domingo, 7 de febrero de 2010

... La media decena trágica ...

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No soy un ex­per­to yo, y tam­po­co pre­ten­de­ría decir que lo he visto todo. Pero si algo he apren­di­do a lo largo de la vida y las sá­ba­nas, es que hay tan­tas ma­nías y frus­tra­cio­nes se­xua­les como per­so­nas hay en el mundo. Pero si al­guien qui­sie­ra hacer un tra­ta­do sobre dis­fun­cio­nes y trau­mas freu­dia­nos, yo con mucho gusto les com­par­ti­ría mis anéc­do­tas. No es que me va­na­glo­rie pero hay bas­tan­te tela de donde cor­tar. Pero por ahora, ha­ga­mos un top five no ne­ce­sa­ria­men­te en orden de humillación/payasada/etecé.


La sex-shop-aholic. Hubo una vez en mis des­per­ta­res que mi aco­sa­do­ra nú­me­ro uno prác­ti­ca­men­te me violó. Sí, me violó se­gui­do­res. Me sentí tan usado, tan ob­je­to, tan... tan no sabía ni qué había pa­sa­do. Me quitó la ropa, me aven­tó a la cama, ana­li­zó mi­nu­cio­sa­men­te mi erec­ción y me puso ma­gis­tral­men­te un con­dón. Se des­nu­dó ella y sus enor­mes tetas bam­bo­lean­tes (no en el buen sen­ti­do) se ba­lan­cea­ban fren­te a mi cara y len­ta­men­te se sentó en mí, subía y ba­ja­ba y gemía. Mi inex­per­to cuer­pe­ci­to reac­cio­na­ba a la fric­ción pre­vi­si­ble­men­te, pero en cuan­to yo co­men­cé a sen­tir la ex­plo­sión, ella ya es­ta­ba de pie fren­te al es­pe­jo vis­tién­do­se. ¿? En­ton­ces supe que erré el ca­mino, para la pró­xi­ma vida re­en­car­na­ré en un dildo.

La silence-freak. Sí, estoy de acuer­do, era prohi­bi­do, nadie tenía que en­te­rar­se, yo debía estar dur­mien­do en casa y ella tenía novio, su mamá dor­mía en el cuar­to ad­ya­cen­te, y sin em­bar­go ella me metía sus dedos a la boca en un afán si­len­cia­dor que yo jamás en­ten­dí. No por el hecho, por­que como po­drán darse cuen­ta, se su­po­nía que no de­be­ría­mos estar ha­cien­do eso, ahí, en ese mo­men­to. No en­ten­dí sus ganas de ca­llar­me pues de su gar­gan­ta sa­lían atro­na­do­res ge­mi­dos, tan exa­ge­ra­dos como in­ve­ro­sí­mi­les. En vez de ex­ci­tar­me me ha­cían es­tre­me­cer mis hue­si­tos au­di­ti­vos. Y ni si­quie­ra eran gri­tos pro­lon­ga­dos, ella misma se daba cuen­ta de que es­ta­ba su­bien­do de más enor­me­men­te el vo­lu­men de sus gri­tos y som­bre­ra­zos y los cor­ta­ba con un so­no­ro "ih", se­gui­do de un ex­tra­ño bu­fi­do que jamás en la vida he vuel­to a es­cu­char, ni si­quie­ra en el Dis­co­very Chan­nel.

La ese pe eme. Yo tenía vein­ti­cua­tro años y ella trein­ta. Ha­bía­mos te­ni­do una ma­te­ria en común en la maes­tría, In­ves­ti­ga­ción de Ope­ra­cio­nes y ella, es­cu­dán­do­se en su for­ma­ción so­cial me pedía ayuda con cier­to mo­de­lo de filas es­pe­cial­men­te com­pli­ca­do. Una cosa de­ri­vó en otra y re­ci­bí una in­vi­ta­ción a comer. ¿Comer? ¡Sí! Aun­que justo ese día era el lan­za­mien­to en el mundo mun­dial de Harry Pot­ter and the Half-Blood Prin­ce (el libro por su­pues­to). En­ton­ces me cam­bió la co­mi­da por un café des­pués -gra­cias a Dios-. En­ton­ces yo lle­gué a la cita muy feliz con mi la­dri­llo bajo el brazo, an­sio­so por ter­mi­nar con el trá­mi­te pro­to­co­la­rio de la date y el acos­tón pro­me­ti­do y co­men­zar a leer. ¡Oh gran error! En plena mesa, ella se dobló de dolor pre­mens­trual (o algo así). Ya en su casa, en su ha­bi­ta­ción, las cosas no me­jo­ra­ron. Fue algo de lo más ex­tra­ño, sus gri­tos de dolor bien pu­die­ron haber sido emi­ti­dos por cual­quier ac­triz porno pre­ten­dien­do un pla­cer desor­bi­ta­do. Weird.

