs de tres notas en una guitarra sin desgarrarme mis suaves, suaves deditos con las duras cuerdas de la misma. Jamás pude impresionar a mi maestro Modesto de música en la primaria. Soy por completo incapaz de identificar una canción tan solo escuchando sus primeros acordes. Carezco de las habilidades básicas que se necesitan para hilar los sonidos en una secuencia medianamente agradable. No puedo cantar sin que voces agudas salgan de mi garganta cuando no deben. Y por supuesto, soy malísimo para coordinar mi cuerpo con movimientos que seguramente me harían ver como un gran oso granoso.
Ya alguna vez escribí sobre la coordinación necesaria para ser uno con su propio cuerpo. No quiero decir que lo sea en la cama, pero creo que hasta el momento no he tenido queja. Y le echo ganas, oh sí... Por el contrario, mi ser sexual que grita y ronronea con ansias cada vez que un orgasmo se ve tan cerca, toma control sobre mi más grande órgano sexual que se desenvuelve como pez en el agua. Pero sólo ahí. No creo que bailar sea como hacer el amor. Mi ser vertical ha tendido desde siempre a la horizontalidad, y de ahí pa'l real.
En la secundaria, acaso mi momento escolar más feliz, tuve clases de baile desde primero hasta tercero. Mi espiritual maestra de danza, prefería tumbarnos en el suelo a meditar (y quedarnos dormidos riquísimo) a poner nuestras colas a moverse. Ahora que lo pienso, no sé si mi maestra hubiera estado preparada para tal despliegue de hormonas pre-adolescentes con cuerpos en completo estado de desarrollo y ebullición. Oh bueno, es que mis compañeritas moldearon sus cuerpos a diferentes ritmos, siendo, como siempre, las que más se tardaron, las que más buenas quedaron al final.
Al tiempo, las clases de teatro con el maestro Paco, me tendieron la trampa del teatro musical. Y yo, con mi diecisiete por ciento gay no me pude resistir. Sabiendo de antemano que no podía ni cantar ni bailar, me escogió para hacer el papel del profesor Carrillo en la farsa "El show de terror de Rocky". Un hombre tullido y confinado a una silla de ruedas. Papel perfecto para mí. Tal fue mi terquedad, que logré que me dieran el papel del Mango Petacón en "¡Qué plantón!". Necesité de toda mi disciplina y creo que ahí se forjó un poco de mi férrea voluntad. Los que necesitaban mis arrítmicas patas era un método, una coreografía y un diagrama específico de qué hacer y cuándo hacerlo. Fui un éxito. De ahí vino "Cats" y "El diluvio que viene". Aún no existía "Wicked", pero hubiera estado genialísimo. Fui un éxito, tanto que mi maestro Paco me robó mi vestuario cuando ya no nos presentamos más en ninguna feria ni exposición. Mi momento pasó y ya nadie después me creyó media palabra de lo que había sido mi experiencia en el teatro musical.
Cuando crecí, mi pseudo homofobia se hizo presente e hizo que renegara de alguna vez haber usado malitas de colores y haberme subido a un escenario a bailar y a cantar. ¡Si tan sólo me hubiera visto mi padre! Luego crecí más y dejó de importarme lo que la gente pensara o dijera, no sólo de mí, sino en general lo que la gente pensara... o dijera.
Hoy, que tengo a mi lado a quién me empuja a hacer cosas que siempre me han gustado, pero que por diferentes razones fisiológicas nunca había podido, he ido a una clase de salsa. En el Mama Rumba. Con un bonche de otros principiantes en este valle de lágrimas: godínez arrítmicos de traje y corbata acompañados de damitas godínez de lentes de pasta y pantalón de Suburbia, pretendidos reguetoneros con gorras estilo polecía, cubanos wannabe tratando de impresionar a sus -poco- esculturales acompañantes. En fin. ¡Fauna, fauna everywhere!
No es lo mismo aprender los pasos despacio y luego que llegue la música y hacerlos rápido. Lo que falta es el ritmo, eso es la falencia. Está muy divertido porque no falta el Galán Delón-chería que se cree Resortes Resortín de la Resortera y mueve el cinturón como queriendo desabrocharlo sin usar las manos, tampoco la pareja de dudoso género que simplemente no sabe en qué lado de la línea colocarse.
El chiste es el cotorreo y el destino infunesto que me hizo quedar de pareja con Astrid ¡ja, en tu cara, azar! Quiero volver porque disfruto el ejercicio, además de sudar como puerquito y poderme comer unas aceitunas al terminar. Ahora falta ver quien cuida a los hijos mientras ella y yo nos vamos a mover las caderas en su caso; el pantalón, en el mío.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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Vainilla con:
arte,
bar,
deportes,
Fairy Goddess,
mango petacón,
mujeres,
reto
miércoles, 11 de julio de 2012
... The shock of the lightning ...
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Cuando uno mira hacia atrás esperando verlo todo, puede que se lleve una gran decepción. Hace algunas horas, tuve una conversación trascendental en el lenguaje de Rodrigo, cuando lo descubrí husmeando en el librero en busca de el tomo veintidós de la enciclopedia Brittannica. Después de nalguearlo por anglófilo, morderme la lengua, desangrarme y morirme, le expliqué porqué alguien rayos querría una enciclopedia en casa teniendo internet. En realidad, en mi mente enferma ya sólo venden un cascarón que simula una fila de libros, pero que en realidad es un estuche sofisticadísimo para la completa colección de la enciclopedia en Blu-Ray. Rodrigo, en su infinita sabiduría de bebé, me hizo ver que la historia jamás se re escribe, lo que no significa que se olvida.
La historia la escriben los vencedores, y hoy y desde hace tres años, yo me considero el campeón de los vencedores. He de decir que siempre pensé que mi símil estaba por ahí afuera en el mundo, siendo sin mí, volando en otros cielos y besando otros labios sin compararme. Tenía frío pero de pronto mi corazón se llenó de deseo, cuando unas líneas proféticas sobre Nueva York hicieron que mis dedos se convulsionaran en una gran historia sobre la Gran Manzana. Y ella. Y entonces estuve on fire again.
