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“Camila al habla ¿Diga?”, respondía a la llamada de Bárbara. “Me dejó, se fue como un verdadero patán, no es justo Camila me siento morir…”, decía Bárbara llorando y con un gran nudo en la garganta.
“¿Bárbara? ¿Qué te pasó? ¿Frank? ¿Se fue? ¿te hizo daño?”, Camila se levanto de un gran salto de su cama tibia y comenzó a buscar que ponerse. “Ay amiga, ¿puedes venir? Estoy desconsolada, quiero hablar con alguien y qué mejor que seas tú…”, decía Bárbara mientras se sentaba y miraba por su ventana el horizonte delineado por los rayos matutinos de sol que separaban el cielo de la tierra.
“Sí, sí, voy para allá. Tranquilízate, verás que va a regresar…”, decía Camila inquietada. “Me mandó al carajo, empacó ropa, algunas cosas y se marcho el imbécil”, decía Bar con tono enojado y dando un golpe con el puño cerrado en la mesa.
Cómo enfrentar un desamor o alguna inseguridad de pareja; cuando verdaderamente sientes amar, luchas contra todos los prejuicios, tabúes, y hasta contigo mismo ¿porqué no? Y todo eso por entender a tu pareja. Pero en lo que no estoy de acuerdo es que te dejes humillar por obtener un poco de amor. En ése país sólo salen a flote las parejas que se ponen de acuerdo y se saben escuchar. Pero Camila lo entendió demasiado tarde, su pareja escondía su fetichismo por los autos deportivos con asientos en piel, por temor a que Camila lo dejara; Un día Camila regresaba temprano del trabajo, le llamó la atención los ladridos que hacía su mascota “retorcido” (llamado así porque tenía una malformación en la cabeza) frente a la puerta que daba a la cochera. “¡Retorcido perro deja de ladrar ya! No hay nadie, Alan está en el trabajo;…está bien hay un cuerpo colgando allí, mira”, le decía Camila al perro y dirigiéndose hacia la puerta para abrirla de un golpe. Camila estaba desconcertada y no podía creer lo que veía. Pues Alan, como todo buen fetiche adquirió un auto deportivo con asientos en piel, estaba completamente desnudo masturbándose en el toldo del auto con el miembro bien parado y apunto de eyacular cuando fue interrumpido por Camila y el perro que no dejaba de ladrar. Qué mala onda, no dejaron que saliera un chisguetito. “Camila,…no es lo que parece, deja explicarte, espera”, decía Alan mientras se incorporaba de un salto. Alan estaba decidiendo entre correr tras Camila para explicarle o terminar lo que había empezado. Qué creen que hizo; pues sí, efectivamente decidió terminar, porque no se podía quedar así. Él trató de hablar de su fetichismo con Camila, pero ella sin embargo mostró enojo, repugnancia y asombro. En la cena, “¿Eres hombre o una especie de hombrecillo repugnante? ¿Forzosamente tienes que ver un auto para poder tener un orgasmo? ¿Conmigo no puedes? ¿Prefieres un montón de chatarra fría?”, reprochaba Camila. “Mi amor te oculté ésto, porque sabía que tal vez no entenderías, me cuesta mucho trabajo aceptarlo, ayúdame…te amo eres lo único que tengo, por favor no me pidas que me vaya”, respondía apenado Alan a los humillantes comentarios que hacía Camila, de vez en cuando Alan bajaba la mirada triste. “No puedo verte más, me das asco más que el retorcido perro”, decía Camila con las manos en la cintura “tal vez tengo razón o quizás no, sólo con el tiempo nos daremos cuenta qué falló y quién, ¡Regresa cuando ya seas normal!” Efectivamente el tiempo a veces lo cura todo y otras más las vuelve peores; aunque Camila lo amaba demasiado no pudo con su ego, no pudo con ella misma, se sentía comparada, se sentía objeto; Alan por su parte era un exiliado de un país que estaba en constante guerra, se encontraba solo, sin familia, ni amigos, ni poder entender del todo el lenguaje y sólo deseaba amar y poder dormir sin preocuparse si a mitad de la noche tendría que refugiarse para estar a salvo. Pasado casi un año, después de aquella discusión, Camila no había vuelto a saber más de Alan; se disponía a su rutina de trabajo. Cuando de un callejón surgió apresurado alguien, se escuchó un golpe seco y fuerte; Camila freno asustada y bajó del auto, corrió hacia donde estaba el herido, vio junto a él un par de frutas y un trozo de pan en sus manos sucias; los curiosos emergieron de la nada y unos segundos después llegó un comerciante. “qué bueno que lo detuvo Srita. Casi se iba sin pagar”, decía el comerciante agitado. Camila no podía reconocer de momento el rostro cubierto de sangre y suciedad, con ropa deteriorada y mal oliente; alguien tomo el pulso de aquella persona sin nombre y dijo: “está muerto” Al momento de tomar el pulso se podía observar una cicatriz en el cuello, cicatriz que a Camila le resultó familiar, pocos segundos después abrazó fuertemente al indigente y gritó llorando desconsolada: “Alan, perdóname, perdóname, siempre …siempre pensé en ti a todas horas, perdóname…” Saben, Alan después de aquella humillación que le hizo la persona a quien más amaba, no pudo más que aceptar que era diferente y que tenía gustos no tan comunes; en el trabajo también sufrió constantes ofensas, no soportó y terminó renunciando; sin auto, sin Camila, sin dinero, sin poder dormir bien, con hambre y desolado. Así terminó Alan combatiendo en una guerra en donde se tiene que ser verdaderamente fuerte para poder sobrevivir.
(No es mío, pero quisiera opiniones)
¡¡¡ letem bi lait !!!
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1 comentario:
ay, pues yo lo dejaba terminar sin decir nada, luego en la noche bajaba al garage y se sacaba todo el aceite del depósito, le echaba azúcar al radiador y ácido muriatico en el anticongelante.
Cuando el marido tiene un fetiche que le parece mejor que tú, pues hay que buscarse otro marido.
Me gustó, de repente confuso por tanto nombre, que siento inútil, pero está ligero.
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