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No, no estaba muerto. De hecho, nunca en la vida me había sentido tan vivo como hoy, como en este momento en que al voltear la mirada a la izquierda puedo velar el sueño de la mujer de mi vida mientras observo a mis bebés dándole una tremenda y severa paliza al interior de su panza... mientras espero a que salga la ropa de la lavadora.
¿Que si algo extraño? Quizá. Pero no cambiaría por nada esto que estoy viviendo. Por supuesto que me gustaría andar de pata de perro siguiendo a los PUMAS a todas partes a donde van; sin embargo, todas las liguillas y los campeonatos y las copas américa y de oro y los mundiales del mundo mundial, no se comparan con la felicidad inmensa de recostarme entre sus piernas y sentir tres latidos que corren a diferentes ritmos y velocidades y frecuencias, con la sensación extrema de reconocer mi sangre corriendo por dentro de unas venas que ya -a estas alturas- están completamente formadas y funcionales.
Claro que me gustaría estar desvelado por semanas escribiendo la novela definitiva que me garantizara la inmortalidad y la riqueza; pero el encanto de saber que me gusta lo que hago y me gusta que al hacerlo estoy contribuyendo con un grano de arena a hacer del mundo de mis hijos un lugar mejor, no tiene precio. No me quejo de nada, no esta vez y no en muchísimo tiempo. Espero a mis bebés, espero a Mateo y a Rodrigo, a Rodrigo y a Mateo para que cambien aún más mi vida y mi rutina y mi mundo que ya no es mío, es nuestro.
Claro que quiero contar la imprevisible travesía del intentar ser padre, por supuesto que quiero contar -en la medida de lo posible- las vicisitudes del trabajo y el contacto con gente cada vez más extraña, claro que quiero contar que he bajado más de diez kilos en el pasado mes y medio y todo para estar sano y fuerte para cuando lleguen mis bebés, claro que quiero contar que la semana pasada lloré por mi abuelo y claro que quiero contar que no hay alegría más plena en el universo que el esperar con ansias a que el tiempo vuele y los bebés lleguen.
A Astrid tengo que agradecerle tanto que no me alcanzarían las letras más grandes del mundo para hacerlo. Tengo que agradecerle el darme la mejor familia que pudiera desear, al mismo tiempo, compartirme la suya y hacerme valorar a la mía. Tengo que agradecerle la confianza sin duda que ha depositado en mí, aunque a veces yo me sienta flaquear, ella siempre está ahí para abrazarme y decirme que soy el mejor. Tengo que agradecerle, por sobre todas las cosas, el darme el regalo inmenso de la paz, esa paz que no sabía que se podía sentir dentro del pecho, esa paz que me da la certeza de que siempre va a estar a mi lado, de que voy a enamorarme más cada minuto de ella, de que pase lo que pase, por fin, juntos, construimos un hogar del que no vamos a querer escapar jamás. Eso es lo único seguro en el mundo ...
¡¡¡ letem bi lait !!!
viernes, 6 de mayo de 2011
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