No soy un experto yo, y tampoco pretendería decir que lo he visto todo. Pero si algo he aprendido a lo largo de la vida y las sábanas, es que hay tantas manías y frustraciones sexuales como personas hay en el mundo. Pero si alguien quisiera hacer un tratado sobre disfunciones y traumas freudianos, yo con mucho gusto les compartiría mis anécdotas. No es que me vanaglorie pero hay bastante tela de donde cortar. Pero por ahora, hagamos un top five no necesariamente en orden de humillación/payasada/etecé.
La sex-shop-aholic. Hubo una vez en mis despertares que mi acosadora número uno prácticamente me violó. Sí, me violó seguidores. Me sentí tan usado, tan objeto, tan... tan no sabía ni qué había pasado. Me quitó la ropa, me aventó a la cama, analizó minuciosamente mi erección y me puso magistralmente un condón. Se desnudó ella y sus enormes tetas bamboleantes (no en el buen sentido) se balanceaban frente a mi cara y lentamente se sentó en mí, subía y bajaba y gemía. Mi inexperto cuerpecito reaccionaba a la fricción previsiblemente, pero en cuanto yo comencé a sentir la explosión, ella ya estaba de pie frente al espejo vistiéndose. ¿? Entonces supe que erré el camino, para la próxima vida reencarnaré en un dildo.
La silence-freak. Sí, estoy de acuerdo, era prohibido, nadie tenía que enterarse, yo debía estar durmiendo en casa y ella tenía novio, su mamá dormía en el cuarto adyacente, y sin embargo ella me metía sus dedos a la boca en un afán silenciador que yo jamás entendí. No por el hecho, porque como podrán darse cuenta, se suponía que no deberíamos estar haciendo eso, ahí, en ese momento. No entendí sus ganas de callarme pues de su garganta salían atronadores gemidos, tan exagerados como inverosímiles. En vez de excitarme me hacían estremecer mis huesitos auditivos. Y ni siquiera eran gritos prolongados, ella misma se daba cuenta de que estaba subiendo
La ese pe eme. Yo tenía veinticuatro años y ella treinta. Habíamos tenido una materia en común en la maestría, Investigación de Operaciones y ella, escudándose en su formación social me pedía ayuda con cierto modelo de filas especialmente complicado. Una cosa derivó en otra y recibí una invitación a comer. ¿Comer? ¡Sí! Aunque justo ese día era el lanzamiento en el mundo mundial de Harry Potter and the Half-Blood Prince (el libro por supuesto). Entonces me cambió la comida por un café después -gracias a Dios-. Entonces yo llegué a la cita muy feliz con mi ladrillo bajo el brazo, ansioso por terminar con el trámite protocolario de la date y el acostón prometido y comenzar a leer. ¡Oh gran error! En plena mesa, ella se dobló de dolor premenstrual (o algo así). Ya en su casa, en su habitación, las cosas no mejoraron. Fue algo de lo más extraño, sus gritos de dolor bien pudieron haber sido emitidos por cualquier actriz porno pretendiendo un placer desorbitado. Weird.
La cubista weeping. Una sola vez tuve sexo con ella. Lo suficiente para que, minutos después me amara por toda la eternidad y horas después me dijera que no era yo lo que buscaba en un hombre ideal. Cucú, cucú. No era fea, bueno, lo era en el sentido estricto de la palabra. Era no-bonita, lo cual la convierte en automático en fea, pero debo decir que tenía un nosequéquequéseyo que la hacía medianamente atractiva, era tan rara que era hipnotizante, como cuando no puedes dejar de ver una pintura en un museo. El maestro no pudo haberla retratado mejor. No lo sé. Quizá fue la forma tan atrevida y desparpajada con la que me besó la primera vez, rodeando mi escritorio y atacándome sin que yo pudiera hacer algo por evitarlo. Pero el punto es que lloraba desconsolada con cada movimiento oscilatorio y/o trepidatorio de la cama. Sus gemidos lastimeros se confundían con sus pequeños gemiditos placenteros y yo, justo al terminar, emprendí la graciosa huida a la ducha.
La shallow nazi. Hay momentos para exigir, para gritar, para pedir con autoridad e incluso para suplicar por sexo. No es lo mismo susurrar sensualmente: "¡Ya métemela!" que gritar con voz de niña chiquita: "¡Estoy vacía!". Nadie, ningún hombre digno de su ralea quiere escuchar eso, en ningún momento, menos cuando uno se está poniendo un condón con todo el cuidado del mundo. Y entonces levanté la mirada y la vi justo en posición de labor de parto. ¡Qué cosa más extraña! La consecuente disminución de libido no hizo más fácil el enmicado condoniano. Fue en ese momento cuando debí haber dicho una frase que retumbaría en sus oídos y en su frágil autoestima por siempre. "Pues yo te veo bastante llenita eh reina". "Pues a ver si lees algo que no sea Sor Juana de vez en cuando". "En serio, más CNN y menos E!". "Pues si tuvieras un poco más de consideración hacia tus prójimos no sentirías esa vacuidad en el alma". O algo así.
Creo que casi todas de las cosas extrañas y maniáticas que me han pasado tienen que ver con gritos o sonidos en general. Tampoco está de más decir que esto sólo es la punta del iceberg, así que prometo echarme un clavado en los anales de mi memoria privilegiada y restacar de las profundidades las más divertidísimas historias de coitus-brutus que tengo en mi haber.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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