Y entonces supe que no tenía idea de que la luz pudiera ser tan brillante, tan auténtica, al mismo tiempo tan puntual y tan etérea, con tanta horizontalidad en las miras. Como un relámpago de luz cegadora pero sin disparos de nieve, por el contrario, con ráfagas del fuego más precioso que existe, mi alma se fundió con la suya en un instante, aunque hayamos tardado dos en darnos cuenta. Me enamoré con un "mmm no, no le hables" y ella se enamoró con un "¿cómo puedes decir que conoces a alguien si no sabes cuál es su yogur favorito?". Yo me emocioné con una voz y ella lo hizo con un suspiro. Este ser visual se encandiló con la iridiscencia plena de un alma superior (sin ser rubia). Al día siguiente mis pies reptaban por el pavimento, pero mi alma y mi mente volaban lejos, muy lejos, hacia esos otros cielos para arrancarla de cualesquiera otros labios para que me comparara. Y se quedara para siempre.
No sé que porcentaje de para siempre sean tres años, pero sí sé que nuestra historia ya es historia y de las buenas. Sí sé que nuestra historia sólo comienza y ya cuenta con dos spin offs, Mateo y Rodrigo, esos pequeños seres tan perfectos que no necesitan presentación, sólo el decir que más que un premio al esfuerzo, es una alegoría de la alegría de estar vivos, de estar juntos y de estar enamorados.
Mateo tampoco se queda atrás. Con sus bromas y sus dislates fundamentales, se ha convertido en la mejor de las compañías en esas noches en que, por supuesto, no puedo dormir pues mi cerebro se la pasa maquinando el dia siguiente, y el siguiente. Él lo sabe o lo presiente y me llama. Me llama para que con mis dedos entre sus manos encuentre la paz que tanto se necesita en días como los que corren, y entonces pueda dormir un poco más, ya sea junto a él o junto al amor de mi vida.
Que es la mejor mamá de mundo, y no está mal que yo lo diga, pues tengo mi propia madre, que es la mejor mamá que un individuo como yo pudiera tener. Pero Astrid es, a su vez, la mejor mamá que yo hubiera podido desear para mis hijos. Incluso antes de saber que venían, ya eran parte de nosotros como pareja, como núcleo irreductible. Como este post, que es para conmemorar tres años de feluiszidad entre ella y yo, pero que ni Mateo ni Rodrigo pueden quedar despejados de la ecuación. Mucho menos abstraídos. La historia que comenzó aquí y allá y afuera no termina nunca, y aunque hayamos pasado casi de todo, el amor que nos tenemos es más grande que cualquier vaso de agua con tormenta.
No importa cuántas luces se queden encendidas, ni cuántos pañales se metan en el bote sin bolsa, ni cuánta ropa quede tirada en el baño, ni cuántos platos se queden en la cama, ni cuántos recargos haya que pagar por el mantenimiento, ni cuántas llaves se pierdan por instantes, ni cuántos helados se queden sin comprar, ni cuántos zapatos golpeen dedos chiquitos, ni cuántas veces despierten los niños de madrugada, ni cuántos documentos se pierdan para siempre.
Hoy quiero creer que las cosas pequeñitas separan a la gente pequeñita. Los que somos grandes de amor y de espíritu, simplemente miramos cómo la cotidianidad nos abraza poco a poco con los tentáculos de la rutina, pero sólo basta un brazo fuerte y decidido que, blandiendo un mandoble de caricias, rompa el yugo del tedio, nos despegue los pies del suelo y nos lleve -a los cuatro- a volar a otros cielos, juntos; a los dos a probar nuestros propios labios una y otra vez, a queremos hasta la locura sin probar ningún tipo de amargura.
La historia la escriben los vencedores, sí. Y al volver la vista atrás, me doy cuenta de que nuestra historia puede ser contada mirando hacia adelante. Tres años no es un siglo, pero para lo que falta, un siglo se nos haría poco para seguir enamorándonos a cada instante. Ella es el río de mi sed, y yo quiero ser la magia de sus venas para recorrerla milímetro a milímetro. La historia se escribe y se olvida, pero la HISTORIA verdadera permanece incólume al paso del tiempo, al paso de las vidas y al olvido, sobre todo al olvido.
¡¡¡ letem bi lait !!!
.
I got my feet on the street but I can't stop flyin',
My head is in the clouds but at least I'm tryin',
I'm out of control but I'm tied up tight,
Come in, come out tonight...
My head is in the clouds but at least I'm tryin',
I'm out of control but I'm tied up tight,
Come in, come out tonight...
Cuando uno mira hacia atrás esperando verlo todo, puede que se lleve una gran decepción. Hace algunas horas, tuve una conversación trascendental en el lenguaje de Rodrigo, cuando lo descubrí husmeando en el librero en busca de el tomo veintidós de la enciclopedia Brittannica. Después de nalguearlo por anglófilo, morderme la lengua, desangrarme y morirme, le expliqué porqué alguien rayos querría una enciclopedia en casa teniendo internet. En realidad, en mi mente enferma ya sólo venden un cascarón que simula una fila de libros, pero que en realidad es un estuche sofisticadísimo para la completa colección de la enciclopedia en Blu-Ray. Rodrigo, en su infinita sabiduría de bebé, me hizo ver que la historia jamás se re escribe, lo que no significa que se olvida.
La historia la escriben los vencedores, y hoy y desde hace tres años, yo me considero el campeón de los vencedores. He de decir que siempre pensé que mi símil estaba por ahí afuera en el mundo, siendo sin mí, volando en otros cielos y besando otros labios sin compararme. Tenía frío pero de pronto mi corazón se llenó de deseo, cuando unas líneas proféticas sobre Nueva York hicieron que mis dedos se convulsionaran en una gran historia sobre la Gran Manzana. Y ella. Y entonces estuve on fire again.
Y entonces supe que no tenía idea de que la luz pudiera ser tan brillante, tan auténtica, al mismo tiempo tan puntual y tan etérea, con tanta horizontalidad en las miras. Como un relámpago de luz cegadora pero sin disparos de nieve, por el contrario, con ráfagas del fuego más precioso que existe, mi alma se fundió con la suya en un instante, aunque hayamos tardado dos en darnos cuenta. Me enamoré con un "mmm no, no le hables" y ella se enamoró con un "¿cómo puedes decir que conoces a alguien si no sabes cuál es su yogur favorito?". Yo me emocioné con una voz y ella lo hizo con un suspiro. Este ser visual se encandiló con la iridiscencia plena de un alma superior (sin ser rubia). Al día siguiente mis pies reptaban por el pavimento, pero mi alma y mi mente volaban lejos, muy lejos, hacia esos otros cielos para arrancarla de cualesquiera otros labios para que me comparara. Y se quedara para siempre.
No sé que porcentaje de para siempre sean tres años, pero sí sé que nuestra historia ya es historia y de las buenas. Sí sé que nuestra historia sólo comienza y ya cuenta con dos spin offs, Mateo y Rodrigo, esos pequeños seres tan perfectos que no necesitan presentación, sólo el decir que más que un premio al esfuerzo, es una alegoría de la alegría de estar vivos, de estar juntos y de estar enamorados.
