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En pleno dos mil catorce, parece que las profecías inquisidoras se volvieron realidad en una escala impresionante. Ya se ha hablado hasta el hartazgo que el verdadero Gran Hermano no es más que un montón de bots, Pequeños Hermanos con un smartphone en mano. Nada puede pasar sin que quede registro fotográfico o audiovisual de tal hecho. Para lo que no estábamos preparados era para la dictadura de la opinocracia. Cualquiera con dos dedos de frente puede abrir una cuenta en tuíter y escupir sus pensamientos más inmediatos al mundo. No que eso sea necesariamente malo, sino que las intenciones rara vez son honorables -entendiéndose por honorables cualquier cosa creada por el hombre pensante, o no-. No me gusta mal entender las cosas, pero la opinorrea es de las cosas que más detesto en la vida.
Opinamos sobre todo, sabemos de todo y nos quejamos de todo. Creemos que nuestra ira infinita alcanzará de tal manera a los objetos de nuestra furia y los golpeará tan fuerte que podremos sentirnos triunfadores, superiores. Desgraciadamente, esto es cierto en la mayoría de las veces. Si nos tratan mal en un restaurante: ¡quejas en tuíter y en facebook para que todos mis amigos sepan lo horrible que es! Si nos tratan mal en el trabajo: ¡quejas en tuíter y en facebook para que la gente sienta lástima por mí! Si no nos gustó el más reciente capítulo de Laura en América: ¡quejas en tuíter y en facebook para que deporten a esa maldita vieja infernal! Si no me gustan los quejosos: ¡quejas en tuíter y en facebook para que desaparezcan de mi vista!
Nada nos gusta, nada nos entretiene más que la queja. Trasladar este universo podrido a la literatura podría ser prácticamente desastroso. También estoy harto de las críticas sin fundamento. De esperar grandes cosas cuando ni siquiera se aprende a apreciar las pequeñas. Estoy hablando de la generalidad. Por formación, empatía y deseos, jamás demeritaría una obra publicada, sea cual sea, sin haberla leído antes. Incluso la literatura catalogada como "basura" tiene su mérito en la creación de la necesidad y expansión del mercado. El mundo literario es un todo, muchachos. Nadie se puede abstraer ya en una sola ida romántica de las letras. ¡Qué más quisiera yo! Pero si he de escribir para vivir, siempre tendré en mente el entorno y las necesidades, conviviendo con las ideas y las cosquillas en los dedos.
No conozco a nadie que haya leído LOBOS, de Xavier M. Sotelo, pero durante mi prolongado periodo de invalidez, me encontré con un tuíter repleto de comentarios e invitaciones a leer esta novela. Me llamó la atención particularmente porque la mercadotecnia en internet, actualmente, se limita a ser chistoso y cagarla para obtener notoriedad. Y bueno, la mayoría de los tuits eran RTs de dos de mis cuentas favoritas: @megustaleermx y @megustaescribir. Eso fue importante. Decidí comprarlo (encargarlo, pues mi limitada movilidad me impide ir al Sanborns siquiera).
Entre lecturas atrasadas, investigaciones infructuosas y mis propias letras, apenas ayer terminé -en un par de horas- de leer LOBOS. Y vaya sorpresa que me llevé.
Entiendo que el autor es comunicólogo o comunicador, como prefiera. Él quizá de formación, yo de experiencia y trayectoria. Él trabajó en cine, así como yo, antes de que muchas cosas pasaran. Es un apasionado de los videojuegos y yo me quedé en el súper nintendo. En fin, empatía que se le dice.
Todo lo anterior viene a cuento porque yo tenía expectativas divertidas con el libro. La promesa de devolver a los hombres lobo a su estatus de bestias instintivamente asesinas era francamente atractiva. Conforme avanzaba la lectura, no sabía si estaba leyendo Fallas de origen de Daniel Krauza, pero con lobos y cosas sobrenaturales, y sin tantas groserías ni drogas, o Compro, luego existo de Guadalupe Loaeza, pero con menos dinero y con lobos y cosas sobrenaturales. Sí, aún no decido si comparto o no la forma de narrar de Xavier, sin embargo, su concepción primigenia como guión de cine me dio una clara muestra de que las letras son el refugio perfecto para lo que los encargados del dinero en el medio no quieren o no pueden hacer. ¿He dicho que no sé si comparto la forma de narrar? No es relevante, simplemente porque, aunque no sin cierta incomodidad, la verdad es que Xavier me estaba narrando su historia, no lo que yo quería leer de su historia. Y eso es más que respetable.