La cu­bis­ta wee­ping. Una sola vez tuve sexo con ella. Lo su­fi­cien­te para que, mi­nu­tos des­pués me amara por toda la eter­ni­dad y horas des­pués me di­je­ra que no era yo lo que bus­ca­ba en un hom­bre ideal. Cucú, cucú. No era fea, bueno, lo era en el sen­ti­do es­tric­to de la pa­la­bra. Era no-bonita, lo cual la con­vier­te en au­to­má­ti­co en fea, pero debo decir que tenía un no­se­qué­que­qué­se­yo que la hacía me­dia­na­men­te atrac­ti­va, era tan rara que era hip­no­ti­zan­te, como cuan­do no pue­des dejar de ver una pin­tu­ra en un museo. El maes­tro no pudo ha­ber­la re­tra­ta­do mejor. No lo sé. Quizá fue la forma tan atre­vi­da y des­par­pa­ja­da con la que me besó la pri­me­ra vez, ro­dean­do mi es­cri­to­rio y ata­cán­do­me sin que yo pu­die­ra hacer algo por evi­tar­lo. Pero el punto es que llo­ra­ba des­con­so­la­da con cada mo­vi­mien­to os­ci­la­to­rio y/o tre­pi­da­to­rio de la cama. Sus ge­mi­dos las­ti­me­ros se con­fun­dían con sus pe­que­ños ge­mi­di­tos pla­cen­te­ros y yo, justo al ter­mi­nar, em­pren­dí la gra­cio­sa huida a la ducha.

La sha­llow nazi. Hay mo­men­tos para exi­gir, para gri­tar, para pedir con au­to­ri­dad e in­clu­so para su­pli­car por sexo. No es lo mismo su­su­rrar sen­sual­men­te: "¡Ya mé­te­me­la!" que gri­tar con voz de niña chi­qui­ta: "¡Estoy vacía!". Nadie, nin­gún hom­bre digno de su ralea quie­re es­cu­char eso, en nin­gún mo­men­to, menos cuan­do uno se está po­nien­do un con­dón con todo el cui­da­do del mundo. Y en­ton­ces le­van­té la mi­ra­da y la vi justo en po­si­ción de labor de parto. ¡Qué cosa más ex­tra­ña! La con­se­cuen­te dis­mi­nu­ción de li­bi­do no hizo más fácil el en­mi­ca­do con­do­niano. Fue en ese mo­men­to cuan­do debí haber dicho una frase que re­tum­ba­ría en sus oídos y en su frá­gil au­to­es­ti­ma por siem­pre. "Pues yo te veo bas­tan­te lle­ni­ta eh reina". "Pues a ver si lees algo que no sea Sor Juana de vez en cuan­do". "En serio, más CNN y menos E!". "Pues si tu­vie­ras un poco más de con­si­de­ra­ción hacia tus pró­ji­mos no sen­ti­rías esa va­cui­dad en el alma". O algo así.

Creo que casi todas de las cosas ex­tra­ñas y ma­niá­ti­cas que me han pa­sa­do tie­nen que ver con gri­tos o so­ni­dos en ge­ne­ral. Tam­po­co está de más decir que esto sólo es la punta del ice­berg, así que pro­me­to echar­me un cla­va­do en los anales de mi me­mo­ria pri­vi­le­gia­da y res­ta­car de las pro­fun­di­da­des las más di­ver­ti­dí­si­mas his­to­rias de coitus-brutus que tengo en mi haber.





¡¡¡ letem bi lait !!!





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