martes, 14 de mayo de 2013

... Saints or virgins or lunatics ...

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I know we’re not saints or virgins or lunatics; we know all the lust and lavatory jokes, and most of the dirty people; we can catch buses and count our change and cross the roads and talk real sentences. But our innocence goes awfully deep, and our discreditable secret is that we don’t know anything at all, and our horrid inner secret is that we don’t care that we don’t
Dylan Thomas




Mi papá me enseñó a gustar de lo que es bueno. Relativamente bueno porque le voy a los PUMAS aunque él era ferviente seguidor del Toluca. Toluca es la tierra de mi padre, y mi padre puede tenerla, por supuesto. No estoy interesado en férreas disputas por el territorio tácito, real o imaginario, ya sea una porción de terreno o un sitio en el alma. Tampoco es mi intención desatar batallas intestinas, ni de ningún otro tipo. Astrid lo dice y lo dice bien: Lo único que le debo a mi madre es ser feliz. Y lo soy y lo seré.

Me río mucho de la gente, a cada paso que doy y a cada paso que cualquier persona da, por supuesto sin malicia ni deseos de pesar; pero he descubierto en mí una extraña sensación de superioridad moral/ética/cósmica que sin embargo no deja de clavarme sus patitas en la nuca. Explico con un ejemplo de hoy en la mañana: Llegó un compañero godínez con una invitación para la boda de otra compañera godínez, negra, muy elegante (la invitación, no la compañera), para una ceremonia civil en un lienzo charro con el novio vestido de charro. Yo pensé que, además de lo común y corriente que son las bodas charras, hay peores, así que sentí pena ajena y me sentí como un Dios al saber que mi boda no va a ser ridícula. Tanto.

Pienso también en la descarnada dualidad apatía/activismo que rige las redes sociales virtuales y reales, y no puedo dejar de imaginar que mi papá hubiera sido un dios en el tuíter. Sarcástico, burlón y mamador impresionante como no he conocido otro jamás. O al menos así lo recuerdo. Cuando, arriba del escenario, se abría la gabardina y enseñaba la trusa Zaga a una inocente muchachilla que iba pasando de casualidad. O la temporada que escribió y dirigió un "Homenaje en vida" a Alberto Cortés, y él y su compañía recitaban las canciones más famosas en una historia que yo, a mis nueve o diez años, no entendía del todo, pero que abarrotaba los recintos en donde se presentaba porque, claro, en los carteles no decía que Alberto Cortés no iba a estar presente, pero tampoco que SÍ.

Y resulta que todos somos locos en nuestra muy particular manera. Este año quise una fiesta de cumpleaños. Acostumbrado como estoy a las multitudes ruidosas de la familia de Astrid mi nueva familia, este año quise una comida/fiesta/carne asada de cumpleaños. Todo era perfecto (hasta el momento de pagar las cuentas, por supuesto, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión). Parrillero: checked. Asador: checked. Carne: checked. Todo gratis, porque mi único amigo de la vida es un obseso del carbón y lo que más ama en el mundo es asar carne, así que como regalo de mí para él, lo nombré parrillero oficial de todas las fiestas de la historia. El asador me lo prestaría mi mamá, y la carne fue un regalo -REGALAZO- de mi hermano el carnívoro. Y el mejor pastel del mundo mundial, proveído por la niña de los mil apodos, que además me regaló unas letras hermosas.

El único problema entre comillas, era la falta de ganas de socializar que tengo pegada en la epidermis desde siempre. Y muchas veces me gana la falta de ganas, que no la falta de deseos. Como bien saben los que siguen estas letras desde hace más de cinco años, no me gusta estar solo. Disfruto el personaje de héroe trágico pero tengo que decir que esa capa ya me queda grande. A estas alturas no puedo permitirme tener demonios internos que me impidan hacer cosas; suficiente tengo ya con un par de demonillos externos que, aunque tampoco me dejan hacer cosas, las cosas que sí me dejan hacer son las que más disfruto de la vida: Sentarme en el piso a que Mátiuz me explique toda la intrincada trama de un capítulo de Pooh, o dejar que Guogüi me aplaste mientras canta canciones de Barney.

El domingo pasado fue mi fiesta de cumpleaños, y vinieron casi todos mis amigos, mis tías y mi abuelita de Toluca, mi mamá y Papá E y Mamá Martha, primos, sobrinos y demás, y mi nueva hermana salchicha. Los que no vinieron fueron poco extrañados, y los que sí, fueron recibidos con mucho cariño, y guarecidos de la lluvia al interior de mi casa. Para mí todo salió bien. No sé todos, pero yo estuve muy feliz, porque a pesar de las diferencias entre las falibles condiciones humanas de cada uno, me doy cuenta de que no necesito ser un héroe trágico ni un héroe con poderes, la gente suele sentir cariño por mí, a pesar de mi talante continuamente sarcástico, burlón y mamador impresionante. Yo no sé mañana, pero hoy soy feliz y pleno porque tengo lo que necesito para ser feliz.

Por supuesto que un post feLuisz relatando mi más feluiszísimo cumpleaños no podría estar completo sin rendir tributo a la mejor mujer del mundo. Astrid es mi esposa y es mi amante y es mi amiga y es todo lo que un hombre como yo necesita. Todos los días amanezco y tengo junto a mí lo que tanto tiempo pretendí. Sufro su dolor y gozo su placer. Estamos a punto de cumplir cuatro años juntos, y nuestros bebés, dos años de feliz y acelerada vida. No hay más que agradecer lo que Dios nos ha dado y lo que nosotros hemos construido juntos.

Tampoco se la crean tanto, sigo odiando a todo el mundo y estoy muy malote de mi tolerancia, sin embargo creo que todos merecemos una oportunidad para cambiar y quitarnos de encima todo aquello que, aunque haya estado con nosotros desde siempre, no nos hace bien. Yo, no sin mucho trabajo y esfuerzo, me he estado quitando de a poco los vicios del solitario, para adoptar las virtudes del hombre de familia que soy. Que quiero ser y que mi familia y yo merecemos que sea.

Por mis padres y por mis hijos ...

Y por Astrid, que es mi sol y mis estrellas ...











¡¡¡ letem bi lait !!!


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