.
Odio con todo mi corazón y mi alma la opción "Me gusta" de Facebook. Lo único que provoca es hacer a la gente huevona. Ya no se toman el tiempo de pensar algo inteligente, divertido y/o irónico que comentar. Simplemente picando "Me gusta" creen que han cumplido su deber (red)social. ¡Bu para todos! Ya pues, no está del todo mal, a veces las palabras sobran y sólo es necesario el apoyo a una frase o dicho, pero lo que no está padre es el abuso de ese recurso taaaaaaaan chafa.
Sólo no quería dejar pasar el final del mes del niño retro y el comienzo del mes más mayate de todo el año -en el que todos me olvidaban por irse con sus mamás-, para contar un par de cosas que hacen que me explote el pecho.
Ésta fue una semana de muchas emociones, para nada un sube y baja, en realidad un sube y sube y vuelve a resubir otra vez de nuevo. Comenzó el lunes con la entrega del Búnker, el lugar en donde los sueños comienzan a hacerse realidad, blanquísimo y vaciísimo y con vista a los volcanes. A Elphie le corresponde el derecho de contar más al respecto. Lo espero con ansia.
Después, el cierre de una venta importante que confirma que el camino no está errado, que se pueden hacer muchas cosas más aún y que todo es cuestión de ganas y más ganas, trabajo y más trabajo.
Mis alumnitos ignaros me sorprendieron gratamente (algunos) e ingratamente (otros). Esas pequeñas desviaciones nada estándar de los promedios esperados son adictivas. Nunca creí decir esto: "Me gusta dar clases".
El Búnker comienza a llenarse, no sólo de sueños sino también de tangibles. De nuevo, Elphie les contará.
Me gusta mayo. Podría decir que mayo del año pasado fue el mejor mes de mi escritura, pero no puedo negar ahora que este mes será el mejor de mi vida completa. Al menos hasta que comience junio y rompa mi propio récord.
Me gusta hoy.
Me gusta mañana y me gusta el ayer que me ha traido hasta aquí.
Elphie, te amo ¿sabes?
¡¡¡ letem bi lait !!!
viernes, 30 de abril de 2010
... Status Update ...
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miércoles, 28 de abril de 2010
... Otro cuarteto trágico ...
.
Ésta es la continuación de la primera media decena trágica.
La prometedora incumplida. En una de tantas pláticas previas, después de jugar 'reto o secreto', confesé mi poco gusto por el sexo oral practicado a mí hasta ese entonces. A ese secreto siguió una promesa de su parte de hacerme disfrutar el mejor sexo oral de la vida. No tan entusiasmado, llegó el día del encuentro y de inmediato se arrodilló frente a mí... diez minutos ... (bola de paja pasando) ... media hora ... Nada para escribir a casa, la tierra no se movió, no más de los millones de kilómetros que se iba a mover de cualquier manera. Me cansé de estar de pie y ella de estar de rodillas, o algo. No estuvo padre ni divertido, y lo peor fue que en su intento por cumplir su promesa insensata, sacó de su cajón del tocador ¡un lubricante con sabor a fresa! Suficiente. Next!
La huevona anorgásmica. No puedo evitar el atribuirme cierta responsabilidad en esta tragedia. El orgasmo es de quien lo trabaja, dice un merolico de la tele, sin embargo pienso que la compañía es un factor determinante para tener o no tener orgasmos (para las mujeres claro, los hombres somos más facilotes). La tipa en cuestión era grande, de talla grande, gorda para algunos, pero yo por cortesía la llamaba grande. Su condición le daba el pretexto perfecto para no querer pasar de la posición del misionero. No era tan grave, pero cuando estira la mano y de su tocador extrae un vibrador significa que algo no anda bien. En efecto, yo seguía duro y dale y de pronto siento el vibrador acercarse a nuestros centros y comenzar su labor. Las veces siguientes no fueron diferentes. Fail! :(
La dominadora. No como dominatrix, sino como los que hacen dominadas con las rodillas en los intermedios de los partidos de futbol. Sus tetas eran como de señora de ochenta años, caídas, caídas, aunque cuando estaba vestida no se le notaba. Al igual que la anterior, no quería 'estar arriba', por obvias razones, sin embargo lo hizo, pero agarrándose las tetas con las manos y los brazos, no en afán sensual sino por pura protección, capaz que me asfixiaba en pleno rodeo. ¡Chale!