Mateo tampoco se queda atrás. Con sus bromas y sus dislates fundamentales, se ha convertido en la mejor de las compañías en esas noches en que, por supuesto, no puedo dormir pues mi cerebro se la pasa maquinando el dia siguiente, y el siguiente. Él lo sabe o lo presiente y me llama. Me llama para que con mis dedos entre sus manos encuentre la paz que tanto se necesita en días como los que corren, y entonces pueda dormir un poco más, ya sea junto a él o junto al amor de mi vida.
Que es la mejor mamá de mundo, y no está mal que yo lo diga, pues tengo mi propia madre, que es la mejor mamá que un individuo como yo pudiera tener. Pero Astrid es, a su vez, la mejor mamá que yo hubiera podido desear para mis hijos. Incluso antes de saber que venían, ya eran parte de nosotros como pareja, como núcleo irreductible. Como este post, que es para conmemorar tres años de feluiszidad entre ella y yo, pero que ni Mateo ni Rodrigo pueden quedar despejados de la ecuación. Mucho menos abstraídos. La historia que comenzó aquí y allá y afuera no termina nunca, y aunque hayamos pasado casi de todo, el amor que nos tenemos es más grande que cualquier vaso de agua con tormenta.
No importa cuántas luces se queden encendidas, ni cuántos pañales se metan en el bote sin bolsa, ni cuánta ropa quede tirada en el baño, ni cuántos platos se queden en la cama, ni cuántos recargos haya que pagar por el mantenimiento, ni cuántas llaves se pierdan por instantes, ni cuántos helados se queden sin comprar, ni cuántos zapatos golpeen dedos chiquitos, ni cuántas veces despierten los niños de madrugada, ni cuántos documentos se pierdan para siempre.
Hoy quiero creer que las cosas pequeñitas separan a la gente pequeñita. Los que somos grandes de amor y de espíritu, simplemente miramos cómo la cotidianidad nos abraza poco a poco con los tentáculos de la rutina, pero sólo basta un brazo fuerte y decidido que, blandiendo un mandoble de caricias, rompa el yugo del tedio, nos despegue los pies del suelo y nos lleve -a los cuatro- a volar a otros cielos, juntos; a los dos a probar nuestros propios labios una y otra vez, a queremos hasta la locura sin probar ningún tipo de amargura.
La historia la escriben los vencedores, sí. Y al volver la vista atrás, me doy cuenta de que nuestra historia puede ser contada mirando hacia adelante. Tres años no es un siglo, pero para lo que falta, un siglo se nos haría poco para seguir enamorándonos a cada instante. Ella es el río de mi sed, y yo quiero ser la magia de sus venas para recorrerla milímetro a milímetro. La historia se escribe y se olvida, pero la HISTORIA verdadera permanece incólume al paso del tiempo, al paso de las vidas y al olvido, sobre todo al olvido.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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sábado, 7 de julio de 2012
PELANDO LA BANANA. La Penca. Volumen III.
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Hace ya casi tres años que se casaron mis dos mejores amigos de toda la vida. Justamente el veinticuatro de octubre del dos mil nueve, Salvador y Carlos se casaron. No entre ellos, no son mis mejores amigos homosexuales, cada uno de ellos se casó con su respectiva novia mujer, bueno en fin. Entonces, conté la historia del primero de ellos, aquí. De la misma manera en que fallé al seguir escribiendo esa historia, lo hice con mis aventuras noviembreriles, y otras cosas que se me han quedado en las yemas de los dedos.
Carlos se casó en una boda sencilla y sin fastuosidad. Con un maestro de ceremonias que más bien parecía hijo o hermano bastardo de Mauricio Clark, quien me hizo levantar de mi cómodo asiento, así como a la gentil damita que iba conmigo (jeje), para acompañar a la feliz pareja con un leve valseo en su primer y enamorado baile de esposos; entre otras libertades retóricas consistentes en poner primero el adjetivo y después el sustantivo. Además, él, que siempre ha cuidado de su madre como ella cuidó de él en sus primero años, no se merece más que mi más profunda admiración.
La sencillez de la ceremonia no opacó para nada el sentimiento, que vamos, después de venir de una boda a todo lujo y llena de picos emocionales, el llegar a un modesto salón en medio de la lluvia, y mirar cómo se iba llenando de a poco para estar con Carlos en el día más feliz de su vida hasta entonces, no fue poca cosa.
Si Salvador fue el hermano que nunca tuve, Carlos fue el hermano que se me fue a otra ciudad y me dejó. Tres años mayor que yo, pero con tres veces menos vida. Traga-años como nadie que haya conocido, alguna vez en broma, le dije que cómo quería envejecer, si no fumaba, no tomaba alcohol, era monógamo y no se desvelaba, ¡simplemente no se gastaba! Conoció mi vida disipada cuando Elizabeth se iba y me dejaba como novio de rancho, supo de mis aventuras con Edith, con Jimena, con Valeria, con Marisel y con otras que han adornado la banana en anteriores ocasiones. Alguna vez me dijo que no me detuviera a pensarlo, que él era muy feliz con su novia, pero que a través de mí, estaba viviendo las mismas aventuras... y cómo casi no se me da el contar las cosas con lujo de detalles, bueh ...
Trabajamos juntos y llegamos a formar un gran equipo, a veces con dientes integrantes, pero siempre él y yo al mando. Aún hoy, cuando necesito cartas de recomendación, él me las expide. Lo conocí en la radio, cuando él era la estrella de la estación, joven y audaz reportero crecido en un sesudo comentarista de noticias matutinas, además de ser -en los hechos- el director creativo de la estación, más creativo que director, con una visión tan genial que muchas veces quise pedirle ayuda con mis participaciones. Cuando la radio implotó, Carlos me invitó a participar en un programa piloto que él estaba realizando. Era su proyecto de tesis y el sueño de su vida. Ahí conocimos a Elizabeth y ahí me enamoré de ella y ahí comenzaron muchas cosas, entre ellas, no de mis sueños que él ayudó a crear: una compañía de producción audiovisual. Que en efecto, es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión. Con él, sé que siempre puedo confiar en que es un verdadero caballero, es decir, si hoy alguien le pregunta por las novias que tuve mientras trabajamos juntos, sinceramente dirá que las ha olvidado, porque para ciertas cosas, s memoria era tan a corto plazo como Guy Pearce.