No sé qué me gustó más del libro ciertamente no el estilo, pero ese es mi problema, no de Xavier, quien teje de muy buena manera las partes de la historia para concluirlas en un final tan abierto como adecuado. El que todas las mujeres estén buenísimas me queda claro que es por su ubicación geográfica, ya que sabemos empíricamente que Guadalajara alberga cuerpos (y hombres lobo) de miedo, pero sería un necio si se lo reprocho, yo también prefiero escribir erotismo con mujeres guapas que con espantajos, ¡mátenme! La personalidad de cada uno de los personajes está tan bien descrita que no necesita mayor comentario, aunque me intrigó desde el principio mi incapacidad de predecir quienes serían los supervivientes (No es spoiler porque se anuncia en las primeras páginas).
Todos estos detalles, entre otras maravillas, como la tensión sexual entre los personajes, el triunfo del amigo friendzoneado, los sueños reales y los saltos temporales, hacen de LOBOS una obra que leería otra vez. Y vaya manera de terminar, con el final abierto para la segunda parte: "Un hombre lobo tapatío en París" …
¡¡¡ letem bi lait !!!
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miércoles, 19 de noviembre de 2014
viernes, 7 de noviembre de 2014
... And ignorance and hate mourn the dead ...
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Hace mucho, mucho tiempo que nada me hacía hervir la sangre como ahora. Siempre trato de ser un hombre sencillo que aprecia el silencio. Yo me veo bonito siempre, aunque esté calladito o esté gritando, aunque tampoco me abstraigo de las situaciones exógenas o endémicas de mi mundo. De nuestro mundo, de este valle de lágrimas que les estoy dejando a mis hijos. De este intermitente sonar que no hace más que recordarnos que lo que no se ve, así siempre es mucho más grande y mucho más importante que lo que es evidente. Al mundo le dejaré un par de hijos bien educados y bien traumados, eso es inevitable.
Pero, ¿cómo explicar un entorno donde nada es predecible -más allá de los límites normales de la causalidad-? ¿Cómo hacerle ver a alguien completamente inocente de la imperiosa necesidad de tomar mi mano cuando es indispensable? ¿Cómo entenderlo yo mismo?
Octubre terminó, para mí y para mi país, con terror en el horizonte y noviembre volvió a comenzar con frío, como un avance gélido de lo que vendría. La desaparición forzada de cierto número de personas fue más que suficiente para resquebrajar el idealismo y prender una mecha que, de cualquier manera, parece se ha acortado con el paso de los años y con el paso de las calamidades. Aunque mi exterior sea un tanto cuanto de hojalata y por fuera parezca que por mis venas no corre más que escarcha, también soy de mecha muy corta. Lo bueno (o malo) es que también soy muy racional, así que esa parte de mí le gana siempre al arrebatado. Odio las injusticias, odio las reyertas insulsas, odio las discusiones pendejas, odio el pedo por el pedo. Pero odio más la incongruencia.
Me hierve la sangre cuando regañan o castigan a alguien injustamente, pero lo dejo pasar, pues si ese alguien no se defiende for reasons, no merece que lo defienda yo. Me hierve la sangre cuando hablan -aunque sea un poco- mal de alguien a quien conozco y quiero, pero lo dejo pasar, porque generalmente son cosas ciertas y que ni yo podría negar. Pero, antes de hoy, la última vez que sentí deseos de hacerle daño, físicamente lastimar a alguien, fue cuando unos imbéciles, dentro de un ritual satánico o algo peor, le sacaron los ojos a su hijo pequeño, tres o cinco años, ya no lo recuerdo. Las ganas enormes de salir a buscarlos, sacarles los ojos y luego patearlos hasta el hartazgo eran casi incontrolables. No conocía al niño ni nada, no conocía a los imbéciles ni sé nada de sus rituales o tradiciones o caca-en-la-cabeza, pero eso es indudablemente impresentable. No tenía ganas de lastimar físicamente a alguien desde que asaltaron a mi mamá, robándole la tranquilidad y el sueño.
Hoy, después de escuchar el mensaje de Jesús Murillo Karam, Procurador General de la República, a propósito de los más recientes avances en la investigación acerca de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa (y ésta es la primera vez que yo escribo esa palabra), me hizo hervir como nunca antes.
Con ganas de lastimar y patear, en primer lugar, a los animales que cometieron semejantes actos -que no necesito ni voy a repetir aquí-, a los que los cometieron y a los que los ordenaron, por supuesto; después, a los que, a sabiendas de lo que podría suceder, los reclutaron y los impulsaron y los encubrieron y los solaparon; después, a toda la bola de pelagatos infames e infaustos que vociferan en contra de todo y a favor de nada.
