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Había pasado las dos semanas anteriores pensando y re pensando en la posibilidad de aparecerse o no en el aeropuerto. Cierto, las charlas interminables e intensas hacían que su sangre entrara en un punto de extrema ebullición. No lo entendía, era extraño pero la posibilidad de volver a la gran manzana después de casi ocho años era más que tentadora.
La primera vez era un joven inexperto haciendo servicio social en un periódico de circulación nacional, había ocurrido algo gravísimo en Nueva York y el miedo se sentía por todos lados, pero él, impetuoso como sólo se puede ser en el inicio de los veintes se ofreció a ir de corresponsal, nadie quería el encargo. Manhattan se vislumbraba entonces como poco menos que una sucursal del infierno. Llegar hasta allá supuso cinco días en carretera, minuciosas revisiones al pasar cada frontera nacional y estatal, mal comer y mal dormir, pero estaría cumpliendo su sueño. Internet estaba restringido por lo que tenía que detenerse cada cuando en algún pueblo para enviar sus colaboraciones al periódico.
No había ya torres gemelas, la estatua de la libertad estaba clausurada, el Yankee Stadium cerraba sus puertas provisionalmente y el río Hudson teñido en sangre y turbosina lo recibía como visión apocalíptica.
Ciertamente no era el Nueva York de las postales. Aquello era más una corresponsalía de guerra que la cima del glamour. Aún con su acreditación especial no podía acercarse a más de cien metros de la zona cero, pero desde ahí podía oler la muerte. La remoción de escombros no llevaba ni el diez por ciento y cientos de hombres habían perdido la vida en el intento, pero eso no hacía sino acrecentar las ganas de los voluntarios.
Nueva York fue una pesadilla recurrente en sus noches. Aún ahora hay noches en que despierta -solo- con un grito que recuerda a los lamentos de los deudos del once de septiembre. Sin embargo no estaba dispuesto a que eso le impidiera encontrarse con ella.
Ella, la de la piel blanca, que mientras él se bañaba apenas, ya debería estar llegando al aeropuerto con las maletas hechas, sus maletas, las de ambos.
No era Nueva York, era ella. Si había decidido darle una segunda oportunidad a la ciudad no era por la ciudad en sí misma, era por ella, por las ganas que tenía de verla, de caminar del brazo por Central Park, en fin, de hacer todas las cosas que hace un turista knickerboxer común y varil. Pero con ella, siempre con ella.
Decidió no rasurarse, al fin y al cabo, ella debía conocerlo y gustar de él como es. En la mesa de las llaves estaba ya el clavel rojo que atoraría en la solapa de su chaqueta. Jeans deslavados y con un hoyo en la rodilla, zapatos y chaqueta cafés y camisa blanca. Cómodo para el viaje. Casi olvida las gafas oscuras que protegían sus ojos del absurdo resplandor del cielo nublado de esa mañana. Su mejor amigo ya estaba abajo tocando el claxon como desquiciado. No quería llegar tarde, apenas está a tiempo y tampoco quería que ella creyera que no llegaría.
Corriendo pasa los filtros, le ayuda el no llevar más equipaje que su sonrisa. Apenas entrando a la sala de abordar la mira mordiéndose las uñas, se seca la frente aperlada de sudor y camina hacia ella despacio, como queriéndose grabar su imagen en la mente. El libro en una mano, dentro el pase de abordar, y bajo el brazo el abrigo. Mira el reloj y en su rostro se desdibuja una sonrisa.
Ella se levanta con la vista fija en el suelo y voltea, sus ojos por fin se encuentran en el reflejo de las gafas oscuras. Sonríe ampliamente. Despacio, ambos caminan hacia el túnel. Sin tocarse, sin hablarse pero sin poder dejar de mirarse y sonreir. Al doblar la esquina, él no puede resistir más, se acerca a su cuello ...
Aún hay tres horas de aquí hasta Nueva York.
¡¡¡ letem bi lait !!!
viernes, 3 de julio de 2009
... LA GRAN MORDIDA ...
Vainilla con:
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5 comentarios:
Recien horneada sabe mejor!! jajaja
valio la pena la espera, aunque tenga que leer en la compu.
Gracias por escribir.
Que ella te acompañe antes de cerrar esos ojos (verdes, hermosos), vaca tigre
Me encanta NY, me recordaste cuando yo invite a un desconocido a mi viaje de cumpleaños y sí nada más por eso, caminar por Central Park y la quinta avenida.
Muchos besos.
Tienes una obligación... y no la has cumplido...
Bah!
Lindo el pots.
SALUDOS.
y en una mordida y a mordiscos cada historia teengancha ... caminar por el barrio de soho, beberme un cafe de starbucks justo de donde salió originalmente y luego hasta cada jueves por la noche hacer tertulia por media hora antes del recorrido en el MOMA
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