Relatar las cosas que vivimos en casi tu años trabajando juntos sería redundar, sólo es menester el mencionar que la mejor etapa de mi vida profesional hasta entonces la pasé tras esas paredes, en esas locaciones, en esos días de tronarnos los dedos por no poder pagar dos meses de renta atrasados, en esas tardes en que el dinero se repartía a manos llenas, en esos códigos de días en los que él tenía la oficina para él solo (bueno, no solo) y los días en las que era mía por completo. Eso sí, siempre respetuosos de los sillones de cada uno, no fuera a ser ...
Cuando fui a verlo para contarle y presumirle que estaba saliendo con Astrid, simplemente me preguntó: "¿y cuál es su problema?" Ninguno, o todos, por eso estaba conmigo y lo estará para siempre.
Hoy, aunque la vida y los trabajos nos llevaron por caminos separados, bendigo su felicidad tanto como sé que él bendice la mía. No puedo esperar a que se decida y publique su novela "Basado en un sueño real", así como tampoco puedo esperar a que trabaje de pronto en una temporada de Game of Thrones y me filtre los guiones para saber qué pasará antes que nadie. Ah, no lo había mencionado, hoy es un talentoso, reconocido y cada vez más famoso actor de doblaje, así com el mejor maestro que puede haber en Ciencias de la Comunicación.
Lo recuerdo ahora, cuando los insultos y las aspiraciones a mártir no se hacen esperar en las res sociales. Lo recuerdo ahora como mediador y, aunque sé que hace seis años votó por Liópez y seguramente lo hizo de nuevo este año, lo que a él verdaderamente le importa es la seguridad del trabajo bien hecho, bien disfrutado y bien remunerado. Sé que no se devana los sesos ni se acongoja, aunque el país se muera o sobreviva y crezca, él será siempre un hombre sencillo que aprecia las cosas buenas de la vida, y gratis. Y es mi amigo.
Parte de esta serie:
¡¡¡ letem bi lait !!!
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Hace ya casi tres años que se casaron mis dos mejores amigos de toda la vida. Justamente el veinticuatro de octubre del dos mil nueve, Salvador y Carlos se casaron. No entre ellos, no son mis mejores amigos homosexuales, cada uno de ellos se casó con su respectiva novia mujer, bueno en fin. Entonces, conté la historia del primero de ellos, aquí. De la misma manera en que fallé al seguir escribiendo esa historia, lo hice con mis aventuras noviembreriles, y otras cosas que se me han quedado en las yemas de los dedos.
Carlos se casó en una boda sencilla y sin fastuosidad. Con un maestro de ceremonias que más bien parecía hijo o hermano bastardo de Mauricio Clark, quien me hizo levantar de mi cómodo asiento, así como a la gentil damita que iba conmigo (jeje), para acompañar a la feliz pareja con un leve valseo en su primer y enamorado baile de esposos; entre otras libertades retóricas consistentes en poner primero el adjetivo y después el sustantivo. Además, él, que siempre ha cuidado de su madre como ella cuidó de él en sus primero años, no se merece más que mi más profunda admiración.
La sencillez de la ceremonia no opacó para nada el sentimiento, que vamos, después de venir de una boda a todo lujo y llena de picos emocionales, el llegar a un modesto salón en medio de la lluvia, y mirar cómo se iba llenando de a poco para estar con Carlos en el día más feliz de su vida hasta entonces, no fue poca cosa.
Si Salvador fue el hermano que nunca tuve, Carlos fue el hermano que se me fue a otra ciudad y me dejó. Tres años mayor que yo, pero con tres veces menos vida. Traga-años como nadie que haya conocido, alguna vez en broma, le dije que cómo quería envejecer, si no fumaba, no tomaba alcohol, era monógamo y no se desvelaba, ¡simplemente no se gastaba! Conoció mi vida disipada cuando Elizabeth se iba y me dejaba como novio de rancho, supo de mis aventuras con Edith, con Jimena, con Valeria, con Marisel y con otras que han adornado la banana en anteriores ocasiones. Alguna vez me dijo que no me detuviera a pensarlo, que él era muy feliz con su novia, pero que a través de mí, estaba viviendo las mismas aventuras... y cómo casi no se me da el contar las cosas con lujo de detalles, bueh ...
Trabajamos juntos y llegamos a formar un gran equipo, a veces con dientes integrantes, pero siempre él y yo al mando. Aún hoy, cuando necesito cartas de recomendación, él me las expide. Lo conocí en la radio, cuando él era la estrella de la estación, joven y audaz reportero crecido en un sesudo comentarista de noticias matutinas, además de ser -en los hechos- el director creativo de la estación, más creativo que director, con una visión tan genial que muchas veces quise pedirle ayuda con mis participaciones. Cuando la radio implotó, Carlos me invitó a participar en un programa piloto que él estaba realizando. Era su proyecto de tesis y el sueño de su vida. Ahí conocimos a Elizabeth y ahí me enamoré de ella y ahí comenzaron muchas cosas, entre ellas, no de mis sueños que él ayudó a crear: una compañía de producción audiovisual. Que en efecto, es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión. Con él, sé que siempre puedo confiar en que es un verdadero caballero, es decir, si hoy alguien le pregunta por las novias que tuve mientras trabajamos juntos, sinceramente dirá que las ha olvidado, porque para ciertas cosas, s memoria era tan a corto plazo como Guy Pearce.
Relatar las cosas que vivimos en casi tu años trabajando juntos sería redundar, sólo es menester el mencionar que la mejor etapa de mi vida profesional hasta entonces la pasé tras esas paredes, en esas locaciones, en esos días de tronarnos los dedos por no poder pagar dos meses de renta atrasados, en esas tardes en que el dinero se repartía a manos llenas, en esos códigos de días en los que él tenía la oficina para él solo (bueno, no solo) y los días en las que era mía por completo. Eso sí, siempre respetuosos de los sillones de cada uno, no fuera a ser ...
Cuando fui a verlo para contarle y presumirle que estaba saliendo con Astrid, simplemente me preguntó: "¿y cuál es su problema?" Ninguno, o todos, por eso estaba conmigo y lo estará para siempre.
Hoy, aunque la vida y los trabajos nos llevaron por caminos separados, bendigo su felicidad tanto como sé que él bendice la mía. No puedo esperar a que se decida y publique su novela "Basado en un sueño real", así como tampoco puedo esperar a que trabaje de pronto en una temporada de Game of Thrones y me filtre los guiones para saber qué pasará antes que nadie. Ah, no lo había mencionado, hoy es un talentoso, reconocido y cada vez más famoso actor de doblaje, así com el mejor maestro que puede haber en Ciencias de la Comunicación.