Es mil por ciento válida la reclamación de los padres de esos individuos: "vivos de los llevaron, vivos los queremos", pero es simplemente una reticencia retórica, dicha para no aceptar que, pasado más de un mes de los hechos, bueno, para qué decirlo si sabemos la fuerza de las palabras que soltamos. Por cierto, si alguien conoce cómo se puede presentar con vida a alguien que ya no la tiene, me gustaría interceder por mi papá. Por si acaso. Yo lo entiendo, lo entiendo como alguien que perdió hace veinte años a un pilar fundamental; como alguien que perdió hace diez años a otro, y como alguien que no quiere perder más.
Las ganas de culpar a alguien, al Estado, a Enrique Peña, a Murillo Karam, a López, a Abarca, a la esposa, a la suegra, al padre, al hijo, al mal destino, a Thanos, a Messi y Cristiano, a LeBron, a quien quieran. Nada se gana con quemar un camión en la calle ni con robar un Walmart. Ni siquiera el vistazo con desdén que dan las autoridades a esos actos reprobables pero menores. Ni los metrobuses ni los aguacates tienen la culpa de la frustración colectiva que se siente. Una decepción enorme por saber que, pase lo que pase y resuélvase lo que se resuelva, ni nosotros ni los demás vamos a estar seguros en ningún lugar. Ni yo, aquí en mi incómodo encierro, ni los míos en sus vidas hechas.
Y no estamos seguros porque no sé de quién cuidarme, de aquellos corruptores que buscan secuaces o dianas, o de aquellos enojados con los corruptores que buscan paredes o esquirlas. No sé si le temo al autoritarismo o a la opinocracia. En este país, como en todos los demás y en esta época como en todas las demás, el mensajero es el principal destinatario -increíblemente- de los vituperios y las ganas que tiene la gente de hacer daño.
Que si Murillo estaba cansado, pues es un viejo. Que si Murillo veía a la cámara con desprecio, pues son palabras que nadie quiere decir jamás, es humana y jurídicamente entendible el desprecio que el primer abogado del país siente por estos hechos, por sus perpetradores y por sus ejecutores. Que si Murillo no le hizo caso a una reportera, pues ella quería ser la protagonista de una nota ya de por sí infame. Que si López y su camarilla impulsaron a tal o cual político sin conocer o sin importarles sus antecedentes, pues cada quien obtiene lo que se merece, tarde o temprano. Que si Ciro le habla con cariño al presidente, pues allá ellos y sus bocas. Que si a los automovilistas les molesta que les cierren las calles, pues a todos nos molesta todo. Y eso no va a cambiar. La revolución no va a ser televisada. La revolución está en las cabezas de los rojillos trasnochados y de ahí no va a salir.
Por otro lado y lo más importante, por supuesto que me indigna que cosas así pasen, por supuesto que me hace hervir la sangre la crudeza del mensaje y la ignorancia y el odio que se destila. Por supuesto que me súper caga la madre la brutalidad de la que son capaces los hombres, por supuesto que jamás apoyaré el malestar general por el bien mayor. Esa idea que se ha vendido desde siempre y que no ha traído sino desgracias cada vez que alguien la invoca.
La revolución llegará desde adentro. Al tiempo ...
¡¡¡ letem bi lait !!!
.
Turn off your mind, relax and float down stream
It is not dying, it is not dying
Lay down all thoughts, surrender to the void
It is shining, it is shining
Yet you may see the meaning of within
It is being, it is being
Love is all and love is everyone
It is knowing, it is knowing
And ignorance and hate may mourn the dead
It is believing, it is believing
Lennon / McCartney
Hace mucho, mucho tiempo que nada me hacía hervir la sangre como ahora. Siempre trato de ser un hombre sencillo que aprecia el silencio. Yo me veo bonito siempre, aunque esté calladito o esté gritando, aunque tampoco me abstraigo de las situaciones exógenas o endémicas de mi mundo. De nuestro mundo, de este valle de lágrimas que les estoy dejando a mis hijos. De este intermitente sonar que no hace más que recordarnos que lo que no se ve, así siempre es mucho más grande y mucho más importante que lo que es evidente. Al mundo le dejaré un par de hijos bien educados y bien traumados, eso es inevitable.
Pero, ¿cómo explicar un entorno donde nada es predecible -más allá de los límites normales de la causalidad-? ¿Cómo hacerle ver a alguien completamente inocente de la imperiosa necesidad de tomar mi mano cuando es indispensable? ¿Cómo entenderlo yo mismo?