La complaciente. En esta entrada describí la versión familiar de la historia con la boba complaciente. Según la clasificación A, yo la boté en el cine, pero la realidad es mucho más oscura y perversa. Después de que me dijo que veríamos la película que yo quisiera, le dije que mejor quería ir a mi casa; ya ahí, no tuve necesidad de preguntarle qué quería hacer pues sabía la respuesta: ¡Lo que yo quisiera! Así que hice lo que quise con ella, no está padre esa sensación de necrofilia que llega acostándose con una mujer prácticamente inmóvil. En términos coloquiales podría decir que me masturbé con una vagina real. Al terminar, me levanté al baño, me duché rápidamente (no iba a dejar a una casi desconocida sola mucho tiempo en mi cuarto) y volví junto a ella, que seguía acostada en la misma posición en la que la había dejado. Por cortesía le pregunté qué quería hacer ahora y la respuesta fue la misma: "Lo que tú quieras". ¡Aaaaargh, suficiente! Le contesté que lo que ahora quería era que se fuera. Se levantó de la cama, no le vi la cara pero quizá su rostro tendría una mezcla de indignación y confusión. Se quedó paradita unos segundos mirándome, encuerada, encorvada y con sus calzoncitos en las manos. Se vistió y se dirigió a la salida. Todavía, en la puerta tuvo el descaro de voltear a verme y espetar: "¿Me llamas?". Jajajaja, sí, ajá.
Mal, muy mal.
¡¡¡ letem bi lait !!!
Ésta es la continuación de la primera media decena trágica.
La prometedora incumplida. En una de tantas pláticas previas, después de jugar 'reto o secreto', confesé mi poco gusto por el sexo oral practicado a mí hasta ese entonces. A ese secreto siguió una promesa de su parte de hacerme disfrutar el mejor sexo oral de la vida. No tan entusiasmado, llegó el día del encuentro y de inmediato se arrodilló frente a mí... diez minutos ... (bola de paja pasando) ... media hora ... Nada para escribir a casa, la tierra no se movió, no más de los millones de kilómetros que se iba a mover de cualquier manera. Me cansé de estar de pie y ella de estar de rodillas, o algo. No estuvo padre ni divertido, y lo peor fue que en su intento por cumplir su promesa insensata, sacó de su cajón del tocador ¡un lubricante con sabor a fresa! Suficiente. Next!
La huevona anorgásmica. No puedo evitar el atribuirme cierta responsabilidad en esta tragedia. El orgasmo es de quien lo trabaja, dice un merolico de la tele, sin embargo pienso que la compañía es un factor determinante para tener o no tener orgasmos (para las mujeres claro, los hombres somos más facilotes). La tipa en cuestión era grande, de talla grande, gorda para algunos, pero yo por cortesía la llamaba grande. Su condición le daba el pretexto perfecto para no querer pasar de la posición del misionero. No era tan grave, pero cuando estira la mano y de su tocador extrae un vibrador significa que algo no anda bien. En efecto, yo seguía duro y dale y de pronto siento el vibrador acercarse a nuestros centros y comenzar su labor. Las veces siguientes no fueron diferentes. Fail! :(
La dominadora. No como dominatrix, sino como los que hacen dominadas con las rodillas en los intermedios de los partidos de futbol. Sus tetas eran como de señora de ochenta años, caídas, caídas, aunque cuando estaba vestida no se le notaba. Al igual que la anterior, no quería 'estar arriba', por obvias razones, sin embargo lo hizo, pero agarrándose las tetas con las manos y los brazos, no en afán sensual sino por pura protección, capaz que me asfixiaba en pleno rodeo. ¡Chale!