Lo recuerdo ahora, cuando los insultos y las aspiraciones a mártir no se hacen esperar en las res sociales. Lo recuerdo ahora como mediador y, aunque sé que hace seis años votó por Liópez y seguramente lo hizo de nuevo este año, lo que a él verdaderamente le importa es la seguridad del trabajo bien hecho, bien disfrutado y bien remunerado. Sé que no se devana los sesos ni se acongoja, aunque el país se muera o sobreviva y crezca, él será siempre un hombre sencillo que aprecia las cosas buenas de la vida, y gratis. Y es mi amigo.
Parte de esta serie:
¡¡¡ letem bi lait !!!
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miércoles, 4 de julio de 2012
... Contrafactuales del apego ...
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El karma se apiade de mí y de este blog de desconfianza, pues permítome iniciar con una airada mini-perorata contra la tecnología des daemonium pues ya llevaba un buen trecho de este post escrito, pero por cosas fuera de mi entendimiento (además que esto es un maldito cacharro de plástico) se trabó la página y la herramienta muy mona que dice "Guardando" cada dos minutos sirve para maldita la cosa. En fin.
Muchas veces he repetido, incluso hasta el hartazgo, mi jactancia de no mantener el apego hacia las personas, hacia los lugares y las cosas, es otro tema. Sin embargo, algo cambia una vez que uno logra escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. No sé si sea coincidencia, o es una de las cláusulas de letras chiquitas en el contrato ese de madurar. Tal vez sea todo lo contrario, pero cada vez que despierto por la mañana, me lavo las manos (con gel anti-bacterial) y voy a ver a Mateo que llora en su cuna pidiendo por papá o por mamá, dependiendo del humor del que haya amanecido.
Porque pocas opciones quedan para la rutina de dos bebés maravillosos que están por cumplir un año. Gracias al cielo, Rodrigo es más dormilón y se queda una hora o media hora remoloneando en su cuna antes de llamarnos para que vayamos por él. Todo esto pasará y eventualmente encontraremos una nueva rutina que disfrutaremos por igual. Porque yo me la estoy pasando de pelos. Incluso hay momentos, en los que el trabajo aburrido y monótono es tal, que me obliga a estar presente aunque mi mente divague y se pregunte: "¿y si...?" No hay tal "y si...". El héroe cotidiano realiza un acto, si no heroico, si muy comprometido con la causa común, a la vez. Un acto a la vez y un paso con cada pie. No existe la prisa de la turgencia pero tampoco el pasmoso letargo de lo acomodaticio. No para este héroe que resultó ser tan sólo un hombre.
Todo lo anterior, no es más que un pretexto para contar algo que desde hace días he pensado. La gente no cambia, eso lo tengo muy claro; pero nadie ha dicho nunca que no pueda crecer y evolucionar. Por supuesto que no me estoy saliendo por la tangente, ni estoy utilizando recursos retóricos para salir del paso o para defender mi punto de vista idiota. O sí, tal vez sí, pero no importa. No es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después, o no es lo mismo Luisz Galleta que Luisz papá Galleta tres años después. Claro que sí, el mismo pero diferente. Ustedes me entienden. Soy sólo un hombre sencillo que aprecia el silencio, pero también soy un hombre al que una palmada en la espalda o un abrazo sin razón, son suficientes para hacerlo feliz.
Hace un par de días descubrí que mis hijos me reconocen -aun con la barba muy larga- y me aman (o al menos me tienen cierto aprecio). Hace un par de días me di cuenta de que a Mateo le gusta embromarme al extenderme sus bracitos con una sonrisa, para que vaya por él, todo para que al estar a centímetros de tomarlo, se voltee y gatee como alma que lleva el diablo, luego de que está a la suficiente distancia, extender de nuevo sus bracitos hacia mí con una gran y traviesa sonrisa entre sus cachetotes. Hace un par de días morí de felicidad cuando Rodrigo me buscaba para rodear mi cuello y mis hombros (o lo que se podía) con sus bracitos fuertes, cuando pega su cachetote con el mío o cuando recarga su nuca en mis hombros. Desde hace un par de días me he sentido más cerca de ellos que nunca.
Lo cual me lleva a otra cuestión, el hecho de que mis hijos me hagan todo el bien del mundo, me hace pensar en si he logrado hacerles todo el bien del mundo a mi mamá, a mis hermanos, a mis abuelos. ¿Qué estaríamos haciendo si Mateo y Rodrigo hubieran sido Andrea y Valeria? ¿Dónde estaría si Astrid no fuera Astrid? ¿Dónde si no hubiera salido por piernas de Cancún? ¿Qué hubiera pasado si hubiera seguido alguna de las profesiones familiares? No lo sé y seguramente sería un ejercicio ocioso. No me gustaría imaginar mi vida desde otro punto. Mis hijos y mi mujer son felices, yo con eso ya estoy en el cielo.
Pero platicaba hace días con mi hermano (¿?) por facebook, que llega el momento en la vida de todo hombre, en que uno no puede darle gusto a todo el mundo. Muchas veces he sentido el llamado de la sangre y el chorizo (y las tortas de La vaquita negra) y he deseado con el alma ir a Toluca a ver a mi familia olvidada y perdida, ver y buscar incluso la piedra inexistente debajo de la cual pudiera o no estar mi papá. Pero se me van las ganas cuando en el horizonte aparece la posibilidad de un abrazo eterno de Rodrigo y una sonrisa eterna de Mateo, las cuales no quiero dejar de experimentar jamás, ni siquiera a través del espejo retrovisor, ni con el brazo contorsionado. El quedarme quieto mirándolos es todo el combustible que necesito en esos momentos. Hasta que el ansia vuelve a los orígenes. Mi mamá es feliz cuando está con sus nietos y yo soy feliz de verla feliz. Dios sabe cuanto amo a los míos y Dios sabe cuanto agradezco que otros nos amen, aun y cuando las razones no me parezcan suficientes.
Porque la necesidad de pertenencia, así como todas y cada una de las sensaciones humanas, no decrece, por el contrario, nunca es suficiente. Si soy muy guapo (y tengo los ojos verdes, hermosos), ahora quiero ser delgado y fuerte como Ronaldo pero varonil como Casillas; si tengo cien pesos en la cartera, quiero tener doscientos en el bolsillo del pantalón. Si no quiero despegarme nunca de mi maravillosa mujer y mis perfectos hijos, ahora quiero alargar el tiempo para pasarlo con todos los míos. No quiero perderme nada y quiero vivirlo todo. Quiero leer todos los libros y ver todas las películas. Quiero saber todas las palabras y quiero saber cómo usarlas y combinarlas. No quiero dejar de vivir lo que tengo ni de anhelar lo siguiente. Quiero cuidar mi corazón al tiempo que los míos crecen en cariños.