Octubre terminó, para mí y para mi país, con terror en el horizonte y noviembre volvió a comenzar con frío, como un avance gélido de lo que vendría. La desaparición forzada de cierto número de personas fue más que suficiente para resquebrajar el idealismo y prender una mecha que, de cualquier manera, parece se ha acortado con el paso de los años y con el paso de las calamidades. Aunque mi exterior sea un tanto cuanto de hojalata y por fuera parezca que por mis venas no corre más que escarcha, también soy de mecha muy corta. Lo bueno (o malo) es que también soy muy racional, así que esa parte de mí le gana siempre al arrebatado. Odio las injusticias, odio las reyertas insulsas, odio las discusiones pendejas, odio el pedo por el pedo. Pero odio más la incongruencia.
Me hierve la sangre cuando regañan o castigan a alguien injustamente, pero lo dejo pasar, pues si ese alguien no se defiende for reasons, no merece que lo defienda yo. Me hierve la sangre cuando hablan -aunque sea un poco- mal de alguien a quien conozco y quiero, pero lo dejo pasar, porque generalmente son cosas ciertas y que ni yo podría negar. Pero, antes de hoy, la última vez que sentí deseos de hacerle daño, físicamente lastimar a alguien, fue cuando unos imbéciles, dentro de un ritual satánico o algo peor, le sacaron los ojos a su hijo pequeño, tres o cinco años, ya no lo recuerdo. Las ganas enormes de salir a buscarlos, sacarles los ojos y luego patearlos hasta el hartazgo eran casi incontrolables. No conocía al niño ni nada, no conocía a los imbéciles ni sé nada de sus rituales o tradiciones o caca-en-la-cabeza, pero eso es indudablemente impresentable. No tenía ganas de lastimar físicamente a alguien desde que asaltaron a mi mamá, robándole la tranquilidad y el sueño.
Hoy, después de escuchar el mensaje de Jesús Murillo Karam, Procurador General de la República, a propósito de los más recientes avances en la investigación acerca de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa (y ésta es la primera vez que yo escribo esa palabra), me hizo hervir como nunca antes.
Con ganas de lastimar y patear, en primer lugar, a los animales que cometieron semejantes actos -que no necesito ni voy a repetir aquí-, a los que los cometieron y a los que los ordenaron, por supuesto; después, a los que, a sabiendas de lo que podría suceder, los reclutaron y los impulsaron y los encubrieron y los solaparon; después, a toda la bola de pelagatos infames e infaustos que vociferan en contra de todo y a favor de nada.
Es mil por ciento válida la reclamación de los padres de esos individuos: "vivos de los llevaron, vivos los queremos", pero es simplemente una reticencia retórica, dicha para no aceptar que, pasado más de un mes de los hechos, bueno, para qué decirlo si sabemos la fuerza de las palabras que soltamos. Por cierto, si alguien conoce cómo se puede presentar con vida a alguien que ya no la tiene, me gustaría interceder por mi papá. Por si acaso. Yo lo entiendo, lo entiendo como alguien que perdió hace veinte años a un pilar fundamental; como alguien que perdió hace diez años a otro, y como alguien que no quiere perder más.
Las ganas de culpar a alguien, al Estado, a Enrique Peña, a Murillo Karam, a López, a Abarca, a la esposa, a la suegra, al padre, al hijo, al mal destino, a Thanos, a Messi y Cristiano, a LeBron, a quien quieran. Nada se gana con quemar un camión en la calle ni con robar un Walmart. Ni siquiera el vistazo con desdén que dan las autoridades a esos actos reprobables pero menores. Ni los metrobuses ni los aguacates tienen la culpa de la frustración colectiva que se siente. Una decepción enorme por saber que, pase lo que pase y resuélvase lo que se resuelva, ni nosotros ni los demás vamos a estar seguros en ningún lugar. Ni yo, aquí en mi incómodo encierro, ni los míos en sus vidas hechas.
Y no estamos seguros porque no sé de quién cuidarme, de aquellos corruptores que buscan secuaces o dianas, o de aquellos enojados con los corruptores que buscan paredes o esquirlas. No sé si le temo al autoritarismo o a la opinocracia. En este país, como en todos los demás y en esta época como en todas las demás, el mensajero es el principal destinatario -increíblemente- de los vituperios y las ganas que tiene la gente de hacer daño.
Que si Murillo estaba cansado, pues es un viejo. Que si Murillo veía a la cámara con desprecio, pues son palabras que nadie quiere decir jamás, es humana y jurídicamente entendible el desprecio que el primer abogado del país siente por estos hechos, por sus perpetradores y por sus ejecutores. Que si Murillo no le hizo caso a una reportera, pues ella quería ser la protagonista de una nota ya de por sí infame. Que si López y su camarilla impulsaron a tal o cual político sin conocer o sin importarles sus antecedentes, pues cada quien obtiene lo que se merece, tarde o temprano. Que si Ciro le habla con cariño al presidente, pues allá ellos y sus bocas. Que si a los automovilistas les molesta que les cierren las calles, pues a todos nos molesta todo. Y eso no va a cambiar. La revolución no va a ser televisada. La revolución está en las cabezas de los rojillos trasnochados y de ahí no va a salir.