La complaciente. En esta entrada describí la versión familiar de la historia con la boba complaciente. Según la clasificación A, yo la boté en el cine, pero la realidad es mucho más oscura y perversa. Después de que me dijo que veríamos la película que yo quisiera, le dije que mejor quería ir a mi casa; ya ahí, no tuve necesidad de preguntarle qué quería hacer pues sabía la respuesta: ¡Lo que yo quisiera! Así que hice lo que quise con ella, no está padre esa sensación de necrofilia que llega acostándose con una mujer prácticamente inmóvil. En términos coloquiales podría decir que me masturbé con una vagina real. Al terminar, me levanté al baño, me duché rápidamente (no iba a dejar a una casi desconocida sola mucho tiempo en mi cuarto) y volví junto a ella, que seguía acostada en la misma posición en la que la había dejado. Por cortesía le pregunté qué quería hacer ahora y la respuesta fue la misma: "Lo que tú quieras". ¡Aaaaargh, suficiente! Le contesté que lo que ahora quería era que se fuera. Se levantó de la cama, no le vi la cara pero quizá su rostro tendría una mezcla de indignación y confusión. Se quedó paradita unos segundos mirándome, encuerada, encorvada y con sus calzoncitos en las manos. Se vistió y se dirigió a la salida. Todavía, en la puerta tuvo el descaro de voltear a verme y espetar: "¿Me llamas?". Jajajaja, sí, ajá.
Mal, muy mal.
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martes, 20 de abril de 2010
... Yo a ti ...
.
No quiero quemar mucho del texto que me ha inspirado a escribir esta entrada, en parte porque la autora no sabe que lo estoy citando, además de que (espero) será uno de los trancazos al alma en la próxima edición de Blog me do. Es un texto triste que me arrancó un sollozo y me anudó la garganta por un momento, sin embargo tiene una frase que, como flashback me atacó y retumbó en mi historia:
"... reías cuando sabías que mi "Y-yo-a-ti" significaba estar acompañada. Y que estabas, aun así, tan seguro de mi amor por ti."
Y yo a ti.
Por mucho tiempo, desde que en mis entrañas se siente ese extraño calorcito que te empuja a decir "te amo", me fastidió la existencia la frase subsecuente: "y yo a ti".
No estoy seguro de qué tanto sea cosa mía y qué tanto sea influencia del conocido y bien-amado gag de las series y películas estadounidensianas. Ya saben, el chico o la chica que se anima a decir "te amo" antes que el otro y recibe como respuesta un simple "gracias", o un seco beso en los labios, o un grosero "nos vemos después", o un mercantilista "¿cuánto te debo?". La semana pasada vi en una de mis series favoritas, en el capítulo de estreno, el cuasi-final de la pareja paradójica protagónica, porque el nerd irredento le dice a la mesera rubia aspirante a actriz que la ama, recibiendo un puñetazo justo enmedio de los lentes disfrazado de "gracias".
Dicen que en mi vida petaca he sido un tanto cuanto ligero a la hora de hablar de mis sentimientos. Dicen que siempre había tendido a exagerar los cosquilleos que me provocaban ciertos expecímenes del sexo opuesto con el sexo dispuesto, o no. Mi pretexto era que las quería a todas por igual y no podría haber dicho sensatamente si esa punzada en el ego era necesariamente amor, deseo, fraternidad o calentura. Por tanto dicen y dicen bien que en el pasado, las palabras "te amo" salían con singular alegría de mis labios listas para estrellarse en la cara de la primera mujer que estuviera dispuesta a guiñarme el ojo o a encerrarme entre sus muslos. También solía creer que tenían razón los que afirmaban que un "te amo" en la cama tiene la misma validez que un gemido de placer. Perhaps.
Por eso me retumbaba en mis centros el recibir como respuesta "y yo a ti". Por eso, después de cada encuentro o cada llamada telefónica que terminaba con un "y yo a ti", me hacía la promesa rompible a mí mismo de que en el futuro próximo, contendría mis "te amo" para mí y me los reservaría para esgrimirlos en forma de "y yo a ti" si la interfecta se animaba a decirlo primero. Sobra decir que fallé miserablemente en todas y cada una de las oportunidades.
Para mí, el hecho de pronunciar las palabras era un himno melódico, un "te amo" en mi voz tendría la sonoridad del latir de mi propio corazón, ¿por qué no habría de esperar el recibir una muestra sonora del latido que me acompañaba? ¿No debería haber esperado sincronía? ¿No debería esperar reciprocidad?