No hay razones que valgan para dejar de vivir lo que se vive día a día, nada me impide seguir creciendo y evolucionando, sin dejar de ser jamás Luisz Galleta, siendo además un buen hombre, padre, esposo, hijo, hermano, nieto, yerno, tío, etc.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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El karma se apiade de mí y de este blog de desconfianza, pues permítome iniciar con una airada mini-perorata contra la tecnología des daemonium pues ya llevaba un buen trecho de este post escrito, pero por cosas fuera de mi entendimiento (además que esto es un maldito cacharro de plástico) se trabó la página y la herramienta muy mona que dice "Guardando" cada dos minutos sirve para maldita la cosa. En fin.
Muchas veces he repetido, incluso hasta el hartazgo, mi jactancia de no mantener el apego hacia las personas, hacia los lugares y las cosas, es otro tema. Sin embargo, algo cambia una vez que uno logra escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. No sé si sea coincidencia, o es una de las cláusulas de letras chiquitas en el contrato ese de madurar. Tal vez sea todo lo contrario, pero cada vez que despierto por la mañana, me lavo las manos (con gel anti-bacterial) y voy a ver a Mateo que llora en su cuna pidiendo por papá o por mamá, dependiendo del humor del que haya amanecido.
Porque pocas opciones quedan para la rutina de dos bebés maravillosos que están por cumplir un año. Gracias al cielo, Rodrigo es más dormilón y se queda una hora o media hora remoloneando en su cuna antes de llamarnos para que vayamos por él. Todo esto pasará y eventualmente encontraremos una nueva rutina que disfrutaremos por igual. Porque yo me la estoy pasando de pelos. Incluso hay momentos, en los que el trabajo aburrido y monótono es tal, que me obliga a estar presente aunque mi mente divague y se pregunte: "¿y si...?" No hay tal "y si...". El héroe cotidiano realiza un acto, si no heroico, si muy comprometido con la causa común, a la vez. Un acto a la vez y un paso con cada pie. No existe la prisa de la turgencia pero tampoco el pasmoso letargo de lo acomodaticio. No para este héroe que resultó ser tan sólo un hombre.
Todo lo anterior, no es más que un pretexto para contar algo que desde hace días he pensado. La gente no cambia, eso lo tengo muy claro; pero nadie ha dicho nunca que no pueda crecer y evolucionar. Por supuesto que no me estoy saliendo por la tangente, ni estoy utilizando recursos retóricos para salir del paso o para defender mi punto de vista idiota. O sí, tal vez sí, pero no importa. No es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después, o no es lo mismo Luisz Galleta que Luisz papá Galleta tres años después. Claro que sí, el mismo pero diferente. Ustedes me entienden. Soy sólo un hombre sencillo que aprecia el silencio, pero también soy un hombre al que una palmada en la espalda o un abrazo sin razón, son suficientes para hacerlo feliz.
Hace un par de días descubrí que mis hijos me reconocen -aun con la barba muy larga- y me aman (o al menos me tienen cierto aprecio). Hace un par de días me di cuenta de que a Mateo le gusta embromarme al extenderme sus bracitos con una sonrisa, para que vaya por él, todo para que al estar a centímetros de tomarlo, se voltee y gatee como alma que lleva el diablo, luego de que está a la suficiente distancia, extender de nuevo sus bracitos hacia mí con una gran y traviesa sonrisa entre sus cachetotes. Hace un par de días morí de felicidad cuando Rodrigo me buscaba para rodear mi cuello y mis hombros (o lo que se podía) con sus bracitos fuertes, cuando pega su cachetote con el mío o cuando recarga su nuca en mis hombros. Desde hace un par de días me he sentido más cerca de ellos que nunca.
Lo cual me lleva a otra cuestión, el hecho de que mis hijos me hagan todo el bien del mundo, me hace pensar en si he logrado hacerles todo el bien del mundo a mi mamá, a mis hermanos, a mis abuelos. ¿Qué estaríamos haciendo si Mateo y Rodrigo hubieran sido Andrea y Valeria? ¿Dónde estaría si Astrid no fuera Astrid? ¿Dónde si no hubiera salido por piernas de Cancún? ¿Qué hubiera pasado si hubiera seguido alguna de las profesiones familiares? No lo sé y seguramente sería un ejercicio ocioso. No me gustaría imaginar mi vida desde otro punto. Mis hijos y mi mujer son felices, yo con eso ya estoy en el cielo.
Pero platicaba hace días con mi hermano (¿?) por facebook, que llega el momento en la vida de todo hombre, en que uno no puede darle gusto a todo el mundo. Muchas veces he sentido el llamado de la sangre y el chorizo (y las tortas de La vaquita negra) y he deseado con el alma ir a Toluca a ver a mi familia olvidada y perdida, ver y buscar incluso la piedra inexistente debajo de la cual pudiera o no estar mi papá. Pero se me van las ganas cuando en el horizonte aparece la posibilidad de un abrazo eterno de Rodrigo y una sonrisa eterna de Mateo, las cuales no quiero dejar de experimentar jamás, ni siquiera a través del espejo retrovisor, ni con el brazo contorsionado. El quedarme quieto mirándolos es todo el combustible que necesito en esos momentos. Hasta que el ansia vuelve a los orígenes. Mi mamá es feliz cuando está con sus nietos y yo soy feliz de verla feliz. Dios sabe cuanto amo a los míos y Dios sabe cuanto agradezco que otros nos amen, aun y cuando las razones no me parezcan suficientes.
Porque la necesidad de pertenencia, así como todas y cada una de las sensaciones humanas, no decrece, por el contrario, nunca es suficiente. Si soy muy guapo (y tengo los ojos verdes, hermosos), ahora quiero ser delgado y fuerte como Ronaldo pero varonil como Casillas; si tengo cien pesos en la cartera, quiero tener doscientos en el bolsillo del pantalón. Si no quiero despegarme nunca de mi maravillosa mujer y mis perfectos hijos, ahora quiero alargar el tiempo para pasarlo con todos los míos. No quiero perderme nada y quiero vivirlo todo. Quiero leer todos los libros y ver todas las películas. Quiero saber todas las palabras y quiero saber cómo usarlas y combinarlas. No quiero dejar de vivir lo que tengo ni de anhelar lo siguiente. Quiero cuidar mi corazón al tiempo que los míos crecen en cariños.