Por otro lado y lo más importante, por supuesto que me indigna que cosas así pasen, por supuesto que me hace hervir la sangre la crudeza del mensaje y la ignorancia y el odio que se destila. Por supuesto que me súper caga la madre la brutalidad de la que son capaces los hombres, por supuesto que jamás apoyaré el malestar general por el bien mayor. Esa idea que se ha vendido desde siempre y que no ha traído sino desgracias cada vez que alguien la invoca.
La revolución llegará desde adentro. Al tiempo ...
The wrath of the fallen,
Is the worst to behold;
The arrogance of the skilled,
The confidence of the bold,
All pale before the Titan scourged,
Then risen,
Tiny before the wronged,
Breaking out of prison.
I've had enough of lies, unfairness.
My life is full of crime and indifference.
The anger builds, railing at injustice,
Forced to take the jokes and the insults, loud trumpets.
You can't escape, can't find a way, can't shake the chains,
You can't get out, you can't lash back, through your cage.
Finally you snap, mind maddened,
Froth at mouth, hands bloody, shackles shattered,
Finally you've lost control and hit back,
After so long, the best defense is attack,
They swarm you, mob you, the crowd is so fierce,
But nothing's stronger than the small with a knife to pierce,
Finally armed your weakness doesn't matter now,
You are equal with the privileged, the fat cows,
You have worked your whole life to no avail,
Finding rage is the secret to unveil,
Your puny outside, you're not small now,
All that's left of you, is a dread cloud.
Thomas Ware
¡¡¡ letem bi lait !!!
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Vainilla con:
abandono,
accidentes,
apego,
destino,
Dylan Thomas,
Galletas,
gritos,
México,
miedo,
rojillos,
terrorismo,
The Beatles
sábado, 1 de noviembre de 2014
… Egregio, preclaro y conspicuo ...
.
Recién comienza noviembre y las cosquillas en los dedos se vuelven insoportables. Las ideas están que revolotean de gusto por salir y quedar plasmadas nuevamente (y después de seis años) en un espacio como éste. Lo tengo todo claro, por supuesto, no podría embarcarme -a estas alturas- en una aventura sin un lugar a donde apuntar mi quilla. Sé de cierto que el tiempo será largo para la pierna en sanación pero corto para las letras en sincronía. Y no, aún no he conseguido mis mil monos aporreando las teclas de mil máquinas de escribir que vayan a lograr mi obra definitiva. El mono soy yo y las teclas a aporrear son las de esta preciosa MacBook Air.
Los pronósticos médicos me dicen que estaré postrado en esta cama -que no es su cama- por lo menos hasta la mitad de diciembre, con las obvias, posteriores y consecuentes visitas a terapia de movimiento y rehabilitación. Mi pierna es un roble, en el mejor y en el peor sentido de la palabra. El problema fue el pequeño leñador que con su hachita diminuta se decidió a dejar una marca feliz en ambas cabezas, de tibia y peroné.
La mañana de este día, primero de noviembre, rompió fría como se esperaba. Ya se acerca el equinoccio de invierno, la noche más larga del año, cuando las cosas se ven más oscuras. Una plegaria por el amanecer me espera cada una de las siguientes treinta noches. Una plegaria cantada por el primer rayo de sol que se asome para liberar el letargo de la idea inconclusa, de la página en blanco, del deseo hecho trizas hecho letras hecho verdad.
Si es cierto que el destino está escrito, yo no lo sé. Por el contrario, tengo claro que el futuro se construye en el presente, siempre derribando los obstáculos que el pasado va dejando en su inexorable marcha. Nada es para siempre en la tierra y sin embargo, el faro de los hombres siempre ha sido la búsqueda de la inmortalidad, aunque a veces el camino pase rozando la inmoralidad. Negras son las noches por venir, eso es un hecho. Llenas de café, teclazos y una que otra frustración. Una caída repentina me ha robado la verticalidad en aras de la aventura más grande de la historia, la caza de la horizontalidad, que por fuerza o por fortuna pasa por mi estado actual: la perpendicularidad.
Particularmente, la idea de simplemente construir sin derribar, de no detenerme ante nada, de no corregir porque siempre habrá quien lo haga, por gusto, por placer o por el simple afán correccional. Lo agradezco infinitamente y sé que eso me hará siempre tratar de construir parejito. De tallar el acabado y el detalle al mismo tiempo que se levanta el muro. Aunque siempre he pensado que mis letras no constituyen muros, sino puertas.