Todas esas respuestas llegaron a mí hace nueve punto tres meses, cuando mis labios mordisqueaban cartílago auditivo para no soltar palabras, y mis manos apretujaban piel y sábanas, cuando ella se mordía la lengua y repetía que estaba a punto de soltar una estupidez. No lo era, obviamente. Era la sensación vívida de un corazón con su símil a punto de explotar.
Ese día, así como cada uno de los que le han seguido hasta ahora, me di cuenta de que lo importante no son las palabras que se pronuncian. Cuando a flor de piel se lleva la certeza de lo que ha sido eterno, lo mismo da un "te amo" que un "te quiero" que un guiño o que un "y yo a ti". Retórica. No es la métrica con la que sus labios perfectos de corazón recitan las palabras, sino el fuego que se filtra a través de sus párpados cerrados o el calor que irradia cuando me mira y me dice que me ama, aun sin palabras.
He amado y me han amado, de eso no tengo duda, y aunque suene a eufemismo desatado por la serotonina, es verdad: un "te amo" dirigido a ella no tiene punto de comparación con cualquier otro que haya pronunciado jamás. Un "te amo" o un "y yo a ti" recibido de su voz es la música más tierna que he escuchado nunca, es saber que el cielo existe y que está aquí, junto a mí, dormida entre mis brazos por momentos en espera del gran día en el que nuestros sueños ya no se separen para dormir.
Hoy no me molesta el "y yo a ti". Hoy no podría ni siquiera imaginar callar mis "te amo". Hoy, al leer el texto que les compartiré próximamente (lo prometo), pude por fin poner palabras a esa sensación de paz, por saber que el amar de verdad no significa esperar una respuesta, sino darla, aunque no haya habido una pregunta de por medio.
Aunque la pregunta tácita siempre es: "¿Me vas a amar toda la vida?"
Obvio sabes la respuesta.
5...2...1...
¡¡¡ letem bi lait !!!
No quiero quemar mucho del texto que me ha inspirado a escribir esta entrada, en parte porque la autora no sabe que lo estoy citando, además de que (espero) será uno de los trancazos al alma en la próxima edición de Blog me do. Es un texto triste que me arrancó un sollozo y me anudó la garganta por un momento, sin embargo tiene una frase que, como flashback me atacó y retumbó en mi historia:
"... reías cuando sabías que mi "Y-yo-a-ti" significaba estar acompañada. Y que estabas, aun así, tan seguro de mi amor por ti."
Y yo a ti.
Por mucho tiempo, desde que en mis entrañas se siente ese extraño calorcito que te empuja a decir "te amo", me fastidió la existencia la frase subsecuente: "y yo a ti".
No estoy seguro de qué tanto sea cosa mía y qué tanto sea influencia del conocido y bien-amado gag de las series y películas estadounidensianas. Ya saben, el chico o la chica que se anima a decir "te amo" antes que el otro y recibe como respuesta un simple "gracias", o un seco beso en los labios, o un grosero "nos vemos después", o un mercantilista "¿cuánto te debo?". La semana pasada vi en una de mis series favoritas, en el capítulo de estreno, el cuasi-final de la pareja paradójica protagónica, porque el nerd irredento le dice a la mesera rubia aspirante a actriz que la ama, recibiendo un puñetazo justo enmedio de los lentes disfrazado de "gracias".
Dicen que en mi vida petaca he sido un tanto cuanto ligero a la hora de hablar de mis sentimientos. Dicen que siempre había tendido a exagerar los cosquilleos que me provocaban ciertos expecímenes del sexo opuesto con el sexo dispuesto, o no. Mi pretexto era que las quería a todas por igual y no podría haber dicho sensatamente si esa punzada en el ego era necesariamente amor, deseo, fraternidad o calentura. Por tanto dicen y dicen bien que en el pasado, las palabras "te amo" salían con singular alegría de mis labios listas para estrellarse en la cara de la primera mujer que estuviera dispuesta a guiñarme el ojo o a encerrarme entre sus muslos. También solía creer que tenían razón los que afirmaban que un "te amo" en la cama tiene la misma validez que un gemido de placer. Perhaps.
