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Una entrega más del maestro:
No más deslices freudianos.
Por: FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN
LOS DÍAS, LOS HOMBRES, LAS IDEAS
Dicen por ahí que el zeitgeist, el espíritu colectivo del Siglo XX, fue en gran medida creado por tres judíos alemanes: Marx, Einstein y Freud.
El barbudo de Tréveris, bien lo sabemos, montó los cimientos teóricos sobre los que otros construirían nuevos sistemas de ordenamiento económico y social, que fueron probados a lo largo de la centuria; y que han ido del genocidio estalinista hasta una vertiente minoritaria de la socialdemocracia escandinava; de los campos de la muerte de Cambodia a la miseria de la Cuba de los Castro, pasando por la alucinante dictadura hereditaria de los Kim en Norcorea. En gran medida la realidad se encargó de poner en su lugar a una serie de teorías que, a la hora de llevarse a la práctica, resultaron un estruendoso fracaso. Marx diría que la culpa no es del compadre, sino del indio que no le entendió a la hora de hacerlo ídem. Lo cierto es que una idea justiciera y humanitaria se convirtió en pretexto para atrocidades sin cuento que, en nombre del socialismo y el Hombre Nuevo, bañaron de sangre y dolor cuatro continentes. Marx es una especie de fantasmón, que la izquierda sensata le saca vuelta por las connotaciones que, justa o injustamente, tienen nombre e ideología.
Einstein dinamitó las premisas de la física newtoniana y abrió nuevas puertas a nuestro entendimiento del universo. Pero, según el historiador británico Paul Johnson, también le hizo espacio a una noción que resultaría nefasta: el relativismo (que no la relatividad). Sin querer, Einstein puso de moda que todo era relativo, así que el mal dejó de ser un valor absoluto. Y grandes tragedias se produjeron bajo la premisa de que el sacrificio de miles o millones de seres humanos no era nada en relación con los beneficios que el futuro iba a traer. El Gulag estalinista, los millones de muertos de hambre por Mao, los hornos de Auschwitz, son variaciones sobre el mismo tema del relativismo moral. De nuevo, Einstein podría alegar que le entendieron todo al revés. Y tendría razón. En todo caso, la ciencia continúa siguiendo algunas de las rutas trazadas hace ya más un siglo por greñudo nacido Ülm (o en Chalchihuites, según a quién le crean).
Por los años gozne del cambio de siglo, Freud se encargó de revelarnos algunas nociones sorprendentes y no siempre agradables: que los niños tienen sexualidad; que buena parte de nuestras miserias tiene que ver con la represión de los deseos; que los sueños no son otra cosa que el estercolero de la mente, en donde se procesa aquello que no osa decir su nombre en estado de vigilia; que hay mucho que no sabemos de nosotros mismos y que ahí está, bien adentro, latente, esperando brotar para asestarnos amargas sorpresas; que a veces nuestros íntimos deseos se deslizan hasta el lenguaje, traicionando lo que quizá nosotros mismos ignorábamos. En fin, que Freud nos abrió un panorama amplísimo del espíritu humano que hasta entonces había sido ignorado. Algunos de los términos inventados por el médico vienés pasaron a formar parte del habla cotidiana, tan comentadas fueron sus teorías, tan profundamente penetró entre el culto público lo que obtenía a fuerza de sesiones en el diván.
El pasado día 23 se cumplieron setenta años de la muerte de Sigmund Freud. Con motivo de ese aniversario, en diversos lugares del mundo, pero (irónicamente) sobre todo en Viena, se recordó al hombre que en su momento puso patas arriba la noción que teníamos sobre nuestro autoconocimiento. Y digo irónicamente, porque Freud se vio obligado, en sus días postreros, a abandonar la ciudad en donde realizó la mayor parte de su obra… y en la que el antisemitismo era rampante. Cuando los nazis se anexaron Austria en la primavera de 1938 (el famoso Anschluss), Freud supo qué le esperaba, bajo el régimen de la Gestapo, por el delito de haber nacido judío: en junio de 1938, muy débil, escapó a Londres (donde había muerto otro emigrado perseguido, Marx): tuvo la fortuna de huir gracias a su fama… lo que no consiguieron muchos otros de sus compatriotas. Luego de haber lidiado durante años y años con un cáncer en la mandíbula que lo martirizaba cada vez más, y habiendo alcanzado la libertad, Freud decidió dejar este mundo. Lo hizo a los 83 años, al parecer asistido por un amigo. Eso sí: continuó fumando puros hasta el final.
Buena parte de la herencia fruediana es vista con desdén por la psiquiatría de hoy. A lo largo del último siglo, numerosos investigadores le han ido dando mate (o de perdido, jaque) a algunas de las principales piezas teóricas que Freud había puesto sobre el tablero. Mucho antes de su muerte, algunos de sus discípulos rompieron con él, notablemente Carl Jung. Digamos que la obra de Freud ha sufrido más golpes que la defensa de los PUMAS.
Sin embargo, nadie como Freud introdujo a la cultura popular términos y principios que en sus inicios eran dominio exclusivo de un grupúsculo de especialistas. Quizá ello sea lo más notable del psiquiatra vienés. Hoy cualquiera puede alegar que sus metidas de pata ocurrieron porque lo traicionó el inconsciente. O que sus desvaríos y papelones de adolescente tardío, tras cincuenta años de vida y dos divorcios, son porque antes había estado reprimido. ¿Y cuántos no se salen por la tangente, diciendo que sus burradas son porque resultó traumado durante la infancia? Y claro, lo que normalmente es una tarugada, o motivo para la castiza expresión el que hambre tiene, en pan piensa, en lenguaje culto es un desliz freudiano. Y quienes siguen viviendo con su mamá luego de dos maestrías y cinco novias nuncamente comprometidas no son holgazanes, vividores y verdolagones, sino que tienen el Edipo muy subido. Vaya, yo tengo un amigo que prefería tener un perro que un hijo, porque al chucho no tenía que construirle el súper-ego. Además, tomando en cuenta el diferencial de precio entre croquetas y colegiaturas, tenía razón, sea de cada quien.
Como se puede ver, la terminología freudiana se infiltró encarnizadamente, aunque no siempre sea correctamente empleada. Pero, ¿qué autor (científico o no) puede preciarse de tener tal poder de penetración en el inconsciente colectivo (término que es de Jung, no de Freud)?
Además de que, desde Sócrates, nadie había cuestionado de tal manera qué tanto sabemos de nosotros mismos, y lo mucho que nos afecta ese desconocimiento. Que quizá sea la principal herencia de Freud: nunca terminamos de conocernos, no sabemos qué sombras moran en el interior de nuestra alma. ¡Estemos atentos! ¡Cualquier día podemos resultar americanistas latentes en fase anal! (Nooooooooo).
Consejo no pedido para que lo psicoanalice el mismo loquero que a Juanito: Lea Noticias del fin del mundo (o El final de las noticias mundiales), del maestrazo Anthony Burgess, mafufa historia en la que retazos de la vida de Freud le ponen sabor al caldo. Ah, el título en inglés es: The end of the world news.
Provecho.
¡¡¡ letem bi lait !!!
martes, 29 de septiembre de 2009
... No más deslices freudianos ...
Vainilla con:
comunismo,
hombres,
internet,
libertad de expresión,
Luis,
periodismo
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