Hace seis años, la mejor aventura literaria de mi vida tuvo lugar en medio de un huracán en el que yo me metí solito. Las musas de ese entonces cantaron y así quedó, aunque después haya cambiado el final, añadido episodios o quitado otros. Todo por el bien común. Pero nunca olvido a los lectores y comentaristas que, en tiempo casi-real estuvieron conmigo en aquel -ahora parece tan- lejano 2008.
Barack Obama ganaba la presidencia de Estados Unidos haciendo historia. Camilo Mouriño inauguraba la leyenda de los Secretarios Voladores y también hacía historia. Y yo comencé noviembre de 2008 con frío en el alma y en el corazón. Hoy, el amor de mi vida viaja sin mí (por ahora) y yo me quedaré a construir los cimientos de esta nueva obra que está por salir. Un año, éste, 2014, que no puede quedar en el olvido. 2004 fue mi annus horribilis, y ciertamente, en algunos momentos de éste, pensé que todo se repetiría diez años después. Pero el año está por terminar, no sin la penúltima aventura que representa esta edición de NaNoWriMo . La última aventura es, sin duda, El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos.
Dense. Danke.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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Recién comienza noviembre y las cosquillas en los dedos se vuelven insoportables. Las ideas están que revolotean de gusto por salir y quedar plasmadas nuevamente (y después de seis años) en un espacio como éste. Lo tengo todo claro, por supuesto, no podría embarcarme -a estas alturas- en una aventura sin un lugar a donde apuntar mi quilla. Sé de cierto que el tiempo será largo para la pierna en sanación pero corto para las letras en sincronía. Y no, aún no he conseguido mis mil monos aporreando las teclas de mil máquinas de escribir que vayan a lograr mi obra definitiva. El mono soy yo y las teclas a aporrear son las de esta preciosa MacBook Air.
Los pronósticos médicos me dicen que estaré postrado en esta cama -que no es su cama- por lo menos hasta la mitad de diciembre, con las obvias, posteriores y consecuentes visitas a terapia de movimiento y rehabilitación. Mi pierna es un roble, en el mejor y en el peor sentido de la palabra. El problema fue el pequeño leñador que con su hachita diminuta se decidió a dejar una marca feliz en ambas cabezas, de tibia y peroné.
La mañana de este día, primero de noviembre, rompió fría como se esperaba. Ya se acerca el equinoccio de invierno, la noche más larga del año, cuando las cosas se ven más oscuras. Una plegaria por el amanecer me espera cada una de las siguientes treinta noches. Una plegaria cantada por el primer rayo de sol que se asome para liberar el letargo de la idea inconclusa, de la página en blanco, del deseo hecho trizas hecho letras hecho verdad.
Si es cierto que el destino está escrito, yo no lo sé. Por el contrario, tengo claro que el futuro se construye en el presente, siempre derribando los obstáculos que el pasado va dejando en su inexorable marcha. Nada es para siempre en la tierra y sin embargo, el faro de los hombres siempre ha sido la búsqueda de la inmortalidad, aunque a veces el camino pase rozando la inmoralidad. Negras son las noches por venir, eso es un hecho. Llenas de café, teclazos y una que otra frustración. Una caída repentina me ha robado la verticalidad en aras de la aventura más grande de la historia, la caza de la horizontalidad, que por fuerza o por fortuna pasa por mi estado actual: la perpendicularidad.
Particularmente, la idea de simplemente construir sin derribar, de no detenerme ante nada, de no corregir porque siempre habrá quien lo haga, por gusto, por placer o por el simple afán correccional. Lo agradezco infinitamente y sé que eso me hará siempre tratar de construir parejito. De tallar el acabado y el detalle al mismo tiempo que se levanta el muro. Aunque siempre he pensado que mis letras no constituyen muros, sino puertas.
Hace seis años, la mejor aventura literaria de mi vida tuvo lugar en medio de un huracán en el que yo me metí solito. Las musas de ese entonces cantaron y así quedó, aunque después haya cambiado el final, añadido episodios o quitado otros. Todo por el bien común. Pero nunca olvido a los lectores y comentaristas que, en tiempo casi-real estuvieron conmigo en aquel -ahora parece tan- lejano 2008.
Barack Obama ganaba la presidencia de Estados Unidos haciendo historia. Camilo Mouriño inauguraba la leyenda de los Secretarios Voladores y también hacía historia. Y yo comencé noviembre de 2008 con frío en el alma y en el corazón. Hoy, el amor de mi vida viaja sin mí (por ahora) y yo me quedaré a construir los cimientos de esta nueva obra que está por salir. Un año, éste, 2014, que no puede quedar en el olvido. 2004 fue mi annus horribilis, y ciertamente, en algunos momentos de éste, pensé que todo se repetiría diez años después. Pero el año está por terminar, no sin la penúltima aventura que representa esta edición de NaNoWriMo . La última aventura es, sin duda, El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos.