Por eso me retumbaba en mis centros el recibir como respuesta "y yo a ti". Por eso, después de cada encuentro o cada llamada telefónica que terminaba con un "y yo a ti", me hacía la promesa rompible a mí mismo de que en el futuro próximo, contendría mis "te amo" para mí y me los reservaría para esgrimirlos en forma de "y yo a ti" si la interfecta se animaba a decirlo primero. Sobra decir que fallé miserablemente en todas y cada una de las oportunidades.
Para mí, el hecho de pronunciar las palabras era un himno melódico, un "te amo" en mi voz tendría la sonoridad del latir de mi propio corazón, ¿por qué no habría de esperar el recibir una muestra sonora del latido que me acompañaba? ¿No debería haber esperado sincronía? ¿No debería esperar reciprocidad?
Todas esas respuestas llegaron a mí hace nueve punto tres meses, cuando mis labios mordisqueaban cartílago auditivo para no soltar palabras, y mis manos apretujaban piel y sábanas, cuando ella se mordía la lengua y repetía que estaba a punto de soltar una estupidez. No lo era, obviamente. Era la sensación vívida de un corazón con su símil a punto de explotar.
Ese día, así como cada uno de los que le han seguido hasta ahora, me di cuenta de que lo importante no son las palabras que se pronuncian. Cuando a flor de piel se lleva la certeza de lo que ha sido eterno, lo mismo da un "te amo" que un "te quiero" que un guiño o que un "y yo a ti". Retórica. No es la métrica con la que sus labios perfectos de corazón recitan las palabras, sino el fuego que se filtra a través de sus párpados cerrados o el calor que irradia cuando me mira y me dice que me ama, aun sin palabras.
He amado y me han amado, de eso no tengo duda, y aunque suene a eufemismo desatado por la serotonina, es verdad: un "te amo" dirigido a ella no tiene punto de comparación con cualquier otro que haya pronunciado jamás. Un "te amo" o un "y yo a ti" recibido de su voz es la música más tierna que he escuchado nunca, es saber que el cielo existe y que está aquí, junto a mí, dormida entre mis brazos por momentos en espera del gran día en el que nuestros sueños ya no se separen para dormir.
Hoy no me molesta el "y yo a ti". Hoy no podría ni siquiera imaginar callar mis "te amo". Hoy, al leer el texto que les compartiré próximamente (lo prometo), pude por fin poner palabras a esa sensación de paz, por saber que el amar de verdad no significa esperar una respuesta, sino darla, aunque no haya habido una pregunta de por medio.
Aunque la pregunta tácita siempre es: "¿Me vas a amar toda la vida?"
Obvio sabes la respuesta.
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jueves, 15 de abril de 2010
... Destino: el olvido ...
.
Ya lo dice un hombre sabio:
"No es sencillo acostumbrarse a ser un pasajero más, ni a tener como destino el olvido".
La historia del mundo mundial está llena de ejemplos en los que los hombres buscan la perpetuidad en aras de alcanzar la inmortalidad. Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento para alcanzar la vida eterna, sin saber que ese acto los conduciría justo a lo opuesto. Los hombres de Númenor comandados por Ar-Phârazon osaron irrumpir en la tierra sagrada de Valinor, por la creencia de que era la tierra eterna la que proveía a los inmortales de la perennidad, ignorando a su vez que era lo opuesto, los seres divinos son los que dotan a la tierra de esas propiedades; luego entonces, las huestes humanas provocaron la furia de Mänwe, que envió a las aguas de Ulmo a destruir la isla de los Hombres Mayores. Los más justos descendientes de Ëarendil, Elendil y sus hijos Isildur y Anárion zarparon hacia Arda a comenzar de nuevo; pero en la mente de los hombres venideros siempre permanece el oeste.
Sensatos o no, los hombres, presas de su falible condición humana, no cesan en la búsqueda de la perfección, cuando no de la eternidad. La interpretación de Mateo lo dice todo: "Por sus frutos los conoceréis". Por sus obras los conocerás.
No es sencillo acostumbrarse a ser un pasajero más, ni a tener como destino el olvido. Debe ser horrible tenerme y después perderme. Sé que soy un pastelito que atrae por el olor pero acaso puedo resultar difícil de digerir. Y no, no soy de chocolate ni tengo nariz de cacahuate. Simplemente una galleta con un ligero toque de vainilla que reposa gentilmente debajo de un bombón tetrafacio de fresa y coco.