No hay razones que valgan para dejar de vivir lo que se vive día a día, nada me impide seguir creciendo y evolucionando, sin dejar de ser jamás Luisz Galleta, siendo además un buen hombre, padre, esposo, hijo, hermano, nieto, yerno, tío, etc.
¡¡¡ letem bi lait !!!
.
Vainilla con:
amar,
apego,
barba,
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contrafactuales,
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futbol,
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Pablo,
Pelando la banana,
ranchitos,
trabajo
lunes, 2 de julio de 2012
... A thousands shades of grey ...
.
A ver, a ver, a ver, en primer lugar, ya es lunes y según el calendario, todos tenemos que parar de mamar ya y ponernos a trabajar. Aunque no nos guste y aunque nuestro trabajo sea el más aburrido y monótono del mundo, es lo que hacemos y al momento, es la única opción que tenemos. Sí, estoy harto y estoy hasta la madre de todo el contexto, no lo puedo negar. Estoy hasta la madre de la gente intolerante y la gente imbécil y la gente en términos generales.
Muchas veces y en muchas plataformas me quejé amargamente de los fanáticos que creen que si no piensas exactamente lo mismo que ellos, de inmediato te tildan de ser partidario y/o fanático a la vez de su peor enemigo. No señores, en la vida hay matices de gris, y todosustedes nosotros con tanta mamadera impresentable nos hemos encargado de hacer la existencia de este país la más gris de la historia.
También sí, sí ganó la profecía de Monterroso que, como buen guatemalteco queno se respete, saltó a la fama por sus pequeñeces, en fin. Se cumplió lo que durante al menos un par de años se venía perfilando y sí, también se cumplió lo que desde hace seis años estábamos temiendo: un viejito irresponsable e irrespetuoso que dice tener la razón absoluta, haciendo pataletas, eso sí, más silenciosas, pero pataletas al fin y al cabo. Aunque Josefina no haya ganado, no nos tocó bailar con ella, sino con una menos fea, no mucho, pero menos de todas formas.
¿Que si Liópez era un peligro para México? ¡Lo sigue siendo! ¿Que si Peña es el imbécil de Díaz Ordaz resucitado? ¡Tal vez, y no dejará de ser imbécil aunque tenga una cinta tricolor cruzándole el pecho! ¿Que si Gabriel Quadri...? ¡Bah, no importa ya!
Tanta idiotez escrita y leída, proferida y (lamentablemente) escuchada me tiene con los nervios de punta. Más que la inminencia de los resultados y más que la incertidumbre del final, como quiera la duda hiere y la sospecha mata, pero la certeza de la podredumbre es acaso peor que la muerte (in a matter of speaking). No me malentiendan por favor, no concibo la idea de un fraude perpetrado por la más aceitada maquinaria mapachil, la podredumbre de la que hablo no viene del sistema, no. Viene desde un lugar mucho más sagrado y mucho más escondido, acaso mucho más grave en realidad. La podredumbre viene del interior de cada uno de los que no se detienen un momento a escupir insensateces e imbeciladas.
Quizás es mi culpa, estoy cierto de que seguir o no seguir a alguien en las redes sociales es entera responsabilidad de cada uno, pero de pronto me encuentro con cada cosa que digo: ¡Qué cosa! Es una verdadera vergüenza. Desde gente alardeando de matar al candidato, de hacer una colecta para contratar a un israelí o a un palestino o a un tepiteño, hasta gente horrible tratando de influir con nimiedades el voto de los demás. Da lo mismo una despensa, una torta o cinco mil pesos. Aceptar cualquiera de ellas constituye un delito, que los muertos de hambre pensaban cometer de cualquier forma, ya sea robándose un pan para mantener a su familia, ya sea acarreándose a un mitin a cambio de ayuda coaccionante. Lo sé, es horrible pensar eso, pero es la verdad, la realidad es horrible, get used to it.
Dos de cada tres entradas en este blog lo dicen. De nosotros depende el hacer o el no hacer de nuestra vida una buena vida. No hay mucho más que decir cuando uno escucha a los merolicos de la tele pregonar a los cuatro vientos la victoria de fulano, al tiempo que escucha a los merolicos del otro lado gritar: ¡fraude y revolución!
Si quieren revolución, papás, ahí está la educación que tanto nos necesita; si lo que quieren son madrazos, pues vayan con Dios. Un mártir no la sirve a nadie, un héroe de mentiras no crece en importancia cuando le da el agua ni cuando se mata de hambre ni cuando se queda callado frente a un edificio muerto ni cuando se llaga los pies por permanecer horas vociferando improperios, mucho menos cuando desde un teléfono inteligente se critica a los que más tienen y se pretende, con palabras, defender a la miseria.
Miseria de pensamiento que no les permite ver que, más allá de quién encabece a una nación, la nación la hacen los de abajo, no con sus votos sino con sus acciones de todos los días. Si pasa lo extraordinario y el viejito acaba por aceptarse derrotado (como lo ha estado los últimos siete años), el próximo fin de semana estaremos hablando de la inminencia de los Juegos Olímpicos y fustigando una vez más al Presidente por no apoyar a los atletas, gritando cada vez que María Espinoza lance una patada a la cabeza y (ojalá) berreando con emoción cuando Oribe meta un par de goles a Corea.
Ayer por la noche, ante un insulto gratuito y generalizado en Facebook, respondí proponiendo la introspección, y la respuesta, después de haber sido denostado y acusado de corrupto, fue que ojalá no exista más gente como yo. ¡Por Dios! Si es lo que el mundo necesita, matices. Lo que la gentecilla no entiende (o no quiere entender) es que lo chido del mundo radica en las diferencias. Existe un dicho que por ahora no recuerdo quién lo dijo, que afirma que: "La derecha siempre privilegia lo que nos distingue, mientras que la izquierda pone énfasis en lo que nos hace iguales". Bienvenidos esos pensamientos, sin embargo y no creo que nadie aquí pueda desmentirme, vivimos un proceso electoral desgastante, en el que cada uno de los cuatro candidatos demostró que no tiene idea del país que quiere gobernar, cada uno de los cuatro se 'deslindó' de los demás e incluso de los ciudadanos. Nadie se comprometió de verdad a cambiar las cosas, nadie se comprometió de verdad a creer en el país y nadie se ganó la confianza de los indecisos.