Dense. Danke.
¡¡¡ letem bi lait !!!
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martes, 21 de octubre de 2014
... The blue that once did cover the sky ...
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Desde que el mundo es mundo, la vida de los hombres ha estado llena de altas y bajas. Como un latir sano reflejado rítmicamente en un electrocardiograma infantil. Como un subibaja feliz compartido por gemelos felices. Y es normal. Tan es normal que este blog -aquí viene una nueva apología del tedio- es una réplica clara. Siempre lo supe y siempre lo sostendré: la musa del dolor es mejor acompañante para las letras que la musa del amor. Porque es evidente, las letras dedicadas al amor tienen un límite atrofiante, es decir, se hacen más y más repetitivas hasta que forman parte de un mantra cuasi-sagrado que, los que estamos enamorados, no tenemos reparo en seguir repitiendo, ora porque no por ser cacofónico deja de ser cien por ciento cierto, ora para engatusar al diablillo de la oreja izquierda. Mientras tanto, del lado emo del espectro, las letras del dolor han inspirado cantidades inconmensurables de genialidad, tanta y tanta que sus autores, agobiados por la imposibilidad visible de acercarse a la grandeza de sus obras previas, se van del mundo.
Pues yo estoy enamorado hasta la médula y estoy lejos de haber creado algo de relevancia literaria que merezca la inmortalidad, aunque no por no querer.
Y heme aquí, postrado frente a la computadora, con la obligación del tiempo justo, con el cuchillo frío del septiembre que no se olvida y con noviembre pisándome los talones -o bueno, el talón-. Porque he de decir que el héroe ha caído. Resultó, como la profecía lo había predicho, que el héroe era sólo un hombre, yo. Y yo caí. Y me rompí. Buena cosa para NaNoWriMo. Mala cosa para mi salud. Buena cosa para seguir la búsqueda interminable. Mala cosa para mi movilidad.
Después de todo, es muy curioso cómo se acomodan -o desacomodan- las cosas, los huesos, claro, pero también los sucesos. ¡Jung, Mefisto os diefne! No hay manera de justificar la causa de los eventos, la naturaleza de los mismos es la eventualidad (daaahh), y una serie de disfortunas se han acarreado hasta juntarse en una implosión de rodilla que duele hasta el tuétano, literalmente, hasta el nervio.
Pues sí, me caí y me fracturé la rodilla. Culpas más o culpabilidades inócuas menos, lo hecho está hecho y lo roto, roto está. Una sonrisa de oquedad se asoma entre las radiografías de mi pierna izquierda, minando mi bienestar y demoliendo mi verticalidad. Ocioso sería decir que ésta no es la horizontalidad que desde siempre busco. Mis dedos se amoratan al estar erguido sobre muletas, mi talón hormiguea cuando debe soportar caso diez kilos de yeso encima, mi tobillo reclama atención con latigazos dolorosos de cuando en cuando, mis tendones hacen lo propio como si no comiera suficientes plátanos, mi muslo se desborda y se roza por el borde del yeso infrainguinal. En fin, estoy jodido y radiante. Radiante por la vida que no alcancé a ver completa pues mi caída fue muy corta. Jodido por la misma vida que no me dio ni un fin de semana de respiro.
Porque mi suegro fue también víctima de este mal hado o karma o jungitud. Dos días después. Dos. Los ojos hinchados de mi Astrid y el terror en su rostro cuando se lo dijeron son dos cosas que no quiero volver a ver en mi vida. Le fue peor a él, porque se rompió toda la mitad derecha del cuerpo. Yo soy más joven pero él es más fuerte, yo soy suavecito. La familia se divide cuidando al abuelo inmóvil, al padre tullido y a los niños hiperactivos, que son todo menos inmóviles o tullidos.
Para empezar, todos los planes han cambiado de la noche a la mañana. Ya no iremos a Nueva York al Monday Night Football de mis bienamados Dolphins. En una caída el azul del cielo se ciñó entre la bruma matutina y bajó a rodearnos. La melancolía de tiempos mejores se puede cortar con un cuchillo, y me odiaría para siempre si mis hijos recordaran a su padre como un hombre siempre triste.
Estoy aquí para ellos tres, para todos, para los cuatro siempre. Porque en la piedra que adorna su mano están grabadas con letras diminutas e irrompibles las palabras: "Siempre, los cuatro". Y ahí están, visibles para quien sea merecedor de verlas. En un azul, melancólico, sí, pero también vivo y vibrante, lleno y pleno, tanto que ni el cielo de las adversidades nos desmoronaría.
