Hace un par de horas, al regresar a mi casa de mi cita de los martes con un montón de fenómenos de circo, escuchaba en la hora trasnochada de la radio hablada metropolitana, a un tercio de individuos que regalaban boletos para Diana Krall a cambio de historias de la gente real. Historias sobre situaciones de la vida en que los protagonistas hayan decidido (o tenido que) hacer un alto en sus vidas.
Interesante propuesta, digo, si yo trabajara en cualquier lugar como un esclavo, por supuesto que haría un alto por ir a ver a Diana Krall, bueno, y a oírla también.
Pero es interesante la reflexión, pues la gran mayoría de los comentarios de la gente real, no ponderaba el concepto de dar una vuelta de timón, de hacer un alto en el camino y mirar hacia atrás, hacia lo que se ha conseguido y luego hacia el frente y pensar hacia dónde se va. Particularmente, uno de ellos decía: "He trabajado sin parar durante cuarenta y cuatro años de mi vida, a estas alturas, un alto en el camino significaría el alto final". ¡Sopas!
No es que esté mal, pero es triste. Me imagino a un hámster corriendo interminablemente en una rueda generadora de energía suficiente para mantener caliente su prisión en el invierno y fresca en el verano. Duerme sin sueño, despierta y corre, come y vuelve a correr, duerme y vuelve a correr, oscurece y vuelve a dormir sin sueño. Para ese hámster, un alto en el camino significaría la muerte por golpe de calor o por congelamiento (o por inanición, ya que el dueño, al ver que ya no corre, simplemente deja de alimentarlo).
Repito, no es que esté mal pasarse la vida sin parar, pero cuando se ha andado tanto sin avanzar, las huellas en el camino son apenas perceptibles.
Crecer es la palabra. No crecer como idiota con hipertiroidismo ni crecer hacia los lados como humano de Wall-e. Crecer por dentro, espiritualmente o lo que sea que eso signifique para cada uno.
Ciertos tipos de crecimiento se notan en las arrugas de los ojos o en el fruncir del ceño. Hay preocupaciones y ocupaciones que dejan marcas indelebles y evidentes para el que quiera verlas. Los ojos de un niño reflejan inocencia y los de un anciano sabiduría y experiencia.
Mi abuelo, mi papá E ha llegado al punto en el que un alto en el camino le salvaría la vida pero lo condenaría a la irrelevancia. O eso cree él. Cuando un hombre de su ralea ha trabajado cada uno de los días de su vida durante más de sesenta años, la espalda no es tan aguantadora como entonces y las manos no asen con facilidad los barandales. Y sin embargo se mueve. La diabetes y la hipertensión tendrían a cualquiera postrado desde hace mucho, pero él, con una ejemplar y férrea disciplina de vida, ha logrado sobreponerse a las enfermedades que por herencia y hábitos lo atacaron en los últimos años. Yo no soy quién para juzgar si mi papá E es feliz o no. La esperanza del 2028 es lo que le mantiene la mente clara y las ideas frescas, aunque Cronos le vaya borrando recuerdos y habilidades. Sé que no disfruta la comida sin sal, pero sé también que él prefiere ganarse un día más que comer un trozo de cecina.
Me parte el alma verlo así, débil, delgado y con los ojos llorosos. Me quiebra el temple escuchale la voz titubeante. Mas la fuerza que le imprime al abrazo de buenas noches me da la seguridad de que va a seguir conmigo mucho tiempo más. Él no es del tipo de hombres que se dejan vencer, no es del tipo de hombres que renuncia a sus sueños, no es del tipo de hombres que se retirarían a cuidarse; él es del tipo de hombres que prefiere morir de pie que vivir de rodillas.
¡Caray! Tengo tanto que aprender de él. En esta futil y petaca existencia, los contextos me han dado razones suficientes para dar algunas vueltas de timón y para hacer numerosos altos en mi vida. Sin embargo allá, en lo alto está mi sueño, y aunque el camino es largo yo ya no quiero parar.
Mañana por la mañana iré a poner mi mano en el hombro de mi papá E para que me imbuya de su fuerza. Quiero ser grande sin inyectarme hormonas del crecimiento.
¡¡¡ letem bi lait !!!