Todavía ayer por la mañana creía que esos indecisos que, como yo, estaban hasta el reverendo copete de tanto engorre y tanto odio dispersado entre los dos punteros, iban a tomar el camino de la tercera opción que en realidad, era la menos mala de todas, pero no fue así. ¡Qué lástima para todos, pero nada se acabó! Nada se acabó, ni una etapa ni una dinastía ni nada. Tampoco empezó una dictadura ni mucho menos.
Simplemente es lunes y aún faltan cuatro días más para el fin de semana y ¿saben qué? Faltan dos semanas para el cumpleaños de Mateo y de Rodrigo, y faltan tres semanas y cacho para que empiece el torneo de fútbol en México, y con los PUMAS que llegan con un trabuco ...
¡¡¡ letem bi lait !!!
A ver, a ver, a ver, en primer lugar, ya es lunes y según el calendario, todos tenemos que parar de mamar ya y ponernos a trabajar. Aunque no nos guste y aunque nuestro trabajo sea el más aburrido y monótono del mundo, es lo que hacemos y al momento, es la única opción que tenemos. Sí, estoy harto y estoy hasta la madre de todo el contexto, no lo puedo negar. Estoy hasta la madre de la gente intolerante y la gente imbécil y la gente en términos generales.
Muchas veces y en muchas plataformas me quejé amargamente de los fanáticos que creen que si no piensas exactamente lo mismo que ellos, de inmediato te tildan de ser partidario y/o fanático a la vez de su peor enemigo. No señores, en la vida hay matices de gris, y todos
También sí, sí ganó la profecía de Monterroso que, como buen guatemalteco que
¿Que si Liópez era un peligro para México? ¡Lo sigue siendo! ¿Que si Peña es el imbécil de Díaz Ordaz resucitado? ¡Tal vez, y no dejará de ser imbécil aunque tenga una cinta tricolor cruzándole el pecho! ¿Que si Gabriel Quadri...? ¡Bah, no importa ya!
Tanta idiotez escrita y leída, proferida y (lamentablemente) escuchada me tiene con los nervios de punta. Más que la inminencia de los resultados y más que la incertidumbre del final, como quiera la duda hiere y la sospecha mata, pero la certeza de la podredumbre es acaso peor que la muerte (in a matter of speaking). No me malentiendan por favor, no concibo la idea de un fraude perpetrado por la más aceitada maquinaria mapachil, la podredumbre de la que hablo no viene del sistema, no. Viene desde un lugar mucho más sagrado y mucho más escondido, acaso mucho más grave en realidad. La podredumbre viene del interior de cada uno de los que no se detienen un momento a escupir insensateces e imbeciladas.
Quizás es mi culpa, estoy cierto de que seguir o no seguir a alguien en las redes sociales es entera responsabilidad de cada uno, pero de pronto me encuentro con cada cosa que digo: ¡Qué cosa! Es una verdadera vergüenza. Desde gente alardeando de matar al candidato, de hacer una colecta para contratar a un israelí o a un palestino o a un tepiteño, hasta gente horrible tratando de influir con nimiedades el voto de los demás. Da lo mismo una despensa, una torta o cinco mil pesos. Aceptar cualquiera de ellas constituye un delito, que los muertos de hambre pensaban cometer de cualquier forma, ya sea robándose un pan para mantener a su familia, ya sea acarreándose a un mitin a cambio de ayuda coaccionante. Lo sé, es horrible pensar eso, pero es la verdad, la realidad es horrible, get used to it.
Dos de cada tres entradas en este blog lo dicen. De nosotros depende el hacer o el no hacer de nuestra vida una buena vida. No hay mucho más que decir cuando uno escucha a los merolicos de la tele pregonar a los cuatro vientos la victoria de fulano, al tiempo que escucha a los merolicos del otro lado gritar: ¡fraude y revolución!
Si quieren revolución, papás, ahí está la educación que tanto nos necesita; si lo que quieren son madrazos, pues vayan con Dios. Un mártir no la sirve a nadie, un héroe de mentiras no crece en importancia cuando le da el agua ni cuando se mata de hambre ni cuando se queda callado frente a un edificio muerto ni cuando se llaga los pies por permanecer horas vociferando improperios, mucho menos cuando desde un teléfono inteligente se critica a los que más tienen y se pretende, con palabras, defender a la miseria.
Miseria de pensamiento que no les permite ver que, más allá de quién encabece a una nación, la nación la hacen los de abajo, no con sus votos sino con sus acciones de todos los días. Si pasa lo extraordinario y el viejito acaba por aceptarse derrotado (como lo ha estado los últimos siete años), el próximo fin de semana estaremos hablando de la inminencia de los Juegos Olímpicos y fustigando una vez más al Presidente por no apoyar a los atletas, gritando cada vez que María Espinoza lance una patada a la cabeza y (ojalá) berreando con emoción cuando Oribe meta un par de goles a Corea.
Ayer por la noche, ante un insulto gratuito y generalizado en Facebook, respondí proponiendo la introspección, y la respuesta, después de haber sido denostado y acusado de corrupto, fue que ojalá no exista más gente como yo. ¡Por Dios! Si es lo que el mundo necesita, matices. Lo que la gentecilla no entiende (o no quiere entender) es que lo chido del mundo radica en las diferencias. Existe un dicho que por ahora no recuerdo quién lo dijo, que afirma que: "La derecha siempre privilegia lo que nos distingue, mientras que la izquierda pone énfasis en lo que nos hace iguales". Bienvenidos esos pensamientos, sin embargo y no creo que nadie aquí pueda desmentirme, vivimos un proceso electoral desgastante, en el que cada uno de los cuatro candidatos demostró que no tiene idea del país que quiere gobernar, cada uno de los cuatro se 'deslindó' de los demás e incluso de los ciudadanos. Nadie se comprometió de verdad a cambiar las cosas, nadie se comprometió de verdad a creer en el país y nadie se ganó la confianza de los indecisos.
Todavía ayer por la mañana creía que esos indecisos que, como yo, estaban hasta el reverendo copete de tanto engorre y tanto odio dispersado entre los dos punteros, iban a tomar el camino de la tercera opción que en realidad, era la menos mala de todas, pero no fue así. ¡Qué lástima para todos, pero nada se acabó! Nada se acabó, ni una etapa ni una dinastía ni nada. Tampoco empezó una dictadura ni mucho menos.
Simplemente es lunes y aún faltan cuatro días más para el fin de semana y ¿saben qué? Faltan dos semanas para el cumpleaños de Mateo y de Rodrigo, y faltan tres semanas y cacho para que empiece el torneo de fútbol en México, y con los PUMAS que llegan con un trabuco ...
¡¡¡ letem bi lait !!!
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México,
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