Al tiempo ...
… letem bi lait ...
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Desde que el mundo es mundo, la vida de los hombres ha estado llena de altas y bajas. Como un latir sano reflejado rítmicamente en un electrocardiograma infantil. Como un subibaja feliz compartido por gemelos felices. Y es normal. Tan es normal que este blog -aquí viene una nueva apología del tedio- es una réplica clara. Siempre lo supe y siempre lo sostendré: la musa del dolor es mejor acompañante para las letras que la musa del amor. Porque es evidente, las letras dedicadas al amor tienen un límite atrofiante, es decir, se hacen más y más repetitivas hasta que forman parte de un mantra cuasi-sagrado que, los que estamos enamorados, no tenemos reparo en seguir repitiendo, ora porque no por ser cacofónico deja de ser cien por ciento cierto, ora para engatusar al diablillo de la oreja izquierda. Mientras tanto, del lado emo del espectro, las letras del dolor han inspirado cantidades inconmensurables de genialidad, tanta y tanta que sus autores, agobiados por la imposibilidad visible de acercarse a la grandeza de sus obras previas, se van del mundo.
Pues yo estoy enamorado hasta la médula y estoy lejos de haber creado algo de relevancia literaria que merezca la inmortalidad, aunque no por no querer.
Y heme aquí, postrado frente a la computadora, con la obligación del tiempo justo, con el cuchillo frío del septiembre que no se olvida y con noviembre pisándome los talones -o bueno, el talón-. Porque he de decir que el héroe ha caído. Resultó, como la profecía lo había predicho, que el héroe era sólo un hombre, yo. Y yo caí. Y me rompí. Buena cosa para NaNoWriMo. Mala cosa para mi salud. Buena cosa para seguir la búsqueda interminable. Mala cosa para mi movilidad.
Después de todo, es muy curioso cómo se acomodan -o desacomodan- las cosas, los huesos, claro, pero también los sucesos. ¡Jung, Mefisto os diefne! No hay manera de justificar la causa de los eventos, la naturaleza de los mismos es la eventualidad (daaahh), y una serie de disfortunas se han acarreado hasta juntarse en una implosión de rodilla que duele hasta el tuétano, literalmente, hasta el nervio.
Pues sí, me caí y me fracturé la rodilla. Culpas más o culpabilidades inócuas menos, lo hecho está hecho y lo roto, roto está. Una sonrisa de oquedad se asoma entre las radiografías de mi pierna izquierda, minando mi bienestar y demoliendo mi verticalidad. Ocioso sería decir que ésta no es la horizontalidad que desde siempre busco. Mis dedos se amoratan al estar erguido sobre muletas, mi talón hormiguea cuando debe soportar caso diez kilos de yeso encima, mi tobillo reclama atención con latigazos dolorosos de cuando en cuando, mis tendones hacen lo propio como si no comiera suficientes plátanos, mi muslo se desborda y se roza por el borde del yeso infrainguinal. En fin, estoy jodido y radiante. Radiante por la vida que no alcancé a ver completa pues mi caída fue muy corta. Jodido por la misma vida que no me dio ni un fin de semana de respiro.
Porque mi suegro fue también víctima de este mal hado o karma o jungitud. Dos días después. Dos. Los ojos hinchados de mi Astrid y el terror en su rostro cuando se lo dijeron son dos cosas que no quiero volver a ver en mi vida. Le fue peor a él, porque se rompió toda la mitad derecha del cuerpo. Yo soy más joven pero él es más fuerte, yo soy suavecito. La familia se divide cuidando al abuelo inmóvil, al padre tullido y a los niños hiperactivos, que son todo menos inmóviles o tullidos.
Para empezar, todos los planes han cambiado de la noche a la mañana. Ya no iremos a Nueva York al Monday Night Football de mis bienamados Dolphins. En una caída el azul del cielo se ciñó entre la bruma matutina y bajó a rodearnos. La melancolía de tiempos mejores se puede cortar con un cuchillo, y me odiaría para siempre si mis hijos recordaran a su padre como un hombre siempre triste.
Estoy aquí para ellos tres, para todos, para los cuatro siempre. Porque en la piedra que adorna su mano están grabadas con letras diminutas e irrompibles las palabras: "Siempre, los cuatro". Y ahí están, visibles para quien sea merecedor de verlas. En un azul, melancólico, sí, pero también vivo y vibrante, lleno y pleno, tanto que ni el cielo de las adversidades nos desmoronaría.
Al tiempo ...
… letem bi lait ...
.
Vainilla con:
accidentes,
cachetes,
Fairy Goddess,
familia,
fracaso,
Galletas,
gritos,
Luis,
madrazo,
mi bella dama,
musas
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