No soy un cartón imbuido de aroma listo para regalarse a cualquier pelagatos que pase por un pasillo de tienda departamental. Ego sum qui sum. De entre la sarta de soflamas, sólo una es cierta: "Lo que es, es". Perogrullada o no, esta frase encierra la verdad universal, que sí existe y que es patente en todas y cada una de las acciones que los hombres llevan a cabo. Tal como un escorpión no puede renunciar a su naturaleza aunque le cueste la vida, los seres humanos no pueden dejar de actuar como su esencia les dicta, por insensata que sea.
Por sus obras los conocerás. Tal vez el vengador anónimo que, créase lo que se crea, nada tiene que ver con el arcoíris, haya descubierto el hilo negro e inventado el agua tibia. Lo que es, es; y la segunda peor manera de atacar un argumento es estar de acuerdo con él, pero no darse cuenta y denostarlo sin conocimiento de causa. La forma es fondo.
No debe ser sencillo el saberse insignificante aunque se delire con la grandeza. No debe ser sencillo acostumbrarse a ser siempre el pasajero al que le cancelan el boleto, sabiendo que no hay marcha atrás, que el destino irremediablemente le conduce al olvido.
¡¡¡ letem bi lait !!!
Ya lo dice un hombre sabio:
"No es sencillo acostumbrarse a ser un pasajero más, ni a tener como destino el olvido".
La historia del mundo mundial está llena de ejemplos en los que los hombres buscan la perpetuidad en aras de alcanzar la inmortalidad. Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento para alcanzar la vida eterna, sin saber que ese acto los conduciría justo a lo opuesto. Los hombres de Númenor comandados por Ar-Phârazon osaron irrumpir en la tierra sagrada de Valinor, por la creencia de que era la tierra eterna la que proveía a los inmortales de la perennidad, ignorando a su vez que era lo opuesto, los seres divinos son los que dotan a la tierra de esas propiedades; luego entonces, las huestes humanas provocaron la furia de Mänwe, que envió a las aguas de Ulmo a destruir la isla de los Hombres Mayores. Los más justos descendientes de Ëarendil, Elendil y sus hijos Isildur y Anárion zarparon hacia Arda a comenzar de nuevo; pero en la mente de los hombres venideros siempre permanece el oeste.
Sensatos o no, los hombres, presas de su falible condición humana, no cesan en la búsqueda de la perfección, cuando no de la eternidad. La interpretación de Mateo lo dice todo: "Por sus frutos los conoceréis". Por sus obras los conocerás.
No es sencillo acostumbrarse a ser un pasajero más, ni a tener como destino el olvido. Debe ser horrible tenerme y después perderme. Sé que soy un pastelito que atrae por el olor pero acaso puedo resultar difícil de digerir. Y no, no soy de chocolate ni tengo nariz de cacahuate. Simplemente una galleta con un ligero toque de vainilla que reposa gentilmente debajo de un bombón tetrafacio de fresa y coco.
No soy un cartón imbuido de aroma listo para regalarse a cualquier pelagatos que pase por un pasillo de tienda departamental. Ego sum qui sum. De entre la sarta de soflamas, sólo una es cierta: "Lo que es, es". Perogrullada o no, esta frase encierra la verdad universal, que sí existe y que es patente en todas y cada una de las acciones que los hombres llevan a cabo. Tal como un escorpión no puede renunciar a su naturaleza aunque le cueste la vida, los seres humanos no pueden dejar de actuar como su esencia les dicta, por insensata que sea.
Por sus obras los conocerás. Tal vez el vengador anónimo que, créase lo que se crea, nada tiene que ver con el arcoíris, haya descubierto el hilo negro e inventado el agua tibia. Lo que es, es; y la segunda peor manera de atacar un argumento es estar de acuerdo con él, pero no darse cuenta y denostarlo sin conocimiento de causa. La forma es fondo.
No debe ser sencillo el saberse insignificante aunque se delire con la grandeza. No debe ser sencillo acostumbrarse a ser siempre el pasajero al que le cancelan el boleto, sabiendo que no hay marcha atrás, que el destino irremediablemente le conduce al olvido.
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jueves, 8 de abril de 2010
... Abril, mes del niño retro ...
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